Todo lo que ocurrió tras la emocionante actuación de Los Palmeras y el canto Luis Fonsi tapado por el bullicio de un estadio a punto de explotar, todo, fue negativo para Colón y positivo para Independiente del Valle. Desde la furia de viento, rayos y lluvia de una tormenta impiadosa desatada con el pitazo inicial del brasileño Raphael Claus, todo fue cuesta arriba para el elenco santafesino.
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Tal cual lo previsto el partido comenzó con el conjunto ecuatoriano en poder del balón mientras el conjunto Sabalero esperaba con cierto orden pero corriendo demasiado detrás del control de juego del rival. Cayó tanta agua en tan poco tiempo que el campo se fue anegando hasta ser intransitable y por si faltara algo, Independiente del Valle convirtió tras centro de Pellerano y cabezazo de León cuando seguramente las autoridades se encontraban en pleno debate para suspender el encuentro. Hasta eso se dio a favor de unos y en contra de otros.
El partido en líneas generales se dio con Colón lejos en el trámite y en el resultado, ya que en la reanudación la diferencia se amplió con el gol de Jhon Sánchez en un desacople defensivo Sabalero. El penal a Morelo a los 4 minutos del complemento parecía una señal de cambio que desafiaba el destino final del pleito pero la tapada del arquero Jorge Pinos a la ejecución del Pulga Rodríguez desmoralizó por completo al tucumano de Simoca y la fría sensación de irreversible embargó también los corazones rojinegros que colmaron La Nueva Olla de Asunción. Es que si bien en el fútbol todo es posible, lo imposible no ocurre casi nunca. La realidad le ganaba la batalla al sueño, a la ilusión y muchos de los que estuvimos en el estadio, sentimos que todo terminaría más o menos como había comenzado.
Nadie le tiene que enseñar al hincha de Colón lo que es sufrir por sus colores. Porque por más grande que sea la frustración y el dolor, la regeneración se potencia tarde o temprano. No hay título que defina lo que fue el movimiento social que generó Colón con el traslado de 40.000 personas desde nuestra ciudad, impulsados por la pasión por el club que aman y seguirán amando a pesar del resultado deportivo. La derrota es dolorosa pero debe primar la sabiduría de aprender de ella. Capitalizar lo bueno luego de purgar la desazón. Descargar el sabor amargo, llorar, insultar, despotricar por la gloria esquiva para preparar otra vez la nave y afrontar lo que viene que es tan o más duro que la final de Asunción.
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El costado racional del análisis indica que el plantel deberá sacarse de encima esta mochila para retomar el camino en la Superliga. Jugadores, cuerpo técnico, dirigentes e hinchas se necesitarán unos a otros para que la salida sea más liviana. Colón debe enfocarse de lleno en lo que viene para recuperar los puntos dejados en el camino y sumar los otros necesarios para fortalecer el promedio. El contagio pareciera que esta vez deberá venir desde adentro de la cancha hacia afuera, hacia las tribunas. Es que la gente también lo dio todo con una peregrinación que conmovió a propios y extraños en el mundo del fútbol, siendo los claros “ganadores” del partido que juegan los hinchas. No tengo dudas que ellos se llevan imágenes imborrables de una experiencia única que se agigantará aún más con el paso del tiempo.
Haber estado tan cerca indica que hubo razones en el camino que lo llevaron hasta allí. Es cierto que la Gloria seguirá en modo espera para Colón pero nadie apagará del todo las ilusiones de seguir intentando. Las derrotas forman parte del costado más doloroso del deporte, pero siempre se aprende de ellas. Es la fidelidad y el amor eterno de su gente la que merece la entereza de su equipo para levantarse y seguir adelante.
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