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Coni Cherep | Guaidó | Maduro

El hospital de Venezuela donde mueren entre tres y cinco niños por día

Lejos, muy lejos del pasado de brillo y del  orgullo nacional en muchos aspectos, el Hospital de la Universidad Central de Venezuela, expresa la peor cara del presente. Entre el abandono visible, y las dificultades de abastecimiento de lo elemental para la atención del enfermo, hoy la muerte absurda, se convirtió en un paisaje común.

Por Coni Cherep | Enviado Especial en Caracas

La ciudad universitaria de Caracas fue el orgullo de la ciudad. Construida durante los años 50 y 60, durante el primer boom petrolero, configura una expresión arquitectónica única en el mundo, que está coronada por esculturas del genio norteamericano Alexander Calder, especialmente en el techo del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, una de las cinco mejores salas acústicas del mundo.

Allí en el medio de la urbanización se encuentra el Hospital Universitario, el espacio de atención médica pública más importante del país.

 


 

 

Su edificio sigue teniendo desde afuera, un aspecto “digno”. Aunque baste una vuelta caminando por su alrededor para comprender que no, que es imposible pensar que allí dentro hay gente atendiendo su salud.

Lo que lo rodean son baldíos y en ellos, los residuos patológicos se mezclan con la basura común.

Intentamos entrar al Hospital, pero una mujer de la Guardia Bolivariana nos impide el paso. “Sólo puede ingresar el personal autorizado. Pruebe por la puerta de enfermos”, me dice. Y me señala una cola que se parece mucho a la de los familiares de los presos cuando esperan para visitar a los reclusos.

Foto: Coni Cherep para Aire de Santa Fe

 

En la puerta me choco con dos jóvenes médicos, Manuel y Maria Alejandra . Les pregunto si puedo hablar con ellos y asienten. Pero retroceden cuando ven que saco el celular y pretendo filmarlos. “No, no filmado no, sólo audio” me dice ella asustada. “Comprendes que ya vivimos demasiada tensión para agregarle el riesgo de ser expulsados por opinar en la prensa”, agrega Manuel que tiene 40 años y es el Director de Cirugía general del Hospital.

Entonces les aseguro que sólo les preguntaré cosas generales. Y grabamos una breve entrevista sobre la situación de abastecimiento en el hospital.

Manuel estudio once años. Siete de carrera de grado, uno de atención gratuita general- aquí llamado “trabajo de campo”,  similar a nuestra residencia- y tres años de postgrado en cirugía. Tiene el ceño fruncido y cuenta:

“Es cierto todo lo que dicen, lamentablemente y nosotros estamos en el centro del huracán de la salud. En estos momentos nos falta todo. Desde los elementales hasta los complejos, por ejemplo para quimioterapia. Hay una ausencia total de insumos quirúrgicos. De hecho hace 48 horas que no contamos con gases anestésicos. O sea no podemos anestesiar a ninguna persona” confirmando todo lo que se dice desde la prensa internacional.

 

Foto: Coni Cherep para Aire de Santa Fe

 

“Para nosotros es muy frustrante. Ejercer la medicina en nuestro país es un riesgo. Vemos morir a los pacientes a nuestro lado sin poder hacer nada, porque no tenemos cómo ni con qué salvarlos. Por buen médico que seas y por la pasión que le pongamos, en la mayoría de los casos no podemos hacer nada por ellos”.

A eso le agrega un punto de riesgo personal: ” Por un lado bien sabemos que la medicina es una actividad de responsabilidad individual y en cada situación estamos expuestos a posibles problemas judiciales. Y por otro lado… la violencia de los familiares cuando muere una persona. Ellos se enojan con nosotros. Y aunque le expliques… ellos se enfurecen”.

Cuando se apaga el grabador, Alejandra se larga a hablar. Y entonces me cuenta lo que pasa puertas adentro y empieza por lo más dramático:  “en el hospital tenemos agua sólo martes y jueves”. Y con asombro le repregunto “¿les llenan el tanque martes y jueves y ustedes van regulando el uso?” Y ella responde con algo de bronca: “No. Sólo nos abren la llave los martes y jueves”.

Tras ese dato, empieza a explicarme por qué la Guardia Nacional no autoriza el ingreso de la prensa al lugar y me explica el motivo más duro que uno escuchó desde que llegó a la ciudad: “ ya no caben los cadáveres en la morgue, y entonces hay zonas de pasillos donde quedan tendidos hasta que en la morgue se hace lugar. Pueden pasar dos o tres días y los cuerpos se descomponen en la sala, en los pasillos por donde transitamos cada día”.

No quedaba lugar para indagar nada más, pero ella termina soltando su última descarga : “aquí se mueren entre tres y cinco niños por día. Se nos mueren en los brazos. Y a veces los podríamos salvar, pero terminamos ocupando su turno para atender a quienes mandan desde arriba a atender y tenemos que hacerlo. Hemos visto morir a niños con fiebre esperando, mientras le sacábamos una bala a un motorizado del gobierno, Todo esto es un infierno, creeme”. Y entonces soy yo el que decido ponerle fin a la charla. Ya no soportaba tanta crueldad en el relato. Hago un silencio y les agradezco la atención. Les prometo que volveré alguna vez a verlos, cuando todo esté mejor.

Alejandra me responde con afecto: “Que sea así. Que dios permita que esto mejore y podamos mostrarte el hospital por dentro con orgullo”.

Se van y yo los sigo hasta la puerta donde está la misma guardia que me impidió el pase, diez minutos antes. Hay un cartel que dice quienes pueden y quienes no ingresar. Ellos entran y yo me quedo mirando el cartel.


Me subo al auto, y le cuento todo a Omar, el amigo que nos conduce por Caracas.

“Todo está mal acá, Omar”. Y  el me recuerda un consejo que nos había dado hacia unos días: “Yo te dije, compadre, no son lugares para conocer. No sales bien de ahí dentro”.

Yo no entré al hospital. La paradoja es que lo peligroso es entrar a él, cuando los hospitales son los lugares donde recurrimos para salvar nuestras vidas.

 

 

 

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