El 20 de abril de 1974, el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) le quitó a Carlos Monzón el título mediano que reconocía esta entidad. La verdadera razón fue que el colombiano Rodrigo Valdés rechazó una oferta de 18.000 dólares para enfrentarlo en el Luna Park; aprovechando esta situación, el profesor Ramón G. Velázquez, por entonces presidente del CMB, desconoció al santafesino como campeón, aduciendo que "no tenía suficiente comunicación con Buenos Aires" y, por eso, ordenó cubrir la vacancia de la corona con el choque entre el oriundo de Cartagena y el estadounidense Bennie Briscoe, que se realizó el 25 de mayo de 1974.
Ese día, en el estadio Louis II de Montecarlo y, con el arbitraje del británico Harry Gibbs, el colombiano le GKOT 7 al radicado en Filadelfia y se coronó campeón mundial de las 160 libras. Según el dirigente mexicano, el promotor Juan Carlos Lectoure negaba la autoridad del CMB porque siempre (menos al final de su trayectoria) respondió a la línea que bajaba de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB).
El propio Velázquez se lo reconoció al inolvidable colega Julio Ernesto Vila –quien fuera clasificador oficial del CMB durante décadas– cuando le dijo que "no puedo seguir reconociendo a un púgil cuyo manejador desconoce mi autoridad". Y, como muy bien explicó el Maestro en su obra 20 Campeones y una Leyenda (Ediciones Interactivas, 1997, Tomo I, página 176), "por ello Velázquez firmó el decreto de destitución. Injusto para Carlos. Comprensible políticamente. Que cada uno lleve sus culpas ante la historia".
De un plumazo, Escopeta se había quedado sin una de sus coronas y, a partir de ese momento, solo sería reconocido como monarca de los 72,574 kilos por la AMB. Por ello, el combate unificatorio Monzón-Valdés (donde ambos expusieron sus cetros y, el ganador, sería reconocido como el único rey mundial de las 160 libras), fue uno de los más esperados de su tiempo, sin distingos de categorías.
El choque se realizó el sábado 26 de junio de 1976 en el estadio Louis II de Montecarlo II –donde Escopeta había vencido a Giovanni Nino Benvenuti en 1971, y a Emile Alphonse Griffith en 1973– y, tras 15 asaltos, los jueces dictaminaron unánimemente la victoria de Monzón, que derribó a Valdés en el 14º round: el francés Raymond Baldeyrou, quien también había sido el árbitro de la pelea, falló 146-144 y, sus compatriotas Andre Bernier y Pierre Talayrac, 147-145 y 148-144, respectivamente.
De este modo, Monzón recuperó en el ring lo que injustamente le había quitado en un escritorio, era nuevamente el rey unificado mediano AMB-CMB y, las coronas, volvieron a quedar en poder de su legítimo dueño.
Todos querían la revancha
En este marco y, por la enorme repercusión mundial que había tenido la primera pelea entre ambos, la revancha se convirtió en el sueño de muchos promotores. Sólo dos días después de que Carlos unificara los cetros, el español José Luis Martín Berrocal ofreció montar Monzón-Valdés II en Manila, Filipinas. Por su parte, el italiano Rodolfo Sabbatini –junto con el estadounidense Bob Arum y su empresa promotora Top Rank– también se anotó entre los interesados en organizar el desquite.
A Carlos, saturado del boxeo –era profesional desde 1963, campeón mundial desde 1970 y, también, le interesaba más su carrera cinematográfica que sudar en un gimnasio–, solo una bolsa irresistible lo haría combatir nuevamente con Valdés. Y fue la más alta de su carrera: 500.000 dólares libres de impuestos, a los que se agregaron distintos ingresos publicitarios, más derechos televisivos y radiales. Así y, luego de interminables marchas y contramarchas, el nuevo duelo con el oriundo de Cartagena quedó agendado para el sábado 9 de julio de 1977 y, “pase lo que pase, me retiro”, había adelantado el campeón.
Ya en marzo de ese año, la AMB lo había intimado para que, en un plazo de 30 días, fijara la fecha de la defensa ante el colombiano, quien figuraba como número 1 en el ranking de la entidad que presidía el panameño Elías Córdova, quien era médico cirujano de profesión y fue el primer latino en conducir dicha entidad. Hasta pocos días antes de recibir la nota, Carlos había estado con su tobillo derecho enyesado a raíz de un esguince que sufrió mientras jugaba un partido de fútbol con un grupo de amigos.
Por fin, el sanjavierino retomó los entrenamientos para el que sería el 100º y último combate de su extraordinaria carrera. Lo hizo en la segunda quincena de abril en la Federación Argentina de Box (FAB) porque, su ingreso al Luna Park, no estaba permitido tras la ruptura –producida el año anterior–, de su equipo de trabajo con el promotor Juan Carlos Lectoure, quien había gestionado la chance mundialista frente a Benvenuti en 1970, y manejado su carrera hasta la reunificación con Valdés.
Mientras ponía a punto su condición física de la mano del reconocido profesor santafesino Jorge Justo Ezequiel Artucio (quien se había integrado al equipo de trabajo del campeón en 1976 y, aunque no viajó con él ese año, sí lo hizo en 1977) y, por la tarde, completaba su rutina pugilística, el sanjavierino contó por qué colgaría definitivamente los guantes.
“Estoy cansado de todo. De las peleas, del gimnasio, de los sacrificios. Creo que hice los méritos suficientes como para irme por la puerta grande del boxeo. A esta decisión la pensé bastante, no lo voy a negar pero, por los consejos de (su entrenador, Amílcar Oreste) Brusa, (su nuevo apoderado, José) Steimberg y Susana (Giménez, su pareja por entonces), lo entendí bien. Me gusta el cine y no se puede juntar con el boxeo. Aparte, ganándole a Valdés otra vez, tendría que esperar mucho tiempo para que salga un rival como la gente entre los medianos o, incluso, tendría que subir de peso y cambiar de categoría. Pero ahora pienso en Valdés y, como estoy seguro de que le voy a ganar, este va a saber de una buena vez quién es Monzón después de las declaraciones que hizo. Dejalo, en la primera habló mucho y mirá lo qué le pasó… Ahora le va a pasar lo mismo. El 20 de junio nos vamos definitivamente a Europa para completar el entrenamiento para esta pelea que, repito, será la última de mi vida”, recalcó.
Millonario, respetado, reconocido y admirado en todo el mundo, no quedaban dudas de que la fantástica trayectoria de Escopeta estaba llegando a su fin pero, antes de irse por la puerta por la que solo los auténticos grandes lo hacen, Carlos debería completar otros 15 rounds en el más exclusivo lugar de la Costa Azul con quien había vencido el año pasado.
La postergación por una lesión
El lunes 27 de junio de 1977, cuando faltaban solo 12 días para la revancha con Valdés y, mientras el sanjavierino se entrenaba en el gimnasio Flaminio de Roma, se produjo un hecho que obligó a postergar tres semanas el combate. Mientras guanteaba con el sparring italiano Franco Saputo –quien, por entonces, tenía 23 años y cuatro peleas rentadas–, un golpe ascendente de este obligó a detener el trabajo: el rey indiscutido de los 72,574 kilos sufrió un corte en el arco superciliar izquierdo. El doctor Roberto Paladino, uno de los médicos de Monzón, estimó que “pronto va estar bien pero, al 9 de julio, no llega”.
Rodolfo Sabbatini, promotor de la pelea, fue quien le avisó al equipo de Valdés, quien estaba en Bordighera (el mismo complejo en la Riviera italiana donde Monzón se había entrenado para enfrentar a Griffith, en Montecarlo, en 1973), sobre la herida del campeón. Luego de febriles negociaciones, las partes acordaron en que el choque tendría lugar el sábado 30 de julio siguiente.
Durante este parate obligado por su lesión, Carlos, que se encontraba alojado en la muy lujosa suite doble 448/449 del Hotel Villa Pamphili de la Ciudad Eterna, recibió la visita de su hijo Abel Ricardo y de Susana Giménez.
Mientras, Valdés y su grupo de trabajo volvían a gastar a cuenta: “Rocky (como se lo apodaba al colombiano) está fuerte, muy fuerte. Esta vez lo vamos a tumbar a Monzón, ya lo van a ver”, afirmó Sandy Torres, uno de los sparrings del retador. Además, con la certeza de que, aun perdiendo, tendría otra chance mundialista (ya que las coronas quedarían vacantes por el retiro de Carlos), Valdés era muy optimista de cara a su segundo combate con Escopeta.
“Nunca pienso en que voy a perder. Vine a ganar y solo tengo un poco de ansiedad en que llegue la hora de la pelea”, había declarado. Pero lo único seguro era que, después del 30 de julio, nunca más se cruzaría con Monzón en un ring. Casi nada.
Carlos tenía por entonces 34 años, 11 meses y 22 días, y una carrera de 99 peleas, de las cuales se había impuesto en 86 (59 antes del límite), empatado nueve, perdido tres y contaba con una sin decisión. No conocía la derrota en los últimos 12 años, nueve meses y 21 días, cuando el puntano Alberto del Carmen Massi le GPP 10 en Córdoba el viernes 9 de octubre de 1964. Sus 181 centímetros imponían respeto sobre el colombiano, quien tenía 30 años, medía 1,76 metro y, a la fecha, sumaba 66 peleas.
Con 59 victorias en su haber (39 por la vía rápida), cinco caídas y dos empates, buscaba revancha ante quien le había cortado una racha de cinco años y 11 meses sin perder, con 27 triunfos consecutivos, cuando lo derrotó el 26 de junio del año anterior. Y, encima, que lo dejó sin el título CMB.
En el lapso que separó a los dos choques entre ambos (26 de junio de 1976 al 30 de julio de 1977), Monzón no disputó combate oficial alguno y solo había despuntado el vicio de calzarse los guantes el 3 de diciembre de 1976, cuando hizo una exhibición benéfica a cinco rounds en el Palacio Peñarol de Montevideo, República Oriental del Uruguay, la misma noche que el pesado local –aunque estaba radicado en España, donde había hecho sus primeras 11 peleas profesionales– Alfredo Evangelista le GKOT 6 al peruano Guillermo Willy De la Cruz en la que fue su primera presentación rentada en la tierra donde nació.
Por su parte, Valdés realizó dos peleas entre uno y otro combate con Monzón: el 24 de octubre de 1976, le GKO 7 al costarricense Ramón Beras en Cartagena y, el 19 de marzo de 1977, le GKOT 5 al puertorriqueño Oreste Lebrón en Barranquilla.
Un combate inolvidable
La pelea del sábado 30 de julio de 1977 –de la que hoy se cumplen 45 años– tuvo lugar nuevamente en el estadio Louis II de Montecarlo donde, entre otros, asistieron el príncipe Raniero III, los actores Jean-Paul Belmondo (incondicional seguidor y fanático de Monzón), Yves Montand, Omar Sharif, Mireille Darc (esposa de Alain Delon), Ugo Tognazzi, Sofía Loren, David Niven y el magnate naviero griego Stavros Niarchos. La entrada más cara costó 250 dólares (hoy, en Las Vegas, un ringside oscila entre los 2000 y 3000, aunque hubo casos de valores mayores) y se habilitaron 12.500 localidades, lo que posibilitó una recaudación de 386.234 dólares (con la televisión y publicidad la cifra se incrementó casi hasta el millón).
Si el primer choque entre ambos había concitado la atención de todo el mundo, este lo superó largamente. Fueron acreditados 150 periodistas y, al borde del ring, solo hubo lugar para 12 fotógrafos. En total, la megapelea llegó a casi 200 países a través de la señal que emitió la cadena estadounidense CBS.
La inactividad de un año, un mes y cuatro días de Carlos hizo suponer a muchos que esta pelea sería aún más riesgosa que la anterior y, por eso, algunos volvieron a posar la lupa sobre el oriundo de San Javier a la hora de subir a la balanza. Pero, en otra muestra de que a la hora de entrenar fue un profesional extraordinario, Escopeta no tuvo problemas para encuadrarse en la categoría, ya que registró 72,100 kilos, mientras que Valdés dio 71,800 y no repitió el papelón del año anterior, cuando se excedió del límite de los medianos por 160 gramos y debió pesarse dos veces.
Antes del inicio de la pelea, había llovido copiosamente en el principado. Al igual que en 1976, el colombiano ascendió primero al cuadrilátero. Esta vez utilizó pantalones blancos, a diferencia del choque anterior, donde usó unos rojos con vivos amarillos, mientras que Carlos, como siempre, vistió los inconfundibles negro azulados –y ambos pelearon con guantes amarillos, y no negros como el año anterior–, seguido por el británico Roland Dakin, el árbitro del choque.
Escopeta subió al ring con la serena confianza que le daban los casi seis años y medio que llevaba como monarca de las 160 libras, y sabiendo que, al término de la pelea, su vida como boxeador sería historia. Y no la pudo cerrar mejor ya que, tras 15 asaltos cargados de emoción y dramatismo, se impuso con indiscutible justicia.
Desde que campana llamó al inicio de las acciones en el 1º round, Valdés llevó la iniciativa del choque y, en el 2º capítulo, conectó un cross de derecha en la mandíbula de Monzón, que le provocó al santafesino la primera –y única– caída en su fabuloso reinado, que se compuso de 14 defensas. Escopeta sintió flojas sus rodillas y, con estas y sus guantes, tocó la lona. Aunque se reincorporó instantáneamente y levantó sus brazos en señal de estar bien –de hecho fue así–, recibió la cuenta de protección de 8 de Dakin.
A partir de allí, Monzón se plantó decididamente en el centro del ring y con su reconocida fórmula –izquierda en punta repiqueteando sobre el rostro de su adversario, y la derecha lista para entrar a fondo–, fue ganando asaltos y puntos en las tarjetas de los jueces. En el mundo del boxeo es bien sabido que no es fácil remontar una caída ante los mismos y, por ello, a partir del 8º round, el sanjavierino buscó el nocaut que definiera la pelea.
Estuvo cerca al final de la 9ª vuelta cuando Valdés llegó a su rincón con un ojo cerrado, sangrando de su labio inferior y sentido, en una paliza que continuó en el 10º, cuando las piernas del moreno flaquearon en varias oportunidades y, tras recibir una dura derecha en punta, sufrió un corte en su ceja izquierda.
Por su parte, Carlos tenía un corte en el lado izquierdo de la nariz, sobre el puente de la misma, y fue la única vez que alguien le provocó este tipo de herida en una pelea titular.
Ese 10º round terminó de desequilibrar el combate a favor de Escopeta porque, a pesar de evidenciar una notable guapeza y coraje, Valdés estaba quebrado. Los últimos cuatro asaltos de una pelea mundialista –del 12º al 15º y muy bien llamados “los rounds del campeón”–, obligaban al más grande de los esfuerzos porque, muchas veces, en esta etapa se podía definir un combate. No sólo por una cuestión de reservas físicas sino, también, anímicas.
Monzón, un grande con mayúsculas, dominó el resto y se quedó con la decisión unánime de los jueces: Dakin dio 144-141; el italiano Mario Poletti, 145-143 y, el alemán Heinz Halbach, 147-144. Cuando todo había terminado, Carlos –a quien le faltaban solo siete días para cumplir 35 años– se abrazó con Amílcar Brusa y le dijo: "Fue la última, Maestro", a lo que su hacedor le respondió: "Está bien Carlos, pero nada de volver", pedido que Escopeta cumpliría a rajatabla y que ni siquiera pudo cambiar la bolsa de tres millones de dólares que le ofrecieron en 1979 para medirse con el zurdo estadounidense Marvin Hagler, quien deseaba una pelea con el sanjavierino.
Luego, Monzón llamó a Tito Lectoure, quien estaba en el ringside. Este subió al cuadrilátero, se confundieron en un gran abrazo y, hablándole al oído, muy emocionado, Carlos le dijo: “Ahora sí, Tito. Nunca más. Esta fue mi última pelea”.
El más grande púgil profesional nacido en nuestro país cerró esa noche una extraordinaria e incomparable etapa del deporte argentino y mundial, con 14 defensas exitosas de sus coronas medianas, marcando un récord que se mantuvo en la categoría por casi un cuarto de siglo, hasta que el estadounidense Bernard Hopkins recién lo superó en 2002. Por ello, la Historia se encargaría de colocar a Carlos Monzón en el sitial que se ganó con incuestionable justicia: en la de los consagrados que sería recordado para todos los tiempos.
La síntesis de lo que fue la carrera de Carlos la dio el doctor Elías Córdova, titular de la AMB quien, tras el segundo combate ante Valdés, afirmó sin dudar: “Monzón demostró una vez más que es uno de los campeones más extraordinarios que dio la categoría mediano a través de toda la historia. Si no se retirara, podría eternizarse como monarca en la misma”.
Por eso y, tras ponerle punto final a su carrera rentada, los números de Escopeta siguen provocando asombro y admiración. En el terreno profesional, desde que debutara el miércoles 6 de febrero de 1963 hasta que le dijo adiós a las rings el lunes 29 de agosto de 1977 (cuando renunció a su coronas AMB-CMB y oficializó su retiro), su campaña duró 14 años, seis meses y 23 días, lapso en el que disputó 100 peleas, de las que ganó 87 (59 antes del límite), perdió solo tres, empató nueve y, una, fue sin decisión.
Tras su última caída –el viernes 9 de octubre de 1964, en su 20º combate– hasta su retiro, realizó los 80 restantes y se mantuvo invicto durante 12 años, diez meses y 20 días, incluyendo ¡21 peleas! con una corona mediana en juego: una por el título de la provincia de Santa Fe (1966); dos por el argentino (una en 1966 y, la restante, en 1970); tres por el sudamericano (una en 1967 y dos en 1969) y 15 por el mundial de los 72,574 kilos, incluyendo la inolvidable cuando se coronó (en 1970) y las 14 defensas exitosas (entre 1971 y 1977).
Único e irrepetible, Carlos Monzón fue el indiscutido rey mundial de los 72,574 kilos durante seis años, nueve meses y 22 días. ¡Salud, inolvidable campeón!
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