José Meiffret, el monje que a pura determinación se convirtió en el ciclista más rápido del mundo
Tras sortear innumerables avatares en su vida —donde llegó a estar al borde la muerte por un gravísimo accidente, tras el que se recluyó en una abadía trapense— se sobrepuso absolutamente a todo y, el 19 de julio de 1962, el deportista francés se convirtió en el primer hombre de la historia que superó los 200 km/h sobre una bicicleta, al registrar 204,778 km/h en cercanías de Lahr, Alemania.
Con una firmeza y determinación blindadas, José Meiffret le demostró al mundo que la fuerza de voluntad realmente podía mover montañas. Culto, profundamente religioso y altruista, siempre soñó con ser el ciclista más rápido del planeta y, a puro coraje, lo logró.
Hijo de un escultor y una modista, José Meiffret nació en Boulouris, una pequeña localidad de la región de Saint-Raphael, en la Costa Azul de Francia, el 27 de abril de 1913. Tras perder a su padre cuando tenía un año y, a su madre, a los 11, fue criado por su abuela en Niza, donde se había establecido la familia.
Fue su tío Jacques —hermano de su padre—, quien en 1895 se había consagrado campeón de velocidad y media distancia, el que le inculcó la pasión por el ciclismo.
Incluso, cuando Paul Ruinart, por entonces director Deportivo del renombrado Vélo Club de Levallois-Perret, le regaló una camiseta del club, avivó aún más la incipiente relación de José con el mundo de las dos ruedas y los pedales.
Su primera gran desilusión llegó cuando la Junta de Revisión de los exámenes que presentó para cumplir con el Servicio Militar lo aplazó por “debilidad muscular” dada su pequeña complexión, ya que medía 1,62 metro y pesaba 59 kilos.
Un mal trago semejante habría desanimado a muchos otros que aspiraran a competir en el más alto nivel pero, por el contrario, José se entrenó duro para progresar y convertirse en el ciclista que soñaba ser.
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José Meiffert vivió para superar retos. Cuando en 1950 batió el por entonces récord mundial de velocidad al alcanzar los 175,76 km/h y convertirse en el hombre más rápido del mundo en bicicleta, inmediatamente se planteó el siguiente desafío, aún más duro: superar los 200 km/h, lo que lograría 12 años después.
Pero, una vez más, debió sortear otro obstáculo. Un día le manifestó a su abuela –que siempre había desaprobado la pasión de su nieto por el ciclismo– sobre los persistentes dolores que sentía en su pecho y, cuando fue al médico, este detectó una afección cardíaca y le prohibió andar en bicicleta.
Esto representó una auténtica catástrofe para José quien, con 20 años, se tomó muy mal la prescripción del cardiólogo, porque este diagnóstico lo condicionaba para triunfar en un deporte en el que se necesita una inmensa fortaleza física y mental y, sobre todo, una muy elevada confianza en las propias condiciones.
Su depresión era tan profunda que, incluso, hasta llegó a pensar en quitarse la vida.
Finalmente, la severa tormenta emocional pasó y, su amabilidad, predisposición para aprender y deseos de ayudar a los demás, le abrieron nuevas puertas, y terminó trabajando como masajista para un equipo profesional durante la París-Niza.
Para desarrollar aún más sus capacidades físicas, José se alistó en el Regimiento de Cazadores Alpinos y, esta vez, superó el reconocimiento médico con éxito. Al regresar del servicio, dividió su tiempo entre un aburrido trabajo de oficina y el ciclismo de competición.
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Foto autografiada de Meiffret, fechada el 14 de octubre de 1950, cuando tenía 37 años. En su época, las medidas de seguridad aplicadas en sus intentos para batir récords de velocidad eran muy precarias, tales como su casco –de cuero y acolchado–, que ofrecía una limitada protección de su cabeza.
Atraído por la especialidad en pista, que en esa época captaba la atención de numeroso público, se radicó en París. No obtuvo los resultados esperados, como tampoco en las pruebas de medio fondo en ruta, donde siempre terminaba en las últimas posiciones.
Foto autografiada de Meiffret, fechada el 14 de octubre de 1950, cuando tenía 37 años. En su época, las medidas de seguridad aplicadas en sus intentos para batir récords de velocidad eran muy precarias, tales como su casco –de cuero y acolchado–, que ofrecía una limitada protección de su cabeza.
Es más: preso nuevamente del desánimo, dejó la Ciudad Luz y se afincó en Niza, donde abrió una florería. Sin embargo, el sueño de demostrar que era capaz de protagonizar una hazaña que muy pocos podrían superar, aún no se había extinguido.
Y cuando parecía que todo estaba perdido, decidió pedir un consejo para relanzar su, hasta ese momento, poco exitosa trayectoria deportiva: habló con Henri Desgrange.
José no había ido a charlar con cualquiera: Desgrange era un ex ciclista y periodista deportivo que había establecido 12 récords mundiales en pista (incluida la plusmarca de la hora de 35,325 kilómetros que registró el 11 de mayo de 1893) y, junto a su colega Géo Lefèvre, fue el mentor del Tour de Francia, cuya primera edición se disputó en1903.
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El lunes 13 de octubre de 1951, en el circuito de Linas-Montlhéry y, en su intento por superar los 200 km/h, Meiffret, que tenía 38 años, sufrió una escalofriante caída a 130 km/h. José presentaba varias fracturas, incluidas cinco en el cráneo, con hundimientos, y un gran hematoma. Una semana después de su terrible accidente, finalmente salió del coma y, tras 27 días de hospitalización, los médicos consideraron que estaba fuera de peligro y le dieron el alta.
En este encuentro clave, que tuvo lugar en julio de 1934 en la villa de la Riviera Francesa de su interlocutor –que en esa época era el director del diario L'Auto y vivía en Niza– este le sugirió una modalidad ciclística que cambiaría la vida de José: “Probá con las carreras a ritmo de motor. Te sorprenderás”.
A lo largo de su vida, y más en los momentos difíciles, José recordaría la consigna que también le manifestó Desgrange (“¡perseverá!”), que le sería extremadamente útil para redoblar los esfuerzos y apoyarse en su fuerza física y mental para jamás rendirse.
En 1936, Desgrange le ofreció la oportunidad de escribir los "informes de pista" para L'Auto, del que era editor y, así, Meiffret se ganó el apodo de "periodista ciclista", ya que cubría las competencias, tomaba numerosas notas y preparaba perfiles de los corredores para sus reportajes.
Las carreras a ritmo de motor
¿Y en qué consistía la recomendación que Desgrange le había hecho? También conocida como motorpacing, es una técnica de entrenamiento en la que los ciclistas siguen a una moto de alta cilindrada –aprovechando el rebufo de la misma– para que pueden alcanzar una mayor velocidad, simulando la intensidad de una carrera.
Además, mejora la resistencia, la potencia neuromuscular y la capacidad de mantener altas cadencias de pedaleo.
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El 18 de julio de 1952, un día antes de cumplirse un año de su grave accidente, José realizó una exhibición en el circuito de Silverstone (foto), donde se disputó el GP de Gran Bretaña de la Fórmula 1. Al otro día y, cuando se cumplía el primer aniversario de la caída donde casi perdió la vida, regresó a la pista de Monthléry, donde también giró varias vueltas.
La moto dispone de un rodillo, que normalmente se sitúa entre 600 y 800 milímetros del eje de la rueda trasera y, cuanto más cerca esté, mayores velocidades se alcanzarán.
También cuenta con un dispositivo aerodinámico posterior que desvía las corrientes de aire (una especie de parabrisas que las “abre” y protege al ciclista de las turbulencias) para que la resistencia al avance del corredor se reduzca drásticamente y le permita alcanzar velocidades que serían absolutamente imposibles con la simple tracción humana.
Quien la conduce debe coordinar múltiples detalles con el ciclista –el progresivo aumento de la velocidad será clave– y, además, la horquilla de la bicicleta está inclinada hacia dentro para absorber un posible impacto contra el rodillo, y que muchas veces está reforzada con una barra adicional.
El consejo de Henri Desgrange caló hondo en Meiffret, quien comenzó a entrenarse de este modo y, paulatinamente, fue mejorando sus registros. Tal es así que, en su primera carrera a motor, entre Niza y Cannes, se alzó con la victoria, relegando a sus escoltas por siete minutos.
Entusiasmado por este triunfo, el 30 de septiembre de 1937 repitió el trayecto –esta vez con una moto más potente– y completó el recorrido de 64 kilómetros en una hora y seis minutos en su primer intento.
Por fin, José Meiffret sintió que había encontrado su vocación.
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El martes 18 de octubre de 1955, fue en busca –nuevamente– de su Santo Grial: superar los 200 km/h. Pero cuando transitaba a casi 160 km/h, siguiendo a un Talbot-Lago 26C, que conducía el francés Georges Grignard, el auto derrapó levemente y debieron abortar el intento. Sin embargo, para José, más que un fracaso, este día marcó un nuevo comienzo, porque logró ahuyentar los fantasmas que lo atormentaban desde su horrorosa caída en Monthléry.
Mientras trabajaba como periodista freelance para el diario de Desgrange, también se entrenaba y, durante este período de su vida, José fue bastante feliz, porque disfrutaba del ambiente en el que se desenvolvía.
Con su credencial de prensa conoció a mucha gente, ya fueran periodistas, ciclistas, entrenadores, médicos o referentes del mundo artístico y cultural y, en 1938, hasta integró el elenco de la película Pour le maillot jaune (Por la camiseta amarilla), protagonizada por Albert Préjean y Meg Lemonnier, donde interpretó a un corredor luxemburgués.
Pero cuando el 1 de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial, una de las naciones que fueron ocupadas por las tropas del Tercer Reich fue Francia, por lo que José pasó cinco años de cautiverio en una granja en el norte de la isla alemana de Rügen, frente al mar Báltico.
Allí se enteró de la muerte de Henri Desgrange, que se produjo el 16 de agosto de 1940, cuando tenía 75 años.
“Fue en Arkona (un cabo situado al borde de la península de Witte, en la isla de Rügen) donde recibí la noticia. A menudo pensaba en él. ¡En el maestro!
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Esta es la corona de la bicicleta con la que en 1962 superaría los 200 km/h. La estándar se sustituyó por una de 130 dientes y, la misma, se conectó a un piñón trasero de 17 dientes, lo que da una relación de transmisión de 0,115385:1. Esto significa que, por cada revolución de esa enorme rueda delantera, la trasera daba 8,67 vueltas, con una relación de transmisión más alta, por lo que recorría 16 metros con un solo giro de los pedales.
En ese «¡perseverá!» que aún llegaba a mis oídos. Desgrange era un luchador nato. Un hombre extraordinario que me causó una gran impresión. Su secreto residía en una palabra: trabajo”, diría José años después al recordar a su mentor.
Cuando estuvo al borde de la muerte
A lo largo de los años, distintas marcas de velocidad fueron quebrándose sostenidamente: por caso, el 15 de septiembre de 1909, el francés Paul Guignard alcanzó los 101,623 km/h en el velódromo de Munich, Alemania; el 1 de noviembre de 1925, su compatriota Jean Brunier registró 120,958 km/h en el autódromo de Linas-Montlhéry –situado unos 30 kilómetros al sur de París– y, el 29 de septiembre de 1928, el belga León Vanderstuyft llegó a los 122,771 km/h en el mismo escenario.
El 22 de octubre de 1938, otro francés, Alfred Letourneur, registró una velocidad de 147,058 km/h en Linas-Montlhéry y, el 17 de mayo de 1941, batió su propia marca al cronometrar 175,29 km/h en la antigua carretera 99 cerca de Bakersfield, California, Estados Unidos.
Tras su cautiverio, José regresó a la región de Niza y abrió una nueva florería, a la que llamó Fleurdazur (Flor azul), retomó los entrenamientos con gran determinación y ansias de superación y, el 7 de septiembre de 1949, logró su primer récord oficial en una bicicleta con una corona de 70 dientes y una rueda libre de tres piñones: cerca de Toulouse, alcanzó los 87,918 km/h, siguiendo a la moto del suizo Henri Jeanneret.
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El 12 de noviembre de 1961 y, a los 48 años, Meiffret alcanzó los 186,725 km/h en una Autobahn (autopista) en construcción cerca de Lahr, Alemania, detrás de un Mercedes-Benz 300SL especialmente carenado, conducido por el piloto de carreras AdolfZimber. Al año siguiente y, en el mismo lugar, por fin concretaría su sueño de superar los 200 km/h.
En esta etapa de su trayectoria, José realizó un gran cambio: comenzó a correr detrás de autos en lugar de motos, ya que estos le proporcionaban una mayor protección contra las turbulencias y alcanzaban mayores velocidades.
Así, al atardecer del 28 de junio de 1950, en el circuito alemán de Grenzlandring –de 9000 metros de extensión y solo cinco curvas–, cerca de la ciudad de Wegberg, dentro en la zona de ocupación británica, estableció un nuevo récord, con 104,88 km/h (que poco después batió al alcanzar los 105,485 km/h de promedio) y, el 5 de octubre siguiente, en Duisburg, cerca de Düsseldorf, Alemania, llegó a los 139,534 km/h, siguiendo a un BMW de 750 cc.
Y eran tal el empuje y la convicción de José Meiffret en correr cada vez más rápido, que mandó construir una bicicleta de larga distancia, lo suficientemente robusta como para soportar velocidades superiores a los 150 km/h.
Estaba equipada con bielas de 165 milímetros y una corona enorme, cuyo número de dientes variaba según el intento pero, para poder batir el récord de Alfred Letourneur, la misma tenía una relación de transmisión de 16 metros.
El piñón era fijo, normalmente de 12 dientes pero, a veces, usaba una rueda libre de entre 12 y 22. Al igual que los bujes, el manillar era de acero –con gomaespuma debajo de la cinta del mismo para absorber los impactos– y, para evitar sobrecalentamientos con las de aluminio, las llantas eran de madera.
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Esta es la bicicleta con la que Meiffret quebraría la barrera de 200 km/h. Pesaba 20,4 kilos y tenía su cuadro reforzado, la corona tenía 130 dientes, los bujes y el manillar eran de acero, las llantas eran de madera para evitar sobrecalentamientos con las de aluminio y, para lograr un óptimo rendimiento, utilizó neumáticos tubulares.
Con esta preparación y, en su tercer intento, José finalmente quebró la marca de Letourneur de 1941 al llegar a los 175,76 km/h detrás de un Talbot de 4,5 litros.
Lo había conseguido: Meffriet era el hombre más rápido del mundo en bicicleta.
Pero, determinado como era, esta conquista no le bastó. No se conformó. Y fue por un nuevo reto: superar los 200 km/h.
Y trató de lograrlo el lunes 13 de octubre de 1951, en el circuito de Linas-Montlhéry. El trazado, con un viejo pavimento agrietado, no era seguro pero, Meiffret –por entonces de 38 años–, estaba decidido a hacer el intento.
Todo marchaba bien, con José corriendo detrás de una moto de 1100 cc y un deflector (“parabrisas”) conducida por el francés Roland Lemaire hasta que, al salir de una curva en la séptima vuelta, su bicicleta comenzó a sacudirse y, Meiffret, voló espectacularmente a unos 130 km/h.
El cirujano holandés-estadounidense Clifford Graves, gran aficionado al ciclismo –hasta fundó la International Bicycle Touring Society, o Sociedad Internacional de Ciclismo de Viaje– y autor de numerosos artículos históricos de este deporte, describió con crudeza ese extremadamente crítico momento.
“En cualquier caso, Meiffret voló por los aires, impactó contra el suelo, dio una vuelta de 90 metros, se deslizó otros seis y se detuvo, convertido en una masa temblorosa de carne. Los paramédicos, horrorizados, lo llevaron a una ambulancia y, los periódicos, anunciaron su muerte inminente. Esa noche, los cirujanos encontraron cinco fracturas de cráneo. Increíblemente, Meiffret sobrevivió a esta terrible experiencia”.
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El jueves 19 de julio de 1962, en cercanías de Lahr, Alemania y, como siempre, dando lo mejor de sí –su cadencia de pedaleo alcanzó un máximo de 186 revoluciones por minuto–, José se convirtió en el primer ciclista de la historia que superó los 200 km/h, ya que los cuatro cronometristas oficiales internacionales certificaron que había recorrido un kilómetro en 17,58 segundos, a 204,778 km/h.
Con el cuerpo sangrante producto de diversas heridas y múltiples escoriaciones, fue trasladado en estado crítico al hospital de Arpajon, donde recibió una transfusión por la sangre que había perdido pero, como su estado era muy grave, se lo derivó al Hospital Pitié-Salpêtrière.
José presentaba varias fracturas, incluidas cinco en el cráneo, con hundimientos, y un gran hematoma. Durante dos horas y media, los cirujanos debieron extraer todos los fragmentos óseos de su cabeza rota.
Una semana después de su terrible accidente, José finalmente salió del coma y, tras 27 días de hospitalización, los médicos consideraron que estaba fuera de peligro y le dieron el alta.
La convalecencia fue larga y dura y, sin apoyo económico durante todo este período, en el cual no pudo trabajar, quedó en la más absoluta indigencia.
Aunque el destino le había marcado que no era su hora y, tras estar al borde de la muerte, José tomó una decisión crucial: se unió a los monjes trapenses, quienes integran la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia u Orden de la Trapa –de ahí el nombre con el que se los conoce–, fundada en Francia en el siglo XVII y que impone una vida de clausura, silencio y oración, siguiendo la Regla de San Benito.
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La bicicleta con la que José Meiffret alcanzó los 204,778 km/h el 19 de julio de 1962 en Lahr, Alemania, se exhibe actualmente en el Museo del Automóvil y del Turismo ubicado en el Palacio de Compiègne, una antigua residencia real e imperial situada a casi 85 kilómetros al noreste de París.
Los días de esta orden religiosa católica se centran en la búsqueda de Dios a través del canto coral, la oración, el silencio y el trabajo manual que, además, les proporciona el sustento necesario.
Durante este período de reflexión como monje en la abadía de Sept-Fons, ubicada en Diou –una pequeña localidad del centro de Francia, a unos 280 kilómetros de París–, continuó perfeccionando el diseño de sus bicicletas.
Y, por su vida en este lugar, años después muchos lo llamarían The Monk o Le Moine (El monje, en inglés y francés, respectivamente).
El renacer
Su amor propio y su afán de victoria lo impulsaban y, a pesar de la escalofriante caída que sufrió en 1951 a 130 km/h, no cejó en su empeño de ser el primer hombre en superar los 200 km/h sobre una bicicleta.
Tras dejar la vida monacal y, merced a su perseverancia, retomó los duros entrenamientos. Con el objetivo de conseguir auspiciantes para su siguiente intento, llevó adelante una ingeniosa estrategia publicitaria y, exactamente un año después de su terrible accidente, regresó a la pista de Monthléry.
Tras entregarle un ramo de flores a una enfermera para agradecerle simbólicamente al personal médico la atención recibida, completó unas vueltas tras el rebufo de la moto del belga Léon Vanderstuyft, quien había sido recordman mundial de velocidad.
No solo eso: el día anterior había realizado una exhibición en el circuito de Silverstone, donde se disputó el GP de Gran Bretaña de la Fórmula 1, donde fue ovacionado.
Hasta que, el martes 18 de octubre de 1955, José fue en busca –nuevamente– de su Santo Grial: superar los 200 km/h.
El auto que seguiría era un Talbot-Lago 26C, un monoplaza de Fórmula 1 con motor atmosférico de 6 cilindros en línea y 4482 cc, que conduciría el francés Georges Grignard y, el lugar elegido, fue la Ruta Nacional 4, cerca de Saint-Dizier, entre Hallignicourt y Perthes, cuya recta principal tiene apenas ocho kilómetros.
Como en cada uno de sus intentos, José guardó en uno de sus bolsillos la siguiente nota: “En caso de accidente mortal, pido a los espectadores que no sientan pena por mí. Soy un hombre pobre, huérfano desde los 11 años, y sufrí mucho. La muerte no me asusta. Este intento de récord es mi forma de expresarme. Si el médico no puede hacer nada más por mí, por favor, entiérrenme junto al camino donde caí”.
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José Meiffret falleció el 16 de abril de 1983 –11 días antes de cumplir 70 años– y, sus restos, descansan en el cementerio de Sapignicourt, una pequeña comuna de la región de Champaña-Ardenas, departamento de Marne, situada a unos 250 kilómetros al este de París.
Pasadas las 16, todo transcurría según lo previsto pero, con el auto y la bicicleta a casi 160 km/h, una curva muy leve y, luego, otra a la entrada de Hallignicourt, provocaron que el Talbot derrapara levemente.
En tal situación, a Grignard le resultó imposible acelerar más y garantizar la seguridad de Meiffret y, en cuestión de segundos, muchos meses de trabajo y preparación quedaron en la nada.
Sin embargo, para José, más que un fracaso, este día marcó un nuevo comienzo. Logró ahuyentar los fantasmas que lo atormentaban desde su horrorosa caída en Monthléry, amén de una dolorosa recuperación, tanto física como psicológica.
Su cuerpo y su mente respondieron satisfactoriamente y, por otra parte, comprobó que era capaz de superarse y alcanzar los tan ansiados 200 km/h.
Igual, cuesta mucho creer que, después de miles de avatares en su vida, José continuara adelante.
Por caso, sus crónicas dificultades económicas –nunca tuvo un apoyo realmente fuerte para llevar adelante sus intentos, por los que terminó gastando los pocos ahorros que tenía–; las trabas que la mismísima Federación Francesa de Ciclismo (FFC) puso en su camino ya que, si bien tenía su licencia, no era un competidor más, sino una especie de bicho raro para la misma, que consideraba que sus intentos eran solo para buscar fama, además de ser inaceptablemente riesgosos; sus numerosos fracasos en la búsqueda de los récords; el tiempo que corría implacablemente, por lo que su edad y su cuerpo ya no eran los mismos y, como si fuera poco, estuvo a nada de dejar este mundo con el gravísimo accidente de 1951.
¡Hasta se convirtió en monje!
Igual, Mieffret no aflojó y, sus incansables esfuerzos, comenzaron a dar frutos nuevamente. El 12 de noviembre de 1961 y, a los 48 años, alcanzó los 186,725 km/h en una Autobahn (autopista) en construcción cerca de Lahr, Alemania, detrás de un Mercedes-Benz 300SL especialmente carenado, conducido por el piloto de carreras Adolf Zimber.
El día que hizo historia
“Sabía que, para lograr esta gran actuación, tendría que vivir con privaciones durante meses y meses. Pero qué me importaba, ya que así estaba preservando mi pequeña reserva de fuerza física y mental. En cuanto reanudé el entrenamiento, los dolores volvieron a abrumar mi cuerpo y mis articulaciones. Rodillas, pecho, columna vertebral”.
Así describiría José lo que fueron los prolegómenos de la hazaña que logró el jueves 19 de julio de 1962. Ya en junio viajó hacia Alemania para estudiar el tramo de la autopista donde haría la prueba, en la misma zona de Lahr del año anterior, aunque fue autorizado a realizarla un poco más al sur, en un nuevo tramo de la carretera.
Para alcanzar los increíbles 200 km/h utilizando únicamente la fuerza muscular, la bicicleta de Meiffret –que pesaba 20,4 kilos y tenía su cuadro reforzado– tuvo que someterse a numerosas modificaciones.
La corona estándar se sustituyó por una de 130 dientes y, la misma, se conectó a un piñón trasero de 17 dientes, lo que da una relación de transmisión de 0,115385:1.
Esto significa que, por cada revolución de esa enorme rueda delantera, la trasera daba 8,67 vueltas, con una relación de transmisión más alta, por lo que recorría 16 metros con un solo giro de los pedales.
El ángulo de inclinación de la horquilla se invirtió para permitir al ciclista acercarse más al “parabrisas”, las llantas seguían siendo de madera para evitar el sobrecalentamiento y se utilizaron neumáticos tubulares para un rendimiento óptimo.
Asimismo, su equipo se dedicó a mejorar aún más el carenado de la carrocería instalada en el Mercedes-Benz 300SL Gullwing (Alas de gaviota).
Los paneles laterales del carenado utilizado en 1961 solo servían para ampliar la zona de rebufo, mientras que, para 1962, su forma difería y, literalmente, “encerraban” al ciclista detrás del auto, lo que mejoraba significativamente el efecto de la corriente de aire, aunque eran más peligrosos.
Por esta razón, José no tenía margen de error. El espacio ya no estaba abierto lateralmente, sino confinado en una especie de “pasillo” de menos de 1,5 metro de ancho y, ante la más mínima desviación, correría el riesgo de engancharse con uno de los paneles, con consecuencias potencialmente catastróficas.
Y todo comenzó del mejor modo: el jueves 12 de julio, durante una carrera de entrenamiento, alcanzó los 200 km/h en el velocímetro del auto. El domingo 15 llegó a los 178,04 km/h en otra prueba pero, el miércoles 18, debió cancelar la prueba por una fuerte tormenta que se abatió en la zona.
Como este nuevo tramo de la autopista se abriría al público el viernes 20 de julio, al atardecer del jueves 19 y, con los cuatro cronometradores oficiales internacionales otra vez en sus puestos, José comenzó el intento final.
Como siempre, dio lo mejor de sí –su cadencia de pedaleo alcanzó un máximo de 186 revoluciones por minuto– y, cuando llegaron al final del recorrido y Adolf Zimber le informó que el velocímetro del Mercedes-Benz había marcado 208 km/h, una inmensa sonrisa iluminó el rostro de Meiffret.
Los resultados oficiales del cronometraje confirmaron minutos después que, efectivamente, se había superado la marca de los 200 km/h, donde José recorrió un kilómetro en 17,58 segundos, a 204,778 km/h.
Con 49 años, fue más rápido que un tren expreso: sus piernas giraron 3,1 veces por segundo, ¡y en cada segundo recorrió 58 metros!
¡Había hecho realidad su sueño!
Embargado por la emoción, Meiffret dijo: “Es maravilloso evadirse de esta pobre tierra. Es maravilloso sentir el miedo, porque este miedo es liberador de nuestras mezquindades; este miedo nos impide a veces ser hombres auténticos y, al superarlo, se es más, se va a más. Soy pobre, pero ello no impide que sea rico en entusiasmo, en felicidad”.
La hazaña resonó en todo el mundo. José estaba inmensamente feliz y, tras tantos años de penurias, privaciones y anonimato, tuvo su recompensa y se tomó revancha de la vida y de todos aquellos que nunca creyeron en él.
El 14 de septiembre de 1965, alcanzó una velocidad máxima de 162 km/h en el circuito de Miramas, de 5000 metros de extensión, durante las fallidas pruebas para batir su récord de 1963 y, ese mismo año, recibió el Premio Sobrier-Arnould, otorgado por la Academia Francesa por su libro autobiográfico “Mes Rendes-Vouz Avec La Mort“ (Mis citas con la muerte, porque eso era para él cada intento de batir un récord).
Previamente, el 30 de octubre de 1957, Meiffret había publicado su primera obra, "Bréviaire du champion cycliste" (Breviario del campeón ciclista), con un apartado especialmente dedicado a Henri Desgranges.
Extremadamente reservado con su vida privada, se casó dos veces: el 13 de diciembre de 1939 lo hizo con Jeanne Beraudo, en Saint-Cloud (a la que nunca mencionaría en sus libros, incluso al rememorar su caída de 1951), de la que se divorció el 2 de junio de 1955 y, el 4 de julio de 1969, contrajo matrimonio con Marie Georgette Feidie en Nantes, unión que finalizó el 6 de junio de 1972.
Solo y sin dinero, pasó sus últimos años en la indigencia y la indiferencia general, muy lejos de los días en que aparecía en la televisión, diarios y revistas.
José Meiffret falleció el 16 de abril de 1983 –11 días antes de cumplir 70 años– y, sus restos, descansan en el cementerio de Sapignicourt, una pequeña comuna de la región de Champaña-Ardenas, departamento de Marne, situada a unos 250 kilómetros al este de París.
Con una firmeza y determinación blindadas, le demostró al mundo que la fuerza de voluntad realmente podía mover montañas. Culto, profundamente religioso y altruista, siempre soñó con ser el ciclista más rápido del planeta y, a puro coraje, lo logró.
Su apasionada e incesante búsqueda de récords de velocidad lo convirtieron en una especie de Don Quijote moderno y, su legado, es una inmejorable fuente de inspiración para las futuras generaciones.
Y si a un hombre no se valora por su aspecto sino por sus acciones, José Meiffret absolutamente siempre llevó a la práctica una frase de su autoría durante los 69 años que duró su paso por este mundo: “Vivir es querer”.