menu
search

Quedó viudo y con tres hijas: pasan las tardes frente a un banco pidiendo ayuda para llegar a fin de mes

Héctor anhela un trabajo digno, pero sus pequeñas no tienen jornada completa en la escuela y no las puede dejar solas. "No tengo a nadie que me ayude", explicó.

Héctor Rojas quedó viudo en 2021 y a cargo de sus tres hijas. Desde entonces, duermen en la habitación de una casa que funciona como pensión, donde apenas entran dos cuchetas.

“Me da vergüenza contar lo que hago”, aseguró Héctor, emocionado. De lunes a viernes, junto a sus hijas Rocío, de 12 años, y las gemelas Sheila y Jaqueline, de 10, se sientan en la puerta de un banco de Buenos Aires, a la espera de alguna donación que los ayude a llegar a fin de mes. Lo que reciben ahí es su única fuente de ingreso.

Casi dos años atrás, Héctor se sentó a descansar en la puerta del banco. Estaba con Rocío y Alex, su hijo mayor, de 15, que actualmente vive con una tía en la ciudad de Buenos Aires. “La gente nos empezó a ayudar y yo podía ir con las nenas cuando no estaban en la escuela”, explicó en entrevista con La Nación. De ahí en más, cada tarde van al mismo lugar.

“Venimos acá y saludamos a la gente. No pedimos nada, solo saludamos: así como se escucha. Y la gente nos ayuda con lo que puede. Con eso, sobrevivimos”. Hace una pausa y continúa: “Porque esto es eso, sobrevivir”.

Al preguntarle cuánto logra juntar en una tarde, Héctor afirmó que todo depende “de la suerte”. “Los primeros días del mes es cuando la gente nos ayuda más, pero después del 28 son los peores días”, agregó.

“Pago 12.000 pesos por mes de alojamiento, más los 3.000 para la garrafa. Hay meses en los que cuesta mucho juntar esa plata. No nos alcanza y tengo miedo de que cualquier día de estos volvamos a quedar en la calle”, detalló.

Héctor busca un trabajo y una escuela que sea doble jornada, para que las niñas puedan estar en un lugar seguro mientras él no está en la casa. “Muchas veces la gente anota mi número y me pregunta si quiero buscar un trabajo. Les digo que sí, que por supuesto. Pero tengo un problemita: ¿con quién dejo a las chicas? Ellas van a la escuela solo cuatro horas y no tengo a nadie que me ayude fuera de ese horario”, lamentó.

“Puedo laburar de limpieza, de ayudante de pintor, de podar, de barrendero. Tengo esa experiencia. Pero necesito saber a dónde van a quedar ellas esas ocho o 10 horas. Quiero que estén bien, sino no puedo estar tranquilo,” explicó.

image.png
Héctor sueña con un mejor presente para su familia. (La Nación)

Héctor sueña con un mejor presente para su familia. (La Nación)

Cómo es el día a día de la familia

De lunes a viernes, Héctor levanta a sus hijas, las ayuda a prepararse y las lleva en colectivo a la escuela para que puedan almorzar en el comedor antes de entrar al aula. Vuelve al cuarto de la pensión, donde limpia un poco.

Sale a las 16.30 a buscar a las chicas, que asisten a clase media jornada: esas cuatro horas, entra la ida y vuelta en colectivo, a Héctor se le pasan volando. A las 17.30 están en la puerta del banco.

Las gemelas están en 3° grado y Rocío, que es hipoacúsica, en 4°. Nunca tuvo la atención que requiere: no tiene implante coclear, ni audífonos, ni maneja aún la lengua de señas. Se comunican mediante un lenguaje casero, entre ellos. Hace poco empezaron a ir todos los viernes a que les enseñen, pero según Héctor están recién empezando: "Es como si estuviéramos en primer grado".

En la escuela, Rocío no tiene una maestra integradora que le brinde la ayuda que necesita, por lo que quieren que la niña se cambie a una escuela especial. Desesperado, Héctor les pidió “por favor que esperaran al menos hasta el año que viene". "No sé cómo voy a hacer para llevarlas a dos colegios distintos", confió, casi con desesperación.

Vivir en la calle: un ciclo sin fin

Sonia y Héctor se conocieron de jóvenes. Vivían en un barrio del Conurbano donde “había mucha pobreza”, así que fueron a buscar trabajo a Caba. “Toda la gente de la provincia de Buenos Aires, del Amba, va para Capital a buscar trabajo. Ahí fuimos nosotros también y empecé a cartonear. Como tardábamos mucho en ir y volver a Merlo, nos empezamos a quedar y dormíamos donde podíamos”. Sonia y Héctor compartieron la primera noche en la calle, pero en ese momento, todavía no tenían hijos.

Con el paso del tiempo fueron naciendo los hijos, que también tenían que dormir en la calle. Eso es lo que más dolor le causaba a Héctor. Aseguró que el recuerdo que tiene más presente es su intento para no dormir y cuidar a su familia por las noches. “Leía el diario de punta a punta intentando atajar sus propios cabezazos”, expresó.

Cuando llegó la pandemia, Héctor y Sonia se separaron. Él, Rocío y Alex, se fueron a vivir a lo de una hermana suya. Sonia y las gemelas, a lo de un tío de ella. Poco tiempo después supo que Sonia había vuelto a quedar en situación de calle con Jaqueline y Sheila.

Sonia tenía diabetes y estaba medio anémica, muy flaquita. Cuando la encontré, se estaba muriendo. La traje para acá, estuvo una semana con nosotros, la llevé al hospital y falleció. Gracias a Dios las gemelas estaban conmigo”, contó Héctor. Recordó que cuando fue a buscarlas, miró a Sonia y le dijo: “La calle no es futuro”.

“Jamás voy a tirar la toalla. Si pudiera conseguir un trabajo y que las nenas estén en un colegio la jornada completa, podríamos vivir como una familia digna, tener un lugar propio donde vivir. Yo quiero una familia, digamos... normal. Va a costar, pero ojalá que nos ayude alguien”, concluyó.