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Deportes Colón |

Las carabelas de la historia

El Club Atlético Colón cumple 116 años. Puede ser que existan tantos años como sueños sin destinos, como Colón o el abuelo un día salieron de algún puerto y aún no caen que llegaron, y tampoco saben que están yendo, porque "la leyenda siempre continua...".

Con sus verdades afiladas el pueblo corta la noche, le arranca el corazón para ofrecerlo a todos esos dioses paganos que cuidan fantasmas en un “Cementerio de elefantes” que de la muerte hizo un corso de ritos y colores el día que parecía se acababa el fútbol, cuando perdió su invicto el Santos de Pelé.

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El 10 de mayo de 1964, Colón derrotó al famoso Santos de Pelé, uno de los mejores equipos del mundo, ese día el estadio Sabalero se gano el apodo de “Cementerio de Elefantes”.

El 10 de mayo de 1964, Colón derrotó al famoso Santos de Pelé, uno de los mejores equipos del mundo, ese día el estadio Sabalero se gano el apodo de “Cementerio de Elefantes”.

Cruzando el puente Carretero va flotando la niebla del Salado que un día tapó los techos de Barrio Chalet, subió por J.J.Paso hasta los arcos de la cancha que sirvió como dique para salvar algunos pisos y muchas vidas del Fonavi. De esas ventanitas, viene como un humo difuso el sonido vago de una cumbia proletaria, que baila descalza sobre la arena barrosa de una ribera en sombras de grafito y pobreza. Nada los hace más dichosos que una “previa” en la Legislatura, todes locos por Colón.

La luna apoyada sobre un colchón de nubes se pregunta: ¿habrá sido el aletear de algún coro de banderas acariciando la piel del aire, o un descuido de los ríos?, mientras escondidos en el terraplén sur, pescadores y obreros herían en el vientre a las estrellas para que derramen sus luces y estalle la pólvora de un fuego popular y eterno.

Carabelas doblan las esquinas con los ojos cerrados viendo sabaleros arder en cada campito, en cada bar, en cada lengua, para decir el sufrimiento que viene lamiéndole las espaldas a esta comarca desesperada por entrar en celo otra vez vestida con esas telas de sangre que cubren las calles de un misterioso luto. Han pasado 116 años, la historia sabe que la pasión al fin satisfecha, tras el tendal oscuro de un eclipse total, entregó su corazón y se hizo de Colón.

Todo empieza con una buena decisión y una promesa. Así fue que entre aquellos primeros años de la década del '40, Don Francisco Ghiano entre los arenales y el incipiente crecimiento del barrio Centenario decidió que ahí había que construir esa orgullosa inspiración de presente y futuro con sede y estadio.

Exquisitos y burlones de repente los vicios del tiempo antojados de delirio, iluminaron los deseos y la lucha de Don Itálo Giménez, Quijote rojinegro, quien junto a un puñado de héroes locales y otros uruguayos, hicieron despertar un día de 1965 a la ciudad en Primera División. Se quebraron todos los sentidos de la historia del fútbol de Santa Fe. Zumbidos furiosos, crujidos desafiantes, desprendimientos desgarradores, metamorfosis palpables, fascinaciones inevitables y placeres en cada pedazo de recordación. Colón llegaba al fútbol grande y en sus carabelas cargaba la mística de un sentimiento digno de pretender su lugar en el fútbol argentino.

El viento despierta las cenizas, saca belleza de los reflejos y salpican los recuerdos como si fueran olas dulces de un temporal golpeando las puertas de los barrios que hoy se abren de par en par como un aleteo escamoso. Memorias de un equipo y una generación de inolvidables jugadores, bailan y están vestidas de gala. Con ellas salen como una fábula a volar todos los sábalos memoriosos de la orilla al calor de aquel cuadro del 75 que juntó el “Gitano” Juárez.

Aunque la gloria siga ahogada en la garganta y aunque esta paz sin descensos sepa que allá adelante espera siempre otra batalla, ese sueño estará ahí, soñando, como aquella vez el uruguayo Marcelo Saralegui, tras el pase del “Bichi” Fuertes, cuando llegó ese gol entre una penumbra de luz vaporosa en la cancha de Lanús. Colón llegaba a América y nuevas épicas se abrazaron al alcohol del aliento de miles de gritos que después rogaban por cada penal que atajaba Burtovoy en Paraguay. Los cuartos de final de la Libertadores, ya eran otro cielo por quemar.

Colón en Santa Fe es un poder con poder y José Vignatti llegó para ejercerlos, luego se alejó para tomar distancia y volvió para cambiar otra vez la historia desafiando siempre al sistema.

Es posible que nada haya sido igual sin el dolor de los penales en Córdoba para que después llegue ese golazo de “Chupete” Marini en Tucumán y ascender hacia otra era, una era internacional y tan imponente como el renovado Brigadier López.

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Es posible que hayan sido necesarias 40 mil almas peregrinando como si ese sueño de la Sudamericana fuese el Monte Sinaí. Es posible que haya sido preciso que el “Bichi” hiciera todos los goles y que para estos tiempos de mercados difíciles, haya llegado a este cementerio la magia más viva que nunca, en los goles del “Pulga”, para que el destino al rascarse la barba entienda que la revolución es la misma justicia revelada en la pasión.

Por los que ya no están; la Chiva, Poroto, Motoneta, Cococho, El Ploto, el Huevo y tantos más apodos cargados de honores que no necesitan que se los nombre, por ellos el cielo se haría de Colón y entendería las plegarias de este infierno y la eternidad se terminaría de dar cuenta que Colón alguna vez tiene que llegar. Para una historia deportiva todo es preciso, para la emoción, todo lo que hasta hoy ha sucedido quizás haya sido suficiente y ya no haga falta nada más.

Colón es la sangre dentro de las venas, un pedazo de tierra que vale la pena, los brazos que sostienen trapos, la espina dorsal de un pueblo poseído por su escudo sagrado. Está todo escrito en las estelas que vienen dejando las Carabelas de la historia.

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