Alvarado, condenado a perpetua, actualmente preso en el penal de Ezeiza, parecía en ese momento no escuchar a su amigo –al que después, se sospecha, mandó a matar–, que reflexionaba como si estuviera dentro de un purgatorio, y no en el taller donde adulteraban autos robados. En la jerga le dicen “emponchar”.
Había sido el negocio de siempre de Alvarado, el que nunca había abandonado, a pesar de que la droga le aportaba mucha más plata. También el que lo llevó a la cárcel en 2012, por una investigación que nació en la zona norte de Buenos Aires y saltó el cerco de sus afinidades con jugadores de peso en la Justicia de Santa Fe.
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Argüelles insistió con esta idea romántica que sólo es parte de los guiones de las series y películas, pero que no tiene nada que ver con la realidad. “Dejá de matar porque esto es ojo por ojo”, susurró el mecánico. Ese diálogo lo contó en el juicio contra su exjefe el 24 de febrero de 2022. Alvarado sabía que nadie puede salir de ese mundo oscuro en el que él se movía a la perfección. ¿Por qué salir? Argüelles percibió en ese momento que sus consejos habían puesto de mal humor a su jefe. “Quién te dijo que yo quiero estar tranquilo”, le gritó Alvarado y lo empujó contra unas estanterías.
El plan de Esteban Alvarado para matar a Luis Medina
Los crímenes se multiplicaban en Rosario en esa época. Era imparable. Nadie estaba a salvo, ni siquiera su círculo más cercano, aquellos en los que había confiado y no lo habían traicionado. Alvarado hablaba que nadie podía faltarle el respeto. A su vez, una fuerte paranoia enceguecía a Alvarado. También a su socio, Luis Medina, vivo en ese momento. Era un instinto de supervivencia. “¿Quién te dijo que quiero estar tranquilo?”, le había dicho al mecánico. No podía estarlo. Parecía que podía ganar algo de tranquilidad al eliminar a su socio. Era una ley no escrita. Alguien tiene que morir. Todos tienen que morir. Y ese era Medina.
El negocio narco no se podía compartir. Alvarado no era original en su afán por buscar alcanzar el monopolio de la droga. Quería el control de todo. Ser el rey. Ese era el problema de Rosario. Todos tenían una misma aspiración imposible, porque detrás de la red del negocio de la droga estaba la policía, que no le importaba quién muriese. Aunque cambiaran los jugadores, el partido era el mismo.
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El jefe narco Esteban Alvarado, condenado a perpetua, actualmente está preso en la cárcel de Ezeiza.
El plan que ideó Alvarado para eliminar a Medina fue astuto, según reveló un hombre cercano a ambos. Era difícil pensar en algo tan rebuscado, pero simple a la vez. Dejó circular un rumor falso, que sabía que le iba a llegar a Medina, que en ese momento estaba alerta y pendiente de las novedades sobre Alvarado, que estaba preso en ese momento en la cárcel de Campana, donde –como declaró el oficial de la PSA Emilio Lencina en el juicio– era una especie de “oficina del crimen”, donde lo visitaba la mafia rosarina para tener emprendimientos nuevos o para cerciorarse de que las relaciones estaban bien, que no iba a correr sangre. Las lealtades eran frágiles en ese mundo.
Alvarado dejó correr la versión de que iba a matar a Darío “Oreja” Fernández porque lo había traicionado. Sabía que esa “condena informal” contra uno de sus protegidos, que lo vio crecer desde los 16 años, iba a causar efecto. Alvarado había entregado a su padre en una emboscada en una chatarrería en 2006 y quedó a cargo de ese pibe por ese cargo de conciencia.
Estaba seguro ese rumor que iba a llegar a los oídos de Medina. Era el hijo adoptivo de uno de sus mejores amigos, Víctor Oviedo, que había entregado en la chatarrería en seis años antes.
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“Él imaginaba lo que iba a pensar su enemigo, en este caso Medina”, relató un hombre que vivió de cerca ese momento y estaba cerca de ambos. Medina iba a llamar a Oreja y pedirle que esté con él, que sea su custodio. Nada mejor que tener cerca a alguien que tu enemigo quiere eliminar. Esa era la trampa perfecta para poder acercarse a Medina, con unos de sus soldados de confianza, un joven que mataba en su nombre sin titubear. Porque eliminar a su socio no era fácil.
Alvarado le había contado a Argüelles que Medina le debía 50.000 dólares y que después de que él había caído preso en la provincia de Buenos Aires no le había querido pagar. Volvía a aparecer la palabra “respeto”. El dinero era una cuestión secundaria, era de un cargamento de cocaína que había aterrizado en Santa Fe. El mecánico declaró diez años más tarde, en el juicio contra su exjefe, que Alvarado había matado a Medina y a su novia, a Justina Pérez Castelli, una chica de 23 años, que en algún momento antes también la había disputado Esteban.
Un crimen que fue un antes y un después
Medina se había distanciado de Justina unos meses antes de morir. Ambos vivían en una mansión en el country Haras de Pilar, cerca de la ruta 6, en la provincia de Buenos Aires. Medina se había alejado de Rosario por esa paranoia real a que lo maten fácilmente, como había sucedido con el jefe de Los Monos, Claudio “Pájaro” Cantero.
Vivía recluido en Pilar y prefería ir a Buenos Aires antes que a Rosario. Pero a fin de año debía regresar a su ciudad natal. Debía firmar unas escrituras de propiedades que para transferir a su expareja Daniela Ungaro, otra pesada. Esa fue la versión que hizo correr la policía después del crimen. La gente cercana que tenía Alvarado en la División Judiciales quizá hizo circular esa versión para sembrar hipótesis que se acercaran a su exmujer y se alejaran de su socio.
Medina había caído en la trampa. Antes de arribar a Rosario, llamó a Oreja Fernández para proponerle que fuera su custodio. Tenía 20 años y había desperdiciado la habilidad que tenía para esquivar los rivales en la cancha de Defensores de América. Los que lo conocieron hablan de que era un crac con la pelota. Desde chico se había transformado en el cadete de Alvarado. De “che pibe” pasó a sicario, un recorrido similar al que había tenido su primo Emanuel Sandoval, alias Ema Pimpi, que había participado junto a él en el atentado contra la casa del entonces gobernador Antonio Bonfatti.
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El 28 de noviembre de 2015, el cuerpo de "Oreja" Fernández apareció en un descampado en el barrio Rucci, en el norte de Rosario.
“El plan de Alvarado, tras mandar a matar a Luis Medina, su socio, a fines de 2013, fue que se quedaba con todo, después de que corrieran a Los Monos. Alvarado era mucho más fuerte que los Cantero, porque es más inteligente y sabe manejar todo desde la cárcel”, afirmó Mariana Ortigala, actualmente presa por asociación ilícita y tramar extorsiones de parte de Los Monos.
Esa noche del 30 de diciembre de 2013 Medina fue asesinado en el acceso sur de Rosario. Había cenado con Justina en un restaurante de La Fluvial, sobre la vera del Paraná. De allí se fue en su auto junto con su novia hacia el sur, al hotel Pullman del casino. Fueron acribillados a la altura del puerto.
El doble asesinato quedó impune. La certeza que rodea el homicidio es que sólo pudo matarlo de la manera en que lo hicieron alguien conocido, que pudo acercarse al auto y disparar sin que las víctimas tuvieran desconfianza y huyeran. La versión de que Alvarado ordenó a Oreja acercarse a Medina para matarlo tiene sentido, aunque nunca logró contar con las evidencias en la Justicia para sostenerlo.
San La Muerte y los rituales paganos
Casi dos años después, Fernández fue asesinado. El 28 de noviembre de 2015, el cuerpo de Oreja apareció en un descampado en el barrio Rucci, en el norte de Rosario. Su familia siempre creyó que su muerte fue “un vuelto de la policía”. Oreja acostumbraba a ausentarse por periodos largos, que podían durar hasta meses, según contó su familia. Pero siempre llamaba. Era su costumbre. El 3 de diciembre su hermana había hecho una denuncia por la desaparición de Oreja.
El cadáver del muchacho de 22 años estaba en la morgue del Instituto Médico Legal. El día anterior lo habían encontrado detrás del supermercado Makro. El cuerpo estaba escondido detrás de unos árboles. El cadáver que tenía un disparo en la parte izquierda de la cabeza le faltaban las orejas, una marca macabra que se iba a repetir con otros crímenes.
Oreja siempre había cumplido a rajatabla las órdenes de su jefe. Una de ellas fue cuando fue a matar a Santiago Pérez, un narco que se había hecho más conocido por su auto que por sus logros en el hampa. Se movía en un Peugeot 308 descapotable, que en el baúl le había puesto una calcomanía gigante de San La Muerte.
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El ritual pagano no lo protegió porque fue asesinado de cuatro balazos en el barrio Azcuénaga. Una de las hipótesis más firmes de aquel crimen, según los testimonios recolectados en la investigación judicial, era que Pérez sentenció su suerte cuando le faltó el respeto a una de las mujeres de la familia Alvarado.
Lo más llamativo fue que el cadáver que encontró la policía detrás del Makro le faltaban las orejas. Días más tarde esa parte del cuerpo de Fernández aparecieron en el jardín de un alto funcionario, que entendió el mensaje.