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Elecciones 2019 | Alberto Fernández | Mauricio Macri |

Mauricio Macri y Alberto Fernández, interlocutores centrales de la grieta que viene

El cómodo triunfo del candidato del peronismo le asegura una fuerte legitimidad de origen. Pero el alto nivel de votos que conservó el presidente lo coloca como figura central de la oposición. Ambos serán protagonistas centrales del intercambio político en una Argentina agobiada por su endeudamiento, inflación y recesión. El triunfo de Macri en Santa Fe implicó fuertes desplazamientos en su favor de votantes de Perotti y Lifschitz.

El triunfo en primera vuelta del Frente de Todos confirmó las proyecciones de las Paso celebradas hace dos meses pero con algunas emociones que cortaron la respiración en el campamento de Alberto Fernández y alimentaron por un ratito al menos la ilusión de Mauricio Macri de llegar al ballottage.

Eso no ocurrió porque el candidato del peronismo se consagró al captar tres puntos más que el 45% exigido para vencer en primera vuelta. No obstante el 40% logrado por Mauricio Macri restituyó una fuerte polarización al proceso electoral que ni los propios dirigentes de Juntos por el Cambio esperaban.

El presidente dejará la Casa Rosada con un soplo de vigor que lo instala como figura central de la escena política, indiscutible líder de la oposición y firme contrapeso del gobierno entrante. Ya con sus roles definidos, los protagonistas centrales de la grieta que viene empezarán a tantear el devenir inmediato, tiempos difíciles según el presidente electo, cuando hoy se junten a desayunar en la Casa Rosada.

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El soplo de incertidumbre que por un momento flotó durante el conteo no descuenta para Alberto Fernández el valor de una victoria amplia e inobjetable. En un acto electoral limpio, en el que participó el 80 por ciento del padrón, el candidato del peronismo consiguió casi uno de cada de dos votos y aventajó por ocho puntos a su principal rival. Llegará a la Casa Rosada con una fuerte legitimidad de origen en un contexto de derrumbe económico y plagado de restricciones.

La apuesta política de Cristina Fernández de Kirchner que le ofreció el primer lugar de la fórmula obtuvo convalidación como una estrategia política original e ingeniosa que logró recomponer a las distintas partes del peronismo y aliados que le dieron a ella el 54% en 2011. Al mismo tiempo logró con la imagen de Fernández, un dirigente político que combina en dosis semejantes moderación y personalidad, un candidato idóneo para la captación de voluntades muy diversas.

Alberto asumió una centralidad robusta en la campaña. Rápidamente desbarató la idea de ser un “Chirolita” de Cristina. Uno de sus primeros gestos fuertes, que connotaron independencia de acción y criterio, fue acudir a una entrevista con Clarín, el multimedio fuertemente enfrentado con el kirchnerismo, para sentar con fuerza la idea un cambio de relación.

Ni todo el que está en el kirchnerismo es corrupto ni cada periodista del medio ejerce el periodismo de guerra, fue la síntesis que propuso, no desde un lugar de fragilidad sino con autoridad de ánimo. Siempre discutió de política en base a ejes sensatos. En una entrevista reciente Beatriz Sarlo, implacable opositora al kirchnerismo, dijo que Alberto Fernández le confirmó en ese diálogo su inteligencia. “No podría referirme a otras cualidades porque parece un hombre discreto que no pone en escena todos sus recursos, ni los buenos ni los malos. Sabe callar y sabe hablar con un ejercicio impecable de la oportunidad”, dijo.

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El presidente entrante afronta el presente ruinoso que le dejará el gobierno de Cambiemos. Asumirá con vencimientos inmediatos de una deuda de 100 mil millones de dólares contraída por Macri en tres años, primero en los mercados voluntarios de crédito y luego con el FMI, parte en default. Afronta una economía en recesión por segundo año consecutivo, con la caída del consumo hasta en artículos de primera necesidad como la leche, con la desocupación al 10 por ciento y el precio del dólar desbocado por una demanda que genera una imparable fuga de reservas. Desde mañana el gobierno restringirá forzosamente el control de cambios de diez mil a 200 dólares como máximo de compra mensual para ahorro.

Macri se retira sin poder exhibir una sola variable económica positiva en cuatro años de mandato. La semana pasada el diario liberal inglés Financial Times, que saludó con fervor su triunfo en 2015 como un freno al populismo, calificó a su gestión como un fiasco, y sostuvo que el FMI fue forzado por el descalabro argentino a repensar sus estrategias, después de otorgarle el préstamo stand by más grande de la historia del organismo.

Los indicadores de la última semana fueron apabullantes. El Central dejó salir reservas por 3.950 millones de dólares. La inflación en septiembre llegó a 6 puntos y el dólar a 68. Pero el panorama recesivo y la perspectiva barranca abajo no impactaron en el desempeño de, como tituló El País de España ayer, un presidente casi desahuciado.

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El 40 por ciento que terminó cosechando Macri es una proeza que por semanas desafiará los análisis políticos. Es cierto que su gestión acabó por ser impopular con la porción del electorado que en 2015 lo acompañó para colocarlo en la presidencia. Macri conspiró contra el sector que propició una alternancia por múltiples motivos, con promesas de mejor institucionalidad, bienestar económico, dólar estable y eliminación de la inflación.

Pero a 40 días de su esplendor electoral, en 2017, lanzó una reforma que afectaba los ingresos de la mayoría de los jubilados, y que implicó la primera de una serie de medidas que asfixiaron a esos sectores medios. Los tarifazos de servicios como luz y gas asfixiaron a la industria y al sector doméstico. La irrefrenable suba del dólar se trasladó a los precios de una inflación imparable. Y el mecanismo elegido para anclar las divisas fue el aumento de letras en pesos que llevó a las tasas de interés al 70 por ciento. Esas tasas hicieron imposible el acceso al crédito para el sector manufacturero, desfinanciación que se tradujo en suspensiones y despidos.

Este esquema de inflación anual del 58 por ciento, con 300 por ciento en el total del mandato, y con la pobreza llegando al 40 por ciento en diciembre hacía imposible un triunfo de Macri. Pero el milagro de Juntos por el Cambio fue mantener la adhesión de las franjas que acompañan posiciones de centroderecha. Y en eso fue notorio la homogeneidad del comportamiento en las áreas centrales del país. Los distritos con mejores índices de desarrollo humano, a excepción de Buenos Aires, se volcaron por el presidente de una manera sorprendente. Fue la cohesión de un voto ideológico muy vigoroso que implicó triunfos de Macri en Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe, ciudad de Buenos Aires y Entre Ríos. La excepción fue provincia de Buenos Aires donde el voto del conurbano hizo abrumadora diferencia en favor de Alberto Fernández. Esa provincia fue para el peronismo lo que Córdoba fue para Cambiemos en 2015. Fernández le ganó a Macri por 2 millones de votos. En territorio bonaerense Alberto superó a Mauricio por 1.500.000 de votos.

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Santa Fe fue el primer escenario que despabiló de un golpe a los peronistas. A eso de las 20.30 el socialismo indicó que sus mesas testigo indicaban un triunfo de Macri por 43 a 42 sobre Fernández. Esas cifras, que se corroborarían en el escrutinio, instalaron el asombro. En las Paso del 11 de agosto el peronismo había superado por 10 puntos al macrismo. Pero ahora Macri consiguió al menos aquí tornar realidad el eslógan. “Lo damos vuelta”. Eso pasó.

¿Por qué pasó? ¿Qué movilizó semejante cambio? Un puñado de conclusiones apuradas por un cierre exigente no deben dejar de lado el fundamental peso de las dos principales ciudades de la provincia en la remontada. Rosario y Santa Fe votaron muy fuertemente por Macri. La mayor ciudad provincial consolida algo que no es sorpresa. El Concejo Municipal tiene nueve ediles macristas. En Santa Fe el intendente José Corral fue el primero en saludar la victoria de Cambiemos.

Pero en un dominio de lealtades móviles, con votos que se desplazan según los niveles a escoger, tampoco es inconcebible lo ocurrido. La unidad peronista que hace dos meses llevó al triunfo a Omar Perotti contiene en su heterogéneo campo de alianzas a sectores que reniegan del kirchnerismo y que tienen en el espacio macrista una corriente amigable. De hecho Perotti, que hoy integra en un lugar destacado el espacio de decisiones de Alberto Fernández, nunca quiso pronunciarse en su campaña a gobernador por su preferencias presidenciales, sabedor de que podía cosechar votos tanto en las filas de uno como de otro. Claramente hubo votantes de Perotti que optaron por Macri.

Más evidente es que un electorado que es fiel al Frente Progresista hizo lo mismo. En agosto Roberto Lavagna, la opción de la mayoría socialista, sacó en Santa Fe casi el 13 por ciento de los votos. Ahora ese registró cayó 4 puntos que nutrieron la trepada con que Macri ganó la provincia.

El escenario resultante redibuja todos los tableros pensados hasta anoche. Alberto Fernández es el presidente electo con un caudal de votos que lo inviste como un presidente fuerte. Pero el que le traspasa el mando quedará plantado con un vigor mayor al que sus adherentes más entusiastas esperaban. Lo que Macri pierde como figura política por una crisis económica arrasadora lo compensa al ser el beneficiario exclusivo de votantes de una consistente fidelidad ideológica.

Ninguna de las dos mayores figuras de su partido, el PRO, están en condiciones de desafiarlo. María Eugenia Vidal por haber quedado 14 puntos abajo de Axel Kicillof. Horacio Rodríguez Larreta triunfó por demolición en ciudad de Buenos Aires pero tiene visibilidad en un solo distrito. El final del trámite electoral deja en el paisaje político argentino a dos hombres fuertes. A Alberto Fernández, con números holgados y de manera previsible, en el sillón de Rivadavia. A Mauricio Macri, como un sobreviviente inesperado, como líder de la oposición.

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