Nunca, desde el retorno de la democracia argentina en 1983, hubo una elección en la que calara tan profundamente una pregunta clave que atraviesa a cada uno de los ciudadanos de este vapuleado país: "¿Qué pasará el día después?"
Se lo preguntan todos. Los más jóvenes, los más experimentados en sortear crisis que por momentos parecieron terminales, los que cobran un sueldo, los que conducen empresas, los que tienen poco o nada.
Y no es casual que esta pregunta se termine imponiendo. No solo porque no existen certezas sobre los resultados del domingo, sino además porque las PASO dejaron un escenario de tercios en el que el más votado resultó ser un economista que propone hacer volar por los aires el sistema político que imperó, con matices, en la Argentina desde mediados del siglo XX.
Como para añadir aún más dramatismo a este cóctel que amedrenta, por primera vez en la historia del país existen candidatos que abierta y conscientemente anuncian que la moneda nacional será pulverizada o que, en el mejor de los casos, deberá convivir nada menos que con el dólar, la moneda de la economía más poderosa del planeta.
Cualquiera de estas dos alternativas contribuye a que nadie quiera tener un peso en sus manos, lo que termina acelerando el proceso inflacionario.
Del otro lado, la contracara: un ministro de Economía que se manifiesta en defensa de la moneda nacional, mientras administra un país que se acerca a sus récords históricos de pobreza y convive con una inflación que destruye de manera inexorable el poder adquisitivo de la gente y su calidad de vida.
Si hubiese un ganador en primera vuelta
Si bien el resultado de las elecciones de este domingo generará inexorablemente un nuevo ordenamiento del tablero político del país, también abrirá nuevas preguntas de acuerdo a cómo quede posicionado cada uno de los tres candidatos con mayores posibilidades de llegar a la Casa Rosada.
En general, las encuestas indican que habrá un escenario de balotaje y que, por lo tanto, será necesario esperar hasta el 19 de noviembre para conocer el nombre del nuevo presidente del país.
De todos modos, se trata apenas de una estimación. La volatilidad es tan grande, que cualquier resultado puede darse en estas elecciones. Incluso, aunque sea el menos probable, que exista un triunfador en primera vuelta.
Si ese ganador fuera Javier Milei, la incertidumbre a partir del lunes 23 de octubre sería total. Básicamente, porque se trata del candidato que propone detonar el sistema político y económico conocido hasta ahora por los argentinos y que, incluso, genera un sinnúmero de interrogantes a nivel internacional.
En ese caso, solo el mismo Milei podrá, con responsabilidad y madurez, llevar calma y tranquilidad para que esa tormenta se aplaque cuanto antes, hasta que llegue la hora de la asunción el próximo 10 de diciembre. A partir de entonces, comenzará a escribir su historia como conductor de la nación.
Si la ganadora en primera vuelta fuese Patricia Bullrich, se supone -en esta Argentina solo se puede suponer- que la transición sería menos traumática, ya que si bien propone cambios profundos a nivel económico y social, tanto ella como el resto de los nombres que la acompañan tienen un pasado o un presente en la política y en la administración pública.
Dicho en otros términos, para bien o para mal, al menos cuentan con antecedentes que permiten avizorar -con márgenes de error, claro está- cuáles pueden ser sus acciones futuras.
Si el ganador fuera Sergio Massa, seguramente a partir del lunes 23 de octubre el ministro/presidente electo comenzaría a tomar las decisiones dolorosas, antipáticas y de enorme costo político y social, que resultan inevitables para encausar esta economía que no encuentra piso en su caída.
Preguntas clave: si Massa quedara este domingo fuera de juego, ¿comenzará a tomar estas decisiones inevitables o dejará que el futuro presidente pague el costo político? ¿Los organismos internacionales de crédito estarán en condiciones de forzar a un derrotado ministro de Economía o inmediatamente iniciarán sus negociaciones con el nuevo Presidente?
Estos son, apenas, algunos de los interrogantes que plantean estos escenarios diversos.
Si hubiese balotaje el 19 de noviembre
Si efectivamente hubiera segunda vuelta, también se pueden plantear hipotéticas circunstancias a partir del lunes 23 de octubre. De ser así, el factor clave radica en saber si Sergio Massa continúa o no en carrera hasta el 19 de noviembre.
Si Massa sostuviera las posibilidades de convertirse en Presidente, lo más probable es que esas inevitables decisiones dolorosas, antipáticas y de enorme costo político y social no se produzcan a partir del lunes 23, sino que se posterguen.
Es que, entre las elecciones de este domingo y el hipotético balotaje, apenas habrá cuatro semanas y, en ese período, cualquier agravamiento de la crisis terminará socavando las posibilidades electorales del ministro de Economía.
En cambio, si Milei y Bullrich fuesen los que llegan al balotaje, el actual gobierno tendría por delante 48 días de gestión -hasta el 10 de diciembre- sin capital político alguno.
Frente a esta posibilidad, algunos interrogantes se reiteran: ¿comenzará Massa a tomar algunas de estas decisiones incómodas, o dejará que el futuro presidente pague el costo político? ¿Los organismos internacionales de crédito estarán en condiciones de forzar a un derrotado ministro de Economía, o se verán obligados a negociar y aguardar hasta que sea el próximo Presidente el que tome estas medidas?
Desde el punto de vista político y económico, Massa sabe perfectamente que el nuevo gobierno tendrá por delante una tarea compleja, que deberá tomar decisiones dolorosas y el país atravesará momentos de turbulencias sociales antes de que, en el mejor de los casos, se alcance una estabilidad que permita avizorar tiempos de crecimiento.
Si quedara fuera del balotaje, ¿priorizará su futuro político o enfrentará el costo de poner en marcha estas complejas medidas para allanar el camino al futuro gobierno?
Cualquiera sea el escenario que surja a partir de las elecciones de este domingo, existe una certeza ineludible: los argentinos deberán seguir conviviendo con este asfixiante estado de incertidumbre generalizada.
Al menos, hasta que el 10 de diciembre un nuevo presidente se haga cargo de conducir a un país en estado crítico, con índices sociales calamitosos y un hartazgo que cala hondo en cada uno de sus habitantes.
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