El helado aporta frescura, textura cremosa y dulzura, mientras que el vino tinto suma aromas frutales, acidez y notas intensas que elevan el sabor del postre. El resultado es un contraste que sorprende al paladar y que cada vez más restaurantes y heladerías gourmet empiezan a incorporar en sus cartas como una experiencia distinta para el comensal.
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Según los expertos, lo ideal es optar por vinos tintos jóvenes y frutados —como un Malbec suave, un Pinot Noir o un Merlot— ya que combinan mejor con helados de vainilla, chocolate o frutos rojos. La clave está en equilibrar: un helado demasiado dulce puede opacar al vino, mientras que un vino con exceso de taninos puede volverse amargo en la mezcla.
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Coonocé cuál es el vino con más calorías.
Además del placer gastronómico, esta combinación tiene un beneficio concreto: permite aprovechar vinos abiertos que no se terminaron. En lugar de desperdiciarlos, se pueden usar para crear copas únicas junto con una bocha de helado, logrando un postre económico, original y con un toque sofisticado que rompe con lo tradicional.
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En un país donde se consume cada vez más helado artesanal y el vino es un emblema cultural, el maridaje entre ambos no solo es una moda gourmet, sino también una nueva forma de disfrutar dos de los sabores más elegidos por los argentinos. Probar helado con vino tinto es animarse a un viaje sensorial distinto: un postre simple, sorprendente y cada vez más recomendado.