Antes del hecho que cambiaría radicalmente su vida –que corrió un muy elevado riesgo de perder–, había renunciado a su trabajo como ingeniero mecánico en una importante corporación para dedicarse pura y exclusivamente al montañismo y a escalar en roca.
En febrero de 2003, esquivó a la Parca mientras practicaba esquí de travesía en un centro de Colorado con dos amigos, ya que pudo contarla tras quedar atrapado hasta el cuello bajo una enorme avalancha.
Pese a esta muy peligrosa situación que atravesó, siguió escalando y explorando cañones cada vez más peligrosos y, encima, muchas veces lo hacía completamente solo y no les avisaba a sus familiares dónde estaría.
A sus 27 años, el ego le hizo creer a Aron Ralston que era poco menos que inmortal y, con una excesiva suficiencia, el 25 de abril siguiente comenzó una nueva travesía donde la situación absolutamente extrema que viviría le haría superar todos los límites.
Cuando se activa el modo de supervivencia, los seres humanos son capaces de hacer el esfuerzo más impensado y, eso, precisamente, es lo que realizó cuando parte de su brazo derecho quedó atrapado por una roca durante cinco días y siete horas en un remoto cañón de Utah.
¿Y qué hizo? ¡Se cortó su propio brazo para poder escapar con vida! Esta es su historia.
Un amante de la naturaleza
Aron Lee Ralston nació el 27 de octubre de 1975 en Marion, Ohio. Hijo de Larry Eugene Ralston –un director y coordinador de viajes turísticos, de quien heredó su pasión y amor por la naturaleza– y Donna Pearl Anderson, tiene una hermana cinco años menor, Sonja.
Cuando tenía 12 años, su familia se mudó a Denver, Colorado, donde asistió a la escuela secundaria Cherry Creek, aprendió a esquiar y participó de varias actividades como mochilero. Se recibió de ingeniero mecánico en la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh; además, estudió francés hasta hablarlo con fluidez y, merced a las clases que tomó, tocaba muy bien el piano.
Aron practicó atletismo, trabajaba como guía de rafting durante el verano boreal y, como ferviente amante de la naturaleza, amaba escalar montañas más que cualquier otra cosa lo que, según sus propias palabras, le proporcionó “una paz mental eterna”.
Una vez recibido, Ralston trabajó durante cinco años en la corporación Intel en Ocotillo, Tacoma y Albuquerque y, a la vez, en este lapso adquirió y desarrolló conocimientos y habilidades en escalada y montañismo.
Pero como no estaba a gusto con lo que hacía en su empresa y, como quería ser alpinista profesional, en 2002 tomó una decisión de vida: renunció a la misma para seguir una carrera en lo que su vocación realmente le indicaba.
Tal es así que, ese año, además de mudarse a Denver, Colorado, escaló el Denali –o monte McKinley– la montaña más alta de América del Norte, de 6190 msnm, ubicada en la cordillera de Alaska, en el estado homónimo.
Inicialmente, Ralston se trazó un muy ambicioso objetivo: escalar todos los “14” de Colorado, es decir, los picos de 14.000 pies (4256 metros), de los cuales hay 59 en los Estados Unidos, solo y durante el invierno, algo nunca antes logrado.
Y en medio de esa empresa fue que, en febrero de 2003, quedó atrapado hasta el cuello en una avalancha de grado 5 en Resolution Peak, Colorado, junto con sus compañeros de esquí Mark Beverly y Chadwick Spencer. Aunque nadie resultó herido, sus vidas corrieron grave peligro y, de este modo, Ralston recibió un primer –y riesgoso– aviso, al que no le brindó la atención que merecía.
Su odisea
Cerca de las 23 del viernes 25 de abril de 2003, Aron –que por entonces tenía 27 años– estacionó su camioneta al oeste del Parque Nacional Canyonlands, al sureste de Utah, cerca de la ciudad de Moab, y durmió en la misma. Al día siguiente y, primero en su mountain bike y luego a pie, se dirigió hacia el sur hasta el Bluejohn Canyon, donde encontró algunas grietas particularmente estrechas y profundas, y decidió descender por las mismas.
Eran cerca de las 14.45. Todo iba bien hasta que se apoyó en una gran roca, encajada en una formación que parecía la entrada a una cueva. Aron (que mide 1,85 metro) estimó que era estable, pero, cuando ya estaba casi debajo de la misma, esta se desprendió y, al caer, aplastó su mano y muñeca derechas contra la pared de la montaña.
En un instante, quedó atrapado por una roca (cuyo peso, tiempo después, se determinaría en 800 libras, o 362 kilos), llorando de dolor, en medio de la nada, y sin celular. Y, encima –en lo que reconocería como uno de sus peores errores al rememorar la odisea que acababa de comenzar a transitar–, no le había avisado a nadie que iba a realizar esta actividad. Ergo, estaba absolutamente solo, nadie sabía dónde se encontraba y, este grave error, producto de su excesiva confianza y autosuficiencia, le costaría muy caro.
En una de las múltiples entrevistas que brindaría, Aron recordaría ese dramático momento: “Pasé de estar divirtiéndome en un lugar hermoso, y estar tan feliz y despreocupado, a gritar «¡Mierda!» La roca cayó, aplastó mi mano derecha y, en ese momento, sentí algo 100 veces más doloroso de que te rompan el dedo con una puerta”, comparó. “Rápidamente me di cuenta de que la situación era realmente grave, y que estaba en un muy serio problema”, agregó.
Al momento de quedar atrapado, Ralston contaba con casi medio litro de agua; dos burritos (similares a los tacos mexicanos); dos barras de chocolate; un celular; unos audífonos; una cámara de video; una bolsa de dormir; una pinza multiuso, con un cuchillo;su equipo para escalar (cuerdas, mosquetones, etcétera); una linterna, y ropa liviana.
Esa primera noche –y las siguientes cuatro– que pasaría en el fondo de la grieta del cañón fueron “las peores de mi vida”, revelaría Aron quien, a pesar de la crítica situación en la que se encontraba, en todo momento trató de conservar fría su cabeza, lo que por momentos también le resultaría harto difícil.
La primera, y más obvia de sus opciones para sobrevivir, era que alguien lo encontrara y pidiera ayuda. Pero la zona donde estaba atrapado era inhóspita y muy poco transitada, y nadir pasó por el lugar. La segunda era raspar la roca y la pared del cañón con su cuchillo e intentar dejar espacio para que su brazo saliera, en lo que Aron emplearía mucho tiempo (y consumiría energías) hasta eventualmente lograrlo.
Otro de los métodos que probó para liberarse fue establecer un rudimentario sistema de poleas con las cuerdas de su equipo para escalar y, así, poder levantar –o al menos mover–, la roca que lo mantenía atrapado. Pero este esfuerzo tampoco tuvo éxito. "Con ninguno de los mecanismos de las cuerdas pude hacer que se moviera ni siquiera microscópicamente", señalaría.
El lunes 28 de abril, por la mañana, comenzó a raspar nuevamente la roca y la pared de la montaña, y lo hizo durante ¡15 horas seguidas!El cuchillo de la pinza multiuso que Aron tenía –y que era una imitación de mala calidad de la reconocida marca Leatherman– medía menos de 4 centímetros y, aunque el martes 29continuó horadando la roca, esta no se movió en absoluto.
Al quinto día, completamente exhausto, Ralston grabó su nombre y apellido, fecha de nacimiento y supuesta fecha de muerte en la pared del cañón. Hasta escribió la siglaRIP (Rest in Peace, o Descanse en Paz). Fue también durante este miércoles 30 de abril que, deshidratado, decidió beber su propia orina.
La desesperación era total y, en este angustiante escenario, donde pensó que iba a morir, se sacó varias fotos y grabó con la cámara un conmovedor video de despedida dedicado a su familia.
Así entró en la que sería su quinta y última noche con su antebrazo atrapado entre la roca y la pared del cañón, en un espacio pequeño y húmedo, en la que la luz del sol apenas ingresaba durante 15 minutos al día. Su estado físico era crítico y, además de su extrema debilidad por la falta de alimento y agua, se sumaba la amenaza del frío, ya que vestía prendas livianas y no contaba con ningún abrigo.
A pesar de todo, la noche –donde sufrió algunas alucinaciones– finalmente quedó atrás y, en el amanecer del jueves 1 de mayo de 2003, comenzó a prepararse para el desafío más difícil de su existencia, y que venía estimando como lo único que le restaba hacer para salir de ahí.
Aron podía morir de hambre, de sed, de frío, o de una infección generalizada ya que, por la falta de circulación sanguínea, su brazo derecho –ennegrecido por los tejidos necrosados y casi sin sensibilidad– comenzaba a descomponerse.
Decidido a hacer lo que sea para liberarse, talló la inscripción "buena suerte" en la pared del cañón y, finalmente, comenzó con la tarea desesperada que, de completarla, le permitiría escapar e ir por ayuda.
La decisión extrema que tomó
La línea entre la vida y la muerte era muy delgada y, a Ralston, no le quedaba nada por hacer, excepto materializar una medida absolutamente extrema: amputarse el brazo. Suena espeluznante, pero no tenía opción. ¿Podía morir desangrado? Sí. ¿Y, si no lo hacía, y permanecía atrapado? También.
Aron sabía que tenía que cortarse el brazo, pero no cómo, aunque, en medio de semejante panorama, apeló a la lógica: con cuerdas finas de su mochila se hizo un torniquete en su brazo para, una vez amputado el mismo, perdiera la menor cantidad de sangre posible.
Comenzó intentando usar su cuchillo como sierra, pero, como su hoja estaba tan desafilada, ni siquiera rompió la piel; entonces, lo utilizó como puñal y, clavándoselo una y otra vez –por más que no tuviera ni punta–, sí pudo perforarla. Cuando lo hizo, escaparon gases y un muy mal olor invadió el ambiente, lo que confirmó que el miembro estaba, literalmente, pudriéndose.
Pero, aún, debía encontrar una manera de romper los huesos para terminar con esta pesadilla. ¿Y cómo lo hizo? Arrojándose bruscamente contra la roca hasta que, con el peso de su cuerpo, quebró el radio y el cúbito. Luego usó el cuchillo para cortar la piel, la carne y los nervios restantes para, finalmente, liberarse después de estar atrapado 127 horas.
Pero su calvario no había terminado ya que, como estaba muy débil y perdía mucha sangre, comenzó una carrera contra el tiempo para encontrar ayuda. Después de tres horas caminando bajo el inclemente sol del mediodía (donde, incluso, descendió en rapel unos 20 metros), Aron fue hallado por una familia de tres turistas holandeses –Eric Meijer, su esposa Monique, y su hijo Andy– quienes, asombrados por la odisea que les contó que había atravesado, inmediatamente le dieron agua.
Mientras la madre y el hijo fueron a buscar ayuda, el padre se quedó con el herido hasta que llegó el helicóptero de rescate, que ya lo estaba buscando luego de que la familia Ralston había denunciado la desaparición de Aron.
Aproximadamente cuatro horas después de amputarse su brazo, Aron –que bajó unos 10 kilos durante los cinco días y siete horas que estuvo atrapado en el cañón– fue embarcado en el helicóptero y trasladado al St. Mary's Medical Center de Grand Junction, Coloradodonde, los médicos que lo recibieron, comprobaron que por la hemorragia había perdido casi el 25% de su sangre y podría haber muerto en cualquier momento.
Tres días después de que fuera rescatado, un equipo de 13 guardaparques volvió al lugar donde Ralston estuvo atrapado para recuperar el brazo. A pesar de la ayuda de un gato hidráulico, les tomó una hora poder mover la roca.
El brazo fue cremado y, las cenizas, fueron esparcidas seis meses después por el propio Aron –justo el día que cumplió 28 años–, en el mismo lugar donde estuvo atrapado, durante la filmación de un programa especial para la cadena NBC.
Su recuperación
Aron fue sometido a una cirugía de urgencia para reparar la extremidad que se amputó. Dos cirujanos acortaran el hueso de su brazo aproximadamente 2,5 centímetros y estiraron los músculos y la piel sobre el muñón para cerrar la herida.
“Estaba contento de haber sobrevivido, pero sufrí mucho dolor, y ni siquiera podía ir al baño solo. Después de un período difícil de dos semanas, que incluyó tres cirugías, recién pude caminar por mi cuenta. Lentamente, pero sin ayuda”, recordó Aron quien, cuando fue dado de alta, continuó con su recuperación en la casa de sus padres, en los suburbios de Denver.
Su nueva vida
La extraordinaria historia de Aron Ralston atrajo el interés de todo el mundo y, sus apariciones en distintos medios para contar detalles de la misma, que definió como “un punto de inflexión” en su vida, fueron innumerables.
En septiembre de 2004, Atria Books publicó Between a Rock and a Hard Place (cuyo título original fue traducido como Entre la espada y la pared), una autobiografía de Aron que vendió millones de ejemplares en los Estados Unidos y hasta alcanzó el número 1 en las listas de best sellers en Nueva Zelanda y Australia.
La odisea de Aron contada en el libro inspiró la película 127 Horas, dirigida por el británico Danny Boyle y con el actor estadounidense James Franco en el papel de Aron. Producida por Fox Searchlight Pictures, se rodó entre marzo y abril de 2010, y se estrenó simultáneamente en Nueva York y Los Angeles el 5 de noviembre del mismo año.
El filme fue un gran éxito y hasta recibió seis nominaciones a los premios Oscar, incluso en el rubro Mejor Película (aunque este galardón quedó en poder de El discurso del rey). También compitió en las categorías Mejor Actor (donde Colin Firth, por El discurso del rey, se impuso sobre Franco), Mejor Guión Adaptado, Mejor Banda Sonora Original, Mejor Canción Original y Mejor Edición.
El filme es crudo y realista y, la escena de la amputación del brazo, provocó que muchos espectadores, tanto en los Estados Unidos como en distintos países del mundo, se desmayaran o, directamente, se retiraran de la sala donde se exhibía. “(La película es) Tan fiel a los hechos, que es lo más parecido a un documental que se puede obtener, y también seguir siendo un drama", destacaría Aron.
Sobre la despedida que grabó, solo una parte se hizo público y, solo sus padres y otras muy pocas personas, la vieron completa. Igual, algunas de sus frases de este video fueron incluidas en la película.
La pesadilla de Aron se convirtió en su nueva una carrera ya que, tiempo después, comenzó a brindar charlas motivacionales, en las quecomparte sus experiencias y valores y, por eso, diferentes empresas y organizaciones lo toman como un inmejorable modelo de superación personal.
“Mientras haya adversidad, necesitamos de ejemplos que la hayan vencido. Eso espero entregar en cada una de mis charlas. Podemos tomar nuestras «rocas» y transformarlas en bendiciones. Es tu elección ver la roca como una tragedia o como un regalo. A veces hasta yo me pregunto: «¿De verdad hice eso?»”.
Asimismo, las tres lecciones principales que le dejó esta experiencia muestran quién o qué es importante para uno; de lo que somos capaces, y lo extraordinario de estar vivo.
Tampoco se olvida de recalcar sobre avisar a los seres queridos cuando se vaya a algún lugar, porque esto podría significar la diferencia entre la vida o la muerte. También explica el hecho de que, a veces, para resolver una determinada situación uno debe darse cuenta de que un gran sacrificio es inevitable y actuar en consecuencia. “La adversidad hace que profundicemos más de lo que lo habíamos hecho antes”, enfatiza.
Demostrando una entereza ilimitada y, ahora con una prótesis en su antebrazo derecho, Aron volvió a escalar en 2005 –solo dos años después de su traumática experiencia– y, finalmente, logró su objetivo de ser la primera persona en hacer cumbre en todos los “14” de Colorado, solo y en invierno.
En agosto de 2009 se casó con Jessica Trusty; en 2010 tuvieron un hijo, Leo, y se divorciaron en 2012. Un año después, fue padre de una niña con su por entonces novia, Vita Shannon, una agente de policía de Denver, de la que también terminaría separándose.
Aron también suele visitar el lugar donde pasó las peores 127 horas de su existencia: “Vuelvo a ese lugar y lo toco, recordando cuando pensé en lo importante de la vida, las relaciones y la búsqueda de querer salir de ahí y regresar a casa”, dijo.
Hoy, Aron sigue inspirando a las nuevas generaciones, y resaltó: “Comprendí que esta no era una historia solo para mí y mis amigos. Entendí que no era una tragedia, sino un regalo que iba a compartir. De alguna manera es lo más grande que me pasó en la vida y, si mi historia sirve para ayudar y motivar a mucha gente, estaré muy feliz”.
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