Soy una mujer afortunada, una privilegiada diría yo. Estoy, respiro, vivo de verdad. Hace no tanto tiempo atrás la vida muchas veces me pasaba por el costado sin que me diese cuenta: la dejaba pasar. Cuando apareció mi tumor en la boca siempre supe lo que era aunque no lo quise ver; me paralizó el miedo, hasta que los que me quieren me obligaron a enfrentarlo. Vinieron meses de incertidumbre y dolor, complicaciones, muchos miedos superficiales y dolor, más dolor. Una operación horrible que me dejó sin dientes y muchas ganas de que lo que me estaba pasando no fuera verdad. Y las cosas empezaron a salir mal. Y después muy mal.
En el momento exacto en que supe que tenía cáncer el mundo se me dio vuelta completamente. Lo primero que vino a mi cabeza fue lo más importante: que mis hijos sufrieran lo menos posible y que, llegado el caso, estén seguros y cuidados. Fue realmente la única vez que quise pensar en la muerte como posiblidad real. Unas horas después se lo conté a mi mamá y a mi papá. Las lágrimas de mi papá fueron todo lo que necesitaba para entender que más allá de mi dolor lo que más miedo me daba era el dolor ajeno y ahí decidí que eso no era algo que yo quisiese darle a los demás. Se terminó el llanto y elegí que no era así como lo iba a transitar. Me dejé abrazar. Me rodeé de amigos y de amor, me llené de chistes negros y de risa, y me obligué a seguir en una mentirosa normalidad.
Al tumor le pusimos "Juan Domingo"… Y hasta le hicimos un Baby shower en un bar. El día más difícil para mí fue cuando me tocó raparme; fue mucho más difícil de lo que había imaginado. Con mis amigas hicimos un álbum con distintos cortes y nos reímos hasta llorar. Igual, me dolía mucho porque ya estaba sin dientes. Me sentía un gordo pelado sin dientes, así lejos de toda sensualidad. La gente me iba a ver así, me iba a tener lástima; yo no quería eso. Pensé que me moría y nunca más nadie me iba a mirar ni tocar. Usé peluca dos días. Al tercero entendí que no era yo y la dejé colgada para siempre. Finalmente lucí mi pelada orgullosa, me compré unos aros enormes y decidí que no me importe nada.
Aprendí mucho de mí y de la vida. Me volví más fuerte y más valiente.
"Tengo cáncer pero el cáncer no me tiene a mí, es una circunstancia" — Me repetí eso cada día y me obligué a no dejar que me doblegue. Y me reí mucho de mí, y de los demás conmigo. Y lloré mucho, pero más por el amor que me dieron que por el cáncer. No quise dejar de trabajar y odié que me miren con pena porque, al final de cuentas, yo era la misma solo que un poco más averiada. Mientras tanto, disfruté de algunas ventajas que nadie te cuenta: la depilación impecable todo el tiempo; la gente que me dejaba pasar primero a todo; los mosquitos que olían el veneno en mi sangre y ni se acercaban a quererme picar. ¡Y hasta conseguí un descuento para comprar sábanas porque la gente creía que siempre podía ser mi último momento y no me la quería hacer pasar mal! Y un día toqué la campana. Cuando me di cuenta ya había pasado la quimio y estaba viva.
Lucí mi pelada orgullosa, me compré unos aros enormes y decidí que no me importe nada.
Al mes tenía un poco de pelo y ya me pude poner dientes. Aprendí mucho de mí y de la vida. Me volví más fuerte y más valiente. Me animé a decir cosas y permitir que me ayuden, subí a un escenario (pelada y sin dientes) y entendí de verdad que la vida dura un rato y que hay que animarse porque no sabés cuándo se va a terminar. Hasta te diría que me volví más tierna.
Finalmente creo que el cáncer es un gran maestro aunque no se lo deseo a nadie. Un año después tengo el privilegio de estar viva, llena de amor y de trabajo. Intento tener sueños nuevos siempre y me recuerdo todo el tiempo que lo mejor que puedo hacer es que cada día tenga sentido, dar gracias y vivirlo un poco más. Me costó mucho sentarme a escribir esto, varios meses para ser más exacta. Lo escribí por mí, para exorcizar este paseo por el cáncer, pero también con la esperanza de que esta travesía reconforte a quienes lo necesitan de verdad. De nuevo: gracias. Gracias por el amor, por enseñarme y por regalarme una nueva oportunidad.
Me animé a decir cosas y permitir que me ayuden, subí a un escenario (pelada y sin dientes) y entendí de verdad que la vida dura un rato y que hay que animarse porque no sabés cuándo se va a terminar.
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