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La bitácora | Día de la Madre |

Mamma mía

Todos los Día de la Madre son especiales y hoy Lu Trinchieri nos cuenta por qué "la vieja es lo más grande que hay".

La madre argentina es producto de una herencia mezcla de las tradiciones españolas, italianas, alemanas, polacas, francesas, judías, sirias, libanesas, irlandesas, entre otras. Un combo muy especial que dio a luz a la cariñosa “vieja”, que Pappo se ocupó de homenajear y dejar en claro lo importante que era, por lo que nadie podía atreverse a tocarla, criticarla, ni nada parecido porque –simplemente- “la vieja es lo más grande que hay”.

Lo de madre hay una sola, es un dicho de tremenda literalidad, que si bien es real podría interpretarse de varias maneras. Claramente todos nacimos de una mujer que nos parió, y muchos disfrutamos de los beneficios o bondades de ese ángel incondicional sobre la tierra, pero otros, encontraron en distintas mujeres este nido para descansar, por azar o elección, y la hicieron suya para toda la vida.

Lo que sí es un fenómeno digno de estudio, es el porqué de los denominadores comunes que tienen muchas a lo largo de los años, a pesar de existir casi tantos tipos de madres como mujeres en el mundo. Todas terminamos cayendo en la trampa del tiempo, repitiendo modelos casi sin querer queriendo.

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Con los años y la experiencia, nos damos cuenta que los hijos no vienen con un manual de cómo criarlos, y vivimos con miedos e incertidumbres tratando de mostrarnos fuertes, seguras en la tarea, como si fuera algo innato y no una situación que muchas veces nos da tanta felicidad como ganas de salir corriendo. Y es ahí cuando indefectiblemente nos sorprende ese déjà vu donde nos vemos repitiendo frases y actitudes que juramos no hacerlo como hijos, pero que, como madres, no resistimos la tentación. Quién no cayó ante un “- ¿vos te pensás que yo nací ayer? -” o el “- cuando vos fuiste, yo fui y vine 20 veces -”, ni hablar del “- me vas a valorar cuando ya no esté-” o el “- a vos te tendría que haber tocado la madre de fulanita a ver qué tan buena es-”, que heredamos inconscientemente después de escucharlo tanto.

Con los años y la experiencia, nos damos cuenta que los hijos no vienen con un manual de cómo criarlos, y vivimos con miedos e incertidumbres tratando de mostrarnos fuertes.

No encontrar algo era un castigo anticipado, porque nunca querías decirle a ELLA, sobre lo que ya sabíamos, era una pequeña victoria. Queríamos evitar comentarios que nos obligaban a terminar dándole la razón como “- si las cosas estuvieran ordenadas sabrías donde está-” en clara referencia al dormitorio; el “- seguro que si voy yo lo encuentro-” (cosa que era infalible), o el “- te está sacando la lengua-” que planteaba un fenómeno casi mágico que nunca entendimos: cómo no veíamos nunca las cosas que efectivamente siempre terminaban estando frente a nuestras narices sin que nuestra mirada pudiera identificarlas.

Si nos mandábamos una macana, siempre estaba al alcance de la mano el tan temido “- cuando lleguemos a vas a ver-” o el “- te dije-”, y si buscabas apoyo en tus amigos se venía el “- A mí que me importa lo que hagan los otros, ¿si los otros se tiran del puente, vos también vas a hacerlo? -”.

El clásico período de la rebeldía adolescente se terminaba rápidamente con un “- ¿Me estás avisando o me estás pidiendo permiso? -” sumado al “- Porque lo digo yo y listo-”, que podían ser una combinación terrorífica para cualquier plan del que mamá tuviera alguna duda.

Y también estaba siempre el “-abrigate que hace frío-” o “- llevate una campera por las dudas- “, sabiendo que lejos no iba a poder cuidarnos como a ella le hubiera gustado. “- Llamame cuando llegues” que hoy modernizamos con un “- mandame un mensajito -”, siguiendo su recorrido por la ubicación de wasap para saber que están bien, y que nos hace pensar mirando hacia atrás, cómo hacían esas pobres mujeres para pasar horas sin tener información de nosotros, cuando vivíamos la tranquilidad irresponsable de no preocuparnos más que de nuestra propia vida.

Las madres sin dudas son personas únicas moldeadas en su mayoría por la incondicionalidad y el amor, por sobre todas las cosas. Nunca terminamos en general de cortar el cordón umbilical y cuando faltan o están lejos, sentimos su ausencia, porque jamás dejamos de necesitarlas. Será por eso que quizá repetimos muchas cosas que ellas hacían con nosotros en nuestra infancia, haciéndole trampa al tiempo, que nos permite eternizarlas así, en nosotras, un poquitito todos los días.

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