Germán Martitegui es uno de los jurados preferidos por el público de Masterchef 2023. En Telefe mostró su vivienda de fin de semana que se destaca por ser única por su estilo, su concepción, su forma, su ubicación y su sustentabilidad.
Martitegui es, ante todo, un hombre muy ocupado. Con su restaurante funcionando a pleno (es dueño de Tegui, uno de los más prestigiosos de latinoamerica y el único argentino que figura en la lista de los 100 mejores del mundo), sus días suelen arrancar muy temprano.
Cada plato que prepara y sirve debe dejar una buena ganancia y tiene que estar supervisado por su mirada infalible. Es un obsesionado de conservar -y si se puede multiplicar- el "Estilo Tegui", como lo llama él.
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Germán Martitegui tiene sus dos hijos, Lorenzo y Lautaro
Los chicos no son mellizos, pero nacieron con 6 meses de diferencia uno del otro. ¿Cómo es eso? Sencillo: para tenerlos, Martitegui recurrió al mismo método al que echaron mano Luciana Salazar, Flor de la Ve, el animador infantil Diego Topa, Marley o Flavio Mendoza: la subrogación de vientre. A los chicos, sobre todo cuando son tan pequeños, hay que atenderlos desde que se despiertan hasta que se acuestan.
Martitegui gasta más energías que las que se pueden consumir con una triple ración en su restaurante. Muchas veces, como decían las abuelas, con tanto ajetreo "termina molido" (justo para un cocinero). Así uno, dos, diez, quince días. Al cabo de un tiempo, el hombre necesita tomarse un respiro. Y si bien es un amante de los viajes y de conocer nuevas culturas, para meter un quiebre a toda esa rutina no es necesario subir a un avión y volar destinos exóticos, lo que también representa una cuota de estrés. Con elegir un lugar cercano, con tener algo a mano, alcanza.
Germán Martitegui construyó una "casa de retiro" en el Tigre
La casa no está tan lejos de la Ciudad, pero llegar es toda una aventura. La vivienda no tiene acceso terrestre. No sirve tener el mejor vehículo de la tierra. Solo se puede ir surcando uno de los brazos del delta del Paraná. Así que primero hay que llegar hasta un punto límite en vehículo y ahí subir a un bote.
Martitegui tiene uno "estacionado" en un amarradero de la zona. Lo maneja con mano maestra, y con fervor recorre las amarronadas y turbias aguas de la zona.
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La casa de Germán Martitegui es biosustentable
Está construida en un 90 por ciento en madera y más que "puerta" tiene "muelle de entrada". Cuando se llega allí, se tira una soga, se ata el bote a uno de los parantes que sobresalen por encima del agua y con cuidado se desciende de la embarcación y se ingresa en la propiedad.
En la casa no hay luz ni agua corriente, y se cocina con leña. Cuando cae la noche, se prenden algunos focos o velones. Lógicamente no hay televisión y cuando se acaba la batería del celular, se lo guarda hasta que se vuelve a la "jungla de cemento" y se encuentra otro enchufe donde poner la batería. Ir allí es para descansar de todo. Si hace falta un entretenimiento, mientras hay luz de día se puede leer.
Un lugar muy placentero para hacerlo es una especie de "deck" en el que se puede tomar un desayuno contemplando la calidez del lugar, la calma chica del agua calma cuando no pasa ningún botecito, el canto de los pájaros, las ramas que se mueven y se rozan, el verde infinito, los árboles eternos y frondosos y, claro, también algunos bichos. Sobre todo en invierno, es indispensable "bañarse" en repelente para pasar unas horas allí sin ser "devorado" por los insectos.
Las paredes están cuidadosamente adornadas con muebles, sillones y demás elementos al tono. Todo es armónico y transmite calma, paz, sosiego y quietud. Las pocas veces que va, Martitegui se da uno de sus gustos preferidos: cocinar en un horno de leña que se hizo preparar especialmente en un rincón donde puede tener, además, mucho contacto con la naturaleza. El mismo chef, como si fuera un labriego, baja a buscar la madera y prende el fueguito donde prepara los manjares que saborean él y aquellos que lo acompañan.
Tampoco hay agua corriente. Para todo lo que necesite, se saca de una bomba. Así que a darle a la manivela y a llenar recipientes. Con esos "obstáculos" se entra en estado "desprovisto" rápidamente, pero se hace difícil que las estadías sean prolongadas. Un par de días allí y ya hay que volver a la gran ciudad. Al ritmo frenético. A la vida vertiginosa. Pero no es problema: todos salen de allí con el espíritu renovado y las pilas recargadas.
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