José María Gatica nació en un humilde rancho del barrio Villa Rafaela –ubicado en la calle Comandante Videla, esquina Almafuerte– de Villa Mercedes, San Luis, el lunes 25 de mayo de 1925. Después de repetir tres veces 1º grado, con solo 10 años llegó a Buenos Aires junto con su madre, María Tomasa Correa, y dos de sus hermanos.
A los 12 repartía su tiempo entre juntar papeles en Plaza Constitución por la mañana, y, por la tarde, vendía pastillas en los andenes de la estación ferroviaria y era el pibe de los mandados en una lechería. Más tarde y, hasta la madrugada, lustraba zapatos en la puerta del café El Ancla, en la ochava sudeste de San Juan y Paseo Colón. ¿Y cómo aprendió a defender su lugar de trabajo en la calle? Obviamente, peleando.
Una noche se asomó a las ventanas de la Misión Inglesa (The Sailor’s Home) de la avenida San Juan, donde los marinos británicos boxeaban. Así, a los 14 años Gatica cobraba 30 centavos por pelear en ese lugar con quien sea, siempre y cuando no lo superara por más de tres kilos.
Ahí lo descubrió Lázaro Koci –un peluquero albanés quien, entre otros púgiles, fue manager de Pascual Pérez, y tenía un olfato único para detectar diamantes en bruto– y, a partir de allí, inició su campaña amateur, en la que debutó en un certamen de Novicios en la Federación Argentina de Box (FAB) representando al Club Barracas Central.
También lo hizo con el Club Tacuarí y, en 1945, se alzó con el título del campeonato Guantes de Oro, para aficionados, en la categoría liviano.
Un fenómeno popular
Gatica debutó como profesional el viernes 7 de diciembre de 1945 y le GKO 1 a Leopoldo Mayorano. Con su estilo agresivo y espectacular –sumado a su natural carisma– fue ganándose la simpatía del público. Hizo siete peleas en 1946, las que ganó todas y, en una de ellas, el sábado 31 de agosto, le GPP 12 a quien sería su archirrival: el rosarino Alfredo Esteban Prada, con quien chocaría tres veces más como rentado (ya lo habían hecho dos veces como amateurs, con un triunfo para cada uno).
Histriónico, desenfadado y entrador, Gatica se metió en el bolsillo a quienes asistían a la popular del Luna Park, quienes lo apodaron el Tigre por la furia evidenciada en cada combate. Por su parte, los que concurrían al ringside (pertenecientes a las clases más pudientes), lo bautizaron Mono –apodo que Gatica absolutamente jamás digirió– por el color de su piel y sus facciones aunque, el puntano, tenía ojos verdes.
Ya con billetes de todos los colores en sus bolsillos, preferiría que lo llamaran “señor Gatica”, al que había que “pedirle audiencia” para poder hablar con él y, a menudo, se despacharía con una de sus tantas frases célebres: “tienen cinco minutos para mirarme”.
El por entonces presidente de la república, teniente general Juan Domingo Perón, simpatizaba con Gatica, al igual que su esposa, María Eva Duarte, aunque el Mono era muy amigo de Juan Duarte, hermano de la primera dama y que, en incontables oportunidades, sería su compañero de andanzas en interminables fiestas en los más selectos cabarets de Buenos Aires.
Una noche, tras un triunfo del puntano en el Luna Park, el presidente pidió que se lo presentaran. Gatica, con un desparpajo total, tiró otra frase que ya es legendaria: “General, dos potencias se saludan”.
Es más: Perón y Evita fueron los padrinos de bautismo de María Eva Gatica, la primera hija del Mono –y quien fuera titular de la Comisión de la Mujer en la Federación Argentina de Box–, fruto de su relación con Ema Fernández, la primera de sus tres esposas.
El sábado 12 de abril de 1947, Prada le devolvió al puntano la gentileza de quitarle el invicto: le GKOT 6 en el Luna Park y, de yapa, le fracturó la mandíbula. Pero el 18 de septiembre de 1948, el Mono puso las cosas 2 a 1 en su duelo con el rosarino, al que le GPP 12 en fallo dividido.
Gatica representaba al pueblo, mientras que Prada a los oligarcas, aunque el rosarino era tan peronista como el puntano y, errónea e injustamente, al Cabezón se lo recuerda como algo que jamás fue.
Perón y el doctor Rodolfo Valenzuela, presidente de la Confederación Argentina de Deportes (CAD), se hicieron cargo de todo lo necesario para el Mono combatiera en los Estados Unidos, donde llegaría a enfrentar al por entonces campeón mundial liviano, el local Ike Williams.
Todo arrancó sobre rieles: el viernes 1 de diciembre de 1950 y, en un choque preparatorio, el Mono le GKOT 4 al local Terence Young en el Madison Square Garden de Nueva York. Pero Gatica era absolutamente incorregible y, por eso, su entrenador, Nicolás Preziosa, cansado de las juergas y el poco apego al gimnasio de su pupilo, regresó a nuestro país 25 días antes de que el Mono enfrentara a Williams.
Pero esto no era todo: en una oportunidad, cuando el puntano iba a comenzar a guantear con un sparring cubano, se paró delante del mismo con la guardia baja, y lo “invitó” a que comenzara a lanzar golpes. El caribeño, sorprendido, le dijo: “Tú no puedes pelear así contra Ike Williams, chico. No puedes pelear con él con la guardia baja. ¡Te noqueará en la primera de cambio!”.
Y Gatica, muy suelto de cuerpo, le respondió: “Raje del ring, que yo lo contraté para que me aguante los bollos, y no para que me dé consejos”. Así fue su “preparación” para medirse con el moreno oriundo de Brunswick, Georgia.
La pelea, donde no estuvo en juego el título mundial de Williams –rey de las 135 libras o 61,235 kilos entre 1945 y 1951, y que falleciera el 5 de septiembre de 1994, a los 71 años, en Los Angeles– fue transmitida por radio para la Argentina por Fioravanti (cuyo nombre real era Joaquín Carvalho Serantes), y se realizó el viernes 5 de enero de 1951 en el Madison, donde el estadounidense derribó tres veces a Gatica y, el árbitro Ray Miller, llegó con su cuenta a 10 a los 2’09” del asalto inicial.
Luego de este auténtico papelón, el Mono seguiría combatiendo en nuestro país. Su segunda esposa fue Ema Guercio, a quien llamaba Nora para distinguirla de la primera, de igual nombre y, con ella, vivió su época de gloria, con autos lujosos, descapotados y tapizados de piel de leopardo.
El sábado 15 de diciembre de 1951, le GKO 4 al panameño Clarence Sampson en el Luna Park y, en la revancha, el sábado 26 de enero del año siguiente y en el mismo escenario, Gatica, por sobrarlo, le puso el rostro –y sin guardia– al centroamericano, que lo noqueó en el sexto asalto. “De gil, nomás”, resumió el puntano su insólita derrota.
Ese mismo año ganó 13 combates al hilo, incluido el choque ante otro panameño, Luis Federico Thompson quien, años después, se convertiría en uno de los mejores welter de la historia nacional, y se consagraría campeón argentino (ciudadanía que adoptó) y sudamericano de las 147 libras o 66,678 kilos. El Mono le GKO 8 el sábado 12 de julio en el Luna Park, y nunca más volverían a verse las caras sobre un ring.
El derrumbe
Pero vivir a mil y relegar el sacrificio del gimnasio fueron minando su rendimiento y, además, opacó su estrella entre la gente, incluidos algunos favores presidenciales. El miércoles 16 de septiembre de 1953 y, en la única pelea entre ambos donde hubo un título en juego, Prada le GKO 6 y retuvo su corona argentina liviana, ante la sombra que ya era el Mono.
En total, Prada –quien fuera campeón argentino y sudamericano liviano– y Gatica chocaron seis veces: dos como amateurs (ambas en la FAB y en 1942, con un triunfo para cada uno), y cuatro como profesionales (todas en el Luna Park, en 1946, 1947, 1948 y 1953, con dos victorias para cada uno).
El saldo de los enfrentamientos quedó 1-1 (como aficionados), y 2-2 (como rentados). Prada, quien vino al mundo en Rosario el lunes 10 de marzo de 1924, falleció en Buenos Aires el viernes 25 de mayo de 2007, a los 83 años, el mismo día que Gatica hubiese cumplido 82.
El declive se acentuaba y, a Gatica, le quedaba muy poco hilo en el carretel porque, el miércoles 23 de diciembre siguiente, PPP 10 con el mendocino Manuel Martínez, ya como welter. Si bien en 1954 ganó siete peleas, su mejor época ya era cosa del pasado. En 1955 disputó solo tres combates, en superwelter y mediano y, en 1956 –ya con el General derrocado–, hizo dos más.
El último fue ante el bonaerense Jesús Heraldo Andreoli, el viernes 6 de julio, en el ya desaparecido Lomas Park, sobre calle Oliden, en Lomas de Zamora, a quien le GKOT 4. Tras el combate, el Mono, quien peleó sin licencia –porque la FAB se la había cancelado definitivamente por su bajo rendimiento, pero, además, por los tiempos políticos que se vivían–, fue detenido por la policía.
En total, Gatica disputó 95 peleas profesionales, en las que combatió encuadrado en cinco divisiones –de liviano a mediano– y su récord, fue de 85-7-3 (71 ko).
El miércoles 7 de agosto de 1957, anunció su debut como catcher con Martín Karadagian y, el sábado 10, en una lucha que realizó con el creador de Titanes en el Ring en la cancha de Boca, caería mal y sufriría una seria lesión en una rodilla, por lo que renquearía hasta su muerte.
Ya sin un peso, tuvo dos hijas más –Viviana y Patricia– con su tercera esposa, Rita Armellino y, la figura del puntano, fue usada en el restaurante Knock Out, propiedad de Prada, sito en Paraná 332, casi esquina Corrientes, de la Capital Federal donde, por lo menos, el Mono comía todas las noches.
Ganó unos dos millones de pesos de la época –una verdadera fortuna–, los que le duraron nada. Analfabeto, tuvo a Buenos Aires a sus pies y, con la misma rapidez con la que ascendió a la gloria, regresó a su humildísimo origen, y pasó los últimos y penosos años de su vida en un desvencijado rancho de Villa Domínico.
“Cuando Gatica tiene…”
En su formidable obra 20 campeones y una leyenda (Ediciones Interactivas, Buenos Aires, 1997, Tomo 1, página 97), el recordado Julio Ernesto Vila narra una anécdota que describe con meridiana claridad cómo era José María Gatica. Un sábado de 1962, un amigo llegó con el Mono al departamento del Maestro en la calle Mahatma Gandhi, en el barrio de Villa Crespo.
“Entró con su eterno cigarrillo en la mano izquierda. Terminaba uno y prendía otro. Y, a cada momento, escupía en el piso. Si bien tenía 37 años, aparentaba más. Siempre renqueando, siempre vestido como podía”, comenzó su relato el inolvidable experto en boxeo.
En un momento, Gatica se quedó sin cigarrillos y le preguntó al dueño de casa si tenía. Éste le obsequió dos atados de una marca importada y, como habían llegado al departamento otros jóvenes del barrio para saludar al puntano, este convidó a los presentes. Como todos fumaban, en la vuelta se le fueron ocho.
El Maestro –quien se abstuvo– lo llevó a un costado y le dijo: “José María, no invités a todos, son para vos”. Y el Mono –hasta con cierto enojo–, le retrucó: “Quiero que sepas, papito, que cuando Gatica tiene, todos tienen”.
Por eso, Vila remató la historia de este modo: “Así era José María Gatica, generoso hasta la médula, estando en la indigencia más absoluta. Si usted vio la película «Gatica» (NdeR: llamada Gatica, el Mono, estrenada el 13 de mayo de 1993, dirigida por Leonardo Favio y protagonizada por Edgardo Nieva), burda imitación de la serie «Rocky», no se enteró de su eterno «papito», de su cigarrillo perenne ni, menos aún, que a la palabra generoso la inventaron por él”.
El trágico final
El domingo 10 de noviembre de 1963, Independiente derrotó a River en Avellaneda por 2 a 1, con dos goles del delantero Mario Rodríguez y, el ex boxeador –simpatizante del Rojo–, estuvo en la cancha.
En su libro “El Mono Gatica y yo”, publicado en 1978, el periodista Jorge Montes se apoyó en el testimonio que Emilio Juan Sánchez, amigo del Mono, le brindó a la revista Así: “Gatica nunca vendió muñequitos (NdeR: porque distintas publicaciones sostenían que el puntano fue a la cancha como vendedor ambulante).
Por otra parte yo mismo era la primera vez que iba a vender a la cancha. Al final nos entusiasmamos con el partido y no vendí ninguno. El único muñequito que José María tocó fue el que le dio a uno de los controles de la platea: «Flaco, pasame un muñeco, que se lo voy a regalar a un amigo», me dijo. Tengo entendido que lo conocían y siempre lo dejaban pasar”, recordó.
Ya fuera de la cancha, en la esquina de Herrera y Luján, en el barrio de Barracas, el Mono intentó subirse al interno 16 de la línea 295, que circulaba frente al Hospital Borda, y que “prosiguió la marcha, aunque a poca velocidad. Gatica corrió tras él y quiso treparse con el vehículo en movimiento. Intentó tomarse del pasamanos, pero no pudo. El colectivo lo arrastró unos metros y, finalmente, cayó bajo las ruedas traseras”, concluyó Sánchez.
El parte médico del Hospital Rawson, en el mismo barrio, donde trasladaron al Mono, fue devastador: había sufrido fracturas múltiples de cadera, luxación de vértebras, fracturas de apófisis transversal de la cuarta vértebra, fractura de pubis y rotura de uretra.
Gatica agonizó dos días y, cerca de las 20 del martes 12, su corazón dijo basta. Fue velado en la FAB, sita en Castro Barros 75, en el barrio de Almagro y, el cortejo fúnebre hasta el cementerio de Avellaneda, demoró siete horas en llegar al mismo.
Se fue a los 38 años, en la miseria absoluta y diez días antes de que asesinaran al presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy en Dallas. Y, como magistralmente lo describió Julio Ernesto Vila, "era un buen tipo vencido por la vida y, el mundo, demasiado complicado para él”.
El jueves 23 de mayo de 2013, se exhumaron sus restos del Panteón Casa del Boxeador del cementerio de la Chacarita (donde habían sido trasladados años antes), se le rindió un sentido homenaje, tanto en la FAB como en la sede de Independiente, en Avellaneda y, tras un viaje de 700 kilómetros, el sábado 25 de mayo, cuando hubiera cumplido 88 años, se inauguró una imponente estatua en su honor –en la que luce su inconfundible sonrisa– frente al refaccionado Palacio de los Deportes de su Villa Mercedes natal donde, bajo la misma, su ataúd fue ubicado parado.
Ahora sí, descanse en paz, señor Gatica.
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