POR GUSTAVO CASTRO
La irrupción del kirchnerismo, ese fenómeno alrededor del cual se vertebra la vida política argentina del siglo XXI, bien podría decirse que se produjo por una carambola histórica.
Luego del colapso de 2001, en medio aún de los coletazos del estallido social, el presidente provisional Eduardo Duhalde necesitaba un candidato que confrontara en las elecciones 2003 contra su enemigo íntimo, Carlos Menem, quien pretendía volver a la Casa Rosada al calor de dos banderas de singular actualidad: para la economía, la dolarización; para la inseguridad, las Fuerzas Armadas.
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En ese contexto, el ex gobernador bonaerense hizo dos apuestas fallidas. El cordobés José Manuel de la Sota fue una de ellas, pero las encuestas no le otorgaban mayores chances. La otra fue el santafesino Carlos Reutemann, quien finalmente desistió porque, según sus propias palabras, vio algo que no le gustó.
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El 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner asumió la jefatura suprema de la Nación
Ante ese brete, Duhalde terminó cerrando un acuerdo con un audaz mandatario patagónico, desconocido por la mayoría de la sociedad argentina, quien ya venía recorriendo el país como candidato marginal a la presidencia. Era hasta difícil pronunciar su apellido: Kirchner. Provenía de la gélida Santa Cruz y era el esposo de una combativa diputada nacional, Cristina Fernández.
El 27 de abril de 2003, cuando la ciudad de Santa Fe estaba a punto de hundirse en la tragedia de la inundación más grande de su historia, el país resolvió ubicar en el ballotage al riojano, con el 24,45% de los votos, y al santacruceño, con el 22,25%.
El peso de la provincia de Buenos Aires resultaría determinante para el resultado, en un preludio de lo que ocurriría en los siguientes 20 años.
La segunda vuelta, instituida por la reforma constitucional de 1994 tras el Pacto de Olivos, pintaba catastrófica para Menem. Menos de una semana antes de la elección, el ex presidente anunció que no participaría. Kirchner quedó, así, electo presidente argentino.
Pingüinos en la Rosada
El 25 de mayo, Néstor Kirchner asumió la jefatura suprema de la Nación. En su primer discurso ante el Congreso, estableció lineamientos claros de su programa de gobierno: “Es el Estado el que debe actuar como el gran reparador de las desigualdades sociales en un trabajo permanente de inclusión y creando oportunidades a partir del fortalecimiento de la posibilidad de acceso a la educación, salud, vivienda, promoviendo el progreso social basado en el esfuerzo y el trabajo de cada uno".
Asuncion de Nestor Kirchner a la Presidencia de la Nacion
Y "es el Estado el que debe viabilizar los derechos constitucionales protegiendo a los sectores más vulnerables de la sociedad, es decir, los trabajadores, los jubilados, los pensionados, los usuarios y los consumidores”.
Fue el regreso de la centralidad del Estado, luego de más de una década de ajuste, desregulación y privatizaciones. Un paradigma distinto. A ese enfoque disruptivo para la época se le agregó otra característica diferencial, luego de las flaquezas de Fernando de la Rúa y la inestabilidad de Duhalde: la recuperación de la autoridad presidencial.
Se notó en las primeras horas de gestión, cuando viajó personalmente y en compañía de su ministro de Educación, Daniel Filmus, a resolver un conflicto docente de larguísima data en la provincia de Entre Ríos.
Se observó, a una escala sustancialmente mayor, cuando tras un apriete público del entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, Julio Nazareno, anunció en cadena nacional el principio del fin de la famosa mayoría automática menemista.
También se advirtió con claridad cuando freezó a su vicepresidente Daniel Scioli por prometer aumentos tarifarios a las empresas de servicios públicos privatizadas. O cuando, ante la presión de los gobernadores del PJ, respondió con el armado -a la postre fallido- de la transversalidad con dirigentes del arco progresista, al menos según la consideración de aquel entonces.
Mientras tanto, acumulaba políticamente en direcciones impensadas hasta ese momento. La ofensiva contra la telaraña legal que impedía juzgar, condenar y encarcelar a los responsables del genocidio de la última dictadura es el caso más claro. Había dudas al principio, entre propios y ajenos, sobre la profundidad y conveniencia de esa línea de acción. Quedarían zanjadas al poco tiempo.
Por supuesto, el aspecto económico fue central para ese proceso de legitimación desde el gobierno, mediante el cual intentaba suplir lo que no había conseguido con los votos tras la baja de Menem en el ballotage.
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Kirchner subió el salario y las jubilaciones mínimas.
En un marco favorable por la licuación de costos producto de la devaluación duhaldista, el default de Adolfo Rodríguez Saa y los buenos precios internacionales, Kirchner utilizó el poder presidencial para recomponer sin prisa pero sin pausa los ingresos populares y el consumo interno: aumentos no remunerativos, subas de salario y jubilaciones mínimas, asignaciones familiares y reapertura de paritarias.
En el mismo sentido implementó la primera moratoria previsional para las personas en edad jubilatoria que no tenían la totalidad de los aportes hechos, fundamentalmente mujeres. De allí que esa política fue bautizada como “jubilación de amas de casa”.
Según precisa Diego Rubinzal en su libro "Historia económica argentina (1880-2009)", “el millón y medio de personas que se acogieron a esa moratoria permitió elevar la cobertura previsional a más del 80% de la población en edad de jubilarse. Esta medida implicó que los gastos en seguridad social pasasen de representar el 4,7% del PBI al 6,3%”.
En medio de esta avanzada en varios frentes, todos ellos conflictivos, el primer gobierno kirchnerista se lanzó a resolver un problema nodal: la deuda externa, drama estructural de la Argentina. Logró, en tándem con su primer ministro de Economía Roberto Lavagna, un acuerdo con bonistas privados (que habían sido defaulteados) con quitas sin precedentes.
Y la relación con el FMI, que había tenido momentos de gran tensión por la resistencia oficial a aceptar el programa del organismo, fue resuelta con el pago de una vez de esos pasivos, en paralelo a decisiones similares de Lula da Silva en Brasil y Tabaré Vázquez en Uruguay. No por casualidad es famosa la obsesión de Kirchner por el nivel de reservas, al cual monitoreaba día a día con anotaciones en un “cuadernito de almacenero”.
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Néstor Kirchner y Hugo Chávez.
Estas decisiones obedecían a un criterio económico, claro está, pero también a un objetivo: lograr mayor autonomía, agrandar los márgenes de acción. En esa misma dirección se inscribe la épica victoria contra el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) en la cumbre de presidentes de Mar del Plata, durante la cual Kirchner, Lula y Hugo Chávez armaron un triángulo político que derrotó al mismísimo George W. Bush.
Fue en todo este contexto tan particular en el que, primero en 2005 tras la ruptura con Duhalde, y luego en 2007 en la primera prueba presidencial, emerge voluminosamente la figura de Cristina Fernández de Kirchner.
Cristina, Cobos y vos
En 2007, el modelo de crecimiento a tasas chinas, superávit gemelos, reindustrialización acelerada y consumo interno vigoroso ya presentaba tensiones visibles. Una de ellas era el despertar de la inflación, que ya desde hacía un tiempo propulsaba un debate dentro de la propia heterodoxia respecto de si seguir pisando o sacar el pie del acelerador económico.
Fue en ese año que se dispuso una de las medidas más controvertidas, dicho esto diplomáticamente, de los 12 años de kirchnerismo: la manipulación del Índice de Precios al Consumidor, conocida mediáticamente como “la intervención del Indec de Moreno”, en referencia al histriónico funcionario a cargo de esa acción, hoy alejado del núcleo político desde el cual saltaría a la fama.
Escribe Rubinzal sobre este punto en el libro ya mencionado: “La ‘intervención’ del Indec pareció tener un doble objetivo: contener las expectativas inflacionarias y reducir el incremento del endeudamiento público que se actualizaba por CER.
Cada punto de incremento del IPC determinaba un aumento del endeudamiento por unos 600 millones de dólares”. Y agrega: “también desde despachos oficiales partieron acusaciones referidas a que existía un ‘negocio’ privado en el Indec consistente en la venta de las bases de datos del organismo y una vinculación con sectores del sistema financiero interesados en que el CER crezca más allá de lo real”.
En cualquier caso, la polémica por los números de inflación sería un clásico mensual desde ese momento. No obstante, el clima social en aquella época ubicaba esta aspereza en un lugar claramente secundario. Es por ello que la discusión política se resumía en una dicotomía: pingüino o pingüina. Reelección de Néstor o elección de Cristina.
Pese a la presión de algunos poderosos grupos económicos que desconfiaban de ella, al final fue pingüina. El soporte estructural de esa candidatura no se limitó al peronismo, que más bien resistía la ampliación política, sino que sumó a un nutrido grupo de dirigentes radicales con responsabilidades de gobierno, concretamente gobernadores e intendentes.
Esa alianza se denominó la Concertación Plural, una suerte de neotransversalidad. La sociedad electoral se materializó a través del compañero de fórmula de CFK, el mandatario mendocino Julio César Cleto Cobos.
Previsiblemente, ese binomio resultó triunfador en primera vuelta con más del 45% de los votos contra el 23% de la dupla Elisa Carrió-Rubén Giustiniani y el 17% de Roberto Lavagna-Gerardo Morales. Cristina se convirtió así en la primera mujer electa presidenta en la historia argentina.
Asunción de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner ante la Asamblea Legislativa
Esa sintonía volaría por los aires a poco de andar el nuevo gobierno. El 11 de marzo de 2008, el ministro de Economía Martín Lousteau firmó la resolución 125, que disponía la implementación de retenciones móviles a las exportaciones de soja, en un contexto de alto valor de los comoditties.
La idea era evitar que los elevados precios internacionales impacten en la inflación local y capturar parte de la renta extraordinaria que generaba esa situación en el sector privado.
A partir de allí se desató la que, probablemente, haya sido la batalla política, económica, social y cultural de mayor magnitud de las últimas décadas, tanto por despliegue territorial como por su extensión temporal.
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Cortes de ruta, marchas y contramarchas, marcaron una época violenta de la nación.
Durante cuatro meses, el país estuvo sembrado de infinidad de piquetes en rutas y multitudinarias movilizaciones urbanas en favor de los productores sojeros o del gobierno, con derivaciones en aumento de precios, desabastecimiento y no pocos episodios de violencia.
En paralelo, el kirchnerismo sufrió una veloz sangría entre propios y aliados. Los radicales K dejaron de serlo. Los peronistas no K fracturaron los bloques legislativos. Algunos aliados a regañadientes abandonaron rápidamente el barco.
El caso de Reutemann es paradigmático: había tomado cierta distancia en 2006, cuando la diputada santafesina María del Carmen Alarcón había sido expulsada de la presidencia de la comisión de Agricultura en un conflicto por la suspensión de exportaciones cárnicas, pero en esta ocasión consideró que era su propio pellejo el que estaba en juego.
Paradojas de la política, la “Negra” volvería al redil cristinista varios años después, mientras que el “Lole” no tendría retorno.
Acorralada, Cristina intentó legitimar la 125 en el Congreso. Con modificaciones, la resolución salió airosa de la Cámara de Diputados, pero en el Senado no cruzó el bloqueo que terminó imponiendo el propio vicepresidente.
En una madrugada para el infarto, y luego de un empate en la votación, Cobos selló la suerte del oficialismo: “Que la historia me juzgue… mi voto no es positivo”.
El momento de la votación de Cobos
Esa dura derrota conmovió al kirchnerismo y no faltaron las versiones de renuncia. Parecía un fin de ciclo anticipado y algunos hasta se atrevían a anunciarlo. Sin embargo, a los pocos días se verificaría una clásica reacción pingüina a la adversidad: pasar a la ofensiva, profundizar.
Apenas una semana después del episodio Cobos, la presidenta envió un proyecto de ley para reestatizar Aerolíneas Argentinas, que venía de un largo control privado con pésimos resultados. Triunfó.
Más adelante hizo lo propio con la movilidad jubilatoria, para que los haberes tengan dos aumentos anuales ajustados por la variación salarial y la recaudación. Triunfó. Y, casi a fin de año, mandó una de las iniciativas más potentes de los 12 años kirchneristas: la nacionalización de las AFJP. Triunfó.
En el cierre de 2008 ya se habían comenzado a sentir los síntomas de un crack a escala global, la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos, cuyo impacto pleno en la Argentina llegaría fundamentalmente al año siguiente.
La centralidad estatal apareció otra vez como marca indeleble del kirchnerismo, en este caso como herramienta paliativa a la caída mundial de la economía, con sus graves consecuencias de recesión y desempleo.
Un ejemplo paradigmático es el de la planta de General Motors en Santa Fe, que recibió un crédito de la Anses para fabricar un nuevo modelo de auto y evitar así despidos masivos, préstamos que sería devuelto al año siguiente con intereses.
También en 2009, ante la presión opositora y de las entidades ruralistas por la eliminación de retenciones, CFK dispuso la creación del Fondo Federal Solidario, más conocido como Fondo Soja, mediante el cual la Nación compartía el 30% de lo recaudado por ese concepto con provincias, municipios y comunas, todo con criterio de coparticipación.
El objetivo político era claro: ceder recursos pero comprometer a gobernadores e intendentes en la defensa de los derechos de exportación.
En paralelo se fue gestando una audaz propuesta electoral para las elecciones legislativas de ese año, particularmente en la provincia de Buenos Aires. Se la denominó “candidaturas testimoniales”.
El propio Néstor Kirchner decidió encabezar la boleta de diputados nacionales, pero puso como acompañantes al gobernador Daniel Scioli, al jefe de gabinete e intendente de Tigre en licencia Sergio Massa y otros jefes territoriales del peronismo.
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En las elecciones de 2009, Néstor Kirchner obtuvo una banca en la Cámara de Diputados por la provincia de Buenos Aires.
Buscaba de esa manera comprometerlos con la militancia de la boleta del Frente para la Victoria ante el peronismo disidente encarnado en el empresario Francisco de Narváez, popularizado en el programa de Marcelo Tinelli como “Alica Alicate”.
Salió mal. El kirchnerismo fue batido en territorio bonaerense y en buena parte del país. Nuevamente el abismo a un paso. El fantasma del fin de ciclo anticipado. Pero otra vez falló el pronóstico y la dupla pingüina reiteró su fuga hacia adelante.
De este modo, se lanzó exitosamente una reforma política que consagró al sistema de Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Y presentó el proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que disparó un mayúsculo debate nacional y una gran movilización ciudadana, finalmente aprobado por el Congreso.
A fin de año, la presidenta dispuso por decreto la instauración de la Asignación Universal por Hijo, una especie de salario familiar para trabajadores en negro y desocupados, con singular impacto en las mujeres, que generó un descenso drástico de la indigencia.
Ya en 2010, el gobierno se dispuso a resistir la ofensiva opositora que se había aglutinado en el llamado Grupo A, un conglomerado legislativo sumamente heterogéneo pero que coincidía en su perfil refractario al oficialismo. Ante esa composición hostil del Congreso, derivada de la derrota electoral de 2009, la dupla pingüina movió una ficha para desestructurar ese paisaje: el matrimonio igualitario.
Es que la equiparación de derechos entre las personas heterosexuales y las que no se identificaban con esa opción de vida era un tema que cortaba transversalmente los bloques legislativos y las fuerzas políticas en general. Otra vez, un clásico de la era K: gran discusión nacional, enorme movilización popular, notable polarización social.
Y así, el kirchnerismo logró una victoria impensada de un parlamento opositor. Lo hizo a su estilo, con un pragmatismo al fleje: en una votación que pintaba extremadamente pareja en la Cámara Alta, Cristina partió rumbo a un viaje al exterior y subió al avión a dos senadoras cuya voluntad era contraria a la iniciativa.
Fue la única ley que votó Néstor Kirchner como diputado. No sólo porque lo aburría la tarea legislativa sino porque, a los pocos meses, fallecería de un infarto.
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El 27 de octubre de 2010, Néstor Kirchner falleció de un infarto y la noticia conmovió al país.
El 27 de octubre de 2010, la noticia conmovió al país. Centenares de miles de personas se volcaron a las calles para despedir al ex presidente y respaldar a Cristina. Especialmente jóvenes, cuya identidad política se había construido y galvanizado silenciosamente en la batalla de la 125, que ya se habían dejado ver en los festejos por el Bicentenario y que se transformarían en los años siguientes en la primera línea de defensa de la mandataria. Un aluvión militante.
Hay varias teorías sobre el efecto que produjo la muerte de Kirchner en el resultado electoral del año siguiente. Hay quienes sostienen que allí está toda la explicación del fenómeno.
Hay quienes lo matizan con la buena performance económica de 2011 en términos de bolsillo popular. Hay quienes complejizan aún más el enfoque y recuerdan que menos de un mes después del fallecimiento, la oposición no tuvo mejor idea que dejar a la Presidenta sin presupuesto.
Es imposible tener precisiones sobre el comportamiento popular, más allá de los análisis y especulaciones. Lo cierto es que Cristina Fernández de Kirchner, secundada por su ministro de Economía Amado Boudou, obtuvo el 54% de los votos en primera vuelta y fue reelecta presidenta.
A una distancia abrumadora quedó la fórmula Hermes Binner-Norma Morandini, con casi el 17%. Mauricio Macri, quien asomaba como el máximo desafiante, optó por resguardarse del aluvión y logró la reelección en la jefatura de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Cris-Pasión sin dólares
Poco después de la reelección obtenida de manera abrumadora, a fines de 2011, una corrida cambiaria evidenció que la Argentina se hallaba nuevamente ante una de sus cíclicas crisis por falta de divisas.
El fenómeno conocido como restricción externa, al cual se llega por diferentes motivos pero que tiene como resultado, en apretadísima síntesis, que el país no genera la cantidad de dólares suficientes para hacerle frente a la demanda.
La economía nacional seguía excluida mayormente de las fuentes de financiamiento, a pesar de que un año antes había reabierto el canje de deuda con los bonistas y llegado a un acuerdo global con más del 90% de ellos. Ante ese estrangulamiento, la Presidenta decidió implementar un “cepo al dólar”, un torniquete para evitar una sangría de divisas que condujera invariablemente a una devaluación del peso.
La situación se agravó en febrero de 2012, cuando el juez neoyorkino Thomas Griesa ordenó al gobierno nacional que pague el valor pleno, sin quitas, de los bonos que no habían ingresado al canje y estaban en manos de los llamados Fondos Buitre, llamados así por haber adquirido esos papeles a bajo precio tras el default para luego litigar contra el país. La pulseada se extendería, sin resolución, durante el resto del mandato.
Ese mes fue, con seguridad, de los peores en la era kirchnerista, y no sólo por las noticias económicas. Por un lado, en un programa periodístico se emitió el primer capítulo del caso Ciccone, un escándalo de corrupción que afectaba directamente al vicepresidente, quien hasta ese momento se recortaba en el horizonte como heredero del capital político de CFK.
Por el otro, se produjo una tragedia de proporciones descomunales: un tren de la línea Sarmiento no detuvo su marcha y se estrechó contra la terminal del barrio Once en Buenos Aires, con un saldo de 52 muertos y 789 heridos. Tras estos sucesos, la consigna opositora que se impuso fue “La corrupción mata”.
Efemérides del 22 de febrero: en 2021 ocurre la tragedia de Once
El 22 de febrero de 2011, un tren de la línea Sarmiento no detuvo su marcha y se estrechó contra la terminal del barrio Once, con un saldo de 52 muertos y 789 heridos.
Cristina retomó el centro del ring con una iniciativa potentísima, de alcance estructural: la nacionalización de YPF. La decisión no estaba vinculada sólo a la recuperación para el Estado argentino de la empresa más grande del país, privatizada en la década del ’90, sino en la necesidad urgente de revertir el altísimo déficit energético que succionaba de manera arrolladora los escasos dólares existentes en las reservas del Banco Central.
Mientras tanto, el cepo continuaba cerrándose cada vez más y afectaba severamente a la actividad económica, una obsesión kirchnerista desde siempre. En ese contexto, un ascendente joven que ocupaba un cuasi viceministerio, Axel Kicillof, diseñó y lanzó un amplio programa de crédito para construcción de la casa propia que se denominó Plan Procrear. Fue un éxito.
No obstante, el clima social se espesaba aceleradamente, de manera particular en vastas franjas de la clase media y media alta, quienes consideraban estar frente a la chavización definitiva de Cristina.
A las regulaciones económicas sobre el dólar se le sumaba la irritación profunda que generaban en esos mismos sectores los “patios militantes” en la Casa Rosada y las constantes cadenas nacionales de la presidencia.
Ese malhumor desembocó en un gigantesco cacerolazo el 8 de noviembre, con epicentro en la Capital Federal pero con réplicas multitudinarias en los principales centros urbanos del país. El sujeto social que estaba buscando la oposición desde el conflicto por las retenciones móviles finalmente se había corporizado.
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El 8 de noviembre se produjo un gigantesco cacerolazo con epicentro en la Capital Federal.
Esa tendencia se profundizaría en 2013. En enero de ese año, el gobierno nacional anunció y llevó al Congreso un Memorandum con Irán bajo el argumento de lograr, luego de largos años, encontrarle un cauce al juicio contra los ciudadanos de ese país acusados por el brutal atentado a la AMIA.
Se logró aprobación parlamentaria pero nunca llegó a ejecutarse. Pese a ello, las consecuencias judiciales para quienes lo llevaron adelante se extienden hasta el presente, con el caso del extinto canciller Héctor Timmerman como emblema.
La confrontación con distintos factores de poder, incluso con viejos aliados, se profundizó. La pelea con buena parte del Poder Judicial y la misma Corte Suprema tuvo un hito significativo con la “Democratización de la Justicia”, un paquete de seis proyectos de ley que fueron aprobados por el Congreso pero fueron luego bloqueados con el argumento de la inconstitucionalidad.
Además, la ruptura con una porción del universo sindical, con Hugo Moyano a la cabeza, derivó en reiteradas medidas de fuerza contra el pago del impuesto a las Ganancias por parte de los trabajadores de mejores salarios.
La polarización total, una vez más, cambió la geografía política. Para las elecciones legislativas, Sergio Massa y un conjunto de dirigentes que en su mayoría pertenecían al peronismo bonaerense resolvieron romper con la estructura tradicional y fundaron el Frente Renovador.
El propio tigrense encabezó la lista de diputados nacionales y derrotó al intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, apadrinado por Cristina. Demás está explicar quiénes son los protagonistas.
Con los resultados en la mano, la presidenta dispuso un cambio de gabinete. Kicillof asumió a fin de año y al poco tiempo de su gestión convalidó una devaluación del 23%, que llevó el dólar oficial de 6,8 a 8 pesos, con el objetivo de achicar la brecha con la cotización informal del billete verde.
Inevitablemente hubo un salto inflacionario y 2014 cerró con una suba de precios cercana al 40% anual.
Este fogonazo fue acompañado por medidas compensatorias, como el lanzamiento del plan masivo de becas Progresar y la implementación del programa Precios Cuidados, un reemplazo de los acuerdos que caracterizaron al saliente secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno. No alcanzó para impedir que 2014 fuera uno de los pocos años en los que la inflación derrotó con claridad a los ingresos populares.
A la vez, la búsqueda de dólares frescos llevó al gobierno nacional a celebrar acuerdos de pago con el Club de París y la expropiada Repsol, como así también consensos puntuales con el FMI, todo ello en un sendero hacia el restablecimiento de relaciones con los mercados internacionales. El bloqueo de los Fondos Buitre, sin embargo, pudo más que esos esfuerzos.
Ya a principios de 2015, otro suceso conmovió profundamente a la sociedad argentina. El fiscal del caso AMIA, Alberto Nisman, fue encontrado muerto de un balazo en el baño de su departamento, días después de haber denunciado a la presidenta por el Memorandum con Irán, en tanto aseguraba que ese pacto estaba destinado a proveer impunidad a los perpetradores del atentado.
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A principios de 2015, el fiscal del caso AMIA, Alberto Nisman, fue encontrado muerto de un balazo en el baño de su departamento.
Una amplia porción de la población, ya definitivamente enemistada con Cristina Fernández, no dudó en considerar esa muerte como un asesinato ejecutado desde las alturas del poder político.
Varios fiscales enfrentados con el kirchnerismo convocaron a masivas movilizaciones en reclamo de Justicia por Nisman, más allá de que la hipótesis de suicidio era firme. Se puede discutir sobre los efectos electorales que tuvo el suceso ese mismo año, pero en ningún caso subestimarlo.
En 2015, todavía con el control político de casi todo el peronismo y una base social no desdeñable que la idolatraba, CFK se lanzó hacia las últimas medidas de su mandato. La estatización de los ferrocarriles es una de las más destacadas, en línea con el giro que había detonado la Tragedia de Once, encarnado en el ministro de Interior y Transporte, Florencio Randazzo.
Esa misma política le había permitido al funcionario lograr una alta visibilidad social, lo cual lo llevó a proponerse como candidato “puro” a la presidencia, frente a los intentos de Daniel Scioli. Cristina finalmente terminó laudando en favor del gobernador bonaerense y la relación se fracturó para siempre.
El resto es historia conocida. El ex motonauta perdió por escaso margen contra Mauricio Macri y el ciclo del kirchnerismo, inédito por su duración, llegó a su fin. Un día antes de la accidentada entrega del mando, ante una Plaza de Mayo colmada, Cristina Fernández de Kirchner se despidió.
“Después de doce años y medio podemos mirar a los ojos a todos los argentinos (…) Eso es lo más grande que le he dado al pueblo argentino: el empoderamiento popular, ciudadano, de las libertades, de los derechos. Gracias por tanta felicidad, tanta alegría, tanto amor, los quiero, los llevo siempre en mi corazón y sepan que siempre voy a estar junto a ustedes”.
¿Post Kirchnerismo?
Con la salida del gobierno, a Cristina Fernández y a varios de sus funcionarios las cosas se pusieron complicadas, centralmente en el plano judicial. Se multiplicaron o aceleraron las causas por corrupción, en varios casos con evidencia plena, en otros tantos con meras presunciones y en unos cuántos como parte de lisas y llanas operaciones político judiciales.
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Mauricio Macri tomó posesión de su cargo como Presidente de la República Argentina el 10 de diciembre de 2015.
Paralelamente, numerosos segmentos del peronismo se apartaron de la conducción cristinista, lo cual se verificó en la balcanización de los bloques legislativos en el Congreso nacional. El debilitamiento fue evidente.
Así y todo, en 2017 hubo un renacer de la figura de la ex presidenta, otra vez en la provincia de Buenos Aires. Fue candidata a senadora nacional por un nuevo sello, Unidad Ciudadana, que agrupó al kirchnerismo puro.
No le alcanzó –por poco- para derrotar a un Cambiemos arrasador en todo el país pero sí para ratificar su plena vigencia en el peronismo de la jurisdicción más grande de la Argentina frente a sus desafiantes, en este caso en cabeza de Sergio Massa y Florencio Randazzo.
Los malos resultados económicos del gobierno de Mauricio Macri, al menos en términos de ingresos populares, le ofrecieron otra oportunidad al kirchnerismo. Con una jugada magistral en el plano electoral, que luego se revelaría pésima a la hora de gobernar, Cristina se ubicó como candidata a vicepresidenta de la Nación en una fórmula encabezada por Alberto Fernández. Ganó las elecciones de 2019 en primera vuelta.
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La fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández ganó las elecciones de 2019 en primera vuelta.
Presidencia
El sonoro fracaso de la experiencia del Frente de Todos derivó, como ya se sabe, en la abrumadora derrota en el reciente ballotage frente a Javier Milei. Pese a todo, no puede decirse plenamente que ahora sí se terminó el kirchnerismo para siempre, como prometieron el electo presidente y su nueva aliada Patricia Bullrich en campaña.
Queda, para variar, la provincia de Buenos Aires, con su inconmovible conurbano. Allí fue reelecto gobernador Kicillof, quien se perfila naturalmente como el sucesor de CFK. Allí La Cámpora gestionará más de una decena de municipios, algunos muy populosos como Quilmes y Lanús.
En ese territorio fueron electos numerosos diputados nacionales leales a la ex presidenta, encabezados por Máximo Kirchner. ¿Le alcanzará al kirchnerismo para reinventarse en todo el país o será simplemente un estiramiento de la agonía?
El futuro no está escrito aún. Lo que sí está claro es que, aún machucada y disminuida, es una cultura política que se niega a perecer en una fracción no menor del pueblo argentino, apalancada también por el paraguas mayor del peronismo.
Las causas de esta persistencia son varias, pero tal vez la más profunda se pueda encontrar en que la “realidad efectiva”, como reza la marcha partidaria: para muchísima gente, los 12 años de Néstor y Cristina trajeron consigo un cambio concreto y tangible de las condiciones materiales de vida.
Para ponerlo en números concretos y así dimensionarlo mejor, vale la pena recurrir a la serie histórica de pobreza e indigencia que construyeron los economistas Daniel Schteingart, Guido Zack y Federico Favata. Hicieron un recálculo completo, teniendo en cuenta las variaciones producto de los cambios de metodología en el Indec.
12 años de kirchnerismo en números
Según ese estudio, la pobreza pasó del 58,2% en el segundo semestre de 2003 a 26,9% en idéntico período de 2015, es decir una caída de más de 31 puntos. Asimismo, en igual tramo temporal analizado, la indigencia pasó de 21,1% a 4,7%, o sea una reducción de más de 16 puntos.
Otro tanto se podría señalar en materia de salarios y jubilaciones, que le ganaron casi todos los años a la inflación (medida con los IPC provinciales y de la propia CABA) desde 2003 a 2015.
Pero, para no aburrir con demasiadas cifras, vale la pena cerrar con una explicación sintética que le hizo Néstor Kirchner al recientemente fallecido Mario Wainfeld, quien la contó en su libro "El tipo que supo":
—“¿Sabés cuántos splits se vendieron en estos años?”
El cronista calló, por una combinación de ignorancia absoluta y lógica instrumental. Convenía esperar: el discurso estaba en camino.
—“X millones”, se ufanó, y continuó con la interview socrática:
—“¿Cuántos habrán comprado los más ricos, los que ya tenían alguno, eh?”
—“Ponele la cuarta parte, porque ya tenían. ¿Y cuánto la clase media?”
El cronista, que había adquirido uno, se encogió de hombros. Todo aconsejaba escuchar y no tirarse lances.
—“Ponele las dos cuartas partes, y exagero. Así que la cuarta parte la compraron los más pobres, los que ni soñaban con tener uno. Y ahora se refrescan en verano y se abrigan en invierno”. “Son X splits”, ponderó. “Multiplicalo por cuatro o cinco personas por familia”.
No anoté las cifras entonces, ni las recuerdo ahora. En todo caso, serán cientos de miles o algún millón de aparatos, multiplicados por cuatro o cinco usuarios.
Volvió el entrevistador: —“¿Y cuánto paga de luz cada familia?”.
Ahí se animó el reporteado silente: —“Poco, muy poco”.
—“Una miseria”. Usó una expresión más enérgica, coloquial.
—“Así que los morochos ahora tienen el split. No pasan calor en verano… están mejor, viven mejor. Por eso andan por ahí un montón que me quieren rajar”.