Se pronunciaba no elíptica, sino categóricamente, sobre un tema nunca antes había ocupado el centro del debate en una organización bimilenaria que se pronuncia sobre casi todo y durante 132 años había producido no menos de siete encíclicas sobre el trabajo y la justicia social: los accidentes graves y mortales en ocasión del trabajo.
“Cuando el trabajo se deshumaniza –en lugar de ser el instrumento mediante el cual el ser humano se realiza, se convierte en una carrera exasperada por el beneficio–, las tragedias comienzan, porque el objetivo ya no es el hombre sino la productividad que lo convierte en una máquina de producción. La seguridad en el trabajo es como el aire que respiramos: ¡solo nos damos cuenta de su importancia cuando falla trágicamente y siempre es demasiado tarde!”.
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Lo decía el año en que la Organización Internacional del Trabajo cuantificaba 317 millones de accidentes y 2,4 millones de muertes en el trabajo a escala mundial, cuando la Argentina promediaba más de 300 mil accidentes y 500 personas fallecidas por la misma causa.
Y agregaba, para sorpresa de casi todos (incluso de organizaciones sindicales, empresarias y muchos jefes de Estado): “En el mundo del trabajo seguimos adelante como si nada, entregados a la idolatría del mercado, pero no podemos acostumbrarnos a los accidentes laborales, ni resignarnos indiferentes, no podemos aceptar el despilfarro de vidas humanas. Las muertes y lesiones son un trágico empobrecimiento social que nos afecta a todos, no solo a las empresas y familias implicadas”.
Y cerraba con otra crítica, trazando un horizonte utópico: “La seguridad no sólo está garantizada por una buena legislación, que hay que hacer cumplir, sino también por la capacidad de vivir como hermanos y hermanas en el lugar de trabajo”.
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Un informe del Foro Económico Mundial le pone cifras a la preocupación del Papa: el calor excesivo en el trabajo causó 18.970 muertes y 23 millones de lesiones laborales en 2023.
Ya con la encíclica Laudato Si, Francisco se ponía en la línea de la Rerum Novarum (León XIII), Populorum Progressio (Pablo VI), Mater Magistra (Juan XXIII) o Laborem Exercens (Juan Pablo II); pero ahora se posicionaba enérgicamente sobre un menú de estadísticas sub registradas y normalizadas según una ley universal no escrita, que avala y estimula a cambiar salud por dinero, a trabajar en condiciones de salud física y emocional indignas valorando la condición de empleo en cualquier condición, en un mundo que avanza a la informalidad y la terciarización del trabajo.
Mientras la preocupación y el debate entre cámaras empresarias y asociaciones sindicales se centraba en los costos laborales, la industria del juicio laboral, la ampliación coercitiva o voluntaria de la jornada y la pobreza por ingresos en los segmentos formalizados, el Papa introducía un tema que sólo ranqueaba en agenda los 21 de abril de cada año en nuestro país (cuando se conmemora el Día Nacional de la Salud y la Seguridad en el Trabajo) y los 28 del mismo mes en todo el mundo por iniciativa de la OIT a partir del año 2003.
¿Quién sabe a cuántos y quiénes alcanza el sistema de riesgos del trabajo en Argentina o cualquier otro país? ¿Cuántas veces accidentes y enfermedades laborales son títulos en medios analógicos o digitales en todo el mundo? ¿A cuántos les importa que las enfermedades mentales no estén reconocidas en nuestro país como enfermedades laborales? ¿Cuántos pueden distinguir a un seguro de accidentes laborales del seguro de una casa o un auto? Exactamente, entonces ¿con qué necesidad el Papa plantea un nuevo tema de controversia política y económica?
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Pues bien, con la necesidad de quien siente cada mutilación o cada fallecimiento como propio e impropio de una institución que se redime de sus pecados en acto, no negándolos, sino reparándolos con hechos concretos y mejorando sus posiciones doctrinales.
En 2015 y durante su visita a Bolivia, Francisco había adelantado mucho al decir ante miles de fieles plurinacionales que “hay múltiples injusticias, en cada actividad laboral, en cada barrio, en cada territorio” y animó a millones en todo el mundo: “Digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras, este sistema ya no se aguanta; no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan los pueblos, no lo aguanta la Madre Tierra”.
No vamos a entrar en el debate terrenal acerca de si Francisco fue un Papa anticapitalista, socialista o comunista. No hace falta en esta nota, porque para reformular el sistema de producción y el desgaste que produce en la salud física y psicológica de los trabajadores no hace falta ser anticapitalista ni concretar ninguna revolución que expropie a los dueños del capital y la tierra. Con regular y asegurar una mejor la distribución del ingreso y los derechos económicos y sociales, alcanza.
Para aliviar culpas, nada como el “carewashing”
Podemos apostar algo a nuestros lectores y lectoras: por todos los medios se dirá de todo, se recortarán cientos de citas textuales de Francisco y de Bergoglio, está instalado el desafío “arma tu propio Papa”; pero el cruce acerca de que el Día de la Salud y la Seguridad Laboral se muere el único Papa que la defendió abiertamente, sólo podrá ser leído en AIRE.
Mérito de un intelectual sorprendente como Francisco, quien supo decir que, para empresarios y políticos de todo el mundo, la seguridad en el trabajo debía ser “el primer deber y la primera forma del bien”, visibilizaba además un anglicanismo, una novedad conceptual: el carewashing (algo así como “lavando descuidos”).
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Más que el color o la nacionalidad del sucesor, la pregunta es sobre el legado de Francisco, en un momento en el cual campea la negación de un cambio climático que acecha a más de 2.400 millones de trabajadores en el mundo.
La conjunción de palabras refiere a las legislaciones protectivas, a la indemnizaciones tarifadas –cuando existen– de incapacidades o muertes laborales que ocasiona el sistema de producción capitalista; las que a su vez asumen formas diversas y distintas articulaciones público-privadas en todo el mundo.
Eduardo “Vasco” Murúa, presidente del Movimiento de Fábricas Recuperadas, amigo de Francisco, consultado para una nota por este escriba, aseguraba que el Papa ironizaba alterando carwashing por soulwashing, es decir el “lavado de alma”, para luego decir que tenía la sospecha de que “el capitalismo se había quedado sin alma”. Algo que escribió sin metáfora alguna en una Carta a Jóvenes Emprendedores y Empresarios, adonde los invita a un pacto para “cambiar la economía actual y dar un alma a la economía de mañana”.
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De la impugnación frontal y la tolerancia cero a la pederastía, a la invocación ecológica, política y económica, para proteger “la casa común”; del lavado de pies a migrantes africanos y presos comunes, a la denuncia de la avaricia de los ricos y el “virus” del consumismo; de la cruzada del demonio contra la familia, a los sínodos obispales para debatir el rol de la mujer en la Iglesia Católica y la contención de las diversidades sexuales. Dos valentías “franciscanas” digamos: la de revisar algunas posiciones y la de enfrentar al poder desde el poder.
La Semana de la Salud y la Seguridad en el Trabajo recién empieza, con un silencio casi de misa en nuestro país, y el Papa que la ponía en valor recién empieza a faltarnos. Como les faltará protección política y espiritual a las agendas populistas y humanistas que se empecinan en resistir la era de la crueldad.