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Internacionales Ucrania | Rusia | Antisemitismo

Ucrania bajo fuego: hay un nazi en tu sopa

Tramada históricamente por el anticomunismo y el antisemitismo -pero con un 40% de población de étnica y lingüísticamente rusa- Ucrania es un drama bajo fuego y bajo prejuicios ideológicos disparatados de legos y especialistas. A no desesperar...enviamos a Chiche para entenderlo todo.

Hace algunos días conversábamos con la brillante Silvia Lilian Ferro –argentina licenciada en historia y doctora en ciencias sociales, actual profesora de Historia latinoamericana en la Universidad Federal para la Integración Latinoamericana de Brasil- acerca de uno de los ejes de análisis y justificativo ruso para invadir territorio ucraniano: el neofascismo que Putin avizora como peligro político y la persecución –con asesinatos incluidos- que formaciones milicianas neonazis ucranianas como los Batallones de Azov, Donbass o Pravy Sektor ejecutan contra la población rusa independentista.

Pensando en algunos de los escenarios complejos que podrían presentarse para nuestro continente y nuestro país en particular, dada la fuga de más de un 1 millón de ucranianos al cierre de esta nota, Ferro recordaba la primera oleada inmigratoria de ucranianos que ingresaron a nuestro país (fueron cuatro en total entre la segunda mitad del S XIX y mediados del S XX), de entre 10.000 y 14.000 provenientes de lo que se denominaba por entonces el imperio austro-húngaro y por lo tanto el único contingente inmigratorio que no figura en el Registro Nacional de la época. Campesinos y ciudadanos pobres que se volcaron mayormente a la agricultura y se asentaron en Apóstoles (Misiones). Pobres pero blancos y aptos para la dureza del trabajo rural en condiciones de pequeños propietarios o bajo patrón.

Con cierto rigor histórico habría que destacar que el proyecto de organización institucional y política que diseñaron Sarmiento y Alberdi, incluía la conformación de una fuerza de trabajo capaz de sostenerlo y purificar racialmente el ejército de incivilizados que sobrevivieron a las matanzas de campesinos criollos, mestizos, gauchos e indios inaptos para forjar un país moderno. Los ucranianos se adaptaron rápidamente a una matriz que anticipaba en casi 50 años el biologicismo racista que Hitler iba a llevar a su capitalista y horrorosa máxima expresión.

Los pueblos eslavos en la Cuenca del Plata

Al igual que los otros colectivos étnicos inmigratorios eslavos que se asentaron en la Cuenca del Plata, rápidamente visibilizaron a los originarios locales como inferiores, mano de obra menos apta y calificada y reprodujeron los estereotipos culturales del proyecto fundacional sarmientino pero también los mecanismos de segregación étnica y religiosa padecidos en la convulsionada Europa del Este de donde provenían. Muchos exponentes de las más de 50 comunidades de descendientes de ucranianos reconocidas en el nordeste argentino, sur del Brasil, oriente paraguayo, Bolivia y Uruguay, son prósperos productores agropecuarios e incluso industriales de gran poder económico. Prosperidad muchas veces contrastada con la marginalidad y pobreza de los colectivos campesinos criollos y originarios, empleados o raleados por quienes los consideran “natural y genéticamente” aptos para el servicio y poco más.

Anteponiendo alto y sin duda la condena moral, ética y política a toda guerra y a la manipulación de la opinión pública para ocultar los motivos primeros y últimos de las mismas (jamás ideológicos y siempre económicos, con notables variantes las guerras de religión del mundo árabe), de lo que se trata es de mensurar el impacto que una quinta corriente inmigratoria que –huyendo del hambre, la carestía de vida y la muerte como promesa casi segura- debe ser recibida por nuestro país como siempre lo ha hecho y está plasmado en nuestro plexo normativo, asegurando los beneficios de la libertad, la educación, la salud y el bienestar general a todos los hombres y mujeres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Pero sabiendo que es altamente probable que –sin ofender ni contradecir al descendiente de ucranianos más noble y talentoso que es el Chango Spasciuk- el aporte cultural y político con que se integren está fuertemente marcado por un sesgo étnico beligerante y supremacista persistente, riesgoso en un contexto nacional en el que el surgimiento de ultraderechas que -como Milei- vocifera “somos estéticamente superiores” y derechas como Juntos x El Cambio (ex Cambiemos aunque no les guste), que capitalizan la frustración aspiracional de clases medias y bajas con el lema “la culpa es del otro”, del boliviano, del paraguayo, del piquetero planero y esencialmente del kirchnerista.

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Congresistas demócratas norteamericanos vienen denunciando que las FFAA de los EEUU brindan entrenamiento al batallón neonazi Azov, “patriotas” antisemitas inspirados en las SS alemanas / Foto: Efe.

Congresistas demócratas norteamericanos vienen denunciando que las FFAA de los EEUU brindan entrenamiento al batallón neonazi Azov, “patriotas” antisemitas inspirados en las SS alemanas / Foto: Efe.

Antisemitismo europeo

El antisemitismo y la tara biologicista en Europa del Este se remonta a principios del Siglo XIX, mucho antes de la Revolución de Octubre y la invasión de la Alemania nazi. En Ucrania se acuñó la palabra Pogrom (devastación) para definir el ataque a comunidades judías desatadas cuando los judíos -que ya eran “culpables” de crucificar al hijo de Dios- fueron acusados del asesinato del Zar Alejandro II, ocurrido en 1881. Según el escritor e historiador Aleksandr Solzhenitsyn, entre 1918 y 1920 ya existían 887 pogroms, más de la mitad impulsados por uno de los líderes de la independencia ucraniana, organizador de sus Fuerzas Armadas y rabioso antisemita, Simon Petliura. La crueldad y rudeza de los métodos de acoso y aniquilamiento de minorías étnicas y religosas de Petliura es reivindicada por las actuales milicias de ultraderecha y cuando en cualquier lugar del mundo de habla de “ucranizar” una fuerza militar o paramilitar, de lo que se habla es de despojarla de cualquier escrúpulo ni miramiento humanitario.

Entre 1922 y 1991 (el derrumbe de la órbita socialista y el triunfo ya consumado del capitalismo a escala planetaria), no se verificaron mayores conflictos étnicos y raciales, excepto los años de ocupación nazi, cuando escuadrones armados y referentes políticos nacionalistas ucranianos se pusieron al servicio del Tercer Reich para perseguir y asesinar a cientos de miles de judíos. Ese alineamiento es hoy abiertamente reivindicado por el partido Svoboda (Libertad, esa palabra capturada por las ultraderechas en todo el mundo), cuyo lema es “Ucrania sobre todo”, calcado del nazi “Deustchlan uber alles” o Alemania sobre todo.

Y es un hecho admitido y monitoreado por el Departamento de Estado de los EEUU, que desde la Guerra de Dombás en 2014 (que acumuló 14.000 muertos, muchos de ellos civiles rusos a manos de fuerzas ucranianas nacionalistas), las milicias neonazis se han integrado al ejército regular ucraniano y Ucrania se ha convertido en centro de entrenamiento para militares neonazis de todo el planeta, por la impunidad de la que gozan éstas formaciones especiales muchas veces identificadas como “patriotas”.

Lo que no implica aceptar el argumento escolar de Putin acerca de que está enfrentado al neofascismo o al nazismo del S XXI pues él mismo ha alentado y armado grupos de ultraderecha para disputar territorios y acorralar etnias combativas. EEUU y las principales potencias de la OTAN hicieron lo mismo aprovechándose del sesgo anticomunista de ésos grupos, para evitar que Rusia controlase a los únicos dos estados del antiguo bloque comunista no adherentes: Georgia y Ucrania.

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Congresistas demócratas norteamericanos vienen denunciando que las FFAA de los EEUU brindan entrenamiento al batallón neonazi Azov, “patriotas” antisemitas inspirados en las SS alemanas / Foto: Efe.

Congresistas demócratas norteamericanos vienen denunciando que las FFAA de los EEUU brindan entrenamiento al batallón neonazi Azov, “patriotas” antisemitas inspirados en las SS alemanas / Foto: Efe.

Responsabilidades compartidas

Hay responsabilidades compartidas, inexcusables y que –lejísimo de la absurda disputa entre “capitalistas y comunistas”, “libertarios y dictadores” o “fascistas y antifascistas”- hacen de las potencias de la post guerra fría, los principales culpables de las muertes civiles en territorio ucraniano y mucho antes de la emergencia del “Servidor del Pueblo”, evasor fiscal multimillonario y súbito héroe de la resistencia nacional ucraniana Volodimir Zelensky.

Algún historiador bien documentado y memorioso podría incluso decir que los orígenes de las ultraderechas modernas y el fascismo en Europa no está en el oeste (Francia, Austria, Alemania o Italia) sino en el Este, precisamente en las Centurias Negras rusas, fuerzas de choque zaristas y furiosamente antisemitas, plenamente operativas desde 1905 y del Partido Unión del Pueblo Ruso que llegó a contar con 350.000 miembros tras la devastadora Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión.

Aquí en Argentina, tan lejos y tan cerca, sin ninguna obligación de tomar partido por ninguno de los contendores de fondo (pero con el acuerdo con el FMI como regulador de toda autonomía política), la ignorancia desvergonzada de los principales dirigentes opositores al gobierno y sus apuntadores mediáticos, la irresponsabilidad con que se vapulean conceptos, referencias históricas y la voluntad de desgastar a la coalición gobernante con cualquier cosa (pandemia, deudas heredadas, incendios forestales y ahora una guerra que no comprenden) simplifica el debate hasta convertirlo en un revoleo de tortazos con crema, pero sin información consistente, con libretos berretas, dictados en otro idioma y sobre todo, sin gracia.