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Betty Robinson, la atleta que fue dada por muerta y volvió a correr para ganar otro oro olímpico

En Amsterdam 1928, fue la primera campeona de los 100 metros llanos en unos Juegos. Tres años después sufrió un accidente de aviación y, su estado era tan grave, que la dieron por muerta y la llevaron ¡a una funeraria! Pero sobrevivió milagrosamente y, después de una larga y durísima rehabilitación, regresó para alzarse con el oro en la posta de los 4x100 metros en Berlín 1936.

Convertirse en la mujer más joven en ganar una medalla de oro olímpica en una prueba de atletismo –a la fecha, lo sigue siendo– fue un antes y un después en la historia de los Juegos. Lo logró con solo 16 años, en los de Amsterdam 1928.

En 1931, mientras se entrenaba para los Juegos del año siguiente en Los Angeles, sufrió un terrible accidente de aviación y, tan grave era el cuadro, que el hombre que la rescató de los restos de la aeronave creyó que estaba muerta y la llevó ¡a una funeraria!

Pero en dicho lugar se percataron de que aún vivía y fue llevada rápidamente a un hospital.

Pasó siete semanas en coma y, cuando despertó, le dijeron que sus heridas eran tan serias que probablemente nunca volvería a caminar sin ayuda y, por ende, jamás volvería a correr.

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Betty comenzó a correr en el Illinois Club for Catholic Women (ICCW) y, luego, continuó habiéndolo representando al Illinois Athletic Women's Club (IAWC), ambos de Chicago.

Betty comenzó a correr en el Illinois Club for Catholic Women (ICCW) y, luego, continuó habiéndolo representando al Illinois Athletic Women's Club (IAWC), ambos de Chicago.

Después de seis meses en silla de ruedas y casi dos años con muletas y bastones y, ante la incredulidad de todos, Betty Robinson reanudó sus entrenamientos. Tal fue su deseo de superación y fortaleza que, finalmente, fue seleccionada para integrar el equipo olímpico de atletismo que competiría en los Juegos de 1936, ¡donde ganaría otro oro!

Su destino era correr

Elizabeth Robinson nació en Riverdale, al sur de Chicago, Illinois, el 23 de agosto de 1911. Fue la menor de las tres hijas del matrimonio de Harry Robinson, un empleado bancario, y la ama de casa Elizabeth Savage Wilson. Sus hermanas se llamaban Jeannette (Jean) Violet, nacida en 1898, y Evelyn Wylie (en 1901).

De niña no se mostró muy interesada por los deportes y, tras completar sus estudios primarios en Wayne, ingresó a la Thornton High School en Harvey, donde el destino le abriría la primera de varias puertas a lo largo de su vida.

A principios de 1928, Charles Price, que era el profesor de Biología de Babe (como la llamaban en la escuela secundaria) vio cómo esta corría para alcanzar el tren IC (Illinois Central) que abandonaba la estación en Chicago y, aunque pensó que no lo lograría –ya que la distancia entre ella y el último vagón era bastante considerable–, se sorprendió cuando finalmente logró su cometido y ascendió a la formación.

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Una vez que fue seleccionada para integrar el equipo de los Estados Unidos en los Juegos de Amsterdam 1928, los primeros en los que las mujeres competirían en atletismo (y los primeros en los que se encendió el pebetero), Betty continuó entrenándose a diario en el estadio Soldier Field de Chicago (foto).

Una vez que fue seleccionada para integrar el equipo de los Estados Unidos en los Juegos de Amsterdam 1928, los primeros en los que las mujeres competirían en atletismo (y los primeros en los que se encendió el pebetero), Betty continuó entrenándose a diario en el estadio Soldier Field de Chicago (foto).

Así, de casualidad, Price, un ex corredor que, además de su labor docente, también oficiaba de juez en distintas pruebas atléticas, “descubrió” el don de la velocidad de su alumna, por entonces de 16 años.

Al día siguiente, Price cronometró a Betty corriendo 50 yardas (45,7 metros) por un pasillo de la escuela y, aún más impresionado por su velocidad, le sugirió y animó para que se entrenara con el equipo masculino de atletismo, ya que no había ninguno femenino en esta secundaria.

Por sus innatas condiciones, pronto se enfrentó a las mejores velocistas del país. En marzo, pocas semanas después de ser descubierta, Robinson hizo su debut en una carrera en un certamen regional –que tuvo lugar en el Soldier Field de Chicago–, y escoltó a Helen Filkey, de 20 años, poseedora del récord estadounidense de los 100 metros llanos.

Tras aceptar la invitación que recibió para unirse al Illinois Athletic Women's Club (IAWC) y, en su segunda carrera de 100 metros, disputada en Chicago el 2 de junio, Betty venció a Filkey y registró un tiempo de 12 segundos, ¡batiendo el récord mundial oficial de 12”02/10, establecido en mayo de ese mismo año!

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El martes 31 de julio de 1928 y, en el estadio Olímpico, Betty (con el número 879) ganó los 100 metros femeninos en los Juegos de Amsterdam. Las canadienses Bobbie Rosenfeld (a su derecha) y Ethel Smith (a su izquierda) se llevaron las medallas de plata y de bronce, respectivamente, mientras que la alemana Erna Steinberg (extremo derecho) finalizó en la cuarta posición.

El martes 31 de julio de 1928 y, en el estadio Olímpico, Betty (con el número 879) ganó los 100 metros femeninos en los Juegos de Amsterdam. Las canadienses Bobbie Rosenfeld (a su derecha) y Ethel Smith (a su izquierda) se llevaron las medallas de plata y de bronce, respectivamente, mientras que la alemana Erna Steinberg (extremo derecho) finalizó en la cuarta posición.

Aunque este registro no fue homologado debido al viento a favor con el que corrió, Robinson viajó el mes siguiente a Newark, Nueva Jersey, para tomar parte del selectivo preolímpico. Betty corrió tres veces en una hora, quedó segunda en la Final y, superando el corte clasificatorio, fue seleccionada para integrar el equipo de los Estados Unidos en los Juegos de Amsterdam 1928, los primeros en los que las mujeres competirían en atletismo (y los primeros en los que se encendió el pebetero).

Robinson, una adolescente a la que le gustaba tocar la guitarra y actuar en obras de teatro escolares, nunca imaginó que representaría a su país en un Juego Olímpico. En una entrevista con Los Angeles Times en 1984, reconocería: "No tenía ni idea de que las mujeres corrieran entonces".

Oro olímpico y récord mundial

La travesía Nueva York-Amsterdam en el SS President Roosevelt duró nueve días y Robinson recordó que "disfrutó cada minuto", incluso entrenando en la pista improvisada que recorría la cubierta del barco. La delegación olímpica estadounidense estaba compuesta por 280 personas, 18 de ellas mujeres.

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Cuando ganó el oro en Amsterdam 1928, Robinson –a la que todavía le faltaban 23 días para cumplir 17 años–, estableció un nuevo récord mundial con un tiempo de 12”02/10. A la fecha, Betty sigue siendo la mujer más joven de la historia en consagrarse campeona en los 100 metros llanos en un Juego Olímpico.

Cuando ganó el oro en Amsterdam 1928, Robinson –a la que todavía le faltaban 23 días para cumplir 17 años–, estableció un nuevo récord mundial con un tiempo de 12”02/10. A la fecha, Betty sigue siendo la mujer más joven de la historia en consagrarse campeona en los 100 metros llanos en un Juego Olímpico.

El equipo incluía al nadador y recordman mundial Johnny Weissmüller –nacido en lo que hoy es territorio rumano–, el que ganaría dos oros en estos Juegos y, tras su retiro, interpretaría al personaje de Tarzán en 12 películas.

Ya en la capital de los Países Bajos, cuatro mujeres estadounidenses intentaron acceder a la final de los 100 metros llanos, pero solo Robinson lo logró.

Frente a tres rivales canadienses y dos alemanas, Betty se centró principalmente en una de las norteamericanas, Fanny Rosenfeld, de 24 años, poseedora de varios récords en su país y que, además, la había vencido en una de las series con un tiempo de 12”04/10, el mismo con el que Betty se impuso a su vez en una de las semifinales.

La prueba por el oro se disputó el martes 31 de julio de 1928 en el estadio Olímpico de Amsterdam, donde Robinson –a la que todavía le faltaban 23 días para cumplir 17 años–, haría historia.

Ante tamaño desafío que tenía por delante, la joven estadounidense fue presa de los nervios e, insólitamente, llegó al estadio ¡con dos zapatos para correr izquierdos! Tuvo que enviar a alguien de regreso a la base del equipo estadounidense –que estaba en el barco en el que habían viajado– para buscar uno derecho y, por ello, llegó con lo justo a la línea de partida. Es más: hasta había considerado correr descalza.

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A su regreso a los Estados Unidos, el equipo olímpico que participó en los Juegos de Amsterdam fue agasajado el 22 de agosto de 1928 en el Hotel McAlpin de Nueva York. De izquierda a derecha: Katharine Maguire, Dolores Boeck, Johnny Weissmüller (quien, tras retirarse, interpretaría el papel de Tarzán en 12 películas), y Betty Robinson, que al día siguiente cumplió 17 años.

A su regreso a los Estados Unidos, el equipo olímpico que participó en los Juegos de Amsterdam fue agasajado el 22 de agosto de 1928 en el Hotel McAlpin de Nueva York. De izquierda a derecha: Katharine Maguire, Dolores Boeck, Johnny Weissmüller (quien, tras retirarse, interpretaría el papel de Tarzán en 12 películas), y Betty Robinson, que al día siguiente cumplió 17 años.

Robinson empleó una pala para cavar los pequeños pozos donde colocó sus pies detrás de la largada (NdeR: el australiano Charlie Booth y su padre crearían los tacos de salida en 1929, los patentarían en 1935 y, en 1937, comenzarían a utilizarse oficialmente en las pruebas de velocidad), y correría sobre una superficie húmeda compuesta de cenizas y polvo de ladrillo.

Dos de las seis atletas en la final de los primeros 100 metros llanos olímpicos femeninos tuvieron dos salidas en falso y fueron descalificadas (la canadiense Myrtle Alice Cook y la alemana Helene Leni Schmidt) y, por eso, solo cuatro corredoras se disputaron las tres medallas en juego.

Betty no tuvo una buena largada, pero se recuperó rápidamente y lideró la competencia hasta cruzar la meta ¡con una amplia sonrisa! Fue escoltada por dos canadienses: Fanny Rosenfeld (a priori, la favorita para llevarse el oro) y Ethel Smith.

El enviado del Chicago Tribune, William L. Shirer, escribió: "Una joven rubia, bonita, de ojos azules y poco conocida, de Chicago, se convirtió en la favorita de los espectadores cuando voló por el camino de ceniza, con sus mechones dorados volando, para ganar".

Así, una adolescente de solo 16 años, oriunda de los suburbios del sur de Chicago, se convirtió en la primera atleta de la historia olímpica en imponerse en una prueba femenina en un Juego.

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Tras agasajos y desfiles en Nueva York, Betty volvió a Riverdale, donde fue recibida por sus padres, Harry y Elizabeth (foto), junto con unas 20.000 personas, que ovacionaron a la campeona olímpica de los 100 metros llanos en Amsterdam 1928.

Tras agasajos y desfiles en Nueva York, Betty volvió a Riverdale, donde fue recibida por sus padres, Harry y Elizabeth (foto), junto con unas 20.000 personas, que ovacionaron a la campeona olímpica de los 100 metros llanos en Amsterdam 1928.

Y no solo eso: con un tiempo de 12”02/10, ¡estableció un nuevo récord mundial!, mientras que sus escoltas registraron 12”03/10. Por su parte, en el cuarto puesto se ubicó la alemana Erna Steinberg, con 1”04/10.

¿Algo más? Sí: a la fecha, Betty sigue siendo la mujer más joven en ganar el oro en los 100 metros llanos en un Juego Olímpico.

Robinson, “descubierta” menos de seis meses antes cuando su profesor de Biología de la escuela secundaria la vio correr para alcanzar un tren, ¡era ahora la mujer más rápida del mundo! Y, mientras lloraba en el podio al recibir su medalla de oro con el himno de su país de fondo, continuaba tratando de entender la magnitud de lo que acababa de lograr.

Para que su paso por Amsterdam fuera aún más brillante, Robinson ganó una segunda medalla olímpica: fue la de plata, en el relevo 4x100 metros, junto con Jessie Cross, Loretta T. McNeil y Mary T. Washburn, con 48”08/10, mientras que el oro fue para la posta canadiense, que registró 48”04/10.

La delegación estadounidense fue recibida por una multitud cuando su barco atracó en Nueva York y, tras agasajos y desfiles en esta ciudad, Betty –que acababa de cumplir 17 años– volvió a Riverdale, donde la esperaban unas 20.000 personas, que habían hecho una colecta y le regalaron un reloj de brillantes. Por su parte, la escuela secundaria a la que asistía le obsequió una copa de plata.

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En Riverdale, Betty fue conducida en un descapotable y, los habitantes de su ciudad natal, que habían hecho una colecta, le regalaron un reloj de brillantes. Por su parte, la escuela secundaria a la que asistía le obsequió una copa de plata.

En Riverdale, Betty fue conducida en un descapotable y, los habitantes de su ciudad natal, que habían hecho una colecta, le regalaron un reloj de brillantes. Por su parte, la escuela secundaria a la que asistía le obsequió una copa de plata.

Robinson retomó las clases en la misma y, una vez que se recibió, comenzó a estudiar Educación Física en la Universidad Northwestern. Desde su vuelta había continuado corriendo y, en julio de 1929, estableció récords en las 50 yardas (con 5”08/10) y las 100 yardas (11”04/10 segundos) en el estadio Soldier Field de Chicago.

Y no paraba de crecer: en septiembre de ese mismo año, batió su propio récord mundial de los 100 metros, con un brillante tiempo de 11”.

En marzo de 1931 estableció las plusmarcas universales de las 60 yardas (6”09/10) y las 70 yardas (7”09/10). La vida le sonreía a Betty –dueña de una enorme popularidad–, la que también se preparaba para los Juegos Olímpicos de 1932, que tendrían lugar en Los Angeles, y en los que aspiraba a revalidar su título en los 100 metros llanos.

Hasta que, un día, le mostró su cara más cruel.

El accidente que cambió su vida

El domingo 28 de junio de 1931 fue una jornada extremadamente calurosa en Chicago y, para que se “refrescara”, Wilson Palmer, primo de Betty, la invitó a volar en su Travel Air Model B –matrícula NC 4392–, un biplano monomotor de ala alta y cabina abierta, en el que el piloto iba detrás de los dos pasajeros.

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El domingo 28 de junio de 1931, Wilson Palmer, primo de Betty, la invitó a volar en su Travel Air Model B –matrícula NC 4392–, un biplano monomotor de ala alta y cabina abierta y, posiblemente por una falla del motor, la aeronave comenzó a perder altura hasta que se estrelló en un terreno pantanoso en cercanías del aeródromo de Chicago.

El domingo 28 de junio de 1931, Wilson Palmer, primo de Betty, la invitó a volar en su Travel Air Model B –matrícula NC 4392–, un biplano monomotor de ala alta y cabina abierta y, posiblemente por una falla del motor, la aeronave comenzó a perder altura hasta que se estrelló en un terreno pantanoso en cercanías del aeródromo de Chicago.

Pero cuando ni siquiera habían alcanzado unos 600 pies (180 metros) y, posiblemente por una falla del motor, la aeronave comenzó a perder altura hasta que se estrelló en un terreno pantanoso en cercanías del aeródromo de la ciudad.

Las primeras personas que llegaron al lugar del siniestro se encontraron con un panorama completamente desolador: ambos estaban inconscientes y presentaban múltiples heridas. Palmer, que respiraba con mucha dificultad, se había fracturado el cráneo –además de la mandíbula– y en varias partes sus piernas (días después tuvieron que amputarle la izquierda).

Pero Betty, quien también yacía inmóvil, no mostraba signos de vida. La campeona olímpica había sufrido múltiples fracturas del lado izquierdo de su cuerpo: en los huesos de la cadera, en el brazo, en la pierna y en el ojo, y sangraba profusamente de un gran corte en su frente.

Su aspecto era tan malo que parecía estar muerta. Por eso, el hombre que la extrajo de los restos de la aeronave la cargó en el baúl de su auto ¡y la llevó a una funeraria cercana!

Pero las hadas del destino le dieron una chance a Betty: el encargado de la casa mortuoria se dio cuenta de que no le habían traído un cadáver: aunque su pulso era muy débil y apenas respiraba, la joven aún estaba viva y, rápidamente, la llevó al Oak Forest Infirmary.

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Betty sufrió múltiples fracturas del lado izquierdo de su cuerpo: en los huesos de la cadera, en el brazo, en la pierna y en el ojo, y sangraba profusamente de un gran corte en su frente. Su aspecto era tan malo que parecía estar muerta. Por eso, el hombre que la extrajo de los restos de la aeronave la cargó en el baúl de su auto ¡y la llevó a una funeraria cercana!

Betty sufrió múltiples fracturas del lado izquierdo de su cuerpo: en los huesos de la cadera, en el brazo, en la pierna y en el ojo, y sangraba profusamente de un gran corte en su frente. Su aspecto era tan malo que parecía estar muerta. Por eso, el hombre que la extrajo de los restos de la aeronave la cargó en el baúl de su auto ¡y la llevó a una funeraria cercana!

Por la extrema gravedad de su cuadro (en el hospital también detectaron que había sufrido serios golpes internos), Robinson estuvo en coma durante siete semanas donde, su riesgo de vida, siempre fue muy alto.

Inicialmente, los médicos dudaron de que sobreviviera; al despertar, todo indicaba que no volvería a caminar y, cuando Betty comenzó a hacerlo (aunque con mucha dificultad) meses después de escapar de la muerte, aseguraron que su carrera atlética era cosa del pasado.

Pero Robinson superó absolutamente todo, incluida una larguísima y dolorosa rehabilitación, ya que tardó seis meses en dejar la silla de ruedas y volvió a caminar con cierta “normalidad” (léase erguida y sin muletas o bastón), dos años después de su accidente.

Y, para incredulidad de su familia y los facultativos, un día Betty decidió volver a las pistas. Primero caminando; luego, trotando y, más tarde, corriendo 100 yardas. Habían pasado los Juegos de Los Angeles 1932 y, por eso, se fijó el objetivo (para muchos, absolutamente imposible) de ¡competir en los de Berlín 1936!

A Betty jamás le gustó que le dijeran “no”, ya que –como lo demostraría–, cuando le decían que sería incapaz de hacer algo, encontró la manera de lograrlo y sorprendió a aquellos que dudaban de ella, incluidos los médicos.

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El doctor Jacob J. Minke y la enfermera Eltine Scheimer atienden a Betty, que estuvo en coma durante siete semanas y, al despertar, todo indicaba que no volvería a caminar. Cuando comenzó a hacerlo (aunque con mucha dificultad) meses después de escapar de la muerte, los médicos aseguraron que su carrera atlética había terminado.

El doctor Jacob J. Minke y la enfermera Eltine Scheimer atienden a Betty, que estuvo en coma durante siete semanas y, al despertar, todo indicaba que no volvería a caminar. Cuando comenzó a hacerlo (aunque con mucha dificultad) meses después de escapar de la muerte, los médicos aseguraron que su carrera atlética había terminado.

Pero las secuelas del accidente le impedirían correr en los 100 metros llanos, prueba en la que había ganado el oro en Amsterdam 1928. Como en su pierna izquierda debieron colocarle varios clavos para fijar sus huesos y le quedó levemente más corta que la derecha (y, encima, no podía doblarla con normalidad, por lo que cojearía levemente por el resto de su vida), Robinson ya no podía agacharse y erguirse rápidamente, tal como lo requería la posición de largada del hectómetro.

¿Entonces? Como todavía podía correr, "no tan rápido como antes, pero sí lo suficientemente rápido como para formar un equipo" –según contaría años después–, comenzó a entrenarse en el IAWC para integrar la posta de los 4x100 metros llanos.

Los gastos hospitalarios habían afectado seriamente la situación económica de su familia (todos los ahorros se habían invertido en su recuperación) y, para colmo, el anuncio del Comité Olímpico de los Estados Unidos de que solo cubriría los gastos del equipo masculino de atletismo, obligó a Betty a hacer malabares para conseguir los fondos y poder viajar a Alemania.

"Fue realmente una lucha formar parte del equipo en 1936. Tuve que trabajar horas extras", revelaría. Robinson lo hizo como secretaria y vendió todos sus pines que había intercambiado en Amsterdam 1928 para pagar su pasaje y, merced a su férrea determinación y duro entrenamiento, finalmente se ganó su lugar. Aunque Betty tenía solo 24 años, sería la atleta de mayor edad de la posta de los 4x100 metros de su país.

La gloria en Berlín 1936

En estos Juegos –donde Jesse Owens se alzaría con cuatro medallas de oro–, Betty experimentaría su resurrección deportiva, la que ni el mejor guionista podría haber imaginado para una película.

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Las integrantes de la posta estadounidense de los 4x100 metros, que conquistarían la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936: de izquierda a derecha, Annette Rogers, Helen Stephens, Harriet Bland y Betty Robinson, quien corrió en el tercer tramo.

Las integrantes de la posta estadounidense de los 4x100 metros, que conquistarían la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936: de izquierda a derecha, Annette Rogers, Helen Stephens, Harriet Bland y Betty Robinson, quien corrió en el tercer tramo.

Robinson, que fue el tercer relevo, corrió con Annette Rogers, Helen Stephens y Harriet Bland y, para las estadounidenses, el rival a vencer era la posta alemana (integrada por Emmy Albus, Käthe Krauss, Marie Dollinger e Ilse Dörffeldt), que había establecido el récord mundial en su serie, disputada el sábado 8 de agosto, con 46”04/10, y eran las grandes favoritas para quedarse con el oro.

La final de los 4x100 metros femeninos tuvo lugar el domingo 9 de agosto de 1936 en el estadio Olímpico de Berlín. Tras una primera parte de la prueba donde no se sacaron mayores diferencias, la definición llegó en el último relevo.

La germana Marie Dollinger aventajaba por casi nueve metros a Robinson pero, el traspaso final de las alemanas, fue simplemente catastrófico: la última corredora local, Ilse Dörffeldt, recibió el testigo sin problemas pero, al cambiar de una mano a la otra, ¡se le cayó! y, por eso, la posta de las máximas favoritas fue inmediatamente descalificada.

Robinson le entregó el testimonio a Helen Stephens –que el 4 de agosto había ganado el oro en los 100 metros llanos– y, el relevo de los Estados Unidos, se impuso con un registro de 46”/09.

La medalla de plata quedó en poder de las británicas Eileen Hiscock, Violet Olney, Audrey Brown y Barbara Burke, con un tiempo de 47”06/10 y, la de bronce, en manos de las canadienses Dorothy Brookshaw, Jeanette Dolson, Hilda Cameron y Aileen Meagher, con 47”08/10.

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El podio de los 4x100 metros femeninos en Berlín 1936, con las estadounidenses en lo más alto, escoltadas por la posta británica (plata) y la canadiense (bronce). Cuando le faltaban solo 14 días para cumplir 26 años, y a poco más de cinco de su terrible accidente de aviación, Betty se colgó una medalla de oro olímpica por segunda vez en su vida.

El podio de los 4x100 metros femeninos en Berlín 1936, con las estadounidenses en lo más alto, escoltadas por la posta británica (plata) y la canadiense (bronce). Cuando le faltaban solo 14 días para cumplir 26 años, y a poco más de cinco de su terrible accidente de aviación, Betty se colgó una medalla de oro olímpica por segunda vez en su vida.

Para Betty fue el final de poco más de cinco años de sufrimiento: se había estrellado con un avión; fue dada por muerta; su cuerpo malherido había sido trasladado en el baúl de un auto a una funeraria; estuvo varias semanas en coma y meses inmovilizada y, por las piezas de metal en su pierna izquierda, ni siquiera podía arrodillarse.

Con una determinación extraordinaria, tardó unos dos años en caminar aceptablemente bien y, durante otros dos, estuvo entrenándose para competir en el máximo nivel. Y ahora, cuando le faltaban solo 14 días para cumplir 26 años, se colgaba una medalla de oro olímpica por segunda vez en su vida.

"Es indescriptible lo afortunada que me sentí de estar allí y conseguir otra medalla", recordaría una emocionada Betty. No volvería a participar en un Juego Olímpico o de cualquier otro certamen y, su brillante trayectoria en el atletismo, que fue corta pero explosiva, había llegado a su fin en la capital alemana.

Su vida posterior

Cuando regresó de Alemania, miles de personas la recibieron y, el fiscal de la ciudad de Riverdale, Otto C. Reich, le obsequió en nombre de la misma un anillo de diamantes valuado en 1000 dólares.

Aunque se retiró tras haberse consagrado en dos Juegos Olímpicos –y aunque nunca compitió profesionalmente–, Betty siguió involucrada con las actividades deportivas. Fue cronometrista de la Amateur Athletic Union (AAU) durante muchos años; brindó charlas a lo largo de su país donde contaba su asombrosa historia de vida, motivando a los jóvenes a superarse merced al estudio, trabajo y entrenamiento y, además, fue una permanente impulsora del atletismo femenino.

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En una foto de 1988, Robinson exhibe orgullosa sus medallas de oro olímpicas, ganadas en Amsterdam 1928 y Berlín 1936. Betty murió el martes 18 de mayo de 1999, a los 87 años, en Aurora, Colorado, tras luchar mucho tiempo contra el cáncer y el Alzheimer.

En una foto de 1988, Robinson exhibe orgullosa sus medallas de oro olímpicas, ganadas en Amsterdam 1928 y Berlín 1936. Betty murió el martes 18 de mayo de 1999, a los 87 años, en Aurora, Colorado, tras luchar mucho tiempo contra el cáncer y el Alzheimer.

El 1 de diciembre de 1939, Betty se casó con el tapicero Richard Schwartz, tuvo dos hijos (Richard –Rick– y Jaine) y se mudó a Glencoe, al norte de Chicago donde, desde fines de la década de 1960 hasta principios de la de 1980, trabajó en una ferretería hasta que se jubiló.

En 1977, cuando Robinson ingresó al National Track and Field Hall of Fame(Hall de la Fama del Atletismo Nacional de Estados Unidos), ubicado actualmente en Manhattan, Nueva York, dijo: "Supongo que la mayoría de los estadounidenses ni siquiera me reconocen. Todavía no puedo creer la atención que recibo por algo que hice hace tanto tiempo”.

Asimismo, en 1996 fue una de las portadoras de la antorcha olímpica, que estaba en camino hacia Atlanta, sede de los Juegos de ese año. Lo hizo en Denver y, aunque ya presentaba problemas de salud, completó su recorrido caminando y rechazó toda ayuda en el tramo que le tocó llevarla.

Betty murió el martes 18 de mayo de 1999, a los 87 años, en Aurora, Colorado, tras luchar durante mucho tiempo contra el cáncer y el Alzheimer.

Betty Robinson fue una pionera en el deporte olímpico femenino y, su extraordinaria resiliencia, la convirtió en un ejemplo para las siguientes generaciones.

La primera vez que ganó un oro olímpico, cortó la cinta de llegada sonriendo y, con esa actitud de vida, ocho años repitió el festejo.

Solo ella y su alma sabían lo que debieron pasar para lograrlo, y no estuvo nada mal para alguien que se estrelló con un avión, fue dada por muerta y llevada en el baúl de un auto a una casa fúnebre en lugar de un hospital.