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Sociedad animales |

"Memoria de elefante": la increíble historia de Mara y los amigos que ella jamás olvidó

La elefanta que estuvo 25 años en el Ecoparque de Buenos Aires cobró protagonismo esta semana por su traslado definitivo a un santuario brasileño. Su vida en cautiverio está repleta de episodios tristes, pero también hay hermosas postales. La historia de un vínculo que atravesó años, kilómetros y especies.

Se cubrió de tierra tanto como pudo. Eso fue lo primero que hizo la elefanta Mara apenas asomó su trompa en el Santuario del Mato Grosso, en Brasil. Esperó 50 años ese momento. Pero hubo humanos que hicieron más llevaderos aquellos años en los que frecuentó unos cuantos circos, propietarios y cadenas. Los hermanos Gribaudo fueron, quizás, de las personas más importantes en la vida urbana de Mara. Y se sabe lo que dicen sobre la memoria de los elefantes.

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En el primer día de preadaptación en el Santuario, Mara pastó por primera vez en sus más de 50 años.

En el primer día de preadaptación en el Santuario, Mara pastó por primera vez en sus más de 50 años.

César y Fabio tenían 10 y 7 años cuando la conocieron. En el ‘73, la familia Gribaudo vivía en un departamento de calle Urquiza, en Acassuso, en el partido bonaerense de San Isidro. La carpa del Circo Sudamericano se instaló a escasos metros de la creciente curiosidad de los hermanos.

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César y Fabio junto a Mara en los años en que ella era la estrella del Circo Sudamericano.

César y Fabio junto a Mara en los años en que ella era la estrella del Circo Sudamericano.

Exactamente frente al edificio donde vivían, los dueños del circo emplazaron una segunda carpa, más pequeña. Allí entre varios otros animales enjaulados estaba Mara, una elefanta asiática de entre dos y cuatro años.

Según las autoridades del Ecoparque -ex zoológico- de la Ciudad de Buenos Aires, Mara nació en cautiverio en la India antes del año 1970 y fue comercializada en Alemania por la Institución “Tierpark Hagenbeck”, de Hamburgo. En mayo del ‘70 la pequeña elefanta pasó a ser propiedad de la familia Tejedor, dueña de varios circos.

"Según nos contó Pocho -un cuidador del Circo Sudamericano de esos años- se encontraban en algún lugar de Alemania y él compró una rifa de una elefanta que tenía en ese momento 6 meses de edad”, contó César Gribaudo a Aire Digital. “Pocho ganó la rifa y comenzaron a entrenarla para el circo. No sabemos qué pasó con la madre de Mara”, agregó.

Lo cierto es que la elefanta que apenas pasaba el metro de altura llegó a la Argentina integrando un espectáculo junto a otros animales, quienes se convirtieron en su nueva familia.

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Mara entre los años 1977 y 1980, cuando tenía entre dos y cuatro años, en una playa de Necochea donde fue exhibida para promocionar el circo del que era propiedad.

Mara entre los años 1977 y 1980, cuando tenía entre dos y cuatro años, en una playa de Necochea donde fue exhibida para promocionar el circo del que era propiedad.

La curiosidad llevó a los hermanos Gribaudo al trote hasta la carpa más cercana, donde estaba Mara. “Fuimos a verla el primer día y el trabajador a cargo nos pidió ayuda para cuidarla”, relató César con el mismo entusiasmo que cuatro décadas atrás. Desde ese momento, los días giraron en torno a la nueva amiga. “Después de la escuela, almorzábamos y bajábamos todos los días e intentábamos pasar la mayor parte de nuestro tiempo con los animales, especialmente con la elefanta pequeña”, recordó. Los fines de semana, los amigos aprovechaban las “horas extras”, jugando desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche.

Durante esos tres meses que el Circo Sudamericano se instaló en la Avenida Santa Fe de Acassuso, la panadería de la planta baja del edificio donde vivían los Gribaudo, aumentó sus ventas notablemente. César y Fabio llevaban pan para Mara a diario. “En un par de días ya la montábamos y jugábamos toda la tarde con ella. La relación se volvió más intensa. Hasta cruzábamos la Avenida montados en su lomo cuando la llevaban a cada función”, recordó el más grande de los hermanos.

El amor por la pequeña elefanta y la inocencia de los chicos, les impidió ver la crueldad del encierro y los entrenamientos a los que Mara era sometida. “En aquella época todavía no se conocía la crueldad que enfrentan diariamente los animales salvajes llevados al circo”, reflexionó César.

Tal fue el vínculo de los Gribaudo con la elefanta que el espectáculo de despedida del circo sorprendió a todos. En esa función, los hermanos fueron invitados de lujo, en modo de agradecimiento por su cercanía y atenciones con Mara. Esa vez, el premio que ella recibió en la pista -dos panes- fue comprado por sus nuevos amigos en la panadería que ya era habitué.

“La actuación de Mara era con la que cerraba la función del circo, por lo que estuvimos viendo todo el espectáculo con los panes en la mano. Sobre el final de la actuación, los artistas se acercan hasta la platea para pedirnos los panes y los ponen en un banquito para que Mara agarre su premio. Ella va hacia los panes como todas las funciones, y en lugar de comérselos los huele, los agarra con la trompa, camina hasta la platea donde estábamos, y nos da uno a cada uno”, relató César. El entrenador de Mara y el payaso Polvorita quedaron estupefactos. “Nosotros llorábamos acariciando su trompa”, confesó.

“Vos no te acordás, pero ella sí”

Son muchos los estudios científicos que ponen la mirada en la capacidad emocional de los elefantes desde el punto de vista neurológico. Uno de ellos, realizado por el Elephant Nature Park de Tailandia, asegura que los elefantes recuerdan todo. Lo bueno y lo malo. Incluso pueden manifestar emociones pasadas y sufrir estrés postraumático. Mara dio fe de ello.

En 1980, el destino o las vueltas de la vida, cruzaron a los hermanos Gribaudo y Mara por segunda vez.

Ocurrió cuando César regresaba de hacer un trabajo práctico para la facultad a bordo del colectivo 60, viajando desde Tigre a Vicente López. El estudiante de ya 18 años vio una elefanta entrando a una carpa circense en un descampado al costado del río de la Plata y no lo dudó. “Esa es Mara”. El nostálgico recuerdo de la infancia hizo que le contara a Fabio, de 16, y al día siguiente tomaron un tren hasta el emplazamiento del circo.

“Entramos al predio y no había nadie, así que levantamos la lona de la carpa y nos metimos en búsqueda de alguien a cargo”, contó César en diálogo con Aire Digital. “Al entrar vimos que estaba Mara atada de su pata con una cadena, me acerco y la saludo a unos dos metros de distancia porque no sabía cómo podía reaccionar. Le dije ‘Hooooola Mara’. Ella me miró, le comenzaron a caer lágrimas de sus ojos e inmediatamente gritó, levantó su trompa y su pata en actitud de decirme que me acerque y me suba a su lomo, para lo que tuvo que ayudarme con su pata porque estaba mucho más alta que cuando la conocimos”, recordó el Gribaudo mayor con una mezcla de sentimientos.

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Mara emocionada hasta las lágrimas -las manchas de color oscuro en sus ojos lo denotan- cuando fue descubierta por sus amigos.

Mara emocionada hasta las lágrimas -las manchas de color oscuro en sus ojos lo denotan- cuando fue descubierta por sus amigos.

Mario Tejedor ya no era dueño del circo, pero continuaba al cuidado de Mara. “En ese momento entra Mario y queda pálido viendo la situación (estando yo arriba, mi hermano y un amigo estaban abajo). Desde arriba de Mara lo saludo y le digo: ‘Hola Mario, tranquilo, vos no te acordás de nosotros pero ella sí’”.

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Uno de los juegos favoritos. César metía la cabeza en la boca de Mara, mientras ella le daba besos en la oreja.

Uno de los juegos favoritos. César metía la cabeza en la boca de Mara, mientras ella le daba besos en la oreja.

Habían pasado ocho años y casi un metro más para Mara. Según César, en ese momento Tejedor les confesó que la elefanta nunca quiso volver a relacionarse con humanos por fuera del circo desde que se fue de la carpa de Avenida Santa Fe. “Allí nos sacamos fotos y repetimos varios de los juegos que hacíamos con Mara”, recordó.

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Mara se divertía levantando a César con su trompa y

Mara se divertía levantando a César con su trompa y "revoleándolo" de un lado a otro.

Su manada

El elefante es uno de los pocos mamíferos que se mueve en manada y durante su vida genera hábitos de lealtad hacia el grupo, que permanece siempre unido. En cincuenta años de cautiverio, Mara supo identificar y recordar siempre su manada.

Fue en el ‘98, 18 años más tarde del último encuentro, cuando Mara volvió a ver a sus amigos. El escenario era distinto y ella también. Las cadenas que la esclavizaron de circo en circo y el duro cemento de la ciudad, le provocaron una infección aguda en una de sus patas. La herida requirió desde entonces una constante atención y tareas de curación. Ya no la aturdían los ruidos y gritos de los payasos y presentadores, pero seguía expuesta y obligada a la interacción con humanos que la miraban estupefactos, esperando que hiciera algo gracioso.

Por esos años Mara había sido trasladada al Jardín Zoológico de Buenos Aires como “depósito judicial” producto de la quiebra del Circo Rodas, donde dio sus últimos espectáculos. En su nuevo hogar, compartía un recinto de cemento con dos elefantas africanas.

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Mara en el recinto del Ecoparque que ocupaba junto a otras dos elefantas africanas.

Mara en el recinto del Ecoparque que ocupaba junto a otras dos elefantas africanas.

César Gribaudo, ya licenciado en Museología, casado y con hijos, visitó el zoológico junto a su familia, y como si tuviera memoria de elefante, la reconoció otra vez. “Les digo a mis hijos ‘Vamos que me va a conocer’. Algunos creían, otros no. Al acercarme la saludo, y grande fue la sorpresa de todos los presentes. Mara también me conoció, se puso a gritar, levantó la trompa y se acercó al borde casi a punto de tirarse al foso para tocarme y estirar la trompa para tratar de lograrlo. Me levantaba la pata para que me subiera”, contó César jurando que cada anécdota es real y argumentando con postales.

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César y Mara se reconocieron a primera vista en el Zoológico de Buenos Aires, hoy reconvertido en EcoParque.

César y Mara se reconocieron a primera vista en el Zoológico de Buenos Aires, hoy reconvertido en EcoParque.

Desde ese nuevo encuentro, los hermanos fueron al zoológico de Buenos Aires durante varios años sólo para visitar a su amiga. “Le arrojamos panes desde el camino de los visitantes, como hacíamos en la carpa cuando éramos niños”, contó César. El vínculo se mantuvo intacto a pesar de no poder acercarse y abrazar la piel curtida de Mara.

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La elefanta intentaba alcanzar la mano de César cada vez que la visitaba en el barrio de Palermo.

La elefanta intentaba alcanzar la mano de César cada vez que la visitaba en el barrio de Palermo.

Recién en 2013, César conoce por su profesión a Claudio Bertonatti -quien era director del zoológico del barrio de Palermo- y permitió que junto a Fabio, ingresaran al recinto de los elefantes para por fin, abrazar y jugar con la vieja amiga.

El trabajo llevó lejos al mayor de los hermanos Gribaudo, quien actualmente trabaja en la ciudad de Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz, desempeñándose en el Museo Educativo Patagónico. Abocado al estudio de especies animales, reconoce que “algo” tuvo que ver su vínculo con Mara en la elección de sus estudios y profesión.

Tanto él como su hermano Fabio, hoy biólogo, estuvieron invitados a participar de la despedida de Mara rumbo al Santuario de Elefantes en Brasil, pero la situación de pandemia de coronavirus fue una traba decisiva para impedir el encuentro.

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Mara y una de sus cuidadoras del Ecoparque se despiden.

Mara y una de sus cuidadoras del Ecoparque se despiden.

Sin embargo, la felicidad por su amiga no entiende de egoísmo. "Con Fabio sentimos una inmensa alegría", dijo César sobre la vida que comienza Mara en el Santuario y se mostró expectante ante un nuevo encuentro. "No perdemos la esperanza de ir a verla alguna vez", expresó.

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Mara viajó cuatro días en una caja metálica de 5 metros de largo por 3,20 de alto y 2 de ancho. Sus cuidadores la monitoreaban cada media hora.

Mara viajó cuatro días en una caja metálica de 5 metros de largo por 3,20 de alto y 2 de ancho. Sus cuidadores la monitoreaban cada media hora.

Allí, en la tierra colorada, en el ambiente más parecido a su hogar natural y que jamás conoció, la elefanta Mara seguramente los estará esperando, porque César y Fabio llevaron la alegría y la diversión más genuina a sus 50 años de cautiverio. Y se sabe lo que dicen sobre la memoria de los elefantes.

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Mara jugando con tierra durante su jornada de estadía en el corral de preadaptación del Santuario.

Mara jugando con tierra durante su jornada de estadía en el corral de preadaptación del Santuario.

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