A 40 años de una democracia ganada y el desafío romper el péndulo de la inestabilidad económica en la Argentina.
A 40 años de una democracia ganada y el desafío romper el péndulo de la inestabilidad económica en la Argentina.
POR FACUNDO GONZÁLEZ
A mediados de la década de 1980, Argentina festejaba la recuperación de sus valores democráticos y sentaba las bases para fortalecer las instituciones de la República. Sin embargo, llegaba a las elecciones presidenciales de 1989 al límite, subsumida en una lista de graves problemas económicos.
El país enfrentaba una crisis de deuda, contraída principalmente durante el proceso de dictadura militar que se volvió insostenible. Se combinaron déficits crónicos de las cuentas públicas, de la balanza de pagos con salida de capitales y un desborde monetario del Banco Central que castigó la economía doméstica.
En su gestión de Gobierno, el equipo económico del presidente Raúl Alfonsín intentó, sin resultados, aplicar varios programas de estabilización, pero terminaron inconclusos y sin poder resolver los desequilibrios heredados.
El fenómeno hiperinflacionario desatado a finales de la década del 80 y principios de 1990 ha sido único en la historia argentina.
Entre 1975 y 1991 inclusive, nuestro país tuvo una inflación anual de más del 80%. En nueve de esos dieciséis años, los precios al consumidor llegaron a 3 dígitos (más de 100%). Mientras que en 1989 y 1990, los índices alcanzaron 4 dígitos con 4.923% y 1.343%, respectivamente de punta a punta.
En el verano de 1989, el colapso económico en Argentina se tornaba inevitable. Todo comenzó a fines de enero, cuando se hizo público que el Banco Mundial suspendería su asistencia al país.
En cuestión de días, el Banco Central tuvo que sacrificar una cantidad sustancial de divisas de las reservas para sostener el austral. Pero la fuga hacia el dólar continuó, por lo que a principios de febrero se decidió crear un nuevo mercado cambiario, “el dólar libre”, que triplicó su valor entre abril y mayo.
Simultáneamente, el sistema de cambios múltiples, diseñado para evitar la traslación de la devaluación a los precios internos, incentivaba a los exportadores a retener divisas.
La inflación mensual llegó casi a 80% en mayo y el gobierno radical veía escurrir entre sus manos el escaso poder de maniobra para domar la situación.
La gravedad de la crisis económica y la incapacidad del gobierno de la UCR para hacerle frente, condujo a una erosión de la confianza en los inversores, a la fuga masiva de capitales, a la fuerte devaluación del peso y terminó en una inflación que se tornaba incontrolable.
Ante esta situación, presentó su renuncia el ministro Juan Vital Sourrouille y asumió Juan Carlos Pugliese, que poco después le cedió su puesto a Jesús Rodríguez. A esa altura ya era evidente que el Plan Austral no contaba con una política de largo plazo.
No se estimulaba la inversión productiva y dependía demasiado de que hubiera buenos precios para las exportaciones argentinas.
El pico máximo de la hiperinflación se alcanzó en marzo de 1990 cuándo superó el récord de 20.000% de variación interanual.
Durante mayo de 1989, el tipo de cambio -que oficialmente se encontraba fijo- se elevó de 80 a 200 australes por cada dólar estadounidense -equivalente a una abrupta devaluación mensual de un 150%- lo que naturalmente tendió a acrecentar en gran medida las ya de por sí fuertes presiones inflacionarias.
Debido a la crítica situación del país, las elecciones presidenciales, originalmente programadas para octubre, fueron adelantadas a mayo. En esa ocasión, Carlos Saúl Menem ganó de manera contundente con más del 47% de los votos, en gran parte debido a la adversa coyuntura económica.
La hiperinflación y la crisis de 1989 en Argentina representaron un momento crucial en su historia económica y política.
La hiperinflación tuvo consecuencias devastadoras para la sociedad. Los datos oficiales muestran que la pobreza alcanzó el 47% en 1989, marcando un aumento significativo desde el 25% registrado en 1988.
La desigualdad se exacerbó, afectando a los sectores más vulnerables de la población. La clase media se vio empobrecida y los niveles de angustia social aumentaron.
Muchas empresas cerraron o redujeron operaciones debido a la incertidumbre económica, contribuyendo aún más al aumento del desempleo que llegó a casi los dos dígitos en 1989.
La población, afectada por la brutal pérdida del poder adquisitivo y la escasez de productos básicos, se volcó a las calles en busca de alimentos y artículos de primera necesidad.
El desempleo se disparó y la pobreza aumentó drásticamente. Las protestas y disturbios sociales, incluyendo saqueos, reflejaron el malestar generalizado. La situación llevó a la implementación del estado de sitio. En Rosario, los saqueos y disturbios fueron particularmente intensos.
La renuncia anticipada de Alfonsín y la asunción de Menem en 1989 marcaron un cambio político, pero también reflejaron la urgencia de abordar la crisis económica.
El plan de reformas profundas del Estado y la Ley de Convertibilidad que llegó en 1991, fijando la paridad del peso con el dólar, logró frenar la hiperinflación, pero sus consecuencias a largo plazo generaron nuevos desafíos económicos posteriores.
La convertibilidad se mantuvo durante la década de 1990, pero sus limitaciones se hicieron evidentes a principios de los 2000, cuando la economía enfrentó una difícil recesión con signos de agotamiento y una crisis financiera que terminó con un estallido social, que generó una implosión en las estructuras del país.
La devaluación del peso en 2002 marcó el fin de la convertibilidad y llevó a nuevas transformaciones en la política económica de la Nación.
Hoy, más de 30 años después, tanto la inflación, el dólar y el déficit fiscal continúan desvelando a los argentinos. Y a pesar del paso del tiempo, aún nos debemos como sociedad afrontar el fundamental desafío de romper, de una vez por todas, con el péndulo que hace décadas enfrenta el país con ciclos de marchas y contramarchas que hacen que esta sea una efeméride necesaria de recordar.
La hiperinflación se caracteriza por tasas de inflación extremadamente altas, generalmente superiores al 50% mensual.
Cuando los precios aumentan descontroladamente, la moneda pierde valor rápidamente y la confianza en ella se derrumba. Sin anclas, ni referencias claras, las personas comienzan a rechazar el signo monetario para realizar transacciones y complica aún más la situación, acelerando y profundizando el proceso hiperinflacionario.
Esto crea un círculo vicioso: la pérdida de confianza lleva a la demanda de bienes más estables, como monedas extranjeras, lo que a su vez acelera la devaluación de la moneda local.