Vamos a decirlo de entrada porque nos parece justo y porque la heterodoxia económica ya está madura para soportarlo. Como Cooke le dijese a Perón sobre Jorge Antonio: no hay empresarios (millonarios, dijo el Bebe) peronistas ni antiperonistas, de izquierda o derecha, hay empresarios y nada más, empresarios que tienen plata y por capitalistas anteponen el incremento de sus ganancias a cualquier objetivo “altruista” y colectivo.
Esto nos deja en la puerta de una pregunta apasionante y clave: ¿puede haber maldad en el capitalismo y no en sus principales beneficiarios, es decir los dueños del capital? Otra más: ¿sería maduro o realista dejar de valorar moralmente a quienes se apropian de excedentes cada vez más importantes y reemplazar la palabra “malo” por “eficaz” a la hora de defender sus intereses corporativos? ¿Qué decir entonces de la CGT a la hora de defender los ingresos formales de los trabajadores?
Antes de contestar sintéticamente esas cuestiones, vayamos a las impactantes cifras que arroja el último informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), que dirige Hernán Letcher y una de las usinas que nutre de datos a la vicepresidenta de la Nación Cristina Kirchner. Según CEPA y basados en datos de la Cuenta de Generación de Ingresos del INDEC (que analiza la evolución del PBI en relación a los puestos de trabajo existentes), “desde el último trimestre de 2019 hasta la actualidad, la productividad laboral por puesto se incrementó en un 14%, mientras que los ingresos reales de los asalariados solo mejoraron un 2%. Es decir que el 83% de la mejora en la productividad laboral de estos últimos tres años se la quedaron las empresas”.
Si recordamos el documento propalado por la CGT a propósito de un 1° de Mayo con poco para festejar, podemos destacar que para la central obrera que sorpresivamente impulsa la reducción de la jornada laboral (reclamo sostenido de las dos CTA), el incremento de la productividad resultó de la aplicación de nuevas tecnologías en la producción, que impactan en el rendimiento de cada puesto tecnificado; es decir, es un efecto “natural del progreso”.
La realidad es más bien otra: esa mejora en la productividad se dio básicamente por la pérdida del poder adquisitivo del salario laboral (única ancla inflacionaria, que vuelve absurdo un acuerdo de precios y salarios) y su contrapartida, un incremento exponencial de la tasa de explotación.
LEER MÁS ► La inflación de abril fue del 8,4% y acumula un 32% en el año
Pero, de nuevo, modulemos el lenguaje, porque es difícil sostener que quien explota a un trabajador lo hace por la dinámica inefable del capitalismo, premeditadamente pero sin crueldad; y hablemos entonces de la “tasa de apropiación desigual de la riqueza”, esa que si no interviene el Estado en beneficio de los sectores que venden su fuerza de trabajo y están representados por centrales obreras incapaces de defender exitosamente la capacidad adquisitiva de sus salarios, termina indefectiblemente en los bolsillos de los dueños del capital.
CEPA hace otros números además, que decoran el contexto en que se produce este fenómeno: entre 2016 y 2022 el salario real privado cayó un 17%, mientras que el sector público perdió un 22%. Es decir que el ajuste por baja nominal de salarios –sin necesidad de una devaluación brusca del 30% como pide el FMI– ya está hecho con cierto gradualismo, el Plan Motosierra de Javier Milei o la desaparición de Ministerios y otras dependencias que proponen Horario Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich vendrían a castigar aún más a los estatales.
Pero sumemos a esta altura los datos que aporta otro centro de estudios que solemos consultar (por la calidad de las cifras que producen, no por sesgo ideológico): los economistas del Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía (MATE).
En una particular línea de tiempo se puede observar el nivel salarial registrado desde que asumió Néstor Kirchner en mayo de 2003 hasta marzo de 2023, pasando por los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner –donde alcanza sus valores más altos–, el declive notable durante el gobierno de Mauricio Macri y una caída que el Frente de Todos solo pudo ralentizar.
De hecho, la leve mejoría trimestral de 2023, donde los salarios efectivamente le ganaron a la inflación por un escaso 0,5%, no pudo evitar que el salario de marzo sea un 3% más bajo que el del mismo mes de 2022 y un 8% más bajo que el del último año de Macri. MATE agrega un dato con otro recorte temporal: si consideramos una década (marzo de 2013 a marzo de 2023), el salario perdió un 24%, que equivale a trabajar un año completo para cobrar solo nueve meses.
Pero habría que vencer la tentación de adjudicarle toda la responsabilidad al modelo pergeñado por Matías Kulfas (el único miembro del gabinete que tenía uno, basado en el desarrollo productivo con inclusión laboral, pero con salarios bajos). Sobre el modelo Kulfas diremos solo lo siguiente: es cierto que –como a toda la gestión de gobierno– lo azotó una pandemia y una guerra con impacto global en materia de energía y alimentos, pero la secuencia “primero crecemos productivamente, luego distribuimos mejor y los salarios se recuperan”, eso tan lógico de primero agrandar la torta para después distribuir, no funciona sin un Estado fuerte que distribuya cuando los términos del reparto sean profundamente desiguales.
Un reconocido blog del palo nacional y popular repite una frase tan ingeniosa como certera: si Perón, durante la campaña electoral de 1946, le hubiese propuesto a los miles de cabecitas negras y a sus votantes potenciales que primero había que desarrollar la industria pesada para luego mejorar salarios y condiciones laborales, si –tanguero como era el General– hubiese voceado los versos de Naranjo en Flor (que Virgilio Expósito había grabado dos años antes) para decir que “primero hay que saber sufrir” para después vivir dignamente del trabajo… probablemente nunca hubiese ganado las elecciones ni existiría el peronismo tal como hoy lo conocemos y Juntos por el Cambio detesta. La CGT tiene que asumir la parte que le toca.
La CGT, como la Iglesia Católica: llegar tarde también es llegar, pero puede que ya no alcance
Que nadie se ofenda: el papado de Francisco parece haberle impreso a la bimilenaria y esclerosada dogmática eclesial un ritmo “juvenil y desafiante”. Pero sigue llegando tarde a escenarios que requieren de reflejos y respuestas de otra caladura y perdiendo millones de ovejas a manos de pentecostales y neopentecostales.
La CGT debiera revisar el dogma de fe que les indica que una suma fija para recuperar salarios debilita las paritarias como herramienta de negociación colectiva y que ya le ha costado cuestionamientos internos (del Moyanismo y la Corriente Federal) y no hace mucho tiempo la pérdida de un atril, más simbólica que onerosa, pues en Mercado Libre cotizaba apenas en 100 mil pesos.
¿Era posible acompañar el crecimiento de la productividad y del empleo formal (con 33 meses consecutivos de recuperación) con el sostenimiento del salario real? El gobierno respondería que es lo que intentó al habilitar paritarias cortas y dinámicas y podría oponerse a impulsar una carrera desenfrenada de precios y salarios, pero la CGT debe ser consciente de que no puede responder como si fuese una dependencia gubernamental y que el “incremento de plusvalía relativa” requería de herramientas que despreció sistemáticamente.
La famosa reducción de la jornada laboral (actualmente el 30% de la fuerza laboral registrada está sobre-empleada), al igual que las paritarias permanentes, apenas moderaría el retraso inocultable de los salarios. Y la central obrera que llama a la unidad para la victoria debiera mensurarlo, antes de que los y las trabajadoras empiecen a valorar la dura frase de Raimundo Ongaro (CGT de los Argentinos): “Es mejor la honra sin sindicatos, que sindicatos sin honra”.
Te puede interesar