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Sociedad Entrevista en AIRE | Ciudad de Santa Fe |

La artista santafesina que fusiona arte y solidaridad: una 'Pisca' de amor transformando vidas

La protagonista de esta historia es una artista plástica de mucha trayectoria, que supo combinar el arte y la solidaridad, para llegar al corazón de la gente.

Gabriela Garrote vivió sus 57 años al lado del río Salado, en Santo Tomé. Es la menor de tres hermanos y cuando nació su papá, al verla tan diminuta, exclamó: “Es una pisquita”. A partir de ahí la llamaron “Pisca”.

De niña se imaginaba siendo abogada o maestra, pero un día, transitando el quinto año, entró a la Escuela Mantovani y dijo: “Es por acá”. “Mis padres, ambos abogados, me apoyaron incondicionalmente. Hice mis nueve años de formación (magisterio, profesorado medio y superior). Paralelamente, tomaba clases en Buenos Aires de Historia del Arte”.

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Pisca da un taller en su casa para niños del barrio y con ellos se divierte.

Pisca da un taller en su casa para niños del barrio y con ellos se divierte.

“Con mi primer título de maestra a los 21 años viajaba a Recreo a dar clases en un colegio secundario y desde ese momento, fui docente en muchas escuelas. Me desempeñé como secretaria de Cultura de la Municipalidad. La política no me cautivó. Era muy joven, tenía tres hijos y me estaba separando. De todas maneras, fueron grandes aprendizajes que me llevaron al lugar donde estoy hoy”. relata Pisca.

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Pintar la vida

Para nuestra artista, el arte es una forma de vida, no un trabajo. “Vivo inmersa en él. Cuando termina una muestra brindamos y eso me encanta. Amo transmitir mis saberes a quienes puedo. Me muevo con un grupo de 50 alumnos de todas las edades”.

Desde hace muchos años, Pisca da un taller en su casa para niños del barrio y con ellos se divierte. “Si no vienen a disfrutar, no tienen que venir. Es un goce permanente, los tarros de colores y pinceles son un deleite en sus manos, es como si les pusiera una golosina. Les das un pedazo de barro y sucede lo mismo”.

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“Una de las primeras manifestaciones que tiene el hombre en su infancia es a través del arte y en la adultez mayor, más allá de ser un buen pasatiempo, es una manera de sentir que uno sigue sirviendo a la sociedad, creando”.

Enseñar e iluminar

Más allá de su amplia trayectoria como artista, lo que cautiva es su alma solidaria. Pisca es de esas personas que iluminan el lugar donde están con su sonrisa y simpatía y ha llevado esa luz por muchos sitios, algunos cercanos y otros muy lejanos.

Hace 15 años un amigo le pide que lo acompañe a llevar un equipo electrógeno para donar. Ese día conoce a un sacerdote quien le pregunta si le gustaría dibujar con los chicos de una isla de Alto Verde, llamada La Boca.

“La idea me encantó. Hice un taller de arte con lo que tenía. Llevaba tarros de pintura de mi casa, pedía diarios o resmas de papeles y me propuse no aceptar dinero para no depender de nadie. Iba un día a la semana y se sumaba toda la familia al encuentro. Festejo mi cumpleaños con ellos cada año. Visito unas 20 familias, tengo ahijados y muchos sobrinos que elijo En el Día del Niño, Pascuas y Navidad, me pongo las pilas para conseguir juguetes, ropa y golosinas”.

“Cuando los visito ellos me dicen qué es lo que están necesitando y en la semana voy buscando lo que me piden. Si puedo trasladar a alguien en mi auto a la ciudad, le evito tener que esperar el colectivo y en el camino compramos algún remedio. No le soluciono la vida a nadie, es solo una caricia, ellos te devuelven millones y vuelvo a mi casa llena de amor”, dice emocionada.

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Conociendo su disposición a dar una mano, una amiga la contacta con una familia de Rincón que tiene una nena de 12 años con parálisis cerebral. Necesitan de todo. Inmediatamente, se subió al auto y fue a conocerla.

“Volví llorando. La mamá tuvo, después de Luana, tres hijos más. La casa tiene piso de tierra y un calefón eléctrico que no funciona. En ese momento les pedí a mis alumnas que lleven a la clase algo para comer, lo mismo hice con las mamás de mis alumnitos, pedí ropa y juguetes. Llené el auto y me fui a visitarla. No te puedo explicar la alegría que generé, era Papá Noel. Lo único que hice fue abrir caminos. Un día Luana no podía respirar y les conseguí un nebulizador, a los 5 días respiraba bien”.

De Santo Tomé a Etiopía

Con unas amigas formaron el “Grupo de la leche” y todos los meses envían dinero para comprar latas de leche en polvo a las hijas de San Pablo Apóstol. Este grupo de monjitas españolas trabajan para Manos Abiertas en África. “Una navidad, compramos una vaca lechera y 20 gallinas ponedoras”.

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"Por cuestiones económicas del país en el año 2018, se me pincha un negocio y decido usar ese dinero para viajar a Etiopía. Saqué el pasaje y me fui de acá con una valija llena de alfajores donados y en mi bolso de mano, caramelos. Solo tenía la ropa puesta. Llevaba sobres de papilla para los chicos y medicamentos. Compré tarros de pintura rojo, azul, amarillo, blanco, negro y muchos pinceles. Llegué directamente a Moketuri, donde están las aldeas; mi objetivo era pintarlas. En cada una viven 15 familias de 60 personas aproximadamente”.

Una realidad que golpea

En Etiopía, Pisca llegó junto a la hermana Lourdes, cuya misión principal es hacer pozos de agua. La tecnología se la da una empresa japonesa; pero la mano de obra le cuesta dinero. Lourdes procura que, al lado de cada aldea, haya un pozo y a su alrededor, una huerta.

“Los pobladores son recolectores, los nenes andan sueltos y si se hace de noche, duermen en el monte y comen lo que encuentran. Las madres no se preocupan. Me llamaba la atención una especie de chaucha que arrancan y comen cruda. Sus costumbres son muy primitivas” relata Pisca.

Impulsada por las ganas de enseñar a los chicos de Etiopía a pintar con colores, Pisca se colocó 9 vacunas. “Me dieron un gran botiquín de protección con remedios y antibióticos. Nos teníamos que poner la pipeta de las pulgas en las muñecas, cuello y tobillos. Pelo recogido y mucho producto para los piojos”.

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“Los niños de África viven con colores tierra, en la mugre. Entonces les pintaba las manos de amarillo y yo me las pintaba de azul; nos acariciábamos y quedaba verde, así les fui contando cómo nacían los colores. Nos comunicábamos con amor, besos y abrazos. Es maravilloso, no se necesitan palabras”.

Y siguió: "Cuando nacen no los nombran, ni los miran a los ojos hasta los 6 años, porque normalmente, mueren antes. Las nenas de 12 años quedan embarazadas. A los 18, las venden a otra familia, se van y sus hijos se crían guachos. Por estas razones, en Etiopia hay muchos problemas de salud".

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"Lourdes junto a tres monjitas, rescatan a las niñas madres. Les proporcionan techo, comida y ropa. Entran descalzas y se les entrega un par de ojotas, sábanas limpias, piyama, manta y almohada. Les enseñan higiene personal, comen, leen y miran la tele. Como si fueran de cero, pero tienen 12 años. Luego las manda a la universidad", explicó.

En esta experiencia Pisca conoció una realidad muy dura, “trabajar con ellos me hizo sentir útil. Lourdes nos pasaba a buscar en la camioneta y nos íbamos a un barrio a dar de comer o a buscar tierra para la huerta. Ayudábamos a hacer un pozo de agua mientras tomábamos mate cocido y comíamos con una familia. Volví con un gran deseo de ayudar a los niños”.

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Gabriela vivió sus 57 años al lado del río Salado, en Santo Tomé. Es la menor de tres hermanos.

Gabriela vivió sus 57 años al lado del río Salado, en Santo Tomé. Es la menor de tres hermanos.

Pisca no ha planificado este camino de servicio, solo se deja guiar y acepta las oportunidades que se le presentan para ayudar a quienes más lo necesitan. A cambio recibe gratitud y plenitud en su vida.