Eran otros tiempos, donde la seguridad de los autos y los circuitos donde se presentaba la Fórmula 1 no eran, ni por asomo, como las actuales. Los chasis y los cockpits no contaban con las protecciones que aseguraran que, ante un accidente, el piloto no sufriera lesiones graves.
Por eso, las medidas de 1977 para preservar las vidas de los mismos (junto con las de quienes trabajaban y circulaban por los boxes, y hasta las de los espectadores) ahora serían absolutamente inaceptables.
No hay comparación posible entre las existentes más de cuatro décadas atrás, y las del presente, como los habitáculos, que son células prácticamente indestructibles; los cascos, el Hans (un dispositivo que, mediante correas unidas al casco, evita que la cabeza del piloto golpee contra las paredes del cockpit en caso de accidente); las prendas ignífugas y, desde 2018, el halo (la pieza de 20 kilos de titanio adosada a los autos para proteger la cabeza del conductor).
Y, lo que sucedió hace hoy 47 años en el circuito de Kyalami, donde se disputaba el GP de Sudáfrica, la 3ª fecha de la temporada de la categoría, quedó en la historia porque en el mismo se produjo la muerte más escalofriante –y absurda, por lo totalmente evitable que era– de un piloto en un Gran Premio.
Ese fatídico sábado, se perdieron dos vidas: la de Tom Pryce, de 27 años quien, a pesar de conducir un auto que no era de punta, su talento le auguraba un promisorio futuro en la butaca de una escudería top; y la de Frederik Jansen van Vuuren, de 19, que fue embestido a más de 270 km/h por el piloto galés cuando el joven bombero cruzó la pista.
Cuesta encontrar un calificativo para describir estas dos muertes y, tras esta inconcebible tragedia, la Fórmula 1 dispuso una serie de medidas para mejorar la seguridad, la que ese fatídico día brilló por su ausencia en el trazado ubicado a 25 kilómetros al norte de Johannesburgo.
Quería ser piloto
Thomas Maldwyn Pryce nació el 11 de junio de 1949 en Ruthin, condado de Denbighshire, Gales. Hijo de Jack Pryce –que era policía de dicha ciudad y había servido en la Royal Air Force como artillero de cola de bombarderos Lancaster–, y la enfermera Gwyneth Hughes.
Apodado Mald desde su niñez, su pasión por los autos se manifestó cuanto tenía solo 10 años tras aprender a manejar con la camioneta de un panadero y, poco después, les dijo a sus padres que quería ser “piloto de carreras”.
El ídolo de su juventud fue el inolvidable Jim Clark, bicampeón de la Fórmula 1 en 1963 y 1965 y, una de las mayores amarguras de esta etapa de su vida la provocó la trágica desaparición del escocés, cuando este murió el 7 de abril de 1968 en Hockenheim, Alemania, mientras disputaba una prueba de Fórmula 2.
Tom dio sus primeros pasos en el automovilismo cuando tenía 20 años, y lo hizo en el circuito de Mallory Park de la mano de Trevor Taylor, quien fuera coequiper en Lotus de Clark en las temporadas de 1962 y 1963 de la Fórmula 1.
Luego de un paso por la Fórmula 5000, Pryce pasó a competir con un Lotus 51 de la Fórmula Ford en el campeonato Crusader, que auspiciaba el diario Daily Express, donde participaban alumnos de escuelas de pilotos y que se desarrolló en los circuitos de Brands Hatch –donde debutó– y Silverstone.
"Cada carrera costaba 35 libras (esterlinas), pero vendí mi Mini y mis padres me ofrecieron toda la ayuda que pudieron”, recordaría Pryce sobre sus inicios.
Tom se coronó en el certamen con una brillante actuación manejando bajo una torrencial lluvia –condición donde el galés siempre se destacaría– en Silverstone y, de yapa, se quedó con un Lola T200 de Fórmula Ford valuado en 1500 libras, que le regaló Sir Max Aitken, un piloto de combate canadiense-británico y as de la Segunda Guerra Mundial.
Pryce se mudó a West Kingsdown, cerca del circuito de Brands Hatch y, en 1971, compitió en la Fórmula 100(con autos deportivos livianos con motores de 1300 cc) y, al igual que lo hiciera con monopostos, también demostró sus grandes aptitudes conductivas en autos de turismo al alzarse con un nuevo campeonato.
Tom saltó a la Fórmula Super Vee y condujo un Royale RP9 del equipo Rumsey Investments y, en 1972, debutó en la Fórmula 3, ahora con un Royale RP11 de la misma escudería.
Con este auto, Pryce dio que hablar ya que, con otra superlativa labor, ganó la que fue la antesala de la Carrera de los Campeones –una competencia no puntable de la Fórmula 1–, que se disputaba desde 1965 en Brands Hatch.
Pero no solo eso: les ganó por un campo a pilotos experimentados en esta categoría, como lo eran los británicos Roger Williamson y James Hunt, y el alemán Jochen Mass.
Ese mismo año alternó sus presentaciones en la F3 con las de la Fórmula SuperVee (“donde gané casi todas las carreras en las que participé”, recordaría) y, además, se lució al marcar la pole con un auto del equipo oficial Royale de la Fórmula Atlantic y llevarse la victoria en Brands Hatch.
En 1973 ganó otras tres carreras de la Fórmula Atlantic y, posteriormente, se sumó al equipo Rondel Racing de Fórmula 2, que dirigía Ron Dennis. Para cerrar un muy buen año, Pryce fue galardonado con el premio Grovewood (más un cheque de 1000 libras), que se entregaban anualmente a las jóvenes promesas y revelaciones de la temporada.
El talentoso galés había demostrado sobradamente su valía y, por eso, el paso siguiente fue sumarse a la máxima categoría del automovilismo mundial.
Su salto a la Fórmula 1
Tom Pryce debutó en la Fórmula 1 en el GP de Bélgica de 1974, la 5ª fecha de esta temporada, que se disputó el 12 de mayo en el circuito de Nivelles, y lo hizo con el recién creado equipo Token, creado por Tony Vlassopulos, un abogado hijo de un armador griego, y Ken Grob, presidente de Alexander Howden, una aseguradora londinense.
Con el respaldo económico de Titan Properties, el galés ocupó la butaca del Token RJ02-Ford Nº 42, con el que abandonó en la 66ª vuelta tras colisionar con el Tyrrell 007-Cosworth del sudafricano Jody Scheckter quien, a pesar de este toque, finalizaría tercero.
Esta sería la única prueba que el galés integraría este equipo ya que, a partir de la 8ª fecha –el GP de Holanda, en Zandvoort, y las siete siguientes hasta finalizar la temporada–, competiría con un Shadow DN3-Cosworth, y cuyo mejor resultado fue un sexto puesto en el GP de Alemania, en Nürburgring, sumando un punto para el certamen.
Pryce fue contratado por Shadow como reemplazo del británico Brian Redman quien, a su vez, había sustituido al estadounidense Peter Revson, que había fallecido trágicamente el 22 de marzo de 1974 en el circuito de Kyalami (el auto se estrelló contra el guardarrail de la curva 2, llamada Barbeque Bend, y se incendió) mientras realizaba unas pruebas de cara al GP de Sudáfrica, que se disputó ocho días después.
Pryce lograría en 1975 su única victoria en la categoría, aunque en una prueba no puntable para el certamen. Fue el 16 de marzo, cuando se impuso en la Carrera de los Campeones (Race of Champions) en Brands Hatch donde, tras largar desde la pole con su Shadow DN5-Cosworth, brilló con su manejo en condiciones muy difíciles de la pista, ya que había nevado hasta poco antes de la largada.
Tom completó las 40 vueltas escoltado por el norirlandés John Watson (Surtees TS16-Ford) y el sueco Ronnie Peterson (Lotus 72E-Ford). A la fecha, esta es la única carrera de Fórmula 1 ganada por un galés.
El 17 de agosto del mismo año lograría un excelente tercer puesto (tras largar 15º) en el GP de Austria, en Österreichring, detrás del italiano Vittorio Brambilla (March 751-Ford) y el británico James Hunt (Hesketh 308-Ford).
Como se corrió bajo una lluvia torrencial, la prueba se detuvo en la 29ª vuelta y otorgó la mitad de los puntos. Además, fue el único triunfo de Brambilla en su trayectoria y que, insólitamente, al cruzar la meta soltó el volante y levantó los brazos para festejar, pero perdió el control del auto y se estrelló contra el guardarrail.
Pryce obtuvo el segundo (y último) podio de su carrera el 25 de enero de 1976, en el GP de Brasil, en Interlagos, San Pablo, donde escoltó al austríaco Niki Lauda (Ferrari 312T) y el francés Patrick Depailler (Tyrrell 007-Ford).
También finalizaría cuarto en los GP de Gran Bretaña, en Brands Hatch, y de Holanda, en Zandvoort y, en total, sumaría 10 puntos en la temporada.
Su horrible muerte
Desde su debut, Pryce había disputado 41 carreras y, aunque sus números indicaban una pole y una victoria (aunque en prueba no puntable) y dos podios (con sendos terceros puestos), sus dotes conductivas –evidenciadas al sacarle agua a las piedras con un auto inferior respecto a los de los equipos más fuertes– y enorme potencial lo hacían reconocido en el ambiente de la categoría.
“Con un Lotus, McLaren o Ferrari (las escuderías de punta de esa época) Pryce sería campeón”, afirmó Tony Soutghate, el diseñador jefe de Shadow al ponderar el talento al volante del galés, que ya había arreglado su pase a Lotus para 1978, temporada en la que los autos de Colin Chapman dominarían el certamen de Pilotos y Constructores.
Pero, el destino, dispuso que el paso de Pryce por este mundo llegara a su fin de un modo escalofriante.
En las dos primeras fechas de la temporada 1977, en Argentina y Brasil, el galés abandonó (aunque en Interlagos había llegado a ubicarse segundo) y, por eso, iba por su revancha en el GP de Sudáfrica, que era el capítulo siguiente en el calendario.
El 2 de marzo, el miércoles previo a la carrera, hubo una sesión de ensayos, donde Pryce fue el más veloz bajo la lluvia (su marca registrada). Pero no pudo repetir su gran trabajo el viernes 4, en la clasificación (realizada en piso seco) y, por eso, largaría 15º la última carrera de su vida, porque quedó a 1”15/100 del poleman, James Hunt.
El sábado 5 de marzo, Tom no largó bien y, al final de la primera vuelta, marchaba último con su Shadow DN8-Cosworth Nº 16, aunque rápidamente comenzó a recuperar posiciones: en el segundo giro superó al estadounidense Brett Lunger (March 761-Ford) y a su coequiper, el italiano Renzo Zorzi y, en el siguiente, hizo lo propio con en el brasileño Alex Dias Ribeiro (March 761-Ford) y el holandés Johan Gerard (Boy) Hayje (March 761-Ford).
Tal fue su avance que, en la 18ª vuelta, el galés había ascendido del 22º al 13º puesto.
En el 22º giro, Renzo Zorzi (quien marchaba 19º) detuvo su Shadow casi frente al muro de boxes. Como la recta principal (que medía 1300 metros) del antiguo circuito de Kyalami tenía una gran desnivel, el italiano lo hizo pasando la curva 9 (llamada The Kink, y la última antes de la línea de meta), que era en ascenso hacia a derecha y donde más delante también había un puente peatonal que atraviesa la pista.
El DN8 de Zorzi presentó un principio de incendio en el motor por problemas en la bomba de combustible y, tras unos segundos donde finalmente pudo desconectar el tubo de oxígeno de su casco, el piloto abandonó el auto.
Pero esto desencadenaría una tragedia literalmente horrorosa por una gravísima falla de seguridad. Los organizadores del GP sudafricano reclutaron a los auxiliares de pista ¡por un aviso! Y, dos de los que respondieron a la convocatoria (y finalmente fueron aceptados) fueron Frederick Jansen van Vuuren, de 19 años, que trabajaba como maletero en el aeropuerto de Johannesburgo, y Bill William, un chapista de 25.
Esta improvisación y falta de profesionalismo serían clave para lo que estaba por suceder. El jefe de los comisarios, George Witt, había dispuesto que, en caso de incendio, dos auxiliares debían concurrir al lugar y, en caso de que los extintores de la primera pareja no fueran efectivos, otros dos intervendrían como respaldo.
Cuando vieron que las llamas asomaban en la parte trasera del auto de Zorzi y, sin una autorización expresa, William y Van Vuuren –quienes estaban en el lado opuesto, sobre el pitwall– decidieron intervenir y comenzaron a cruzar la pista.
En ese momento y, a la altura de la curva The Kink, el alemán Hans-Joachim Stuck (March 761B-Ford), quien se ubicaba 12º) y Tom Pryce (13º) llegaron a la cima de la elevación de la pista, desde donde comienza el descenso hacia la recta principal.
Todo sucedió en muy pocos segundos: Stuck vio a William y a Van Vuuren e, instintivamente, volanteó hacia la derecha para esquivarlos, lo que logró; pero como Pryce venía muy cerca del alemán no los vio y, por ende, fue prácticamente imposible que los eludiera.
William se salvó por milímetros de ser embestido por el galés, pero este atropelló a más de 270 km/h a Van Vuuren, que murió en el acto y cuyo cuerpo –literalmente desintegrado– cayó frente a Zorzi y William. Para reconocer su cadáver, Witt reunió posteriormente a todos los auxiliares que trabajaron en la carrera y, sobre la base del único ausente, dedujo de quién eran los restos.
Pero el drama no terminó aquí: el matafuego de 18 kilos que llevaba Van Vuuren se estrelló contra el casco blanco, con cinco líneas verticales negras, de Pryce (se lo arrancó y el mismo cayó varios metros más adelante, al costado de la pista) antes de golpear la barra antivuelco del Shadow.
La fuerza del impacto fue tal, que el extintor voló por encima de la tribuna adyacente y cayó sobre un auto en un estacionamiento ubicado detrás de la misma.
El brutal golpe dobló hacia atrás la cabeza de Pryce con tal fuerza que, el cráneo, se separó de la columna vertebral y se abrió la parte delantera del cuello. Realmente, espantoso.
Con el galés ya muerto, pero con su pie derecho aún sobre el acelerador, el Shadow continuó a toda velocidad su descontrolado andar durante unos 700 metros. Primero se despístó por la derecha; luego rozó el guardarrail del mismo lado, chocó contra una entrada de vehículos de emergencia y, nuevamente, se dirigió hacia la pista, donde a la altura de la primera curva, llamada Crowthorne, chocó al Ligier JS7-Matra del francés Jacques-Henri Laffite, que ocupaba el 14º puesto.
Finalmente, ambos terminaron contra un muro de hormigón envueltos en las catch fences (que eran unos alambrados, o mallas metálicas, que se utilizaban para detener a los Fórmula 1 en esa época) y, cuando el sorprendido Laffite, quien resultó ileso, se bajó de su auto y se acercó al Shadow de Pryce, solo alcanzó a esbozar una mueca de asombro y horror al ver a su colega semidecapitado.
Este desastre provocó que se introdujeran medidas para mejorar sensiblemente los estándares de seguridad –tanto en los autos como en los circuitos–, y por los que hay que velar permanentemente, ya que son y serán siempre la máxima prioridad.
Entre otras modificaciones, se revisaron y renovaron los protocolos a ejecutar en caso de incendios, el diseño de cascos, circuitos y barreras de protección, y el accionar de los comisarios, banderilleros y auxiliares de pista.
A pesar del devastador saldo del accidente, la carrera ¡no se suspendió! Y, tras78 vueltas, el ganador fue Niki Lauda con una Ferrari 312T –su primera victoria tras el gravísimo accidente que casi le costó la vida el año anterior en Nürburgring, y que en ese 1977 conquistaría su segundo título en la Fórmula 1– que, en el podio, dijo acongojado: “No hay nada que festejar, porque murieron dos personas”.
Los restos de Pryce fueron sepultados en la iglesia anglicana de San Bartolomé, en Otford, cerca del distrito de Sevenoaks, en Kent, Inglaterra, la misma donde se había casado dos años con Fenella Warwick-Smith (a la que todos conocen como Nella), y a quien había conocido en 1973 en una disco de ese pueblo.
Así como Pryce lloró al conocer la muerte de su ídolo, Jim Clark, hubo alguien que no pudo contener las lágrimas al enterarse de la suya. Era un adolescente de casi 17 años que admiraba al talentoso galés por lo veloz que siempre era manejando bajo la lluvia y que, años después, también daría cátedra sobre cómo conducir un Fórmula 1 en esas condiciones.
Ese joven era Ayrton Senna da Silva.
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