“Y cuando digo río me estoy refiriendo a este, al único que mis ojos conocen, al gran río de muchas venas, que viene naciendo de adentro de la selva brasileña y baja abriendo calles de sol en un como bramido de animal, y en su propia sangre pare islas verdosas y cobija el sueño de los yacarés”. Quien así describe al sistema fluvial del Paraná es Blas de Acuña, uno de los personajes de la novela “Río de las congojas” de Libertad Demitrópulos.
Tal como describe el texto con maestría y justeza de palabras, los humedales del Paraná “paren islas verdosas” todo el tiempo, al compás de los ciclos de crecidas y bajantes de las aguas, que moldean un paisaje definido por su dinamismo constante, tal como expresa el embalsado que corta en dos una sección de la laguna Setúbal en la ciudad de Santa Fe.
“El sistema fluvial del Paraná, con sus cauces, lagunas, bancos y vegetación asociada, tiene un pulso anual durante el cual en el invierno baja el agua y en verano sube. Es un régimen pulsátil al que estamos acostumbrados, es un paisaje dinámico que se mueve en determinado rango. La bajante que tuvimos corrió esos umbrales y generó más espacio para la colonización de la vegetación”, dijo la doctora en Ciencias Biológicas e investigadora de Conicet Santa Fe Zuleica Marchetti, para quien el embalsado “no representa un peligro ni ambiental ni social” y, en caso de ser removido, debe hacerse con un plan previo “bien pensado y bien ejecutado para no generar problemas mayores aguas abajo”.
Nacido y criado en el Litoral argentino
La experta detalló que la vegetación que hoy se puede ver en la laguna, empezó a formarse en la planicie aluvial y en los cauces secundarios que alimentan a ese espejo de agua durante la larguísima bajante extraordinaria que duró más de tres años y acaba de terminar. “Con aguas bajas esta vegetación nativa de las lagunas proliferó y tuvo durante el verano una explosión de crecimiento. Cuando subió el agua, las lagunas se reconectaron con los cauces y esta vegetación se liberó y empezó a migrar aguas abajo siguiendo sus cursos naturales. Es un fenómeno que pasa anualmente en verano cuando crece el río, que es que la vegetación se descalza y migra”.
La prolongada bajante generó un exceso de vegetación que, al atravesar la Setúbal, se encontró con los pilares del ferrocarril francés que son “un obstáculo” a su devenir natural. “La vegetación quedó encallada a partir de diciembre pasado, anclada a algunos pilares y embalsados retenidos en el puente colgante también. Eran embalsados pequeños, en ese momento esperábamos que el propio repunte del río los soltara y ese bloqueo se solucionara de forma natural. Un poco pasó eso con los que estaban en el puente”, puntualizó la investigadora.
Un muro de vegetación nativa
Sin embargo, el repunte vino acompañado de una mayor oferta de vegetación proveniente de los cauces. “Las lagunas se reconectaron y se fueron encallando embalsados a los que ya estaban, al tiempo que crecían los que ya estaban allí. Entre los primeros y su crecimiento y la llegada de los nuevos se fue armando un entramado espeso y hoy toda la sección de la laguna a la altura de faro está obstruida por vegetación flotante”.
La prolongada bajante generó un exceso de vegetación que, al atravesar la Setúbal, se encontró con los pilares del ferrocarril francés que son “un obstáculo” a su devenir natural.
Marchetti detalló que esa sección de la laguna tiene sectores muy profundos de hasta 10 a 12 metros, pero que en las porciones este y oeste esa profundidad disminuye y allí la vegetación comenzó a arraigarse. “En los extremos hay vegetación arraigada, pero en el centro el flujo de agua corre sin problema”.
El gigantesco muro verde que atraviesa la laguna es un conjunto de distintas especies de la región, con dos tipos de camalotes y otras especies como canutillos y catay, dos gramíneas. “Estas son claramente lo preponderante y hasta un 80% del embalsado es de esas especies”, dijo la científica.
Un nuevo paisaje
No es la primera vez que se forma un bloqueo así en la Setúbal ya que se registraron otros episodios parecidos de vegetación retenida en puentes o pilares asociados a períodos de niveles hidrométricos muy bajos, durante los cuales la vegetación coloniza las lagunas. Luego, cuando viene la crecida, esa vegetación acumulada confluye en los cauces y deriva, hasta que encuentra obstáculos antrópicos (de creación humana) y queda retenida.
“El sistema fluvial del Paraná, con sus cauces, lagunas, bancos y vegetación asociada, tiene un pulso anual durante el cual en el invierno baja el agua y en verano sube. Es un régimen pulsatil al que estamos acostumbrados, es un paisaje dinámico que se mueve en determinado rango. La bajante que tuvimos corrió esos umbrales y generó más espacio para la colonización de la vegetación”, puntualizó Marchetti.
Esa vegetación creció, se asoció a otras especies y modificó el paisaje. “La bajante fue muy larga, más de tres años durante los cuales la vegetación colonizó ambientes habitualmente cubiertos por agua. Es parte de la dinámica del paisaje, pero en este caso el cambio es muy pronunciado”, dijo la científica, para agregar que ahora -ya con niveles normales- el agua se encuentra con obstáculos antrópicos y también naturales, como los bosquecitos nuevos de alisos y sauzales.
“El agua hará su trabajo, buscará nuevas vías de escurrimiento, veremos erosión donde antes no la había, porque definitivamente nuestro paisaje es muy cambiante y en los últimos años hubo cambios muy pronunciados. Todavía nos estamos acomodando al cambio que dejó la bajante”, sintetizó.
De lo natural y lo humano
¿Cómo convive el dinamismo propio de la naturaleza con la rigidez de las construcciones humanas? Para Marchetti hay que recordar que “somos nosotros los que estamos invadiendo un ecosistema”. “Vivimos en un sistema de humedales. A veces escucho que «nos invaden las comadrejas o las víboras», pero nosotros estamos invadiendo un ecosistema con un ensamble de fauna natural y vegetal complejo y denso”, dijo.
Para la investigadora, en líneas generales, empieza a aparecer esa conciencia sobre las características del paisaje regional y a incorporarse la idea de que esos cambios son parte del ambiente. “Tenemos que aprender a convivir con estos cambios y buscar estrategias de adaptación, mucha gente de los deportes náuticos está descontenta porque no puede pasar, pero los embalsados son parte del ambiente en el que vivimos”.
“No podemos sacar todo porque primero porque es parte del ambiente, y segundo porque es el propio río el que está mostrando cómo funciona. Ir en contra del rio es antinatural porque el río se acomoda solo y la laguna responde a esa dinámica. A su vez, ambos responden al cambio climático, la naturaleza se acomoda y es de necios ir en contra de eso. Creo que lo más sabio es convivir y buscar una forma armónica de optimizar los usos de la laguna, de seguir haciendo deportes, pero respetando el entorno natural”, razonó Marchetti.
“Tenemos que aprender a convivir con estos cambios y buscar estrategias de adaptación, mucha gente de los deportes náuticos está descontenta porque no puede pasar, pero los embalsados son parte del ambiente en el que vivimos”.
Un plan de acción pensado y bien ejecutado
¿Hay que remover el embalsado? Para la investigadora intentar que la laguna esté igual que antes de la bajante “es un despropósito” porque el paisaje cambió y eso ya es inevitable. “El embalsado, así como está, no representa ningún peligro, el agua pasa por debajo y eso no es un problema”.
Cuando el nivel del agua baje y la tasa de crecimiento de las plantas se estabilice durante en invierno probablemente se irá descomponiendo solo. “Ambiental y socialmente, no representa un peligro”, dijo.
En relación a la posibilidad de remover una parte para que se pueda recuperar el uso recreativo de la laguna, opinó que ese fragmentado del embalsado “tiene que ser planificado, organizado y hecho por gente preparada”. “Descalzar el embalsado sin un plan puede ser un problema, porque una cosa es un embalsado normal migrante de pequeñas dimensiones y otra esto que tiene grandes dimensiones y puede generar problemas aguas abajo”, explicó.