Por Andrés Repetto
Desde hace semanas podemos ver en televisión movilizaciones y protestas en diferentes partes del mundo. Ya sea contra lo que consideran la inacción por el avance del cambio climático, las marchas prodemocracia en Hong Kong o las manifestaciones en Cataluña contra el fallo de la Corte Suprema española que condenó a los líderes de la última movida independentista.
El mundo hace años está en constante ebullición: quizás el título que nos viene a la memoria más rápidamente como ejemplo de esos tiempos podría ser la llamada primavera árabe, pero en realidad las manifestaciones de protesta autoconvocadas sin un liderazgo claro y erigidas contra el poder establecido se vienen dando en todo el planeta.
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El lunes 14 de octubre, las manifestación de los catalanes paralizó el funcionamiento del aeropuerto de El Prat, el segundo más importante de España.
En estos momentos, una segunda ola de protestas está en pleno movimiento.
No hay lugar del globo que no nos muestre una situación de inestabilidad. No se salvan ni siquiera los llamados “países del primer mundo” como es el caso de Gran Bretaña, que desde el 2016 vive un constante terremoto a partir de su divorcio de la Unión Europea, con todos los interrogantes que esta decisión genera. Tampoco está exenta la tan promocionada “democracia perfecta” de Estados Unidos, donde su presidente enfrenta un juicio político en las puertas de las elecciones generales.
En los últimos días, nuestra región vuelve a estremecerse y no es por el caos generado por la violencia en países como Venezuela, donde las manifestaciones contra el gobierno fueron ahogadas con gases lacrimógenos y balas de plomo causando la muerte de cientos de personas, o en Nicaragua donde la represión del gobierno de Ortega a sangre y fuego también se llevó la vida de más de 400 personas. Las democracias latinoamericanas viven un nuevo capítulo de incertidumbre después de los procesos que terminaron con destitución de mandatarios o el encarcelamiento de candidatos a presidente -como fue el caso de Lula- o de exmandatarios -en Perú, el momento más dramático fue el suicido del expresidente Alan García-.
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Desde hace unas semanas la inestabilidad política e institucional volvió a encender las alarmas en Perú, Ecuador y más recientemente en Bolivia, luego de que el Tribunal Electoral suspendiera el recuento oficial de los votos de los comicios del domingo. Por el momento, los resultados llevan a Evo Morales a una segunda vuelta electoral que podría, si se une la oposición, sacarlo de la presidencia. Mientras tanto, su principal contrincante denuncia manipulación y fraude, por lo que convocó a una vigilia.
Pero el hecho que más está llamando ahora la atención, luego de días de incertidumbre y violencia en Ecuador, se trasladó a Chile.
La nación que, según el presidente Piñera era “un oasis en medio de tanta inestabilidad”, estalló. Chile atraviesa la peor crisis social desde el regreso de la democracia. Las escenas dramáticas de violencia, saqueos, incendios y muerte ya llevan varios días y lo que más angustia provoca es no saber hasta cuando continuarán. Ni los carabineros, ni los toques de queda, ni los militares y sus tanquetas parecen poder, por el momento, contener la situación.
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Protestas en el metro de Santiago de Chile: manifestantes civiles se enfrentan a los carabineros.
Está claro como en muchas otras manifestaciones alrededor del mundo, que no es un sólo hecho lo que origina las marchas de protestas. El detonante en Chile fue el aumento del costo del boleto de metro, pero a esta altura toda la clase política chilena reconoce que falló.
El oasis era un espejismo y la poca agua existente fue y es desde años sólo para unos pocos. La macroeconomía -como sucede en más de una oportunidad- es una mirada desde la distancia, que no permite ver lo que realmente sucede. La CEPAL afirmaba en 2017 que el 1% de los más ricos en Chile accedían a casi el 30% de las riquezas del país, mientras que el 50% más pobre de la población debía conformarse y dividirse apenas el 3% del ingreso.
Detrás de esas cifras hay personas, vidas y circunstancias y en Chile todos lo sabían. Un día, la gran mayoría de los ciudadanos que no se vieron favorecidos por el tan promocionado “milagro chileno”, dijo basta.
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Hace 48 horas el presidente del Senado, opositor al gobierno de Piñera, aseguró que estaba listo para colaborar más allá de las diferencias, pero dejó bien en claro que lo que vive su país es un fracaso de toda la clase política y que el sistema tal como se conoce debe cambiar. Jaime Quintana habló de cabildos abiertos y de la necesidad de participación de la gente. A su lado, el presidente de la República sólo escuchaba, para terminar con un frío saludo y retirarse a su despacho luego de los discursos.
El presidente chileno Sebastián Piñera atraviesa los días más turbulentos de su mandato
Horas más tarde, la propuesta de generar un nuevo contrato con la población, otro pacto social, quedó en la nada y Piñera brindó otra conferencia, en la que habló de “un país en guerra”.
En Chile no hay ninguna guerra. Es un profundo error usar ese lenguaje. Lo que hay son actos delictuales que no han tenido una respuesta eficaz, y un malestar ciudadano acumulado del cual todos tenemos que hacernos cargo.
— Jaime Quintana (@senadorquintana) October 21, 2019
La democracia moderna, un sistema que se pone en jaque a sí mismo
En más de una oportunidad compartí la idea de lo poco participativas que son las democracias como las conocemos en la actualidad, y de lo lejos que parecen estar del día a día de quienes la conforman. En tiempos de participación masiva, continúa y dinámica vía redes sociales, los sistemas de las distintas democracias parece haber quedado mucho más lejos aún de la población y de los problemas de los ciudadanos. Distancia que parece aún más abismal en momentos de crisis.
Recuerdo por estas horas el diálogo compartido con el expresidente chileno Ricardo Lagos, quien hace casi una década atrás advertía de esta falla y recomendaba abrir un canal de participación ciudadana por medio de la tecnología, para generar un mayor involucramiento de la gente en el proceso de toma de decisiones. Lagos no desconocía la importancia del Congreso y su función dentro de la democracia republicana, pero afirmaba que eso no excluía la posibilidad de brindar canales de participación más directa: por ejemplo pensaba que a través del teléfono la gente podía votar u opinar sobre distintas propuestas de los temas que hacen al día a día de la sociedad.
Hace ya una década que el expresidente chileno Ricardo Lagos advertía la necesidad de brindar herramientas de participación directa a los ciudadanos
Otro emergente de este panorama es la falta de liderazgo global, lo que da lugar a un recambio de protagonistas. Para sólo mencionar un ejemplo, ya no se ve un líder en la lucha contra el cambio climático en un exvicepresidente sexagenario como Al Gore, sino a una adolescente de 16 años como Greta Thumberg.
La falta de respuesta de la clase política, sumada a un sistema que queda cada vez más desfasado por la entrada en acción de un nuevo liderazgo global que empodera a la gente de a pie, hace que el mudo viva momentos complejos, inciertos e impredecibles. ¡BIENVENIDOS!
“Lucha como una chica”: Quiénes son las jóvenes que están cambiando el mundo
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