Esta nota es sobre los dos actos, el de la CGT con Alberto a bordo y el de Ensenada con Cristina debatiendo regularmente y a fondo, un formato inusitado para un peronismo que nunca antes ejerció el poder, con doble comando y fracturándose a la luz del día, homenajeando en estéreo a Perón, ¿al mismo? ¿al de las 20 verdades o al de la Actualización Doctrinaria? ¿al primero, al segundo (porque lo hubo), al tercero (el padre eterno, el significante vacío)? o al cuarto (al que se murió sin hacer la sucesión)?
Trabajemos sobre esa idea para reformular el concepto de grieta como el fracaso de la política, el consenso y coso y analizarla desde un lugar que permita -a pesar de las diferencias irreconciliables entre Alberto y Cristina, entre los dirigentes y orgas que los legitiman- encontrar una salida para el FDT y para el país. Porque con el Frente de Todes pasa algo que hay que señalar de entrada: curte un peronismo moderado que desecha herramientas del Perón que homenajea (expropiaciones y estatizaciones, topes de rentabilidad, control estatal del comercio exterior) quiere y no puede, que prometió revertir el estropicio de un gobierno al que fue bien con un programa para que a muches les vaya mal, y que pese a los quedos y frustraciones (tramados por una pandemia mundial y una guerra de efectos mundiales) no es lo mismo que Juntos x el Cambio, puede alegar impotencia pero nunca maldad o clasismo cruel.
El fragmento que sigue no había sido develado hasta ésta nota y surge de una charla que éste columnista mantuvo con Alberto Fernández hace algún tiempo, cuando se había alejado de Massa y aún no se reconciliaba con Cristina, pero reconocía su incuestionable centralidad política. Hablamos varias horas sobre “qué es el peronismo y cómo funciona”, flanqueados por dos guitarras acústicas y Dylan, no viola ningún off (eso hace Morales Solá, a quien Alberto considera un amigo) y refleja el pensamiento libre y consecuente de un dirigente político.
Ante la imposibilidad de sintetizar ideológicamente el legado de Perón y materializarlo en un frente que contenga a todas sus expresiones -como ahora mismo, de rabiosa actualidad- Alberto decía “yo tengo una tesis bastante odiada sobre eso” y desarrollaba: “El peronismo es el la consecuencia de la praxis de un tipo que ha vivido mucho e intensamente, que ha mutado, que tiene sesgos conservadores pues su práctica e ideología inicial la expresa un militar y esa primera etapa está fuertemente marcada por eso, por un conservadurismo popular que incluye a una enorme masa social al sistema político y económico argentino, un gobierno revolucionario y conservador a la vez. Luego Perón es derrocado y se va al exilio, donde se convierte casi en un revolucionario de izquierda, coquetea con Mao, con la revolución francesa en algunas citas imponentes, la despedida al Che como un ejemplo a imitar y naturalmente los gelosos y las cartas a las formaciones de izquierda del movimiento.
Y cuando vuelve no sabe qué hacer con eso que ha contribuido a generar, entra en crisis, no puede conducir todo lo que ha desatado y vuelve a la posición “embrionaria”. Viejo y desgastado decide volver al primer Perón, al populista conservador, al militar y así se muere. Y yo conocí a ese Perón, lo conocí como militante y no me dejó la mejor imagen, muchas veces me pregunté por mi peronismo pensando en ése Perón.
Cuando yo trato de simplificar el post-Perón digo que en vida fue un bígamo, tenía un matrimonio por derecha y otro por izquierda –y de hecho los tuvo sin ser bigamia por cierto- tenía una familia por derecha y otra por izquierda. Y cómo se descubre por lo general a un bígamo, lo descubrís el día de su muerte cuando van todos al velatorio y allí se dan cuenta de que todos tenían cartas de amor de Perón que les daban derecho a decirle a los otros me quiere o me quiso más a mí. Lo notable es que nunca se hizo la sucesión de Perón legitimando a alguna de las dos familias para todos disfrutar de los bienes del peronismo y desde entonces el peronismo ha sido lo que vos quieras”.
José Pablo Feinmann solía decir que Perón volvió con una percepción incorrecta de la magnitud y el empuje de las formaciones especiales, aún en Puerta de Hierro y ante la advertencia de Jorge Antonio, Perón sostenía “no se preocupe Jorge, yo agarro un vaso de agua, un micrófono, les hablo a los muchachos y los mando a sus casas”. Nada de eso ocurrió el 1 de mayo de 1974, micrófono sí, vaso de agua no, la tendencia revolucionaria se fue, pero no a su casa y mucho menos en paz. Pero ése es otro tema, Perón no pudo (ni quiso?) ordenar la feroz interna, indicó que sus herederos inmediatos eran la CGT que puso los vivos y no las organizaciones que habían puesto los muertos y por supuesto que el pueblo. Hizo una sucesión fallida e incompleta por su muerte, a 10 meses de asumir. Al hilo de la teoría de Alberto: bigamia sin solución, legado variado y complejo, todes reclaman la condición peronista y los bienes del movimiento, todos tienen cartas, gelosos, fotos y entrevistas con indicaciones precisas.
Perón no escribió ni dictó el libro con las indicaciones acerca de cómo conjurar semejante diversidad (por entonces armada, hoy por supuesto que no pese a los delirios de Carrió) no se escribió, el Talmud o al menos el paper laico acerca de cómo conducir para la gestión -sin ser Perón y centrifugando sin sangre- las disputas internas, por insolubles que parezcan. Allá por marzo de 2018 Alberto soñaba con un Frente capaz de contener a todos sin fagocitarse a nadie. “Yo quisiera que en el futuro haya un candidato o candidata a presidente del peronismo que gane y garantice la institucionalización del rol del partido en la democracia, aún para frenar al presidente cuando el presidente se extralimita o desvía, el tema es que no existan liderazgos personales tan fuertes”, decía Alberto soñando con reinventar el modo de conducción del movimiento desde 1945. Otra vez abonando el slogan que lo persigue y aún tiene tiempo de no convertir en epitafio: quiso pero no pudo. Ahora sí, dos actos, dos candidatos?
Ni el bastón, ni el puño, ni el rodete…las metáforas sobre la lapicera
Del fragmento desclasificado en la primer parte de la nota, surge claramente que el Perón que eligió el tiempo en vez de la sangre, el que rescató en su discurso en la CGT no era el que Alberto (que considera un error táctico y estratégico la lucha armada de una parte de las formaciones juveniles) prefiere. Porque fue incapaz de conducir la diversidad que alentó desde el exilio. Falló la persuasión, se desangeló en la masacre de Ezeiza y la potencia unificadora de un regreso esperado por 18 años (y saboteado en 1964 por un radicalismo cómplice de los militares que los invitaron a refundar un país sin peronismo) duró menos menos de un mes.
Entre tanta esgrima verbal y cruzada, éste punto de cruce es fundamental. Gobernar pudo haber sido poblar, industrializar y crear empleo, ejercer el poder sin avisar ni pedir permiso, pero esto de que “gobernar es persuadir”, es una obsesión alfonsinista, eminentemente radical. Alejandro Horowicz, autor de “Los 4 peronismos” y uno de los intelectuales de izquierda contemporáneos, no gorilas y más inteligentes (no se puede ser ambas cosas a la vez), solía citar a Perón en una de sus frases más resonantes y menos aludidas: “Un radical es alguien que cree que los problemas se terminan cuando se les acaba la saliva”. El punto es que a Alberto no se le acaba nunca aunque los resultados sean magros y cree que en ésa persistencia, pidiendo a la Corte Suprema que reflexione sobre el caso Milagro Sala, solicitando colaboración y sensibilidad a los empresarios que disputan renta subiendo precios constantemente, locutando para convencer a los que corren contra el peso de que si a éste gobierno le va mal, nos va mal a todes. Dos años y medio después y con una derrota electoral que implicó 4 millones de votos menos, no debería ser opinable sino imperioso cambiar, no ministros solamente, más allá de Guzmán y sin importar si el nuevo ministro de economía es Massa (que anunciamos hace dos notas por lo menos en AIRE), Emanuel Agis o Augusto Costa.
Fueron dos actos distintos, uno defensivo y con varias manifestaciones de impotencia en la CGT y otro expansivo y multitudinario en el kilómetro cero del peronismo (Berizzo y Ensenada enviaron dos de las columnas más numerosas del 17 de octubre). Donde cada uno mentó al Perón que más se ajusta a su visión de coyuntura (el tercero para Alberto, el primero para Cristina). Porque está claro lo que Perón hizo, el peronismo que quiso y el que no según las épocas, pero asegurar lo que hubiese hecho en ésta coyuntura es un ejercicio temerario, una exégesis de ultratumba con gran margen de pifia.
Porque el general fue una figura mucho más compleja y contradictoria que Eva, casi sin margen serio para azotar a nadie con ¡si Perón viviera! Si Evita hubiese vivido en los setentas sería educadora popular pero no montonera, arriesgaba José Pablo Feinmann en su “Filosofía Política de una Obstinación Argentina”; asumiendo riesgos podríamos actualizarlo para decir que si “Evita Viviera” tal vez sería una dirigente piquetera, pero dudosamente hubiese militado en organizaciones capaces de negociar planes y subsidios a cambio de gobernabilidad, con un gobierno que odia al peronismo y sueña con fragmentarlo para desactivarlo o hacerlo desaparecer. Los que sueñan con volver y se entusiasman con la fractura interna del FDT ya no disimulan nada y la promesa de campaña de Juntos por el Cambio (lo digan o no y pese a los modales de Larreta) es “terminar con el peronismo para siempre”.
Muchos dirigentes presentes en Ensenada señalaron ese peligro y algunos militantes televisados expresaron que ese escenario sería “de terror, porque dejaría a muchos argentinos en el camino, por eso hay que sostener la unidad”. Muy pocos se prendieron en las metáforas sobre la lapicera, elemento menor comparado con el bastón de mariscal en la mochila, el puño y el rodete que marcaron los momentos más felices del movimiento. Cristina sí, porque sin una mesa política donde debatir puertas adentro, ya no deja pasar nada, contesta todo, argumentando, chicaneando, estampando cifras y logrando que su estilo y convocatoria conviertan la frase de Alberto acerca de que “no hago grandes actos ni doy grandes discursos” en una manifestación de impotencia, otra más.
Las razones de Guzmán: pidió todo, no le dieron nada
Al cierre de esta nota, con el periodismo convulsionado y las operaciones volando a ras del piso, se dice cualquier cosa. Primero lo constatado con fuentes del Ministerio de Economía cercanas a Sergio Chodos: Guzmán le pidió al presidente la remoción de todos los funcionarios de Energía vinculados a Cristina, por “boicots permanentes” y la insufrible demora en la definición e implementación de tarifas comprometidas con el fondo. Alberto enfrenta a Cristina verbalmente, pero no utilizando la lapicera en su contra. Eso y la gran velocidad a la que Alberto licúa su poder político -más comparable a los dos primeros años de Alfonsín que a cualquier ciclo conducido por Perón- convenció al ex ministro a escribir esas 7 carillas conque renunció de manera indeclinable. Nada que ver con la mención de Cristina a sus coincidencias con Melconián sobre la emisión y el déficit fiscal.
Alberto prefiere a Cecilia Todesca, pero nadie considera esa opción. Tiene que ser de alguien con más peso específico y capaz de dialogar fluidamente con Cristina. Emanuel Álvarez Agis es el ardid del presidente para no ceder ante propuestas como Augusto Costa, pero no está dispuesto a asumir con doble comando en el primer nivel. Resulta impensable un ministro proveniente del Patria y que impulse -al hilo de lo dicho por Cristina- el salario universal que implicaría el 7% de la recaudación fiscal en vez del 1,5% de la AUH, sencillamente porque el FMI no lo consiente y pondría en riesgo la sustentabilidad del acuerdo.
El indicado, por Lavagna y promovido por los gobernadores, es Sergio Massa. Esta nota amanece en el portal de AIRE, mientras se asegura que renunciarían casi todos los funcionarios nombrados por Guzmán y se evalúa en Olivos comunicar la decisión hoy mismo por la tarde, antes de que abran los mercados que la semana pasada llevaron el dólar financiero a más de $250.
La información que manejamos es que si llega Massa, que ya había colocado a Guillermo Mitchell en la Aduana, tendrá todo el poder que se le negó a Guzmán para remover funcionarios y redefinir el rumbo económico. Falta que Alberto se convenza, Massa está decidido y lleva la contraoferta de Redrado como plan B, que integra su equipo de asesores y dialoga con Cristina.
Pero hay una certeza que no cambia con cualquier nombre y que Alberto también me señalara en la nota que citamos en este artículo: “Esa dinámica entre moderados y revolucionarios es lo que mantiene vivo al peronismo”. El sueño húmedo gorila no será, incluso sin unidad en la gestión el peronismo no fenece, pero no da igual si gana o pierde las elecciones venideras, y eso está fuertemente atado a la tozudez de Alberto para negociar la conducción en los meses que restan.
Te puede interesar