Este episodio se supo tiempo después, luego de que se lo contara el propio Di María en una entrevista al periodista Juan Pedro Aleart. La caja con la cabeza del cerdo la llevó un cadete. Cuando la abrieron se toparon con el cruento hallazgo.
La semana pasada fueron imputados por este hecho uno de los jefes de la barrabrava de Newell’s, Alejandro Ficcadenti, y otro integrante del brazo violento de la hinchada, Sergio Gabriel “Bebe” Di Vanni. Con esa amenaza, para generar pánico en la familia del deportista, reforzaron el plan que habían puesto en marcha días antes, cuando ordenaron balear el country donde vive “Fideo” cuando viene a Rosario. El objetivo era hacer desistir a Di María de que regresara a jugar en Rosario Central. Lo lograron.
El efecto contagio del marketing criminal
¿De dónde salió esta idea salvaje de enviar la cabeza de un chancho a un jugador del seleccionado argentino? Esteban Alvarado, que nada tiene que ver con Ficcandenti, había hecho algo similar en 2019. El objetivo fue el mismo: generar terror. El jefe narco envió en una caja de zapatos la cabeza de un perro a una funcionaria del MPA que vivía en el centro de Rosario. Luego, le balearon la casa. Esta funcionaria era la encargada de investigar la matriz económica que había montado Alvarado y su trabajo fue clave para que, en la investigación, que luego desplegaron en el juicio los fiscales Luis Schiappa Pietra y Matías Edery, el jefe narco fuera condenado a prisión perpetua y se decomisaran varios inmuebles y vehículos.
La pregunta es si hay un efecto imitación en este tipo de episodios que despliega el crimen organizado. “Si lo hizo tal, por qué no lo voy a hacer yo”, es el razonamiento, según advierte un investigador.
Ilusionó a todo Rosario Central: el mensaje de la esposa de Ángel Di María que revolucionó las redes
El objetivo de las amenazas era hacer desistir a Ángel Di María de que regresara a jugar en Rosario Central. Lo lograron.
Hay otro factor que es inevitable: la difusión y la repercusión mediática que tienen hechos de esta naturaleza, que provocan un impacto muy fuerte en la opinión pública. De alguna manera favorecen al objetivo buscado, pero no sería saludable para la sociedad ni para los estándares de libertad de expresión que se oculten.
Ese debate surgió hace un tiempo, cuando las extorsiones que realizaban estos grupos narco, como un negocio paralelo, se expresaban en la calle con el terror de las balas que agujereaban los frentes de las casas y locales. Una opción, que se debatió entre los periodistas, era informar del hecho, sin dar precisiones sobre la firma de los mensajes intimidatorios. ¿La publicación contribuía a que los hechos se repitieran?
Los eslóganes mafiosos “plata o plomo” y “con la mafia no se jode” se multiplicaron a partir de su efectividad. Y generaron un efecto contagio. Las frases mafiosas contenían tres características esenciales que pregonan los especialistas en marketing: brevedad (conciso y directo), memorable (fácil de recordar y reconocible) y relevancia (conectar con la identidad de tu negocio o marca). Quienes pensaron esta campaña de marketing criminal seguramente lo hicieron de manera más espontánea que reflexiva.
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“Con la mafia no se jode” apareció en carteles escritos en cartón con birome que dejaban los atacantes que disparaban contra las casas de jueces y edificios judiciales en 2018. El mensaje lo había pensado Ariel “Guille” Cantero, que de esa manera quería comunicar su descontento con la decisión de Patricia Bullrich de trasladarlo de la cárcel de Piñero, a 20 kilómetros de Rosario, a la Unidad Penal Federal N°7 en Resistencia. El líder de Los Monos creía que al alejarse de Rosario podría perder influencia en sus negocios mafiosos en la ciudad, algo que el tiempo demostró que no ocurrió.
Cantero fue condenado en 2021 a 22 años de prisión por 12 ataques a balazos que se produjeron en 90 días. Los destinatarios habían sido magistrados y edificios judiciales, como la sede del MPA. Para llevar adelante este plan no necesitó una logística sofisticada. Averiguar las direcciones, que en muchas ocasiones eran erróneas –los jueces ya no vivían en las residencias que baleaban–, un soldadito con una moto y una pistola 9 milímetros.
La repercusión que tuvieron estos atentados llevaron a desplazar la estrategia hacia otro negocio: las extorsiones. “Plata o plomo. Con la mafia no se jode”, se había transformado en una marca que irradiaba terror. El miedo, expuesto en un papel sucio y con errores de ortografía, garantizaba que el destinatario iba a pagar.
"Guille" Cantero, el líder de Los Monos.
“Con la mafia no se jode” apareció en carteles escritos en cartón que dejaban los atacantes que disparaban contra las casas de jueces y edificios judiciales. El mensaje lo había pensado Ariel “Guille” Cantero, que quería comunicar su descontento con la decisión de Patricia Bullrich de trasladarlo de la cárcel de Piñero.
El contexto que irradiaba en Rosario, tras una década de extrema violencia, que llevaron a que la ciudad tuviera una tasa de homicidios (24 cada 100 mil habitantes) cuatro veces superior al promedio nacional, daba un argumento de fondo al mensaje: las amenazas se cumplen.
El slogan “Plata o plomo” empezó a multiplicarse. Ya no lo usaban solo Los Monos, sino cualquier emprendedor criminal, de banda más pequeña, que pretendiera sacar dinero fácil, con balazos en el frente de una casa a la que buscaban desplazar a sus dueños o inquilinos o a un local, desde un almacén a una empresa.
Drogas, mafia, búnkers y libre competencia
Había sucedido algo similar, con este tipo de efecto contagio, una década atrás, en el fervor por la competencia en la venta de drogas, que tenía al búnker como emblema del negocio, algo que dejaba expuesta la connivencia con la policía: se vendía cocaína en un lugar fijo que estaba a la vista de todos, incluso, de los agentes.
La competencia fue despiadada y sangrienta. Empezaron a balear búnkeres que eran de un competidor. Los ataques dejaban al descubierto el negocio ilegal, pero, además, generaban miedo en los clientes, que –según esta estrategia– irían a comprar a otro lado.
En este afán por incrementar la demanda en beneficio propio murieron decenas de jóvenes que eran simples consumidores, que habían ido a adquirir una dosis de cocaína. Este método poco ortodoxo para destruir a un competidor fue subiendo de nivel en crueldad: ya no bastaba balear los búnkeres, sino que los rociaban con nafta y los prendían fuego, con los chicos que ejercían de vendedores adentro.
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En definitiva, las atrocidades de la violencia tienen como base un negocio que las sostiene. En “La balada de Al Capone”, un ensayo emblemático sobre la mafia y el capitalismo de mediados de los 60 (reeditado en 2009), Han Magnus Enzensberger reproduce una cita del famoso gánster de Chicago: “Sólo soy un hombre de negocios, nada más”.
El escritor alemán interpreta que, ante la ausencia de competidores, la figura del mafioso se configura en el mito del siglo XX. Sugiere que lo que hizo ese “fantasma forjado por millones de mentes” fue dirigir con espíritu de alto ejecutivo un emporio que siguió la lógica de “la todopoderosa ley de la oferta y la demanda”, y en el camino “se tomó trágicamente en serio la lucha contra la competencia”.