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Sonia Tessa | Intento de magnicidio contra CFK | Redes sociales |

Los discursos de odio en tiempos de hashtag: dialogar o eliminar, esa es la cuestión

En épocas de redes sociales, que fomentan el odio porque es la emoción que mantiene a los usuarios frente a la pantalla, se impone profundizar sobre el complejo entramado de razones tecnológicas, económicas, sociales y políticas que promueven un clima social cada vez más agresivo.

¿Qué son los discursos de odio? ¿Existen? ¿Quién empezó primero? En la época de las redes sociales, cualquier debate se instala en 280 caracteres y, desde allí, traza las trincheras. Un concepto largamente trabajado se convierte en una fórmula. Es la lógica de una época moldeada por las plataformas tecnológicas. Sin embargo, como canta Jorge Drexler, la vida es más compleja de lo que parece. ¿Qué papel cumplieron los discursos de odio en el intento de magnifemicidio de Cristina Fernández de Kirchner? ¿Sirven como única explicación para un hecho político de tal magnitud?

“Utilizar el rótulo de discursos de odio nos exige no intentar explicar, es decir, encontrar las causas inmediatas de lo que hizo este sujeto, sino intentar comprender en qué contextos sociales, políticos, económicos, este tipo de acciones se tornan viables, posibles, aceptables, razonables para un grupo particular de la sociedad”, expresa Luis García, doctor en Filosofía, docente de la Universidad Nacional de Córdoba, seleccionador y autor de la introducción del libro “La Babel del odio, políticas de la lengua en el frente antifascista”, editado por la Biblioteca Nacional y el Museo del Libro y de la Lengua, disponible para su descarga gratuita online.

En los primeros minutos del viernes 2 de septiembre, el presidente Alberto Fernández habló de discursos del odio, en su primer mensaje por cadena nacional tras el atentado perpetrado por Fernando Sabag Montiel en Juncal y Uruguay, ciudad de Buenos Aires. Pocas horas después, la expresión se convirtió en campo de disputa.

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Luis García alerta que la conversación necesita un desarrollo mucho más extenso que el permitido por una breve nota periodística. “Si tuviese que definir de la manera más rápida posible a los discursos del odio, precisamente son ese tipo de explicaciones de lo social que provienen de lo más oscuro de las tradiciones políticas del siglo XX, donde se ha buscado una explicación rápida de los asuntos que tiene que ver con la detección bien reconocible de cierto chivo expiatorio, una lógica que está por detrás de las actuales formas de circulación de los discursos del odio. En un contexto de violencia social circulante que conecta con otros fenómenos socioeconómicos y políticos que están a la base de este tipo de discursos, lo que hacen estos discursos es encontrar explicaciones simplistas, un enemigo nítido, bien identificable y generalmente ligado con grupos sociales fácilmente reconocibles y con una tradición de estigmatización”, desarrolla García. Y con cierta ironía desliza que “en el caso de nuestro país, el peronismo es candidato estelar para ocupar el lugar del chivo expiatorio y no hace falta ser peronista o no para reconocer esto”.

No se trata de proponer, con ingenuidad y en ejercicio del marketing partidario, que “el amor vence al odio”. Si los “judíos” o “los comunistas” se convirtieron en el chivo expiatorio de sociedades sumidas en profundas crisis económicas, sociales y políticas, el siguiente paso fue exterminarlos. Sin exagerar, algo de eso retorna cuando se habla de “planeros”, de “la lacra social” y otras lindezas que cada vez se leen y escuchan cada vez con más frecuencia.

Desde el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA, Lectura Mundi), de la Universidad de San Martín, vienen estudiando el fenómeno desde hace tiempo. También se distancian de las dicotomías fáciles. “Los discursos de odio afectan a la sociedad toda. Luego podríamos preguntarnos cómo se distribuyen de manera desigual, porque también nuestros estudios dan eso, cómo se distribuye desigualmente la permeabilidad o la disponibilidad, la disposición a reproducir esos discursos de odio”, establece Micaela Cuesta, coordinadora del Laboratorio.

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Febrero de 2021. Bolsas mortuorias en las rejas de la Casa Rosada durante una protesta contra las políticas sanitarias del gobierno nacional. Un antecedente que encendió todas las alarmas.

Febrero de 2021. Bolsas mortuorias en las rejas de la Casa Rosada durante una protesta contra las políticas sanitarias del gobierno nacional. Un antecedente que encendió todas las alarmas.

En 2021, hicieron una encuesta de alcance nacional representativa de 3.000 casos y construyeron, a los fines de la investigación, un índice para medir discursos de odio. El resultado fue que casi tres de cada diez personas promueven o aprueban discursos de odio. “Quienes menor disposición a la promoción y convalidación de los discursos de odio tenían eran quienes se autopercibían de izquierda. Entre ellos, el 66,7% rechazaba desaprobaba o criticaba los discursos de odio y un porcentaje mucho menor, en torno al 19%, estaba dispuesto a reproducirlos”, relató la investigadora. En tanto, “esos porcentajes prácticamente se invierten en el otro extremo, entre quienes se autopercibían votantes de expresiones libertarias o republicanas, un 48,6% estaba dispuesto a reproducir o promover esos discursos de odio y tan solo un 36 los rechazaban”.

La individualización de una sola causa de los males –los impuestos, los mal llamados planes sociales, las manifestaciones públicas, los feriados– forman un clima social que tiende a la eliminación de quien encarna esas causas. Por eso, discurso de odio “es una categoría muy específica, que nombra ese caldo de cultivo donde se preparan las condiciones para la eliminación de un grupo social o sus representantes. No es que por combatir los discursos del odio nos vamos a hacer más amorosos, ni que los discursos del odio puedan ser defendidos desde el lugar del amor”, plantea García. Y sostiene: “Hablar de los discursos de odio es hablar de un conjunto de condiciones que nos atraviesan a todes, incluso a quienes tratamos de utilizar el lenguaje inclusivo. Nadie está del lado del bien, nadie está del lado del amor, todos somos productos de un conjunto de condiciones que hicieron posible a Sabag Montiel. Todos somos producto de estructuras de subjetivación política donde este tipo de fenómenos, que en general tendíamos a ver en los países centrales, de pronto pasa por primera vez en nuestro país y no puede pasar desapercibido, es una alarma gigante”.

Las imágenes de personas que toman un arma y salen a matar se hacen habituales, por ejemplo, en Estados Unidos, pero no habían llegado a la Argentina. Y por eso mismo, a García le preocupa que se desaproveche la ocasión de tener una discusión profunda para meter el debate en “la lógica de la grieta, donde están los que odian y están los que aman. Es una oportunidad maravillosa que se pierde de manera estrepitosa”.

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En cambio, García alude a “un complejo conjunto de variables que están en juego”. Y enumera –de forma sucinta– tres. “Por un lado, las innovaciones técnicas que han implicado las redes sociales, que han transformado absolutamente aquello que llamábamos la esfera o el espacio público y que propician la circulación de este tipo de discursos”, dice el investigador y docente. Retoma la frase “las redes aman el odio” para agregar que ese amor tiene una razón económica concreta: “El odio es el mejor anzuelo para mantener a los usuarios frente a la pantalla”.

Pero no hay que olvidar el sustrato material sobre el que esa subjetividad política crece. “Las condiciones de precarización económica y social cada vez más radicales de un neoliberalismo en crisis, que ya no puede legitimarse en marcos democráticos, con los niveles de desigualdad que estamos atravesando”, es el segundo factor que señala García.

El tercer aspecto es político. La emergencia a escala global –orquestada a través de fundaciones y organizaciones transnacionales– de las denominadas nuevas derechas o derechas alternativas. Lo que en Argentina encarna sobre todo Javier Milei –uno de los pocos dirigentes políticos que no repudió el atentado a la vicepresidenta. “En ese conjunto amplio de factores que están en juego, no es que solamente los partidos vinculados con las derechas, resultan vulnerables a estas condiciones. Por supuesto que algunos de esos partidos, movimientos o tradiciones políticas, están dispuestos a aprovechar lo peor de estas condiciones para eventualmente acceder al poder”, plantea García.

En esa coyuntura, Micaela Cuesta también plantea salir de la dicotomía fácil. “Lo que se evidencia o lo que condensa el atentado a la vicepresidenta es la fragilidad de ciertas formas de institucionalidad que afectan a toda la sociedad. Entonces, deberíamos intentar salir de esa simplificación del problema, para darnos la oportunidad de reflexionar como sociedad qué grados de odio, violencia, agresividad estamos dispuestos a soportar para sostener una forma de vida democrática. Creo que eso es el llamado que podríamos hacer y detrás del cual nos deberíamos encolumnar. Es una preocupación por la supervivencia de las formas de las formas de la convivencia democrática”.

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