Uno de los efectos más conocidos de la menta es su acción digestiva. Un té de menta después de comer puede ayudar a aliviar gases, náuseas y pesadez estomacal. Además, su aceite esencial tiene propiedades antiespasmódicas, lo que lo hace útil para quienes sufren colon irritable o dolores abdominales.
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Pero no todo queda en el aparato digestivo. La menta también tiene efectos analgésicos y descongestivos. Por eso es muy común usarla para aliviar dolores de cabeza leves (frotando aceite de menta en las sienes) o para descongestionar las vías respiratorias cuando estamos resfriados, gracias al mentol que contiene.
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La menta es una planta muy poderosa.
Además, sus propiedades antibacterianas y antiinflamatorias la convierten en una planta ideal para tratar afecciones de la piel, como picaduras o pequeñas irritaciones. En enjuagues bucales, también es efectiva para combatir el mal aliento y mejorar la salud de las encías.
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Para aprovechar todos estos beneficios, lo más común es consumirla en forma de infusión, aunque también se puede usar su aceite esencial en forma tópica o en difusores. Eso sí: es importante no abusar y consultar con un profesional si hay dudas, sobre todo si se toman medicamentos o se está embarazada.