Hace 30 años, el desarrollo de los complejos de cabañas en la costa santafesina comenzó con un sueño y para muchos era una locura. Hoy es uno de los principales productos turísticos de Santa Fe, con más de 100 complejos entre Rincón y Romang, y un corredor turístico paralelo en la Ruta Nacional 11.
“A mediados de los 90’, cuando dije que iba a traer turistas a Santa Rosa de Calchines acá muchos pensaron que estaba loco”, confiesa Guillermo Kees, dueño del complejo El Molino, en una entrevista con AIRE.
El sueño germinó en recuerdos de palmares, montes de quebracho y lagunas con un horizonte infinito de flamencos. Kees creció en los campos de Margarita, La Gallareta y Calchaquí; y cuando estudiaba arquitectura en Santa Fe extrañaba los atardeceres que había pintado su padre, Enrique Kees, que trabajó durante décadas en estos campos.
En la facultad, su proyecto de tesis se nutrió de esos recuerdos y de una visión muy clara: “Si en las ciudades hacen edificios que enferman -cárceles de lujo-, yo quiero hacer espacios que sanen y que conecten a los hijos con los padres, a los nietos con los abuelos”.
Lo concretó en un predio que compró en el límite norte de Santa Rosa de Calchines. Primero, plantó cientos de árboles nativos (lapachos, algarrobos, ceibos y timbós), que trajo de viveros de Margarita y Calchaquí. Después se largó a construir una versión evolucionada del “rancho isleño”.
Hizo nueve cabañas en nueve años, y marcó un camino que exploraron otros complejos de cabañas. Es una senda de desarrollo que es muy importante para el futuro de Santa Fe y para la preservación del hermoso laberinto de arroyos, islas y riachos que hay entre la Ruta Provincial 1 y el cauce central del río Paraná.
Granja Los Juanes, un complejo educativo para conectar con el campo
A diez kilómetros de las cabañas de Kees, hay otro hombre que también construyó un proyecto a partir de los recuerdos de su propia infancia. Se llama Juan Pablo Campins y lleva adelante la granja educativa Los Juanes. “Yo quería transmitir lo que viví con mis abuelos Amaro y Esther, que me hicieron crecer entre gallinas, caballos y vacas en medio del campo”, le cuenta a AIRE.
Ahora, es una experiencia que está organizada para que la disfruten los chicos, entre los 4 y los 10 años, y también las familias que vienen a pasar el día. En un predio de una hectárea y media, Campins construyó estanques para patos y gansos, gallineros y corrales para caballos. Hay una huerta orgánica, una majada de ovejas que se encarga de cortar el pasto y la anfitriona es “Morita”, una cariñosa yegua de diez años que se deja acariciar el cuello por todo el mundo.
Granja Los Juanes recibe a unos 6.000 chicos de jardines y escuelas por año y a unas 150 personas en cada una de las visitas para grupos familiares que se organizan los fines de semana y los feriados.
Un paseo en lancha por los arroyos de Santa Rosa de Calchines
El día termina con una excursión mágica: un paseo en lancha por los arroyos y riachos de la cuenca del río Paraná con los últimos rayos del sol. El guía es Emmanuel Kees, un hombre que conoce a fondo este complejo entramado de agua, camalotes e islas.
Es un paisaje que vale la pena recorrer ahora, cuando el pulso de una nueva crecida lo está moldeando, luego de un largo ciclo de extrema sequía. El nivel de los arroyos y riachos está a punto de inundar los albardones de las islas. En los árboles, que proyectan una imagen gemela sobre el agua, están las marcas de las inundaciones históricas, como la de 1998.
En plena primavera, el tramo por el arroyo Calchines y “el arroyón” está perfumado por las flores de los camalotes y otras plantas acuáticas. “Hace diez días todavía había olor a agua estancada, pero con la creciente cambió todo”, asegura Emma, que también demuestra que es un guía de pesca experimentado.
Cada vez que detiene la lancha, en lugares en los que la corriente le juega a favor, hace pesca con devolución de dorados con anzuelo “chiquitos” para lastimar lo menos posible a los peces.
Con los mosquitos a raya, el atardecer en las islas santafesinas es un espectáculo que emociona, conmueve y forma parte del ADN de todos los que vivieron en esta tierra.
En la galería de arte que Guillermo Kees armó en el complejo de cabañas hay pinturas, dibujos y cerámicas que están profundamente vinculados con este paisaje. Lo mismo les pasaba a los quiloazas y calchaquíes, que en sus objetos de cerámica también representaban la fauna del litoral.
Es que en el fondo, un producto turístico es genuino cuando cuenta la historia, los sabores y la cultura de los anfitriones. Y cuando eso se logra, es una experiencia que queda para toda la vida.