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Parque Nacional Patagonia: refugio del macá tobiano

La Meseta del Lago Buenos Aires.

Revista El Pato

Algunos rincones de Patagonia pertenecen a una categoría insólita: se los describe mediante un sistema de referencia que podría llamarse inverso. Es decir, su descripción se apoya en lo que no tienen y se detalla a través de sus faltantes. Son lugares que tienen pocos “con” y muchos “sin”: sin gente, sin vegetación, sin agua. Llevando la paradoja al absurdo hay quienes afirman que son lugares donde “no hay nada” como si la nada pudiera además estar ausente.

Estos lugares “sin nada” no pueden ni siquiera calificar como lugares puesto que muchos de ellos carecen también de un atributo importante: un nombre. A veces estos “no lugares” se referencian mediante otros lugares que si existen: son aquellos espacios “vacíos” y “desolados” que hay entre los pueblos y ciudades, los que se recorren para llegar a algún destino, o el tramo menos interesante del viaje hacia un atractivo turístico.

Estos dos párrafos introductorios llevan al extremo la visión muy parcial de algunos viajeros poco interesados, pero de alguna manera hacen eco en quienes han sentido la inmensidad del sur. Este aparente vacío se llena “de todo” ante quienes ven más allá. Quien tiene la capacidad de ver es recompensado con una riqueza natural y cultural que supera sus expectativas.

La Meseta del lago Buenos Aires, en la provincia de Santa Cruz, podría calificar como uno de estos lugares fuera de toda geografía. A falta de un nombre propio tuvo que tomar el del gran lago que se encuentra a sus pies. Sobre esta meseta podrían ubicarse cómodamente un total de seis ciudades como la capital federal de nuestro país. Pero ahí arriba no vive nadie.

Esta altiplanicie volcánica del noroeste de Santa Cruz se encuentra por encima de los 1200 metros sobre el nivel del mar, con cumbres que alcanzan los 2700 metros. Permanece cubierta de nieve más de seis meses al año. La primavera llega tarde a este rincón de Patagonia: a fines de octubre comienza el deshielo y grandes torrentes de nieve fundida descienden hacia los campos de la árida estepa, y hacia los cultivos de cerezas de Los Antiguos.

La meseta es una gran reserva hídrica: proporciona agua a través de manantiales y arroyos, y también la retiene en sus incontables lagunas de altura. En estos humedales se concentra la vida: aves migratorias y mamíferos las utilizan durante el verano. Este ciclo anual se repite desde tiempos inmemoriales en un equilibrio donde el hombre no estuvo ausente: la meseta fue un importante territorio de caza, tuvo un gran valor simbólico, y fue acaso el centro del universo para uno de los pueblos originarios de la región.

La meseta y el hombre

Una casi perdida tradición oral rescata a la gran meseta como el lugar de la creación. Estructuras erigidas con piedras para proteger a los toldos del viento y restos materiales que evidencian una cuidadosa preparación para subsistir en ese duro ambiente son mudos testimonios de culturas antiguas. Pero lo más fascinante de quienes nos precedieron en la meseta es aquello que no comprendemos: sus enigmáticos grabados en las piedras. Decenas de paredes rocosas guardan símbolos esculpidos sobre el duro basalto. Estas manifestaciones artísticas están cerca del conocido sitio arqueológico Cueva de las Manos del Rio Pinturas, pero son marcadamente diferentes.

El paisaje de conos volcánicos, lagunas, pastizales y arbustos que apenas alcanzan a la rodilla esconde una gran biodiversidad. Lagartijas de especies no descriptas y plantas alto andinas no clasificadas desafían a los naturalistas. Endemismos regionales como el poco conocido chinchillón anaranjado encuentran refugio en los paredones de la meseta. Los relevamientos arqueológicos son casi inexistentes hasta el presente. Los glaciares escondidos entre sus cumbres volcánicas encierran interrogantes. En muchos aspectos, la meseta es una región casi virgen para la ciencia.

Las primeras descripciones de la Meseta del Lago Buenos Aires datan de fines del siglo XIX. Los exploradores que se aventuraron en su interior desestimaron su valor, considerándola inaccesible. Hace menos de cien años comenzó una explotación marginal de sus pasturas como campos de veranada para ovinos. En algunos sectores el incremento de la carga animal llevó al empobrecimiento de los suelos y consiguiente pérdida de rentabilidad. Y en 1991 las cenizas del volcán Hudson, depositadas en gruesos mantos, fueron para algunos ganaderos la carta de defunción. Sin embargo, la actividad se recuperó parcialmente y algunas estancias continúan con la producción mediante el uso de precarios puestos desde donde un solitario gaucho cuida la majada.

El macá tobiano

En los últimos años un ave acuática descubierta recién en 1974 alcanzó gran notoriedad. Lamentablemente su fama se debe a su delicado estado de conservación. El macá tobiano (Podiceps gallardoi)  vive solamente en Santa Cruz y elige las mesetas volcánicas del oeste de la provincia para llevar adelante la parte más importante de su ciclo vital.

En el mes de octubre el macá tobiano migra desde la costa atlántica del extremo sur hacia las mesetas del oeste santacruceño. Se establece en las lagunas que tienen una planta acuática denominada vinagrilla, que utilizan para armar nidos flotantes. El cortejo de estas aves es de una belleza inusual. Necesitan que se conforme una colonia con la presencia de otros individuos para que la reproducción sea exitosa. En general sólo crían un pichón por pareja. Al terminar el verano emprenderán vuelo hacia el mar cuando comienzan a congelarse las lagunas que fueron su hogar en la meseta.

Las poblaciones del macá tobiano, nunca numerosas debido a las características de su nicho ecológico, declinaron de manera alarmante hace unos quince años. La introducción de truchas modifica las condiciones del agua en las lagunas a la vez que estos peces exóticos compiten por el alimento con los tobianos. El desecamiento de algunas lagunas y la disminución de la vinagrilla también afectan a este zambullidor santacruceño. Otra especie exótica, el visón americano liberado de criaderos, ha predado vorazmente sobre colonias de tobianos.

El panorama para el macá tobiano es incierto, pero esta simpática ave no está librada a su suerte. Su supervivencia está ligada a la Meseta del Lago Buenos Aires, cuyas lagunas están libres de peces exóticos. Hacia esta meseta están dirigidas las principales acciones de monitoreo y conservación.

El Proyecto Macá Tobiano, iniciativa liderada por las ONG Aves Argentinas y Ambiente Sur, gestionó ante la Administración de Parques Nacionales la creación de un área protegida. Las comunidades cercanas apoyaron la idea y el proyecto tomó forma de la mano de un diputado local que llevó la gestión a la Legislatura de Santa Cruz. La Fundación Flora y Fauna Argentina se sumó a la iniciativa en 2012 mediante la adquisición y donación de Estancia El Sauco, una propiedad cuya superficie permite conectar áreas fiscales y sumar lagunas de vital importancia.

Un nuevo Parque Nacional

El proyecto de ley para la creación del Parque Nacional Patagonia en la Meseta del Lago Buenos Aires fue sancionado en el Congreso Nacional en diciembre de 2014. La Fundación Flora y Fauna, canalizando el aporte de filántropos conservacionistas, continúa en el proceso de ampliación del área protegida a la vez que apoya las acciones del Proyecto Macá Tobiano. Las comunidades vecinas de Los Antiguos, Perito Moreno y Lago Posadas ven en la creación del Parque Nacional la perspectiva de un desarrollo genuino a través del turismo.

De esta manera toma forma un área protegida de la mayor categoría para resguardar a perpetuidad el patrimonio de todos los argentinos. Un apartado rincón del sur de nuestro país tiene ahora la relevancia y protección que su riqueza natural y cultural amerita. Y ese lugar tiene un nombre: nada menos que Parque Nacional Patagonia.

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