POR GASTÓN NEFFEN
POR GASTÓN NEFFEN
El viaje comienza con espejismos de arena. La lancha de Parques Nacionales sale de Puerto Gaboto y comienza a bajar por el río Coronda. Pasa la barranca donde se asentó el fuerte Sancti Spiritus hace 493 años -es el primer asentamiento español en territorio argentino-, la desembocadura del río Carcarañá y cuando dobla para encarar los arroyos que llevan hacia el río Paraná el horizonte se tiñe de color arena.
Con la bajante más importante en medio siglo emergieron largos bancos de arena. Las fuertes ráfagas de viento de este jueves de principios de noviembre parecen dejar las partículas en suspensión sobre el agua. Si en el desierto, los espejismos son de agua, en el Paraná ventoso son de arena.
“Mirá, los alisos comienzan a colonizar lo que puede ser una futura isla”, le señala Brian Ferrero, intendente del parque, a Aire Digital. Es un buen ejemplo para explicar que es un paisaje en constante transformación. Ahora, lo moldea la bajante y la erosión del viento. En unos meses, la creciente. Es un rompecabezas de arena, lodo y agua.
Por la sequía, hay que dar la vuelta larga -50 minutos de navegación- para llegar al Parque Nacional Islas de Santa Fe, el único de la Argentina que está formado únicamente por islas. Son ocho y en la primera -El Vicentín- hay que pisar un colchón de cenizas.
El 14 de octubre, los guardaparques descubrieron a cinco pescadores de Diamante dentro del parque, un área protegida en la que no se puede pescar, cazar o quemar. Les labraron un acta de infracción y les dijeron que debían retirarse. Al otro día, en todo este sector comenzó un incendio intencional que consumió 55 hectáreas.
“Nos llevó una semana de trabajo controlarlo”, cuenta Alex Robledo, el guardaparque que se queda a dormir en la seccional que está en la isla El Rico, la más alta del parque.
En este año récord de incendios en todo el Delta, las llamas afectaron unas 400 hectáreas, el 10% de la superficie de un área protegida que tiene 4.096 hectáreas en los papeles. La superficie real oscila por las crecidas y bajantes del río.
“Lo que se pisa es toda la vegetación que consumieron las llamas”, insiste Ferrero. Cuando el lente de la cámara se acerca al suelo, se ven pequeños fragmentos de madera, cientos de caracoles quemados, huesos de carpinchos y finas partículas de un polvo color gris oscuro que invade las botas e impregna toda la ropa. Es mucho más difícil estar ahí cuando el suelo está caliente, no se puede respirar y hay fuego por todos lados.
Los nombres
Los arroyos e islas del Parque Nacional Islas de Santa Fe tienen nombres vinculados con la historia y la naturaleza del lugar. Una de las islas se llama “El Conscripto” -porque se hacían ejercicios militares-, uno de los arroyos “El Infierno” -es muy complicado navegar- y la embarcación ahora recorre el arroyo “Saco de la Victoria”, un tranquilo curso de agua lleno de garzas -blancas y moras-, tortugas y yacarés. Marina Viñas, también guardaparque, está contenta porque justo delante de la lancha cruza un hocó colorado y es la primera vez que lo avista. “Tuvieron suerte, no siempre se ven tantos yacarés”, asegura.
Al salir del arroyo todavía hay que navegar unos diez minutos para llegar a la isla El Rico, en donde está el área de uso público del parque. Son unos 200 metros de un bosque raleado y con muy buena sombra de aromitos y ceibos. “En agosto florecieron las acacias -aromitos- y quedaron los árboles pintados de amarillo. Ahora, las flores están en los ceibos. Es un paisaje híbrido, con ejemplos de la región del espinal, como estos árboles, y también pajonales y selva en galería”, destaca Robledo. También hay un pequeño cerro de arena -hay tres en el parque-, muy cerca de la ribera del río Paraná.
La intendencia todavía está definiendo los límites del área de uso público. Se están construyendo los baños y hay algunas mesas y sillas de madera. En esta zona también va a estar el área de acampe y una proveeduría para comprar alimentos y bebidas.
Es un muy buen lugar porque una de las orillas -ahora es un pajonal lleno de canutillos por la bajante- da al madrejón de Cachino, un punto en el que se concentran los irupés al final del verano. Más cerca de la seccional de los guardaparques, hay un torre de vigilancia militar, que quedó de la época en la que se hacían ejercicios y prácticas, y por todos lados hay muchísima bosta de carpinchos. “A la tardecita los ves todos acá, son un montón”, cuenta Robledo.
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El sendero
El parque ya tiene prácticamente listo -faltan los miradores- un sendero de trekking que recorre uno de los albardones. Comienza en el área del uso público y se camina debajo de ceibos, laureles de río, timbós, curupíes y ejemplares de sangre de drago. También están las típicas lianas de la selva en galería. En los árboles, a más de un metro del suelo, está la marca que dejó la última creciente del río Paraná.
Lleva una hora recorrer el sendero y a la mitad del trayecto aparece un ciervo axis, que se camufla entre los árboles y huye demasiado rápido del zoom de la cámara. Es una especie exótica, que trajeron hace un siglo para cotos de caza y que se desparramó por las islas.
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Los senderos se diseñan tomando en cuenta los caminos que hacen los animales y las sendas que usaron durante décadas los isleños, pero la mirada científica es central. El parque tiene una jefe de Conservación y Uso Público -la bióloga Trilce Castillo- que deberá evaluar todo este ecosistema para analizar cómo conviene continuar los recorridos.
Con el paso seguro de Robledo -que abre camino entre pajonales que llegan a las rodillas sin dudar-, Aire Digital llega hasta el madrejón de los Dorados, otro de los humedales que se suelen llenar de irupés en el verano. En el medio del recorrido se cruza un carpincho, que se pierde rápidamente entre los árboles. Es muy probable que este lugar sea de protección ambiental estricta y sin uso público porque es similar al madrejón de Cachino.
La vida de Robledo en este lugar da para una nota aparte. Tiene 28 años y es su primer destino como guardaparque. Le gusta la montaña (nació en Esquel, al lado del Parque Nacional Los Alerces), pero lleva diez meses entre canutillos, garzas y pajonales.
Su trabajo es cuidar el parque y eso implica mantener el sendero y la zona de uso público, controlar los incendios -junto a otros guardiaparques y brigadistas- y evitar la pesca y la caza ilegal. “Cuando el parque esté abierto al público tenemos previsto contar con cuatro guardaparques”, adelanta Ferrero.
En este momento, por la temporada récord de incendios, ayuda mucho que en Puerto Gaboto hay personal de Parques Nacionales afectado a los Faros de Conservación, como Marina Viñas y Eduardo Elissondo que acompañan la recorrida de Aire Digital.
¿Qué hace un guardaparque solo en el medio del Delta del Paraná cuando termina de trabajar? Robledo lee, trota en el sendero y hace artesanías con restos de madera. Se duerme a la medianoche, escuchando la voz de Alejandro Dolina en la radio.
El desafío de crear un parque nacional
El proceso para conformar el Parque Nacional Islas de Santa Fe comenzó en cámara lenta. Se creó en el 2010 a partir de la reserva provincial de Santa Fe El Rico (que se fundó en 1968), a la que se sumaron tierras fiscales para llegar a un área de 4.096 hectáreas en ocho islas.
Durante los años siguientes hubo tensiones con la gente que se había radicado durante décadas en las islas del parque y que viven de la pesca y del cuidado y el engorde de ganado en las islas, una actividad que creció fuerte en los últimos años por el desplazamiento de los novillos de la Pampa Húmeda, ante la mayor rentabilidad de la agricultura.
Es difícil que el ADN de los guardaparques -que están ahí para proteger la naturaleza- no entre en conflicto con las costumbres históricas de los pobladores, que pescan, cazan e ingresan sus animales a las islas. En el trabajo “Conservación y desalojo. Un análisis a propósito de la creación del Parque Nacional Islas de Santa Fe”, que escribieron los antropólogos Brián Ferrero -el actual intendente del parque- y Omar Arach se reflejan estas tensiones.
La gestión actual del parque está intentando construir puentes con la gente de las islas y de Puerto Gaboto, que son pescadores por excelencia y pueden ser muy útiles como guías y navegantes de las embarcaciones que llevan a los turistas al parque.
¿Cuándo se abre el parque?
La creación de la intendencia del parque, hace un mes y medio, es un paso importante para acelerar la apertura (antes dependía del Parque Nacional Pre-Delta de Diamante, que está a unos 30 kilómetros de navegación). También el interés del Gobierno de Santa Fe (la secretaria de Turismo, que encabeza Alejandro Grandinetti, lo definió como una prioridad), que hizo gestiones ante los organismos nacionales para lograr que se pueda visitar el único parque nacional que hay en territorio santafesino.
Lo que falta para abrirlo al público en las islas son cuestiones que se pueden resolver rápido: hay que terminar los baños en el área de uso público, construir la proveeduría, colocar los carteles con los nombres de los árboles -ya están listos en el galpón que está al lado de la casa del guardaparque- y hacer un muelle para que puedan bajar los turistas.
Quizás, requiere más gestión armar la estructura logística de las embarcaciones que van a llevar a la gente desde Puerto Gaboto. “Se está analizando cuando se abre al público, pero probablemente será en algún momento del 2021”, estima Ferrero.
Un circuito turístico
El desarrollo del Parque Nacional Islas de Santa Fe está vinculado a un eje histórico y cultural de enorme relevancia: el descubrimiento de las cimientos del fuerte Sancti Spiritus, el primer asentamiento español en la Argentina. Lo fundó Sebastián Gaboto en junio de 1527 y estuvo en pie tres años. Los conflictos de los españoles con los chanaes, querandíes y guaraníes -entre otros pueblos originarios- tuvo su clímax en un ataque masivo que incendió el fuerte y terminó con la huida de los españoles por el río Coronda.
Los cimientos del Fuerte Sancti Spiritus fueron localizados por un grupo de arqueólogos y antropólogos santafesinos.
Vale la pena dedicarle 52 minutos al documental “Carta desde Sancti Spiritus” (Señal Santa Fe) para conocer bien esta historia y cómo fue el hallazgo de las ruinas del fuerte, que encontraron un grupo de arqueólogos y antropólogos santafesinos. Es un video que debería pasarse en todas las secundarias.
En agosto, el ministro de Cultura de Santa Fe, Jorge Llonch, y el presidente de la Administración de Parques Nacionales, Daniel Somma, firmaron en Puerto Gaboto un convenio marco para trabajar en conjunto para desarrollar este circuito turístico y cultural.
El gobierno santafesino tiene proyectado un ambicioso parque para poner en valor el fuerte, que es el primer lugar de la Argentina en el que se sembró trigo, se celebró la Navidad y se habló en castellano. La maqueta la mostraron en Puerto Gaboto a mediados de octubre.
El proyecto incluye el embarcadero para los catamaranes y lanchas que van a llevar a la gente al Parque Nacional Islas de Santa Fe. Es una buena idea: a la ida o la vuelta de las islas -si el proyecto se concreta-, se va a poder aprender mucho de historia. El objetivo es que tenga un efecto dinamizador en todo el corredor turístico que va desde Puerto Gaboto hasta Coronda.