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Un informe advierte sobre la baja de la natalidad y el envejecimiento de la población en Argentina

Un trabajo realizado por la Universidad Austral revela que la tasa de natalidad en Argentina ha disminuido significativamente a partir del año 2014. Ello implica una caída de más del 40% en solo una década.

Un informe realizado por la Universidad Austral releva los cambios estructurales que se han producido en los últimos años en la población, en familias y en hogares de Argentina. Dicho trabajo señala que la natalidad en el país disminuyó significativamente a partir del año 2014, lo que implica una caída de más del 40% en menos de una década.

Según el trabajo universitario, titulado "Estructuras familiares y cambios sociales", se evidencia una reducción notable en la cantidad de hijos por familia, que afecta la estructura y dinámica familiar, pero también a la proyección futura de la sociedad argentina.

Estructura demográfica

A nivel mundial las tasas de natalidad continúan en franco descenso y la Argentina no es la excepción, registrando un descenso de la natalidad del 40% en menos de una década. Al mismo tiempo, el estudio observa que el total de nacimientos ocurridos en Argentina no refleja a la cantidad real de niños o niñas residentes en nuestro país. Sucede que este dato incluye aquellos nacimientos de madres con residencia en otros países que dan a luz en Argentina, pero una vez producido el nacimiento no permanecen en el país.

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La natalidad en Argentina ha disminuido significativamente a partir del año 2014.

La natalidad en Argentina ha disminuido significativamente a partir del año 2014.

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Paralelamente, la esperanza de vida de las personas alcanzó los 72,8 años (ONU, 2019), lo que supone una mejora de unos nueve años con respecto a 1990, estimándose que, en 2030, casi el 12% de la población mundial tendrá 65 años o más y la longevidad media mundial en 2050 se situaría en torno a los 77,2 años (ONU, 2022).

El trabajo de la Universidad Austral indica que este proceso se expresa en un aumento del envejecimiento poblacional, por lo que nuestro país no es una excepción. El primer censo de la República Argentina, realizado en 1869, muestra una población mayormente joven: aproximadamente el 40% tenía menos de 15 años y la población de 65 años y más, solo representaba el 2,2% del total. De hecho, las pirámides de los censos de 1869, 1895 y 1914 presentaban una base ancha, indicativa de la alta natalidad, y una cúspide angosta, como consecuencia de la alta mortalidad.

Sin embargo, a partir del censo de 1947 se comienzan a observar los primeros indicios del proceso de envejecimiento poblacional, obteniendo pirámides demográficas con bases cada vez más angostas y cúspides más anchas y elevadas, producto del descenso en los niveles de natalidad y mortalidad respectivamente que continuaron intensificándose en las décadas siguientes (INDEC).

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En el último censo nacional (2022), el grupo de edad entre 0 y 14 años alcanza al 22% de la población total; es decir, presenta una diferencia de 18,3 puntos porcentuales respecto de 1895. Asimismo, la participación relativa de la población en edades potencialmente activas (15 a 64 años) aumenta de manera paulatina. La edad mediana alcanza los 32 años (12 años más que la registrada hace un siglo). Precisamente, el índice de envejecimiento (cantidad de personas de 65 años y más por cada 100 personas de entre 0 y 14 años) en 2022 fue de 53, mostrado un incremento a lo largo de las décadas. Hoy este índice es de 60,55 (RENAPER, 2025). En este contexto, la participación relativa de las personas mayores llegó a 11,8%, 9,9 puntos porcentuales por encima de la de 1895. La tasa bruta de mortalidad alcanza las 8,6 defunciones cada mil habitantes (INDEC, 2024).

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A través de los censos podemos observar una tendencia al cambio en relación con el sexo del jefe de hogar, dónde las mujeres comienzan a tener una mayor preponderancia (jefaturas femeninas).

A través de los censos podemos observar una tendencia al cambio en relación con el sexo del jefe de hogar, dónde las mujeres comienzan a tener una mayor preponderancia (jefaturas femeninas).

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Por su parte, el índice de dependencia potencial en los últimos 30 años que alcanzaba el 65,1 (1991) descendió a 51,2 (2022) y actualmente a 47,6 (RENAPER, 2025). Esta disminución podría explicarse por la tendencia en aumento de la esperanza de vida. Así también, el índice de sobreenvejecimiento que en 1991 era de 6,6 en 2022 llegó a 10,4 con una marcada tendencia de feminización en este grupo poblacional (228 mujeres por cada 100 varones). (INDEC, 2024)

Las ciudades más envejecidas del país son: CABA (22,6%) y Santa Fe, ambas con un 17,3%, según datos del INDEC de 2024.

Estructuras de los hogares

Al observar los cambios en las estructuras de hogares argentinos es notorio el crecimiento de hogares de tipo unipersonal, por encima de los hogares multipersonales. Los hogares con un solo miembro en 2022 superan a los habidos en el censo 1991, por 12 puntos porcentuales (25% vs. 13%), lo que denota un crecimiento constante de hogares singulares en los últimos 30 años (INDEC).

Por su parte, los hogares multipersonales a nivel urbano de núcleo incompleto van en aumento con marcada jefatura monoparental femenina, más del 50% entre 1991 y 2010. Sin embargo, en estudios recientes, 8 de cada 10 hogares de tipo monoparental se encuentran a cargo de mujeres (INDEC, 2024).

  • Ello ha traído aparejado un crecimiento de hogares superior al crecimiento de habitantes en el país, especialmente a partir del censo 2010.
  • De esta manera los hogares aumentaron entre 2010 y 2022 un 31%, mientras que las personas crecieron solo un 15% en el mismo período de tiempo.
  • Por su parte la cantidad promedio de miembros por hogar ha disminuido, pasando de 3,6 (1991) a 2,9 (2022).

Si observamos el gráfico respecto de la cantidad de personas por hogar (gráfico 9), en el censo 2022 se destacan los hogares con un solo miembro, siendo superiores respecto de cualquier otra conformación. En el censo anterior (2010) preponderaban los hogares con 2, 3 y 4 miembros por encima de los unipersonales (INDEC).

Por otro lado, el cambio demográfico actual facilitaría la transmisión de recursos intergeneracionales vinculados directamente con los cuidados, aun teniendo en cuenta que los arreglos residenciales son disímiles y varían según cada región y según las funciones que cumple cada miembro en el hogar.

Estructura de los hogares con y sin hijos

Las bajas en la natalidad se reflejan en las estructuras de hogares con presencia de menores de 18 años. Entre los censos de 1991 a 2010 la diferencia más significativa fue de 4 puntos porcentuales, mientras que luego del 2022 descendió 6 puntos porcentuales (INDEC).

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Las bajas en la natalidad se reflejan en las estructuras de hogares con presencia de menores de 18 años.

Las bajas en la natalidad se reflejan en las estructuras de hogares con presencia de menores de 18 años.

Si bien el promedio de hijos por mujer que presentan los resultados del Censo 2022 manifiesta situaciones heterogéneas según su jurisdicción de residencia, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene un promedio de 0,9 (promedio idéntico al censo 2010), mientras que en Santiago del Estero, Misiones y Formosa su promedio es de 1,7 (con un leve descenso en relación al censo 2010). A nivel nacional se ha llegado al 1,4 de promedio de hijos por mujer, observándose un descenso del promedio de hijos a medida que se avanza en años censales argentinos y un aumento de mujeres sin hijos (INDEC, 2024).

Según los datos de los últimos Censos, en la franja de edad entre 30 y 34 años las mujeres con hijos nacidos vivos crecieron 10 puntos porcentuales entre 2001 y 2022. Mientras que la misma proporción disminuyó en las mujeres entre 20 y 24 años (INDEC).

Este dato condice con los cambios que podemos observar en cuanto a la edad de las madres en el momento de producirse los nacimientos. Según informa el Ministerio de Salud de la Nación, hace menos de diez años atrás, los nacimientos de producían en mayor proporción en la franja etaria entre 20 y 24 años y, en segundo lugar, en las mujeres entre 25 y 29 años. Hoy la tasa mayoritaria de nacimientos se produce en mujeres de 25 a 29 años y el segundo lugar lo ocupa la franja etaria entre 30 y 34 años. En el mismo período es posible observar un aumento en la maternidad de mujeres en el rango 35-39 y 40-44 años (M. Salud, 1994-2023).

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Teniendo en cuenta el máximo nivel educativo alcanzado por las mujeres en viviendas particulares entre 14 y 49 años con hijas e hijos nacidos vivos censadas en 2022, el 40,6‰ no tienen secundario completo, el 37,9‰ finalizaron ese nivel educativo y el 25,5 ‰ tienen estudios superiores o universitarios completos o incompletos. Estos datos reflejan que a mayor nivel educativo, menor cantidad de hijos (INDEC, 2024).

Por su parte, los centros urbanos presentan valores relativamente estables en cuanto a los hogares con hijos y sin hijos durante los últimos 9 años. Sin embargo, en ellos podemos observar el crecimiento de hogares con un solo niño por sobre los hogares con dos o más menores de 18 años (INDEC-EPH, 2024)

A nivel nacional estos datos también acreditan Familias cada vez más pequeñas, con menos hijos. Así, pasamos de 1.533.421 de mujeres con más de 5 hijos en 2001 a 608,617 mujeres con la misma cantidad de hijos en 2022 (INDEC, 2001 y 2024).

Estructuras de los hogares con adultos mayores

Si bien en 1991, la población de personas mayores de 85 años representaba el 1,5% de la población total, en 2022 ascendió al 11,8%.

  • El índice de sobre-envejecimiento representa la cantidad de personas de 85 años y más por cada 100 personas de 65 años y más. Mientras que en 1970 su valor fue de 5,0, en 2022 llegó a 10,4.
  • En hogares de jefatura femenina es notoria la presencia de adultos mayores. Ello evidencia las tareas de cuidado ejercidas principalmente por mujeres.
  • En contraposición al descenso de familias con niños/as, los datos reflejan un crecimiento de hogares con personas mayores.
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Si bien se observa una tendencia en el aumento de la esperanza de vida, los datos en América Latina corroboran que la pandemia por COVID-19 afectó de manera particular a la población adulta mayor de la subregión, que se refleja en una mayor tasa de mortalidad y gravedad de la infección por enfermedades preexistentes (como las cardiovasculares, la diabetes y enfermedades respiratorias crónicas) y comorbilidades, afectando particularmente a los grupos de más avanzada edad (75 años y más) (CEPAL, 2024).

Este rápido proceso de transición demográfica que ha atravesado la región en los últimos 70 años, sumado a los efectos de la Pandemia, se traduce en un aumento de la demanda de protección social y de cuidados hacia las personas mayores, y se asocia con nuevos desafíos: la alta feminización del trabajo de cuidados, que en su mayoría no es remunerado o se realiza en condiciones de precariedad. Se debe prestar especial atención a estos aspectos, que exigen desde hace varios años fortalecer las políticas integrales de cuidados (CEPAL, 2024c).

Otro de los efectos de la transición demográfica y el proceso de envejecimiento que se está observando, está relacionado con la presión que ejerce el aumento de la morbilidad entre las personas mayores sobre los sistemas de salud. Esta situación se manifiesta en una mayor prevalencia de enfermedades que aumentan el riesgo de discapacidad y la demanda de cuidados a largo plazo, lo que reafirma la necesidad de fortalecer los sistemas de protección social de la región. De acuerdo con los datos ofrecidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2024) durante 2023 la proporción de la población que contaba con, al menos, una prestación de protección social en América Latina y el Caribe llegó al 61,2%, por lo que casi cuatro de cada diez personas corrían el riesgo de no tener cobertura de salud en la vejez (CEPAL, 2025).

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La región enfrenta una crisis de los cuidados que se expresa en una demanda creciente que trasciende el número de personas cuidadoras y las políticas públicas existentes, y que se intensifica con el envejecimiento poblacional. En la actualidad, las personas de 65 años y más son algo menos de 68 millones, equivalente al 9,9% de la población total, y se proyecta que en 2050 serán más del doble y representarán el 18,9%. (CEPAL, 2025, p.15). Por tanto, Resultan tiempos en los cuales aumenta la esperanza de vida y se impone enfocarse en el envejecimiento saludable para valorar las auténticas ganancias en términos de longevidad.

Jefatura del hogar

  • En los principales aglomerados urbanos se evidencia una paulatina tendencia de crecimiento de los hogares bajo jefatura femenina.
  • Esta evolución acredita el mayor nivel educativo de las jefaturas de familia en los principales centros urbanos.

A través de los censos podemos observar una tendencia al cambio en relación con el sexo del jefe de hogar, dónde las mujeres comienzan a tener una mayor preponderancia (jefaturas femeninas: en 1991 22% vs. 49% en 2022) movilizada principalmente por las jóvenes generaciones (entre 25 y 44 años). En los centros urbanos esta tendencia es sostenida en los últimos 9 años.

Lo mismo ocurre con las jefaturas de hogares de personas mayores. A diferencia del promedio mundial, en el cual la mayor frecuencia se observa en las mujeres mayores que viven solas comparativamente con los hombres, en Argentina las mujeres mayores tienden a vivir en familias extensas y solas con hijo/as, mientras que los hombres mayores suelen vivir en pareja (CEPAL, 2025).

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A diferencia del promedio mundial, en el cual la mayor frecuencia se observa en las mujeres mayores que viven solas comparativamente con los hombres, en Argentina las mujeres mayores tienden a vivir en familias extensas y solas con hijo/as, mientras que los hombres mayores suelen vivir en pareja.

A diferencia del promedio mundial, en el cual la mayor frecuencia se observa en las mujeres mayores que viven solas comparativamente con los hombres, en Argentina las mujeres mayores tienden a vivir en familias extensas y solas con hijo/as, mientras que los hombres mayores suelen vivir en pareja.

Es posible observar una mejora sostenida en los niveles educativos de los jefes de hogar entre 2016 y 2024 en los principales centros urbanos (INDEC, EPH). De acuerdo con las mediciones del año 2024, más del 60% de los jefes de hogar, tanto varones como mujeres, tienen al menos secundario completo, lo que representa un avance significativo respecto a 2016 (cuando era apenas superior al 52%).

Por su parte, podemos observar que las mujeres jefas de hogar superan a los varones en nivel educativo a partir de 2020, tendencia que se mantiene en 2024 en los principales centros urbanos. En 2016, los varones representaban casi el 60% del total de jefes con nivel educativo alto, pero esta proporción disminuye a 53,5% en 2024, mientras que las mujeres pasan de representar el 40,7% al 46,5%. Lo mismo ocurre a la inversa en el grupo con educación baja (hasta secundario incompleto) las mujeres pasan de ser el 41% al 45,6% (INDEC, EPH).

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En relación a las jefaturas de hogares de personas mayores se advierte un descenso progresivo, exceptuando las grandes ciudades (CABA, Córdoba, Santa Fe, Mendoza). No se observa a nivel país, una incidencia que pudiera relacionarse estrictamente con el nivel educativo alcanzado, teniendo también en consideración que la educación formal de este grupo etario específico no contaba con la obligatoriedad. No ocurre lo mismo, en los grandes aglomerados urbanos, en los cuales los hogares de personas mayores están en ascenso (INDEC).

Pobreza estructural

Son hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas aquellos que presentan al menos una condición de privación, en alguno de estos aspectos:

  • Vivienda de tipo inadecuada.
  • Condiciones sanitarias deficitarias.
  • Hacinamiento.
  • Inasistencia escolar: hogares que tienen a menos un niño en edad escolar (6 a 12 años) que no asiste a la escuela.
  • Capacidad de subsistencia: incluye a los hogares que tienen cuatro o más personas por miembro ocupado y que tienen un jefe no ha completado el tercer grado de escolaridad primaria.

Pobreza

La proporción de hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) muestra una disminución sostenida a lo largo del período analizado. En 1991, el 16,48% de los hogares registraban al menos una NBI; en 2001, este valor descendió al 14,30%; en 2010, se redujo significativamente al 9,10%. En 2022 alcanzó su nivel más bajo en tres décadas, con un 6,74%. Esta tendencia descendente refleja una mejora relativa en las condiciones materiales de vida, especialmente en dimensiones estructurales como el acceso a servicios sanitarios, condiciones habitacionales y asistencia escolar.

En los principales centros urbanos el 69,7% de la población era no pobre en 2016, con un 24,2% de pobres no indigentes y 6,1% de indigentes. En 2020, se registra el pico de pobreza de la serie: solo el 58% no es pobre, mientras que 31,5% es pobre no indigente y 10,5% indigente (INDEC, EPH).

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La proporción de hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) muestra una disminución sostenida a lo largo del período analizado.

La proporción de hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) muestra una disminución sostenida a lo largo del período analizado.

En 2024, se observa una leve mejora respecto a 2020, con un 61,9% de no pobres, 29,9% pobres no indigentes, y 8,2% de indigentes. Aunque hay una recuperación parcial entre 2020 y 2024, la pobreza total sigue siendo mayor que en 2016 (INDEC, EPH).

La indigencia, que representa la pobreza extrema, aumentó más de dos puntos porcentuales entre 2016 y 2024, lo que refleja un empeoramiento en las condiciones más críticas en los principales centros urbanos (INDEC, EPH).

La evolución de la pobreza por ingresos entre 2016 y 2024, según grupos etarios, muestra un acentuado proceso de infantilización de la pobreza. Tanto en 2016 como en 2024 el grupo de niños de 0 a 14 años presenta las tasas más altas de pobreza total, superando significativamente al resto de los grupos etarios (INDEC, EPH).

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Este patrón contrasta fuertemente con el grupo de personas mayores de 65 años, que en 2024 exhibe una incidencia de pobreza total del 16% (INDEC, EPH).

Estos datos evidencian que los efectos de la pobreza se concentran especialmente en las etapas más tempranas de la vida, reproduciendo y profundizando desigualdades estructurales.

Conclusiones

Según el informe basado en los datos nacionales, Argentina inició el siglo con una tasa de fecundidad por debajo de la tasa de recambio (1,7), pero con el censo 2022 descendió a 1,4, acumulando una caída de más del 40% de la natalidad en menos de una década. La disminución de la fecundidad se presenta más en zonas urbanas que en las rurales, y se acentúa al aumentar el estrato social y el nivel educativo, acompañado de otros eventos demográficos como una reducción del tamaño de los hogares.

Si bien la caída en la natalidad y el descenso en la cantidad de hijos por hogar tiene múltiples causas, las cuestiones económicas inciden significativamente. La evidencia empírica muestra una fuerte correlación entre la cantidad de nacimientos y variables clave como el PIB (r = 0.717), la población económicamente activa (PEA) (r = 0.688) y el número de ocupados(r = 0.688).

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La natalidad en el país disminuyó significativamente a partir del año 2014, lo que implica una caída de más del 40% en menos de una década.

La natalidad en el país disminuyó significativamente a partir del año 2014, lo que implica una caída de más del 40% en menos de una década.

Esta asociación acredita que los ciclos económicos influyen de manera significativa en las decisiones procreativas. En particular, los datos muestran que, en contextos de inestabilidad económica y deterioro del empleo, las familias tienden a postergar o reducir la decisión de tener hijos.

Asimismo, el trabajo refleja que es fundamental impulsar estrategias que fomenten la inclusión laboral como un pilar clave del desarrollo social inclusivo, indispensable para reducir la desigualdad, combatir la informalidad laboral y dinamizar la economía. De manera complementaria, estas políticas deben abarcar tanto la incorporación al mercado de trabajo como el establecimiento de condiciones laborales adecuadas.

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Además, deben garantizar la disponibilidad de prestaciones que protejan a las personas frente a riesgos como el desempleo, las enfermedades u otros acontecimientos, con el objetivo de disminuir la informalidad y cerrar las brechas que dificultan la construcción de sociedades más equitativas y cohesionadas (CEPAL, 2024a).