menu
search
Deportes hombre | Deportes |

Felix Baumgartner, el primer hombre en romper la barrera del sonido en caída libre

El 14 de octubre de 2012, el hombre nacido en Austria estableció los récords mundiales del salto en paracaídas a mayor altura (39.068 metros), alcanzando la velocidad más rápida en caída libre (1357,9 km/h), equivalente a Mach 1,25, y de ser seguido en vivo en YouTube por ocho millones de personas durante su prueba.

Aunque Felix Baumgartner contaba con miles de saltos en su haber, el corazón le latía aceleradamente, como nunca antes. Atrás habían quedado años de una muy ardua preparación para lo que este hombre estaba a punto de hacer, y que muchos consideraban una auténtica locura: lanzarse en paracaídas desde la estratósfera, a casi 39 kilómetros de altura, donde se aprecia la curvatura de la Tierra y la negrura infinita del espacio.

Y aunque su vida había sido una constante sumatoria de retos –todos superados, claro–, ninguno asomaba tan desafiante como este donde, entre otras características, en su caída libre superaría los ¡1300 km/h!, y sin propulsión alguna.

Pero no dudó: se asomó al borde de la cápsula que colgaba de un delgado globo de helio con el que había ascendido a los 128.177 pies (o 39,068 kilómetros, más de tres veces la altura en la que vuelan los aviones comerciales), dijo “vuelvo a casa ahora”, saludó a las cámaras, y se lanzó al vacío.

Nueve minutos y nueve segundos después, al aterrizar sano y salvo en el desierto de Nuevo México, al sur de los Estados Unidos, había hecho historia al convertirse en el primer hombre en romper la barrera del sonido en caída libre, completando el salto en paracaídas a mayor altura (39.068 metros), y donde alcanzó la velocidad más rápida en caída libre (1357,9 km/h).

baumgartner 9.jpg
El hombre nacido en Austria, Felix Baumgartner contó con el importante asesoramiento de Joseph (Joe) William Kittinger (con él en la foto), un coronel retirado de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos quien, el 16 de agosto de 1960, saltó desde 31.333 metros (103.070 pies). Durante una caída libre de 4’36”, alcanzó una velocidad de 988 km/h (Mach 0,91) antes de abrir su paracaídas a 5.500 metros de altura.

El hombre nacido en Austria, Felix Baumgartner contó con el importante asesoramiento de Joseph (Joe) William Kittinger (con él en la foto), un coronel retirado de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos quien, el 16 de agosto de 1960, saltó desde 31.333 metros (103.070 pies). Durante una caída libre de 4’36”, alcanzó una velocidad de 988 km/h (Mach 0,91) antes de abrir su paracaídas a 5.500 metros de altura.

Nacido para saltar

Felix Baumgartner nació en Salzburgo, Austria, el 20 de abril de 1969, hijo de Felix, un carpintero, y Eva, una ama de casa proveniente de una humilde familia de granjeros –que tuvieron 15 hijos y hablaban un raro dialecto del alemán–, y tiene un hermano menor, Gerard.

Baumgartner efectuó su primer lanzamiento en 1986, cuando tenía 16 años, en un club de paracaidismo de su ciudad natal. Luego se incorporó al Ejército austríaco, donde se sumó al equipo de exhibición de esta especialidad y, durante varios años, saltó casi a diario, hasta llegar a dominar a la perfección los aspectos clave del control de su cuerpo durante la caída libre.

baumgartner 1.jpg
Baumgartner realizó dos saltos previos al del intento de batir los récords de Joe Kittinger. Al primero lo realizó el 15 de marzo de 2012, y lo hizo desde 21.818 metros (71.770 pies), con una caída libre de 3’43”, superando los 580 km/h antes de abrir su paracaídas. Al segundo lo efectuó el 25 de julio siguiente, y se lanzó desde 29.465 metros (96.925 pies), con una caída libre de 3’48”.

Baumgartner realizó dos saltos previos al del intento de batir los récords de Joe Kittinger. Al primero lo realizó el 15 de marzo de 2012, y lo hizo desde 21.818 metros (71.770 pies), con una caída libre de 3’43”, superando los 580 km/h antes de abrir su paracaídas. Al segundo lo efectuó el 25 de julio siguiente, y se lanzó desde 29.465 metros (96.925 pies), con una caída libre de 3’48”.

Después de dejar el Ejército, vivió con sus padres y trabajó como maquinista y mecánico de motos y, con estos ingresos, pagaba sus saltos en el club de paracaidismo de Salzburgo –que, por entonces, contaba con el apoyo de la empresa de bebidas Red Bull, cuya sede se encontraba próxima a esta institución, y que proveyó paracaídas y dinero para diversos gastos menores de la misma–, donde era uno de sus miembros más destacados y reconocidos.

Baumgartner quería ganarse la vida realizando saltos acrobáticos pero, como los mismos se realizan en el aire, no hay público. Incluso, si el paracaidista llevara cámaras, las distancias al suelo son tan grandes que las velocidades aparentes resultan lentas.

Por eso, en 1996 decidió comenzar a hacerlo desde acantilados, edificios altos, puentes y otras estructuras, lo que se conoce como salto BASE (Buildings, Antennas, Spans and Earth, o Edificios, Antenas, Tramos –puentes– y Tierra –arrecifes–), que es un lanzamiento desde plataformas fijas, cerca del suelo, visualmente dramático y que congrega a muchos espectadores.

Pero, también, es extremadamente peligroso. Dado que las caídas libres generalmente duran pocos segundos, el más mínimo error o mal funcionamiento puede causar la muerte, ya que el control aerodinámico es mínimo, porque a diferencia de los saltos convencionales hechos desde aviones, los BASE comienzan a velocidad cero y, quienes los practican, a menudo no alcanzan la velocidad suficiente para permitir acciones correctivas antes de que se abra el paracaídas.

Así, el 15 de abril de 1999 y ya con el patrocinio de Red Bull –que explotó una inédita y redituable expansión global publicitando en sus acrobacias– Baumgartner saltó desde las Torres Petronas, de 452 metros (1487 pies) en Kuala Lumpur, Malasia; y, el 7 de diciembre del mismo año, estableció el récord mundial del salto BASE más bajo de la historia, cuando se lanzó desde 28,8 metros (95 pies) desde la mano derecha del Cristo Redentor en Río de Janeiro, Brasil.

El 31 de mayo de 2001, se convirtió en el primer hombre que saltó desde un acantilado de 274 metros (902 pies) en Meteora, Grecia, junto al monasterio de Agia Triada, donde se filmaron escenas de la película For Your Eyes Only, de la saga de James Bond y, el 31 de julio de 2003, Baumgartner se convirtió en la primera persona en volar a través del Canal de la Mancha utilizando un ala de fibra de carbono especialmente diseñada para esta prueba (alcanzó los 320 km/h), que le permitió estar 6’22” en el aire tras saltar desde 9800 metros sobre Dover, Inglaterra, y aterrizar con su paracaídas en Cap Blanc-Nez, cerca de Calais, Francia.

El 27 de junio de 2004, saltó desde el puente más alto del mundo, el viaducto de Millau, Francia (de 342 metros, o 1125 pies); el 18 de agosto de 2006, se lanzó desde el edificio Turning Torso en Malmö, Suecia, de 190 metros (622 pies) y, el 12 de diciembre de 2007, se lanzó desde la plataforma de observación del piso 91 (ubicado a 391,8 metros, o 1285 pies) del por entonces edificio más alto del mundo, el Taipei 101, en Taipei, Taiwán.

El Proyecto Red Bull Stratos

El nuevo desafío que se trazó Baumgartner –y que tenía en la mente desde hacía varios años– sería el más ambicioso de toda su carrera, y con el que lograría el unánime reconocimiento mundial: batir el récord del mayor salto en paracaídas de la historia, para lo cual se lanzaría desde una cápsula suspendida de un globo inflado con helio, y a una altura de 36.480 metros (120.000 pies). Y no solo eso: también buscaría convertirse en el primer paracaidista en romper la barrera del sonido.

Para poder llevar adelante tamaña empresa nació el Proyecto Red Bull Stratos que, durante casi cinco años, planificó, preparó y llevó adelante la Misión al borde del espacio (Mission to the edge of space), y en la que la compañía invirtió 28 millones de dólares.

Además del apoyo de la popular marca de bebidas, Baumgartner contó con la valiosa ayuda de médicos, ingenieros aeroespaciales, científicos de distintas áreas y, además, con el importante asesoramiento de Joseph (Joe) William Kittinger, un coronel retirado de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, y que ocupó el puesto clave de coordinador de Operaciones de vuelo y Seguridad.

El 16 de agosto de 1960, Kittinger saltó desde una cápsula suspendida de un globo de helio llamada Excelsior III –que formaba parte de un programa de la Fuerza Aérea estadounidense, buscando homologar un nuevo sistema de paracaídas que utilizarían los pilotos que tuvieran que abandonar un avión a muy grandes alturas–, que estaba a 31.333 metros (103.070 pies).

baumgartner 2.jpg
El globo con el que ascendió a la estratósfera tenía el tamaño de 33 canchas de fútbol y era dos veces más alto que el cohete Saturno V que la NASA utilizó en las misiones Apolo a la Luna, equivalente a un edificio de 55 pisos. Desinflado, pesaba 1682 kilos y se lo llenó con helio, que es más liviano que el aire y permite alcanzar una mayor altitud. Inflado, contenía 848.505 m³ de dicho gas.

El globo con el que ascendió a la estratósfera tenía el tamaño de 33 canchas de fútbol y era dos veces más alto que el cohete Saturno V que la NASA utilizó en las misiones Apolo a la Luna, equivalente a un edificio de 55 pisos. Desinflado, pesaba 1682 kilos y se lo llenó con helio, que es más liviano que el aire y permite alcanzar una mayor altitud. Inflado, contenía 848.505 m³ de dicho gas.

Durante una caída libre de 4’36”, Kittinger alcanzó una velocidad máxima de 988 km/h (Mach 0,91) antes de abrir su paracaídas a 5500 metros de altura. De este modo, estableció los récords de mayor ascenso en globo, salto en paracaídas de mayor altitud, caída libre más larga y mayor velocidad de un hombre en la atmósfera sin propulsión alguna.

Más de 52 años después de su hazaña, Kittinger ahora asesoraría y le transmitiría su rica experiencia a quien intentaría quebrar estas marcas.

La minuciosa preparación

Los especialistas de Red Bull Stratos supervisaron el diseño y confección del traje presurizado que usaría Baumgartner, así como de la fabricación de la cápsula desde donde saltaría, y la del globo con el que ascendería hasta la estratósfera.

El traje –cuyo costo ascendió a los 200.000 dólares– se diseñó para que soportara temperaturas de -72º C. Fue creado por la David Clark Company y, su forma sorprendentemente poco voluminosa, desempeñó un importante papel para la configuración de los futuros trajes de los pilotos y astronautas de la Fuerza Aérea estadounidense.

baumgartner 3.jpg
Baumgartner utilizó un traje presurizado –cuyo costo ascendió a los 200.000 dólares– y se diseñó para que soportara temperaturas de -72º C. Además, tenía cinco cámaras incorporadas y, una vez desconectado de la cápsula, unas baterías le suministrarían energía y oxígeno durante 20 minutos.

Baumgartner utilizó un traje presurizado –cuyo costo ascendió a los 200.000 dólares– y se diseñó para que soportara temperaturas de -72º C. Además, tenía cinco cámaras incorporadas y, una vez desconectado de la cápsula, unas baterías le suministrarían energía y oxígeno durante 20 minutos.

La cápsula presurizada medía 1,80 metro de diámetro, pesaba 1360 kilos, fue confeccionada con aleaciones especiales –para que, además de sólida y resistente, fuera lo más liviana posible–, y era una pieza de la más avanzada tecnología, con múltiples sistemas de control, que contaba con 15 cámaras para registrar todos los detalles del lanzamiento, que se sumaban a las cinco que el traje de Baumgartner tenía incorporadas.

El globo con el que ascendió a la estratósfera era –literalmente– gigantesco. Tenía el tamaño de 33 canchas de fútbol y era dos veces más alto que el cohete Saturno V que la NASA utilizó en las misiones Apolo a la Luna, equivalente a un edificio de 55 pisos.

Para horrar peso, fue construido con tiras de polietileno de gran rendimiento y casi transparente, selladas con calor, y de apenas 0,0002 milímetro de grosor, es decir, ¡diez veces más delgado que el de una bolsa de plástico para envolver un sandwich!

Desinflado, el globo pesaba 1682 kilos y se lo llenó con helio, que es más liviano que el aire y permite alcanzar una mayor altitud. El aire del interior de un globo aerostático común debe calentarse (generalmente a través de quemadores de propano) para proporcionar sustentación, y con muy poco oxígeno en la estratósfera, dicho calentamiento no sería factible. Así, el helio proporciona sustentación sin necesidad de calefacción.

Inflado a su máxima capacidad, el globo de Baumgartner –cuyo lanzamiento estuvo a cargo de la empresa ATA Aerospace– contenía 848.505 m³ de dicho gas y, en total, se necesitaban entre 18 y 20 personas para moverlo, con la máxima delicadeza, para evitar cualquier daño.

Entre tanta sofisticación tecnológica, Baumgartner enfrentaba una serie de graves peligros, entre los cuales se destacaban dos: que su sangre hirviera, y que su cuerpo comenzara a girar descontroladamente, cuyas consecuencias serían catastróficas.

Sobre los 19.152 metros (o 63.000 pies) se encuentra la Línea Armstrong (llamada así por Harry George Armstrong, quien fundó el Departamento de Medicina Espacial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en 1947), donde la atmósfera es tan delgada que, si el cuerpo humano no está protegido, la sangre literalmente hervirá.

baumgartner 5.jpg
Protegido por su traje presurizado, el único sonido que Baumgartner percibía era su propia respiración. A los 50 segundos después del salto, estaba a 91.316 pies (27.760 metros), cayendo a 1357,9 km/h, o Mach 1,25, quebrando la barrera del sonido sin propulsión alguna. Al hacerlo, creó una onda de choque que se escuchó como un suave estampido sónico en el suelo.

Protegido por su traje presurizado, el único sonido que Baumgartner percibía era su propia respiración. A los 50 segundos después del salto, estaba a 91.316 pies (27.760 metros), cayendo a 1357,9 km/h, o Mach 1,25, quebrando la barrera del sonido sin propulsión alguna. Al hacerlo, creó una onda de choque que se escuchó como un suave estampido sónico en el suelo.

Para evitar esto, el traje hermético de Baumgartner y la cápsula con la que ascendió serían continuamente presurizados para crear una atmósfera personal que lo aislara del vacío que lo rodeaba.

La grieta más pequeña en el traje causaría la muerte casi inmediata. Como Kittinger decía, "es hostil allá arriba. No hay presión. Hace frío. Tenés el resplandor (solar). Si estás a 100.000 o 130.000 pies (30.400 o 39.520 metros) y algo se rompe, eso es todo… Adiós".

Por otra parte, Baumgartner podría perder el control de su caída libre si su cabeza y sus pies comenzaran a girar con el centro de su cuerpo como eje. Una barrena, o giro plano (spin, como se lo llama en inglés), atrae sangre a la cabeza y los pies del paracaidista y, a una velocidad superior a los 970 km/h, un spin provocaría que realizara entre 180 y 250 rotaciones por minuto, creando una situación de fuerzas G negativas extremas.

Dependiendo de la velocidad, un spin podría causar dolor de cabeza, dificultad para respirar, visión borrosa y confusión mental, hasta la pérdida del conocimiento. Cuando las presiones superiores a -4 G se acumulan en el cráneo, la sangre y el líquido cefalorraquídeo son forzados hacia el exterior y, sus principales vías de escape, son las cavidades oculares. Huelga imaginar qué le pasaría al paracaidista que sufriera esto…

El salto que hizo historia

Nada quedó librado al azar y, entre otros ensayos, Baumgartner realizó dos saltos previos al del intento de batir los récords de Kittinger. Al primero lo realizó el 15 de marzo de 2012, y lo hizo desde 21.818 metros (71.770 pies), con una caída libre de 3’43”, superando los 580 km/h antes de abrir su paracaídas. Por su parte, al segundo lo efectuó el 25 de julio siguiente, y se lanzó desde 29.465 metros (96.925 pies), con una caída libre de 3’48”.

El lanzamiento, que se efectuaría a unos 70 kilómetros al este del aeropuerto de Roswell, en el desierto de Nuevo Mexico, estaba originalmente programado para el 9 de octubre de 2012 pero, como el viento era superior a los 3,2 km/h (límite para operar el ascenso del globo con seguridad), se reprogramó para el domingo 14 de octubre siguiente.

Como Baumgartner recordaría, la noche anterior al salto no durmió –producto de la ansiedad, nervios y altas dosis de adrenalina por lo que horas después realizaría– y, cerca de las 7 (local), comenzó a inflarse el globo con el que ascendería a la estratósfera.

baumgartner 7.jpg
El salto de Baumgartner desde la estratósfera también estableció un récord de ocho millones de personas sintonizadas simultáneamente en YouTube para verlo. La audiencia habría sido aún más grande pero, la demanda fue tal, que excedió las capacidades del servidor de dicha plataforma.

El salto de Baumgartner desde la estratósfera también estableció un récord de ocho millones de personas sintonizadas simultáneamente en YouTube para verlo. La audiencia habría sido aún más grande pero, la demanda fue tal, que excedió las capacidades del servidor de dicha plataforma.

El lanzamiento del mismo se produjo a las 9.28 y, el globo, se desplazó hacia el este, ascendiendo 1000 pies (304 metros) por minuto. El único que hablaría con Baumgartner durante todo el vuelo y el salto fue Kittinger quien, desde su puesto en el Control de la Misión, podía regular la velocidad de ascenso y hasta abortar el intento, liberando a la cápsula del globo, si se presentara una emergencia. Por su parte, Baumgartner podía hacer lo mismo desde el interior de la cápsula y, para ello, había sido entrenado para completar el vuelo de forma autónoma en caso de que perdiera el contacto con Kittinger.

El ascenso continuó según lo previsto. Lo único que preocupó a todos fue cuando a 68.000 pies –20.672 metros–, Baumgartner le informó a Kittinger que la visera de su casco se empañaba, lo que limitaría su visibilidad, fundamental para un salto a gran altura, y que fue solucionado por el Jefe del Proyecto, el californiano Arthur Thompson quien, eléctricamente, calentó aún más a la misma.

A las 2h16’ de vuelo y, mientras el globo alcanzaba los 126.000 pies (38.304 metros), Kittinger dijo por radio: “Felix, avisame cuándo puedo comenzar la verificación de salida (de la cápsula)”, que constaba de 43 ítems.

El 21 era muy importante: Baumgartner debía despresurizar la cápsula e inflar el traje. El globo flotaba a casi 128.000 pies (38.912 metros) en una atmósfera donde el aire es ultradelgado. Dentro de su casco sellado, Baumgartner había estado respirando oxígeno puro durante más de tres horas para purgar su sangre de nitrógeno y, así, evitar cefaleas u otro malestar por la diferencia de presión.

Estaba 99.000 pies (30.096 metros) más alto que la cima del Everest y, el cielo, se había vuelto de un negro azul profundo. Fuera de las paredes protectoras de su cápsula, la presión atmosférica era tan baja (una fracción del 1 % de la presión al nivel del mar) que la más breve exposición directa a ella habría sido fatal.

Igual, iba a inflar el traje protector, despresurizar completamente la cápsula, permitir que la puerta se abriera, salir a la brillante luz de la altitud y saltar al vacío. Segundos después y, si todo salía bien, iba a romper la velocidad del sonido, que es de 1236 km/h (Mach 1).

El traje presurizado funcionó a la perfección, “encerrando” al austríaco dentro de una prenda rígidamente inflada que restringía sus movimientos pero, a menos que fallara, lo mantendría a una presión segura hasta que cayera 35.000 pies (10.640 metros). Luego, el ítem 24 consistía en despresurizar la cabina a la altitud ambiental, que era de 127.800 pies (38.851 metros) y, cuando la cápsula completamente despresurizada, la puerta se abrió automáticamente.

Baumgartner levantó las piernas rígidas del traje hasta el umbral de la puerta, deslizó el asiento hacia adelante, soltó su cinturón de seguridad, se desconectó del suministro de energía y oxígeno de la cápsula y, a partir de ahí, se lo suministrarían las baterías del traje, cuya duración era de 20 minutos.

Baumgartner salió completamente de la cápsula. Apoyándose contra una baranda con la mano izquierda, usó la mano derecha para soltar la correa de amarre, lo que permitió que el traje presurizado asumiera su posición vertical completa y rígida. Este fue el punto de no retorno, ya que el reingreso a la cápsula se volvió físicamente imposible.

Las cámaras se encendieron. Baumgartner se paró en el escalón durante unos 30 segundos, dijo "Me voy a casa ahora", saludó con su mano derecha y se lanzó al vacío, cayendo hacia delante con los brazos extendidos y acelerando a través de la atmósfera. Era el mediodía del domingo 14 de octubre de 2012. Había comenzado la parte crucial del desafío por el que había estado preparándose duramente en los últimos cinco años.

baumgartner 4.jpg
Baumgartner dijo “vuelvo a casa ahora”, saludó a las cámaras, y se lanzó al vacío desde los 128.177 pies (o 39,068 kilómetros, más de tres veces la altura en la que vuelan los aviones comerciales). Desde ese momento y, hasta que tocó tierra sano y salvo, pasarían nueve minutos y nueve segundos.

Baumgartner dijo “vuelvo a casa ahora”, saludó a las cámaras, y se lanzó al vacío desde los 128.177 pies (o 39,068 kilómetros, más de tres veces la altura en la que vuelan los aviones comerciales). Desde ese momento y, hasta que tocó tierra sano y salvo, pasarían nueve minutos y nueve segundos.

Protegido por su traje presurizado, el único sonido que percibía era su propia respiración. A los 22 segundos, llegó a los 115.000 pies (34.960 metros) a 724 km/h; 8 segundos más tarde, aceleró a 965,4 km/h y, poco después, comenzó a dar giros, el efecto tan temido en la caída libre.

Pasados 34 segundos desde que saltó, Baumgartner cayó hasta los 109.731 pies (33.358 metros) y se volvió supersónico, alcanzando los 1108,6 km/h. Su cuerpo descendía a casi 60.000 pies (18.240 metros) por minuto –o 373 metros por segundo–, y creó una onda de choque que se escuchó como un suave estampido sónico en el suelo.

Mientras continuaba acelerando más allá de Mach 1, su velocidad de rotación aumentó a casi un giro por segundo pero, con gran pericia y mucho esfuerzo, finalmente pudo controlar la rotación sobre el eje del centro de su cuerpo.

A los 50 segundos después del salto, Baumgartner estaba a 91.316 pies (27.760 metros), cayendo a 1357,9 km/h, o Mach 1,25, y que sería su pico. A partir de ese momento, la resistencia atmosférica le impediría ir más rápido aerodinámicamente, ya que su verdadera velocidad disminuiría gradualmente. De hecho, 14 segundos después, a 75.330 pies (22.900 metros), se volvió subsónico.

A 35.000 pies (10.640 metros), el traje presurizado se desinfló automáticamente, aumentando su movilidad. Después de 4’19” de haber saltado y una caída libre de 119.431 pies (36.307 metros), Baumgartner desplegó su paracaídas. Abrió su visor para purgar todo el oxígeno restante, identificó la zona de aterrizaje gracias a una bengala lanzada por un helicóptero, y aterrizó suavemente.

baumgartner 6.jpg
Después de 4’19” de haber saltado y una caída libre de 119.431 pies (36.307 metros), Baumgartner desplegó su paracaídas. Abrió su visor para purgar todo el oxígeno restante, identificó la zona de aterrizaje gracias a una bengala lanzada por un helicóptero, y aterrizó suavemente en el desierto de Nuevo México.

Después de 4’19” de haber saltado y una caída libre de 119.431 pies (36.307 metros), Baumgartner desplegó su paracaídas. Abrió su visor para purgar todo el oxígeno restante, identificó la zona de aterrizaje gracias a una bengala lanzada por un helicóptero, y aterrizó suavemente en el desierto de Nuevo México.

Cayó de rodillas y agitó los brazos en un gesto de victoria y alivio. Parte del equipo técnico llegó hasta donde estaba para ayudarlo a quitarse la mochila del pecho y el arnés del paracaídas. Una vez liberado, se sacó el casco, se frotó el cabello y volvió a agitar los brazos. Estaba exultante –con razón–, ya que había logrado una hazaña histórica, no solo al volverse supersónico sino, también, al dominar los spins mientras lo hacía.

El salto desde la estratósfera también estableció un récord de ocho millones de personas sintonizadas simultáneamente en YouTube para verlo. La audiencia habría sido aún más grande pero, la demanda fue tal, que excedió las capacidades del servidor de dicha plataforma.

Tras decenas y decenas de abrazos de su familia y del equipo de trabajo, Baumgartner resumió sus sensaciones: “La salida (de la cápsula) fue perfecta, pero luego comencé a girar lentamente. Pensé que giraría unas cuantas veces y nada más, pero luego comencé a acelerar. Por momentos fue realmente brutal. Pensé por unos segundos que iba a perder el conocimiento”, reveló.

baumgartner 8.jpg
Una vez en tierra, Baumgarner posa con su padre, Felix; su hermano menor, Gerard; su por entonces novia, Nicole Oetl, y su madre, Eva. Este fue el último salto de su carrera y, tras el mismo, dijo: “Ya no se trata de batir récords. No se trata de obtener datos científicos. Lo único que querés es volver (a la Tierra) con vida”.

Una vez en tierra, Baumgarner posa con su padre, Felix; su hermano menor, Gerard; su por entonces novia, Nicole Oetl, y su madre, Eva. Este fue el último salto de su carrera y, tras el mismo, dijo: “Ya no se trata de batir récords. No se trata de obtener datos científicos. Lo único que querés es volver (a la Tierra) con vida”.

Y agregó: “Quería ser el primer humano fuera de un avión que rompiera la barrera del sonido, y lo hice. Es difícil de describir (romper la velocidad del sonido) porque no lo sentí. Cuando estás en un traje presurizado, no sentís nada”.

Y concluyó: “A veces tenemos que llegar muy alto para ver lo pequeños que somos. Incluso, con el gran riesgo que se corre, ya no se trata de batir récords. No se trata de obtener datos científicos. Lo único que querés es volver (a la Tierra) con vida”.

Ya retirado de los deportes extremos, hoy, a los 53 años, Baumgartner es piloto de helicóptero y combate incendios forestales o rescata montañistas perdidos o accidentados. Un trabajo de riesgo que, en comparación con lo hecho a lo largo de su vida, hasta parece tranquilo.

baumgartner 10.jpg
Ya retirado de los deportes extremos, hoy, a los 53 años, Baumgartner es piloto de helicóptero y combate incendios forestales o rescata montañistas perdidos o accidentados. Un trabajo de riesgo que, en comparación con lo hecho a lo largo de su vida, hasta parece tranquilo.

Ya retirado de los deportes extremos, hoy, a los 53 años, Baumgartner es piloto de helicóptero y combate incendios forestales o rescata montañistas perdidos o accidentados. Un trabajo de riesgo que, en comparación con lo hecho a lo largo de su vida, hasta parece tranquilo.

Pero, igual, puede seguir inflando el pecho al recordar que, un día, atravesó el cielo en busca de un récord. “Quise ser el primero en quebrar la barrera velocidad en caída libre y sin propulsión, porque nadie se acuerda del segundo”, suele decir. Y, ante la evidencia, la Historia siempre le responderá que fue, es y será así.

El salto de Felix Baumgartner que hizo historia

Felix Baumgartner's supersonic freefall from 128k' - Mission Highlights