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Internacionales

Chernobyl en primera persona: crónica de la zona fantasma que dejó el accidente nuclear más grave de la historia

Hace tres años, cuando se cumplieron los 30 años del accidente, el periodista Andrés Repetto recorrió la ciudad de Prypiat y las instalaciones de la planta nuclear que colapsó el 26 de abril de 1986. En exclusiva recuerda ese viaje para Aire Digital.

 

Por Andrés Repetto

Tuve la oportunidad de viajar a Ucrania hace tres años cuando el mundo recordaba los 30 años del accidente nuclear de Chernobyl. Compartir estas líneas me hace recordar una experiencia que fue sin duda única. Visité pueblos y ciudades fantasmas e incluso puede estar a pocos metros del reactor número 4, antes que le colocaran el sarcófago protector. En todo momento el medidor de radiactividad, un pequeño aparato amarillo del tamaño de un celular, que sonaba con distintos niveles de intensidad según la radiactividad que captaba, me hacía recordar que no había mucho tiempo para poder mirar todo y que no se trataba de un paseo.

¿Cuánto tiempo debe pasar para que Chernobyl sea habitable de nuevo?

El parque de diversiones de Prypiat quedó abandonado, como toda la ciudad después del accidente nuclear.

Hasta ese viaje tuve acceso como muchos de ustedes a  las imágenes de cómo había quedado el lugar luego del accidente nuclear e incluso antes de viajar puede recibir desde Kiev imágenes inéditas, históricas de lo que sucedió, pero nada pudo compararse con el estar ahí.

Quizás les pasó alguna vez, fue como sentirse dentro de una película, visitar este lugar me permitió acercarme a lo que los pobladores vivieron hace tan solo unos años, tiempo que si lo medimos con el contador de la historia es un abrir y cerrar de ojos. Hablé y entrevisté a los llamados “liquidadores”, los trabajadores que fueron los primeros en llegar al lugar, quienes tuvieron la tarea de enfrentar al reactor y toda su radiactividad letal.

Kiev, la capital de Ucrania, aún guardaba los recuerdos de los últimos enfrentamientos de la caída del presidente pro-Rusia y las matanzas en la calle. La plaza Maidan fue el lugar elegido para concretar la entrevista con uno de los pocos sobrevivientes que trabajaron directamente cerca del reactor, su relato fue lo que más rápidamente me llevó a esos días terribles.

Más que en otros aniversarios, el número 30 llamó aún más la atención de la prensa global, había muchos colegas de todo el mudo listos, como yo, para vivir la experiencia de entrar en la ciudad de Prypiat donde todo quedó congelado en el tiempo, esta fue la ciudad donde vivían los trabajadores de la planta y sus familias, a tan solo 3 kilómetros del reactor que explotó. Junto con el traductor y el camarógrafo partimos bien temprano hacia el primer puesto de control antes de entrar en Chernobyl.

Así es el pequeño aparato para medir la radioactividad que le entregar a las personas que recorren la zona cercana a la planta.

Una vez presentados los pasaportes los guardias de seguridad nos dejaron ingresar. Nuestra primera parada fue en un pequeño poblado de cabañas, las casas estaban rodeadas de vegetación por lo que en muchos casos no pude entrar en ellas. Filmé algunas tomas y luego subí al micro camino y de ahí viajé a la ciudad que hoy es símbolo de la catástrofe: Prypiat.

A medida que nos acercábamos por la ruta los árboles sin hojas me dejaban ver a lo lejos los edificios de departamentos, sin duda era una imagen fantasmal. Ni bien bajamos a la plaza central de la ciudad lo primero que nos aclaró el guía fue que no pisáramos ni el pasto ni el musgo que sólo camináramos por lo que quedaba de los senderos. La edificación bien estilo soviético de los edificios, todos venidos abajo por el paso del tiempo y la falta de manutención, sumado a la época del año, por lo que no había ni una sola hoja, generaban un solo color, el gris.

Así están las calles de Prypiat, la ciudad en la que vivían los trabajadores de la planta.

El silencio interrumpido por el constante sonar del aparato que marcaba la radioactividad me obligaba a mirar la pantalla y chequear los números que marcaban el nivel. La visita a la zona tenía un tiempo bien estipulado, la radiactividad, ese enemigo invisible pero presente nos marcaba la agenda, por eso de ahí rápidamente partimos hacia un lugar imposible de haber conocido antes del accidente nuclear. Como toda la zona estaba abandonada, se trataba de una gigantesca antena de más de 40 metros de alto x 100 metros de largo. Era la única que queda en pie. En plena guerra fría servía para detectar el lanzamiento de misiles enemigos desde los Estados Unidos. Los símbolos soviéticos estaban en las puertas, carteles, dejando a la vista que todo era historia.

De ahí partimos al corazón del monstruo, a los restos del reactor número 4 de la planta nuclear. A diferencia de los otros sitios que visite, en ese lugar, la visita fue mucho más corta y con otra actitud. La sonrisa del guía, casi “canchera” durante todo el recorrido, aquí se borró. Ni bien bajamos del micro sus gestos eran de que debíamos apurarnos, solo tuve unos segundos para hacer la presentación que verán luego en las imágenes. No podíamos quedarnos mucho frente al reactor, la radiactividad era altísima. Les confieso que ni bien terminé lo que tenía para decir ante la cámara corrí al interior del ómnibus, como si ahí estuviera más seguro, la tranquilidad de la ignorancia.

Desde el reactor emprendimos el regreso, esta vez no tuvimos que presentar pasaportes pero si pasar por un extraño aparato, como si fuera un detector de metales pero que media la radiactividad en nuestro cuerpo. ¿Y si tenía que quedarme adentro de Chernobyl? fue lo primero que pensé cuando lo vi. Claramente no era la idea de los guardias, solo tuve que posar la palma de mis manos en un detector, si se prendía la luz verde  todo bien, si se prendía de otro color, sólo debía lavar mi ropa al llegar al hotel. Afortunadamente la luz fue verde y ahí me di cuenta que todo estaba hecho para que así sea, no me dio la sensación de mucha rigurosidad, me acordé en ese instante de Homero Simpson y su trabajo en la planta nuclear.

Al día siguiente, luego de otras entrevistas, en la plaza central de Kiev conocí a quien fue uno de los hombres más activos de Ucrania para dejar viva su historia y la del accidente nuclear. El paso de los años convirtieron a este ingeniero en político y activista en temas de seguridad atómica. No sólo me contó que la radiactividad le había hecho perder todos los dientes sino que me detalló una cantidad tremenda de enfermedades y padecimientos, y me aclaró que él tuvo suerte porque todos los “liquidadores” que sobrevivieron no pasaban después de esa agonía de los 50 años. Si bien el número oficial de muertos es muy bajo, la realidad es que las víctimas directas e indirectas del accidente se cuentan de a miles.

En medio de sus relatos una frase me quedó grabada.  Una vez conocida la noticia de la explosión, el Kremlin envió miles de soldados y tanques, pero estos no servían de nada ya que el enemigo era invisible. Mientras caminábamos por plaza Maidan mi entrevistado me advirtió que el temía que se produjera otro accidente atómico en Ucrania, esta vez no como el de Chernobyl sino por un sabotaje ruso.

En mi cobertura filmada de este viaje no pude usar el audio de la nota. El testimonio de este sobreviviente no pudo plasmarse ya que un extraño pitido interrumpió toda la entrevista, algo que solo pude darme cuenta una vez terminada la entrevista. El camarógrafo, un ucraniano, no dudo un segundo, me miró y sentenció, ellos la hackearon. Si bien no fue un tema técnico de la cámara le pregunté a quién se refería y sin dudarlo me dijo, los rusos.

Estábamos en Maidan, la plaza donde hace poco tiempo pro rusos y pro occidentales se habían enfrentado por el poder. Ucrania estaba y aún está parcialmente ocupada por Rusia, sin duda la guerra sobrevolaba en el ambiente.

Más allá de los cuentos del entrevistado y de mi camarógrafo, lo cierto es que si no hubiera sido por los hombres que se jugaron la vida para enterrar de la manera más casera que uno pueda imaginar el reactor que explotó, gran parte de Europa hubiera padecido los efectos que se viven en Chernobyl ya que se temió una segunda y más grande explosión.

Mi viaje llegaba a su fin y  un pensamiento me quedaba marcado luego de escuchar y ver lo que dejó el peor accidente atómico en la historia de la humanidad. Por un lado lo que la energía nuclear nos da, pero al mismo tiempo todo lo que puede quitarnos si el hombre no cumple los protocolos de seguridad o provoca un accidente.

Años más tarde de este accidente el mundo volvía  a temblar, esta vez el nombre de la tragedia se escribió en japonés: Fukushima.

 

 

Muy pronto se viene GRITOS DE LA TIERRA, la producción audiovisual de Aire Digital y Andrés Repetto

gritos de la tierra

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