Un paseo náutico puede convertirse en la excusa ideal para ahondar en los misterios de los diferentes ríos que rodean a la ciudad de Santa Fe. Con el sol a media asta como telón y una suave brisa otoñal en el ambiente, arranca el paseo en el río Colastiné, que culminará luego de aproximadamente 50 kilómetros en el río Paraná.
El cruce entre el río Colastiné y el Ubajay marca el inicio del recorrido. La lancha está lista para que el motor se ponga en marcha y comenzar un paseo que se caracterizará por la constante grandeza de la madre naturaleza.
Luego de más de tres años de sequía, el caudal de los diferentes brazos del río Colastiné luce recuperado y esto permite que los navegantes aprovechen las bondades que hoy ofrece el escenario natural, ya sea ingresando a la zona de islas o en los brazos que se extienden en diferentes desembocaduras para realizar alguna actividad deportiva, pescar o simplemente reposar en un ambiente relajante.
A lo largo de la travesía, que se extiende por más de una hora y media, el trayecto está marcado por la presencia de diferentes especies de aves que dominan el paisaje y llenan de sonidos el paseo. Patos, garza moras, aguiluchos, teros y cardenales son algunas de las variedades que se hacen presentes en diferentes momentos de la travesía.
La camaradería no puede estar ausente en un recorrido en el que se entremezclan con chistes, risas y anécdotas. Navegar con otros siempre abre la posibilidad de historias que se guardarán para siempre entre los más preciados recuerdos.
En la orilla de ambas márgenes se puede observar como los canutillos florecieron y dan lugar a sus flores rosadas de extraña forma. Las colas de zorra no pierden su protagonismo cuando saludan desde las barrancas que invaden a todo momento.
Entre mate y mate, sorprende la presencia de una casa flotante, lindante a otro puesto. La vivienda flota tranquila sobre su estructura y llama a los curiosos que desconocen cómo llegó hasta allí. Promediando la mitad del trayecto, la entrada del arroyo La Herradura invita a conocer las diferentes atracciones que lo coronan con ese nombre. El espejo de agua debe su nombre a la forma que posee, la cual se asemeja a la forma de la pieza que sirve para proteger el andar de los equinos.
Un grupo de caballos pasea sobre la orilla de una de las lagunas que ahí se forman, mientras que los patos, espantados por el ruido de la lancha, alzan vuelo. A pesar de que la carnada está dispuesta en el anzuelo, los peces no se dejan tentar y el pique sigue sin llegar.
Desde las barrancas se pueden ver como los animales juegan a las escondidas con sus crías. Vacas de diferentes tamaños y colores observan con desconfianza la presencia de las embarcaciones. El ruido de los motores las espantan y continúan su recorrido tierra adentro.
La presencia de viviendas a lo largo y ancho de ambos márgenes, al igual que los puestos ubicados a pocos metros de la costa con instalaciones y comodidades generan la envidia de muchos. Las hileras de sauces y alisos, se entrelazan y forman un camino en el interior de los riachos. Sobre los márgenes se suman los curupíes que también predominan en el paisaje.
En medio de turbulencias y con un viento que se siente más frío a medida que se avanza, llega el punto final del recorrido. El río Paraná se abre con toda su inmensidad a los ojos de los presentes. En guaraní, Paraná se traduce como “pariente del mar”. No hay límites ni distancias que se puedan divisar, el ancho se desfigura y se borran las barrancas que, kilómetros atrás, caracterizaron el paisaje del Colastiné.
Las boyas náuticas son otro de los elementos que caracterizan la entrada al río Paraná. Las embarcaciones las emplean para trazar su camino en la Hidrovía Paraguay-Paraná. La presencia de un cerro termina de coronar el recorrido, su margen está decorado por caracoles y conchas fósiles. La inmensidad y la tranquilidad se entrelazan en un lugar donde el tiempo no se percibe, la soledad puede ser una aliada y el mate un eterno compañero.