Todo comenzó con algo aparentemente inofensivo: ronchas que cubrían su cuerpo. “Con mi marido no sabíamos qué era. Me enronchaba mucho y tenía miedo por mi nena, que en ese momento tenía apenas un año y medio”, recordó Soledad. Las dudas se mezclaban con la preocupación por proteger a su pequeña hija.
A esto se sumaba la fiebre repentina y el malestar corporal. El cuadro de Soledad llamó la atención de los médicos: la particularidad eran las ronchas que no coincidían con un cuadro de gripe.
Su estado anímico variaba constantemente y las visitas al hospital se sucedían sin respuestas claras. “Me internaban, me daban de alta, volvía a casa, y otra vez las ronchas aparecían. Nadie sabía qué era hasta que finalmente los análisis lo confirmaron: era dengue”.
El impacto emocional de un diagnóstico desconocido
Para Soledad, el diagnóstico fue un golpe inesperado. “Nunca se me cruzó que podía ser dengue. Pensaba: ¿qué enfermedad tengo?”. En aquel entonces, la información sobre el dengue era limitada, y el temor a lo desconocido aumentaba las preocupaciones, especialmente por la posibilidad de contagiar a su familia.
El brote no tardó en extenderse en la comunidad. Los vecinos y conocidos comenzaron a presentar los mismos síntomas y el pequeño hospital local se vio desbordado. “Fue un mundo de gente internada. Todos caíamos uno tras otro”, recordó.
A pesar de la incertidumbre por el desconocimiento de la enfermedad, Soledad atravesó el tratamiento en reposo y con medidas para aliviar los síntomas. “Me bañaba constantemente con agua y jabón blanco, que calmaban la picazón de las ronchas. Era lo único que me daba algo de alivio”.
A lo largo de este proceso, lo más importante para ella fue cuidar de su hija y mantener la esperanza. “Tenía miedo por mi nena, pero gracias a Dios, ni ella ni mi marido se enfermaron”.
Soledad recuerda lo que le tocó pasar y los cambios que desde ese momento se dieron en la comunidad. “Había mucho baldío con yuyos y pasto alto. Hoy creo que estamos más conscientes de la importancia de mantener limpios los espacios y evitar el agua estancada, que es donde se crían los mosquitos”.
El año pasado, Soledad volvió a contraer dengue, en esta oportunidad los síntomas fueron diferentes: fiebre, malestar y dolor de cuerpo. Su familia también contrajo la enfermedad. Al respecto, asegura que la experiencia fue menos grave, gracias a la preparación y los conocimientos adquiridos.
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