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Ciencia

Eclipse: la crónica del día en el que el Sol y la Luna danzaron hasta alinearse en una postal única

Una periodista de Aire Digital vio el eclipse desde en un escenario ideal: el pequeño pueblo de Bella Vista en la precordillera de San Juan. Es una localidad de apenas 600 personas que fue “invadida por unas 30.000 personas que no quisieron perderse esta gran oportunidad.

Bella Vista fue el lugar elegido de todos los científicos y aficionados del mundo para observar el eclipse total de Sol del 2019 que por haber atravesado Argentina de la forma en que lo hizo (de sureste a noroeste por la región centro) presentó un escenario inolvidable.

A 2.400 kilómetros sobre el nivel del mar, en plena precordillera, con un día absolutamente despejado y un Sol ubicado en un ángulo de 12 grados, el evento astronómico exhibió un paisaje único en el mundo para observar esta danza entre la Tierra, la Luna y nuestra estrella, en el momento en que se alinearon perfectamente para formar un eclipse total.

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Un ocultamiento total de un cuerpo celeste sobre otro que pudo darse gracias a que el Sol es 400 veces más grande que la Luna pero está 400 veces más alejado de ella. Una hermosa casualidad que permitió que desde la Tierra los astros parecieran tener el mismo tamaño, de lo contrario, no se vería desde nuestro planeta un eclipse sino un fenómeno conocido como “tránsito” que refiere al paso de un cuerpo pequeño sobre otro más grande.

Desde las 7 de la mañana el predio de Bella Vista, en el departamento de Iglesia en San Juan, comenzó a recibir a miles de personas. Una localidad de 600 habitantes se vio invadida por alrededor de 30 mil personas de todo el mundo que se reunieron para presenciar esta oportunidad histórica. Su pueblo, pequeño, árido, perdido entre las montañas, se convirtió en el foco principal de los turistas y la prensa que llegaron de todo el mundo.

No podían perderse la oportunidad de mostrar sus productos regionales, de mejorar su imagen para que no se hable sólo de Bella Vista como un pueblo contaminado por la minería sino de la bella vista que ofrecen a quienes lo visiten. Y esta vez, los astros les dieron una buena mano. Por detrás de las montañas se asomaron el Sol y la Luna juntos, disputando ese lugar para ser el centro de todas las fotos que se llevarían a casa los habitantes de cada rincón del planeta que subieron con esfuerzo hasta allá.

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A las 16.30 la vista de todos en el campamento se elevó hacia el oeste pero no sin antes agachar la mirada para protegerse la visión y poder mirar al Sol con claridad a través de algún filtro o por la fila de telescopios que apuntaban al astro y que cada 3 o 4 minutos debían ser reacomodados para seguirlo.

Así, entre música, comida y bebida, un escenario animando el encuentro, pantallas, cámaras, autos estacionados, pic-nics, carpas y mucho entusiasmo, el encuentro astronómico iba llegando a su mejor momento. El Sol poco a poco comenzaba a ser eclipsado por la Luna aunque pasaba inadvertido a simple vista.

El momento más emocionante llegó cuando las charlas entre aficionados, científicos y amigos comenzaban a ser interrumpidas por un “ya está oscureciendo” o por las sirenas que marcaban los segundos que faltaban para que la totalidad se complete.

“Faltan dos minutos” advertían desde el escenario. Todos los ojos fueron puestos en el Sol, o la Luna, en alguno de los dos porque estaban juntos, la Luna llegando de a poquito ayudada por su órbita hacia el centro del gigante de plasma. Y esta vez se dio el gusto. A las 17:39 lo cubrió por completo.

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En el cielo se vio algo difícil de poner en palabras. Durante dos minutos se hizo de noche. “Miren las estrellas” se oía decir desde la zona de los telescopios, en donde estaba el grupo del observatorio Miradas al Cielo. Otros decían “las Perlas de Baily” en referencia al anillo que se formó detrás de la Luna que dejaba ver solamente la atmósfera solar de forma irregular gracias a los valles de la Luna.

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En la Tierra un juego de luces y sombras. Como una puesta del Sol que no quiere completarse. Por dos minutos y medio la vista directa, sin anteojos ni filtros, sin telescopios ni pantallas, quedó fija tratando de comprender la espectacular imagen.

En la Tierra se oían gritos de alegría, aplausos, silencios por instantes que contemplaban hasta que se vio el Anillo de Diamantes, el primer rayo de luz potente que se asomó del Sol apenas la Luna comenzó a correrse, inevitablemente, de ese lugar privilegiado.

Aplausos, abrazos -el más tierno fue el de un papá que abrazó a su hijo pequeño al pie del eclipse, bajo la imagen del Sol y las montañas mientras el niño no paraba de saltar con sus brazos extendidos- sirenas y una satisfacción inmensa que dejó a muchos lagrimeando y reflexionando ¿Qué hacían luego de haber contemplado una maravilla de la naturaleza de semejante magnitud? ¿Cómo lo iban a contar? “Hay que verlo” decían con una sonrisa, mientras el Sol se ocultaba dejando caer la tarde y levantando frío.

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A las 21.30 jugaba Argentina y la noche se acercaba. Había que tomar un decisión. Bajar inmediatamente corriendo el riesgo de no llegar a ver el partido por la enorme fila de luces rojas y blancas que decorarían las tres horas -con suerte- de bajada o quedarse a mirar el partido en ese escenario, con frío y pantallas gigantes en un clima de eclipse que coronó la jornada con la derrota de Argentina. Fue un día con muchas emociones.

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