Por esta cercanía, los enormes aviones comerciales –junto con numerosas aeronaves privadas y de aviación general– que arriban al mismo culminan su aproximación para aterrizar sobrevolando esta playa a baja altura. Muy baja altura.
Y lo hacen sobre los turistas que disfrutan del sol y el mar y que, atraídos por esta inusual experiencia, se agolpan sobre Maho Beach para sentir bien de cerca la potencia y el chorro de aire de los motores de imponentes Boeing o Airbus pasando a muy pocos metros sobre sus cabezas –en un espectáculo que llevará sus niveles de adrenalina hacia la estratósfera– antes de tocar tierra en el Aeropuerto Internacional Princess Juliana de la isla de St Maarten, en el Caribe holandés.
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Un Boeing 747-400 de la compañía neerlandesa KLM pasando a casi 250 km/h sobre turistas y spotters que se reúnen en Maho Beach, muy pocos segundos antes de aterrizar por la cabecera 10 del aeropuerto Princesa Juliana de St Maarten.
Un lugar muy especial
Sint Maarten (en neerlandés) o Saint Martin (en francés) es una isla de 87 km² ubicada en el mar Caribe, a unos 240 kilómetros al este de Puerto Rico y, desde 1648, se divide en dos sectores: al norte, el perteneciente a Francia como colonia de ultramar y, al sur, al del Reino de los Países Bajos como estado autónomo.
La capital de esta última es la ciudad de Philipsburg, abarca una superficie de 34 km² y, hasta el 10 de octubre de 2010, formó parte de las Antillas Neerlandesas, fecha en la que adquirió un estatus aparte de amplia autonomía, junto con Curazao y similar al de Aruba, como un país constituyente del Reino de los Países Bajos.
Con una población de 36.000 habitantes, la economía se basa en el turismo (con sus playas y una intensa vida nocturna, donde sobresalen sus restaurantes, bares, casinos y discotecas, por lo que se la conoce como Las Vegas del Caribe) y, anualmente, más de tres millones de turistas y unos 400.000 pasajeros de cruceros visitan St Maarten.
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Un Airbus A330-200 de la empresa francesa Corsair a punto de aterrizar en el Princesa Juliana. Nótese la calle que separa la playa (que es angosta) del aeropuerto y, al fondo, un bar desde donde también se pueden apreciar los arribos de los vuelos.
Entre sus playas, se destacan la de Cupecoy (donde hay un sector destinado a quienes practiquen el nudismo), Mullet Bay, Burgeaux, Simpson Bay West, y la más conocida de todas: Maho Beach, el paraíso de los spotters (observadores de aviones) y los amantes de las emociones fuertes, como lo es que un avión de entre 190 y 200 toneladas pase sobre sus cabezas a unos 250 km/h segundos antes de aterrizar.
Un aeropuerto singular
Ubicado del lado holandés, el Aeropuerto Internacional Princesa Juliana es el más grande e importante de la isla, y la principal puerta de entrada aérea a la misma. Cabe destacar que, del lado francés, también hay una aeroestación de uso público más pequeña, llamada Grand Case-Espérance (o L’Espérance) donde operan vuelos interinsulares entre colonias de este país.
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Un Airbus A330-200 de KLM poco antes de sobrevolar Maho Beach y aterrizar por la cabecera 10 del Princesa Juliana. Todas las aproximaciones a esta pista se realizan desde el oeste y sobre el mar, lo que le agrega espectacularidad a los arribos.
Su historia comenzó en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos construyó una pista de uso militar y, el 3 de diciembre de 1943, aterrizo el primer vuelo comercial.
Lleva el nombre de Juliana, quien fuera reina de los Países Bajos entre el 4 de septiembre de 1948 y el 30 de abril de 1980, cuando abdicó la corona en favor de su hija mayor, Beatriz, madre del actual rey, Guillermo Alejandro (cuya esposa y soberana consorte es Máxima Zorreguieta).
En 1964, el aeropuerto fue remodelado y reubicado, con un nuevo edificio de terminal y una torre de control y, las instalaciones, se modernizaron en 1985 y 2001.
El aeropuerto tiene una sola pista asfaltada, con orientación 10/28 (prácticamente este-oeste), de 2294 metros (7546 pies) de extensión, y 45 metros (148 pies) de ancho.
La plataforma principal (reservada para vuelos comerciales transoceánicos), de 72.500 m², se complementa con otra para operaciones privadas (o con aeronaves más pequeñas de aviación general), de 5000 m². Asimismo, cuenta con otra, de 7000 m², destinada exclusivamente para cargas.
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Vista desde el cockpit de un Boeing 757 de American Airlines de la aproximación final a la cabecera 10 del Princesa Juliana, con Maho Beach en primer plano y, próximo a la misma, el umbral de la pista del aeropuerto.
El tráfico del mismo es enorme: anualmente, más de 2,5 millones de pasajeros arriban o dejan St Maarten a bordo de más de 60.000 vuelos.
La terminal, de cuatro pisos y 30.500 m², cuenta con 46 mostradores de distintas compañías y 13 puertas de embarque, además del free shop y diversos locales comerciales.
Las instalaciones disponen de aduana, migraciones, dotación de bomberos y equipos de auxilio y rescate, ambulancias, servicio de combustible y un destacamento de la policía local.
El aeropuerto Princesa Juliana –que opera entra las 7 y las 21– cuenta con distintas ayudas para la navegación, como el VOR (Very High Frecuency Omnirange Station, o Radiofaro Omnidireccional de Muy Alta Frecuencia); un sistema DME (Distance Measuring Equipment, o Equipo Medidor de Distancia), asociado al VOR, y que proporciona una medición de la distancia según la velocidad de la aeronave con respecto al suelo; un ILS (Instrument Landing System, o Sistema de Aterrizaje Instrumental); balizas en la pista y en las calles de rodaje, y luces de aproximación (para que la aeroestación se divise desde lejos y facilite la aproximación y el aterrizaje).
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Un Airbus A330-200 de KLM en su aproximación final, con los spotters y turistas amantes de las emociones fuertes viviendo la experiencia de que una mole de entre 190 y 200 toneladas, pase rugiendo sobre sus cabezas a unos 250 km/h segundos antes de aterrizar.
Por su parte, aeronaves no comerciales y de aviación general también vuelan siguiendo condiciones VFR (Visual Flight Rules, o Reglas de Vuelo Visual), y siguiendo las indicaciones de los controladores de tráfico aéreo.
Asimismo, cuenta con dos sistemas de radar (primario –que determina el rumbo y la distancia de un avión en base a la señal que devuelve el eco emitido por el radar–, y secundario –que transmite y recibe datos de la aeronave sobre su altitud barométrica y la identifica con un código emitido por el transponder de la misma–) con alcances de 50 millas náuticas (92,6 kilómetros) y 250 millas náuticas (463 kilómetros), respectivamente.
Además de guiar la aproximación, la torre de vuelo del Princesa Juliana también controla las aproximaciones al Aeropuerto Internacional Clayton J. Lloyd, de Anguila; el L'Espérance, del lado francés de la isla; el Gustaf III, de St Barts; el FD Roosevelt, de San Eustaquio, y el Juancho E. Yrausquin, de Saba.
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Vista panorámica del Aeropuerto Internacional Princesa Juliana de St Maarten. La singular proximidad de Maho Beach con la pista (destacada en el círculo) convirtió a la aeroestación en uno de los lugares favoritos para los spotters (observadores de aviones) de todo el mundo.
Entre las más importantes, las aerolíneas que operan en este aeropuerto son Air Canada (con vuelos desde y hacia Montreal y Toronto);Air France (París); American Airlines (Charlotte, Miami, Filadelfia y Nueva York); Copa (Panamá City); KLM (Amsterdam), y la regional estatal Winair, de propiedad holandesa y que conecta el inmenso conglomerado de islas caribeñas.
Hasta el 31 de octubre de 2016, los aviones más grandes que operaban en St Maarten eran los imponentes Boeing 747-400 de KLM –era realmente fascinante ver semejantes aeronaves pasar sobre Maho Beach y hacer temblar el piso–, con una configuración de 408 pasajeros, que realizaban vuelos directos desde Amsterdam y, en la actualidad, dicha compañía neerlandesa opera esta ruta con Airbus A330-200.
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La de un Boeing 747-400 de KLM próximo a aterrizar fue, hasta 2016, una de las imágenes más icónicas de St Maarten: los turistas en Maho Beach, y la extrema cercanía de esta con la pista del aeropuerto Princesa Juliana.
El 6 de septiembre de 2017, el huracán Irma causó grandes daños en el Princesa Juliana. Dos días después se reabrió parcialmente para recibir vuelos de auxilio y evacuación de heridos a otras islas, mientras que el 10 de octubre siguiente se reanudaron los vuelos comerciales con estructuras temporales mientras se completaban las reparaciones, que finalizaron meses después.
Aproximaciones únicas
Todas las aproximaciones finales al aeropuerto Princesa Juliana se realizan a muy baja altura porque la cabecera 10 (donde se aterriza de oeste a este) se encuentra extremadamente cerca de Beacon Hill Road, la calle que separa la aeroestación de Maho Beach.
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En Maho Beach hay un cartel (en inglés) que advierte: “Peligro: el chorro de un avión que sale y llega puede causar lesiones físicas graves que pueden provocar daños corporales extremos y/o la muerte”.
Precisamente, esta singular proximidad de la playa con la pista convirtió al aeropuerto en uno de los lugares favoritos –de todo el mundo– para los spotters (observadores de aviones). Además de los centenares de miles de visitantes por año, Maho Beach registra unos 12 millones de vistas por cámara web.
Pero no solo eso: a pesar del peligro que conlleva la cercanía del paso de las aeronaves a muy pocos metros sobre sus cabezas, los turistas y amantes de las emociones bien fuertes (esas que llevan los niveles de adrenalina al infinito) están de parabienes.
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Un Boeing 747-400 de KLM sobre la cabecera 10, listo para iniciar la carrea de despegue. A pesar del peligro y, para sentir la increíble potencia de los motores de un avión en pleno decolaje, muchos turistas se colocan exactamente detrás de la aeronave, sobre la calle y la playa.
Es más: hasta se organizan excursiones a Maho Beach desde Philipsburg (trayecto que, en auto, insume unos 30 minutos) para presenciar este –para muchos– espectáculo.
Por eso, con cada aeronave, proveniente del mar, que se acerca a Maho Beach, decenas de personas se ubican en la misma para tomar las fotografías (las selfies son las preferidas) que registren cuando un imponente avión comercial –que culmina su vuelo transoceánico–, una mole de entre 190 y 200 toneladas, pase rugiendo sobre sus cabezas a unos 250 km/h segundos antes de aterrizar.
El avión deja detrás de sí una estela (el “chorro” de cada motor que lo impulsa), por lo que quienes estén en la línea de vuelo percibirán este calor que desprenden los impulsores y quedarán envueltos en la nube de arena que se formará.
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A pesar de las advertencias, siempre hay turistas que se colocan sobre el alambrado para presenciar el despegue (si los chorros de los motores del avión no los derriban y arrastran por la playa, claro): a esta práctica, los lugareños lo llaman riding the fence (montar la cerca).
Podrán repetir la peculiar experiencia las veces que quieran y, además, la misma es tan popular y convoca a tanta gente que, en un extremo de la playa, se encuentra el Sunset Bar & Grill, desde donde se puede apreciar la llegada de las aeronaves (eso sí, no sobre las cabezas de los parroquianos, sino desde una distancia que permite una visión panorámica) disfrutando de una comida típica o de un trago a la orilla del mar.
¡Ah! Unos altavoces retransmiten las comunicaciones entre la torre de control del aeropuerto y el piloto del avión que se aproxima.
Asimismo, en una gran tabla de surf ubicada entre las mesas y sillas del bar se detallan los arribos y despegues previstos, y se la conoce como la Maho Beach flight times. Obviamente, los más destacados son los arribos de los aviones de fuselaje ancho (con un promedio de 300 pasajeros cada uno) procedentes de Europa.
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Con cada aeronave, proveniente del mar, que se acerca a Maho Beach, decenas de personas se ubican en la misma para tomar las fotografías (las selfies son las preferidas) que registren cuando un avión comercial pase rugiendo sobre sus cabezas a unos 250 km/h segundos antes de aterrizar.
Entonces, ¿se terminaron las fotos extremas con los aviones? Ni ahí.
Para muchos, hay otra asombrosa actividad para experimentar en Maho Beach: sentir la increíble potencia de los motores de un avión cuando despega, colocándose exactamente detrás de los mismos, sobre la calle y la playa…
Pero si es peligroso que un Boeing 737 o un Airbus A330 pasen muy cerca de las cabezas de los turistas, sentir los chorros de los motores (con sus potencias al máximo), lo es aún mucho más.
Los impulsores de un moderno avión comercial son unas maravillas de la ingeniería moderna y, con una fuerza realmente asombrosa, “empujan” la aeronave con su carga máxima de combustible, pasajeros, equipajes y carga.
Así, posibilitan que una masa de 250 toneladas se despegue del piso a unos 270 km/h, ascienda hasta los 11 kilómetros de altura (unos 36.000 pies), y aterrice con total seguridad varias horas después del otro lado del océano.
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Un Airbus A340 de KLM (que ya no emplea los mismos en este destino) a punto de tocar tierra en St Maarten. El avión deja detrás de sí una estela (el “chorro” de cada motor que lo impulsa), por lo que quienes estén en la línea de vuelo percibirán este calor que desprenden los impulsores y quedarán envueltos en la nube de arena que se formará.
Entonces, esta potencia absolutamente extrema es la que muchos deben soportar cuando se ubican en Maho Beach durante un despegue.
Por eso, en la playa hay un cartel (en inglés) que advierte: “Peligro: el chorro de un avión que sale y llega puede causar lesiones físicas graves que pueden provocar daños corporales extremos y/o la muerte”.
Una aeronave con motores a reacción de gran tamaño –como en los ejemplos los detallados precedentemente– puede producir vientos de hasta 100 nudos (182,5 km/h) a una distancia de hasta 60 metros (200 pies) detrás de ella al 40% de la potencia máxima.
Ergo, cuando los motores son exigidos a pleno en un despegue, los chorros son, literalmente, fortísimos vientos huracanados que son muy peligrosos para las personas u otros objetos no asegurados.
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En un extremo de la playa, se encuentra el Sunset Bar & Grill, desde donde se puede apreciar la llegada de las aeronaves. Unos altavoces retransmiten las comunicaciones entre la torre de control del aeropuerto y el piloto del avión que se aproxima. En una gran tabla de surf ubicada entre las mesas y sillas del bar, se detallan los arribos y despegues previstos, y se la conoce como la Maho Beach flight times.
Si estos chorros pueden afectar seriamente a aeronaves más pequeñas, por ejemplo a las de entre 700 kilos y dos o tres toneladas, no es difícil imaginar hasta dónde pueden hacer volar a una persona…
A pesar de las advertencias, siempre hay turistas que se colocan sobre el alambrado para presenciar el despegue (si los chorro de los motores no los derriban y arrastran por la playa, claro): a esta práctica, los lugareños lo llaman riding the fence (montar la cerca).
Pero, a veces, desafiar el peligro no termina bien: el 13 de julio de 2017, una turista de Nueva Zelanda, de 57 años, murió tras golpear su cabeza contra el piso tras ser derribada por el chorro de un avión que despegaba.
Salvo poquísimas excepciones, en St Maarten solo se despega desde la cabecera 10 y, por eso, también es un desafío para los pilotos: una vez en el aire, el avión debe virar a su derecha (al sur, y siempre en ascenso) para evitar la cadena montañosa ubicada en la prolongación del eje de la pista.
Por la misma razón topográfica, los aterrizajes en la pista 28 solo están permitidos durante el día y en condiciones VMC (Visual Meteorological Conditions, o Condiciones Meteorológicas Visuales), es decir, con cielo claro o pocas nubes.
Embed - Airplane low pass! St.Maarten, Maho beach..