Jorge A. se alisa el pelo con la mano. Es una especie de tic que tiene. Lo hace con la mano tensa, pero con suavidad. También se arregla el cuello de la camisa. Viste un pantalón de gabardina azul algo gastado, mocasines bastante usados pero lustrados y una camisa manga corta. En el Pabellón 11 de Piñero parece un bicho extraño. Solo hay dos presos que tienen más de 50 años. Jorge tiene 59. La mayoría de los internos tiene menos de 25. Por eso le dicen El Viejo. Su experiencia, que se trasluce en las canas que en algún momento trató de ocultar, representa indiferencia. Y a veces desprecio. Un antiguo ladrón, especialista en abrir cajas fuertes, como Jorge, perdió ese halo de respeto que tenía antes en la cárcel. Recuerda que el narco no cargaba con respeto y poder dentro de los pabellones. Los piratas del asfalto y los hampones que asaltaban bancos eran los números uno. “Tipos que usaban la cabeza”, apunta. Con cierta melancolía señala que esos códigos no existen más hace tiempo. “Un tipo que le robaba a los ricos y jamás había matado a nadie, que tenía destreza y experiencia, cargaba con un prestigio que hoy se perdió”, reseña Jorge, mientras toma mate con edulcorante en la calurosa tarde en el pabellón.
“Estos chicos que se creen narcos te amasijan por un par de zapatillas”, advierte. Jorge decidió ingresar en uno de los pabellones evangélicos de Piñero. Reza y participa de las reuniones a cambio de tranquilidad. No cree en nada ni nadie, pero el rito permanente en forma de plegaria –que a veces esa cansador, según él- es mejor que tener miedo todo el tiempo a que te maten. Allí la jerarquía no pasa por la relevancia criminal sino por un liderazgo distinto. Los líderes son los garantes del orden, son una especie de policías religiosos que vigilan de forma discreta pero permanente que no estallen los problemas. Están alertas para evitar que ingresen “infiltrados” que traten de tomar el pabellón. Los líderes no sólo están convencidos de La Palabra sino que son rudos, gente que no va a generar el caos pero que puede lograr desarmarlo.
Jorge A. pertenece a otra generación de delincuentes, que hoy representan una excepción dentro de las cárceles. La población carcelaria cambió desde la última década. El narcotráfico y sobre todo los delitos vinculados a la violencia que supura de la venta de drogas se transformaron en las causas más relevantes de detención. Y el problema que aparece es que los grupos criminales continúan con sus actividades dentro de las prisiones, con una herramienta clave: los celulares.
Los niveles de reincidencia entre los presos son altos en Santa Fe. El último informe elaborado por el Observatorio de Seguridad Pública señala que el 23 por ciento de la población carcelaria ya transitó por alguna prisión anteriormente.
Los internos que regresan a las cárceles son muy jóvenes. La mitad de las personas que se encuentran privadas de libertad en las prisiones santafesinas tienen entre 18 y 30 años, de acuerdo a las cifras oficiales. El 21,6 por ciento está acusado y condenado por homicidio, y el 14,9 por portación de armas. En esa franja de delitos entran, en la mayoría de los casos, los llamados “soldaditos” narcos, que enfrentan delitos del fuero provincial. Sólo el 6 por ciento enfrenta causas federales. Es altísima la cantidad de presos imputados por asesinatos: hay 1.555 personas que fueron detenidas por matar o intentar asesinar a alguien. Muchos de estos reclusos, que integran bandas criminales en Rosario, son considerados de alto perfil. Pero sólo los líderes de las bandas o aquellos que tuvieron un rol protagónico son destinados a los pabellones que tienen ese rótulo: alto perfil, donde los controles –en teoría- son más rigurosos.
Los internos que forman parte de organizaciones criminales, como lo prueban decenas de causas judiciales, viven del negocio mafioso dentro de las cárceles. Su nexo con el “afuera” no sólo son las visitas que reciben, sino también la comunicación permanente con celulares dentro de las cárceles. Esta característica tan elemental generó que el rubro de las extorsiones se extendiera dentro de los penales. La cárcel de Piñero es la mayor usina de estos emprendimientos mafiosos, pero también empezó a aparecer en el radar de los investigadores la Unidad Nº1 de Coronda. Esta semana fue allanada esa prisión por orden del fiscal Pablo Socca, porque un preso, que tenía cómplices en libertad, realizó más de una decena de extorsiones contra comerciantes pequeños y medianos de distintas partes de Rosario. Usaba el nombre de Los Monos para generar miedo, una especie de marca cuando alguien quiere irradiar temor para sacar plata.
“Con la mafia no se jode” y “Plata o plomo” son los mensajes mafiosos que se popularizaron a partir de 2018 entre los narcos y ahora se usan para sembrar miedo. Esas consignas y los disparos obligan pagar a las víctimas sumas que varían de acuerdo a quiénes son los protagonistas. A Alicia, dueña de un almacén en la zona oeste, le pidieron 250.000 pesos y terminó por pactar el pago de 50.000 pesos por semana. Abonó la extorsión una vez y después hizo la denuncia, como publicó AIRE.
Ante ese escenario, en el que se conjugan los aprietes mafiosos a empresarios y comerciantes con un incremento de los homicidios con sicarios, se creó hace dos años una fiscalía especializada en “balaceras”. Esta unidad, que está a cargo de Valeria Haurigot y posee tres fiscales, no da abasto. En el primer semestre de 2022 ingresaron 796 denuncias por extorsiones, que casi en su totalidad se ejecutan con “soldaditos” que reciben órdenes desde las cárceles, donde están alojados los líderes de los grupos narco que siguen con el manejo de la droga y la violencia desde la prisión con los smartphones como si fuera home office.
La mecánica que se usa más asiduamente es rústica y simple: un joven en moto dispara contra el frente de un negocio. El hecho genera terror, porque no se sabe quién está detrás. Los atacantes dejan una nota o escriben a la víctima al celular. Le dicen que debe pagar una suma de dinero, que si no lo hace va a morir su familia.
El dueño del supermercado Corazón, que está ubicado en la zona sur de Rosario, decidió publicitar en el canal de noticias de Buenos aires Crónica TV un grupo de música tropical que integra desde hace años. Para las contrataciones aparecía sobre un fondo rojo un número de celular para posibles contrataciones.
Luego de que el anuncio comenzó a aparecer en la pantalla de TV le llegó un mensaje muy puntual: "No llames a la yuta, tenés que pagar o si no te sarpamos la familia". Le exigían en una carta que le dejaron en el negocio una suma en dólares. En el papel figuraba un número de celular al que tenía que contactarse para coordinar el pago. El dueño del supermercado Corazón decidió romper el papel.
Esa misma tarde, cerca de las 16.30, recibió la respuesta en su casa que fue baleada. Tres tiros en la pared y en una ventana le advertían que el tema iba en serio. Dos días después apareció una nueva nota en el supermercado. Decía: "Gordo Corazón pagá o te zarpamo la familia. Comunicate solo por wsp". A la par de los mensajes en papel le llegaban a su celular nuevas amenazas y también se produjo un nuevo ataque a balazos a la casa del dueño del supermercado. El comerciante hizo la denuncia en la Fiscalía de Rosario, donde el caso lo tomó el fiscal Federico Rébola de la unidad de “Balaceras”.
Se realizó una entrega controlada con efectivos de la Agencia de Investigación Criminal (AIC), en pleno centro de Rosario, donde se usaron 12.000 dólares falsos. Un joven en moto recolectó el paquete con el dinero falso y logró huir de la policía. Los narcos continuaron con las amenazas, y además se dieron cuenta de la maniobra de la entrega controlada porque el dinero era falso.
Al otro día, el hijo del dueño del supermercado comenzó a ser el destinatario de los mensajes intimidatorios. "Tu mamá me jugó sucio. Donde salgan de la casa te la voy a matar, y decile a tu papá también. Jugaron sucio. La policía no la va a cuidar toda su vida. Mejor que paguen porque vamos a seguir insistiendo", decía el mensaje, según señala La Capital. Unos minutos después de que llegara esa nueva amenaza impactaron ocho disparos en el frente del supermercado.
Uno de los supuestos autores de la extorsión Brian M, de 25 años, fue detenido por otro hecho intimidatorio y en el allanamiento en su casa donde se secuestró su celular apareció una evidencia clave. Le había mandado una foto del frente del supermercado a su novia y le había escrito que había disparado ahí “por bronca”. Luego, fue detenido Juan Cruz T., de 20 años, quien había sido identificado en la entrega controlada. Este joven fue detenido a unos metros de donde la policía realizaba diez allanamientos por los crímenes de Claudia Deldebbio y su hija Virginia Ferreyra, la profesora de danzas.
El origen de esta modalidad nació a partir de fines de mayo de 2018 cuando la banda de Los Monos comenzó a disparar contra los domicilios de jueces y funcionarios judiciales, en venganza porque al líder de la banda lo habían trasladado de la cárcel de Piñero a la Unidad Penal Federal Nº7 de Resistencia, Chaco. En esa prisión perdía por un tiempo los contactos con los miembros de su banda y por lo tanto mucho dinero. Ahora está alojado en el penal de Marcos Paz, donde los controles se incrementaron después de que le secuestraran en dos oportunidades un teléfono fijo –el oficial- dentro de su celda, algo que está prohibido.
Con el paso del tiempo el sello de Los Monos lo empezaron a usar otros grupos criminales que pretendían mostrar con los escritos que eran tan poderosos como Los Monos, que lograron construir en base a sangre y muerte un sello de la mafia narco.
Esta mecánica mafiosa en expansión, que parece no tener freno por el crecimiento de los casos, derivó en que no sólo se creara una unidad especializada de Balaceras en la Fiscalía de Rosario sino también en la Policía. Pero el problema no está en la calle, sino en las cárceles, donde a pesar de los cambios en la conducción del Servicio Penitenciario y la inversión en herramientas de control nunca se logró desmantelar el negocio que se origina dentro de los pabellones pero impacta en la calle.
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