Eliminar el Ministerio de la Mujer y promover la libre portación de armas. Con abundante promoción y presencia en medios de comunicación que no lo cuestionan, el dirigente y diputado nacional Javier Milei va trazando a sus enemigos. “No voy a pedir perdón por tener pene. No tengo por qué sentir vergüenza de ser un hombre blanco, rubio y de ojos celestes. No le voy a conceder nada al marxismo cultural”, dijo en la presentación de su libro El camino del libertario, en la Feria del Libro de Buenos Aires, al lado de una Viviana Canosa que festejó su anuncio de eliminar el Ministerio de la Mujer al grito de “las mujeres no somos víctimas, yo no me considero víctima”.
Las respuestas se sucedieron, tanto de la misma ministra Elizabeth Gómez Alcorta como de otras referentes políticas y sociales. Cuando baja la espuma, lo que queda en el aire es que la guerra de Milei está declarada. Contra las mujeres y el amplio colectivo LGTTBIQ+ que –sí– requiere políticas de Estado para promover sus derechos vulnerados. Contra el movimiento social más transformador que ha tenido la Argentina en las últimas décadas.
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Reducir las bravuconadas de Milei a un análisis sobre el funcionamiento actual de los Ministerios de las Mujeres o de Género, nacional o provincial, es más que un error. Es una miopía. En todos los casos se trata de dispositivos creados al calor de las luchas callejeras de los feminismos. Es una respuesta de los Estados a una demanda que está presente en escuelas, clubes, sindicatos, partidos políticos, colegios profesionales y organizaciones sociales. Una demanda por la igualdad que nació mucho antes del 3 de junio de 2015 pero que irrumpió en aquella masiva movilización con una fuerza imparable.
Esta semana se cumple un nuevo aniversario del Ni Una Menos y habrá expresiones en todo el país de la fuerza del reclamo por la igualdad y contra las violencias. En Santa Fe, la Mesa Ni Una Menos se convocó para el viernes a las 16 en Plaza del Soldado, desde donde marcharán hacia Casa de Gobierno.
Javier Milei, el paladín de la reacción conservadora
La forma más extrema de las violencias machistas es el femicidio: el Observatorio de Mumalá difundió, el 2 de mayo, los números de los primeros cuatro meses del año. De las 134 muertes violentas de mujeres, travestis y trans relevadas en todo el país en ese lapso, a través de los medios de comunicación, 88 fueron femicidios, femicidios vinculados y trans-travesticidios. En Santa Fe hubo cinco femicidios, un transfemicidio, 16 muertes violentas en contexto de violencia urbana vinculada a la narcocriminalidad y nueve intentos de femicidio en sólo cuatro meses. El 66% de los femicidios fueron cometidos por parejas y ex parejas, mientras el 65% fueron en la vivienda de la víctima o en la vivienda compartida.
¿Para qué sirve traer estas estadísticas a una nota sobre la peligrosidad de seguir banalizando a Milei? Está claro que ningún Ministerio –ningún dispositivo gubernamental– puede resolver en dos años los problemas estructurales de una sociedad patriarcal. Trazan políticas a largo plazo y esta afirmación no pondera la calidad de esas políticas. ¿Podría hacerse más? Seguramente. Pero eliminar esas instancias es retroceder una década.
A eso apunta Milei: cuando habla de marxismo cultural, apunta contra un movimiento social que sí está logrando conmover el sentido común. Se llama backlash (“reacción”) y es lo mismo que pasa en Estados Unidos, donde la Corte Suprema de Justicia se apronta a dar marcha atrás con un derecho –el aborto legal– establecido en 1973 a partir del caso Roe versus Wade. Y donde queda en evidencia la fuerza del movimiento feminista de la Argentina, cuando se ve a Mark Ruffalo –el famoso actor estadounidense– en una marcha por los derechos sexuales y reproductivos, con un pañuelo verde alrededor del cuello. Más allá y más acá –o justamente en el origen– de la pregnancia simbólica mundial del feminismo argentino, esta potencia creció como un rizoma y ya forma parte de toda la vida social.
Allí apunta Milei. “El punto fundamental fue buscar un chivo expiatorio”, considera Natalí Incaminato, La Inca, profesora y doctora en Letras y autora del libro Peronismo para la Juventud.
Culpar al movimiento feminista de todos los males es una gimnasia cotidiana en las redes sociales, aún antes de la irrupción de las nuevas derechas en la Argentina. Y viene importada de la ola conservadora que encarnan, entre otros, Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil. “Uno de los puntos de la Alt Right (derecha alternativa) tiene que ver con eso, con las guerras culturales y una reacción conservadora”, sigue La Inca su análisis de la llegada de estos discursos. “En la campaña, Milei y (José Luis) Espert no habían hecho hincapié en eso. Es la primera vez que escucho a Milei en un lugar público decir esto del Ministerio de Género. Pero sí lo veía muy presente en sus seguidores”, plantea La Inca.
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La profesora cree que allí aparece “el típico problema que tiene una política progresista que sí o sí va a ser de largo alcance y choca con las propuestas punitivistas. Ahí no hay ningún problema, al violador lo tenés que matar”. Es decir, más violencia.
Se trata de “un discurso muy propio del conservadurismo norteamericano, pero no hay nada nuevo ahí”, dice la analista, quien aclara –sin embargo– que “no hay que poner en segundo plano los problemas del gobierno”. Es que la insatisfacción con las políticas públicas realmente existente es el caldo donde se amplifican propuestas como las de Milei, que llegan con apoyo de la Fundación Atlas, que maneja mucho dinero para restaurar políticas de ultraderecha en América Latina.
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