Tenía un magnetismo natural que la hacía estar siempre rodeada de gente. Al cabo de unos minutos, ya no notaba su discapacidad física porque su carisma la hacía brillar. Desde entonces, quise conocer su historia de vida. Ese momento llegó con esta nota, 30 años después.
Gabriela Bruno tiene 47 años y nació con una malformación congénita. No sabe, a ciencia cierta, cuáles fueron las causas. El primer diagnóstico del médico decía: “No tiene condiciones para la vida”.
Pero esa bebita tuvo un hada madrina llamada Dominga que la escuchó llorar y le dio leche, la contuvo y así pudo vivir. De ahí en más, su condición física fue un proceso de aprendizaje para toda la familia.
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Tiene un magnetismo natural que la hace estar siempre rodeada de gente.
Maiquel Torcatt / Aire Digital
“La discapacidad siempre formó parte de mi ser. Empecé a caminar a los dos años en las pasarelas del Hospital de Rehabilitación Vera Candioti de Santa Fe. Las mismas se reprodujeron en casa con dos sillas unidas por escobas. Iba y venía, hasta que me fortalecí para caminar sin ayuda. Mamá Nuri hizo todos los procesos al pie de la letra con mucha constancia, ocupándose sin dramatizar”, cuenta Gabi al recordar su infancia.
Y sigue: “Entendía que no podía subirme a los árboles porque me costaba más que a los otros niños, pero no era algo que me enojara. En casa no se hablaba mucho del tema. Me pusieron una prótesis para que pudiera caminar y enseguida me integré en los actos de la escuela. Me recuerdo siempre rodeada de gente. Los lazos afectivos fueron los que me fortalecieron y me hicieron de red de contención".
Gabi valoró a los padres de sus compañeros. "Todo el tiempo hacían cosas para que participe. En ese momento no tenía silla de ruedas y ellos se las ingeniaban para trasladarme de alguna manera. Lamentablemente, conozco madres de niños con discapacidad que no encuentran ese acompañamiento en las otras mamás. Hay una resistencia que debemos cambiar como sociedad, por ejemplo, si hay un chico con autismo se debería bajar el volumen de un pelotero”.
La necesidad de valerse por sí misma
Para Gabi fue muy importante que en su casa no la sobreprotegieran. “Tuve muchas posibilidades de caerme y cuando la gente venía a ayudarme les decía: 'No, no, yo puedo sola'. Me molestaba que me invadan y de ahí salía la fuerza para ingeniármelas por mí misma. Que me pregunten si necesito ayuda es lo correcto, lo que no me gusta es que den por hecho que la necesito”.
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Gabi ha conquistado muchos logros en su tarea pero siente que a los santafesinos nos faltan políticas públicas reales.
Maiquel Torcatt / Aire Digital
Es normal que la familia le preste mayor atención al hijo con alguna dificultad, pero nuestra entrevistada asegura que este accionar causa un impacto en los vínculos.
“Les diría a los padres que puedan balancear y lograr un equilibrio con los hermanos. Desdramatizar es lo mejor. Mis padres hicieron hasta la escuela primaria, eran muy sencillos y ante la adversidad, salieron al ruedo a buscar soluciones sin darle tantas vueltas al asunto. Respetaron siempre mis decisiones y me dieron la libertad que necesitaba para enfrentar mis limitaciones e ir por más”.
Amor y aceptación
Ya en la adolescencia, a Gabi se la veía en los boliches sonriendo, subida a una silla y bailando toda la noche. Pero si bien la recuerda como una etapa de mucha diversión, también le trajo sinsabores.
“Empecé a enamorarme y sufría porque sentía que había algo en mí, que no podía ser deseado. Luego entendí que primero debía aceptarme y enamorarme de mí misma. A lo largo de los años, fui ganando seguridad para mostrarme de otra manera e incluso, en la forma de vestir. Actualmente no estoy en pareja pero he vivido una historia de mucho amor, con encuentros y desencuentros, como cualquier mujer”.
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A los 18 años Gabi sacó el carnet de conducir y manejó su auto. “Fue y es una gran sensación de libertad", expresó.
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La discapacidad fue un determinante en la vida de Gabriela que marcó su personalidad. “No me puedo imaginar sin ella. Soy consciente desde el día uno de mis limitaciones y aprendí a aceptarlas. En primer grado iba con un banquito y una sillita diferente. Recién tuve el lavatorio y la cocina a mi altura en el 2006, cuando me fui a vivir sola. En mi casa materna me adapté yo y no al revés. Me fui dando maña para hacer todo, porque si me quedaba esperando el mundo accesible, se me iba la vida. No debería ser así, deberíamos contar con lugares adecuados para andar en silla de ruedas o poder ir al baño sin problemas.”
A los 18 años Gabi sacó el carnet de conducir y manejó su auto. “Fue y es una gran sensación de libertad. Cuando cumplí 21, soñé con irme a vivir sola a una casa adaptada para mí y a los 25, lo logré. Esto me dio una independencia absoluta. Nunca sentí miedo, al contrario, eran desafíos y tenía la certeza de que podía con ellos”.
Transitar el camino y servir
A los 20 años Gabi asistió a un seminario sobre discapacidad que le produjo un despertar. “Sentí que se me caía un velo y pude ponerle nombre a un montón de cuestiones. Saqué mi caso de la vivencia personal y lo llevé a la cuestión social. Estudié y me recibí de Psicóloga Social y he trabajado en la función pública provincial y municipal, en el área de discapacidad hasta la actualidad. Llevo esta tarea como un mandato de vida. Sueño y pongo mi granito de arena para que las personas encuentren un lugar mejor para vivir”.
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A los 20 años Gabi asistió a un seminario sobre discapacidad que le produjo un despertar.
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Gabi ha conquistado muchos logros en su tarea pero siente que a los santafesinos nos faltan políticas públicas reales. “Que se entienda que no es lo mismo que haya cinco centímetro a que no los haya, para acceder con una silla; que no es lo mismo que haya baldosas podotáctiles para ciegos a que no las haya; al igual que las rampas o baños accesibles. Son derechos que tenemos. Esto ya está escrito, solo hay que hacerlo de la mano de las personas con discapacidad, que somos los usuarios".
Y siguió: "Los santafecinos tienen que pensarnos como iguales, con los mismos derechos para poder ir a un club o subirnos sin dificultad a un transporte público. Deberíamos entender la lengua de señas. Queremos habitar toda la ciudad y que no haya lugares especiales para nosotros. Para esto se necesita inversión, que se destinen los fondos para estas obras que van a quedar en el tiempo en los espacios de usos públicos”.
Habitada por la felicidad
Se pasan los minutos de charla muy velozmente porque Gaiy es encantadora y está sin duda habitada por la felicidad. A mi pregunta de cómo lo logra responde: “Me hace feliz arrancar mis días con muchas actividades, sentir que puedo dar al otro lo mejor de mí. Tengo salud y eso es fundamental, porque cuando el cuerpo te duele, te tirás en la cama y no podés pensar en otra cosa”.
“El afecto que permanentemente recibo y la certeza de que hay un entramado de relaciones con quienes nos necesitamos mutuamente, me hace sentir plena. Soy muy agradecida de quien soy y de la vida que tengo. Hoy quiero conectar con personas que tengan buena energía, que vibren alto. Aprendí que se puede trabajar mucho para estar bien internamente y ese bienestar atrae cosas buenas a tu vida”, concluye.