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Ocio

Entre sierras y sabores, los rincones secretos de Tandil

Así como se paladea el más logrado de sus sabores serranos, Tandil se degusta de a poco.

En esta ciudad no conviene precipitarse, para no perderse el encanto de cada rincón moldeado con esmero al pie de la serranía. Tampoco es atinado acelerar el paso para saltar a los cerros en procura de esas cumbres, que a la distancia se perfilan suaves y parecen estar al alcance de la mano.

Abajo, en medio de las calles empedradas con granito y las persistentes fragancias de los espacios verdes, asoma el perfil menos promocionado, las discretas señales que sugieren un circuito poco transitado, donde el arte se fusiona con la historia y la identidad local, forjada inicialmente por las culturas originarias y luego afianzada por el aporte de los inmigrantes europeos.

Los contrastes saltan a la vista en una de las puertas de entrada posibles. Algunos nubarrones sobrevuelan las luces de la ciudad próspera alrededor del imponente edificio inglés de la estación. El cierre del ramal transformó la parada del tren en un conmovedor cuadro estático y algo descolorido, aunque todavía relucen las expresivas imágenes creadas por expertos cultores del muralismo.

Ese tiempo pasado -febril y multitudinario- de esforzados picapedreros, obreros de fábricas y empleados ferroviarios reflejado en las paredes marcó a fuego los dorados días que el periodista y escritor Osvaldo Soriano vivió en Tandil. Hoy, el ilustre vecino -autor de “Triste, solitario y final”, “No habrá más penas ni olvido” y “Rebeldes, soñadores y fugitivos” y confeso hincha de San Lorenzo- revive en una calle bautizada con su nombre, una plaza y un mural pintado por Gonzalo “Moneda” Llanos frente a la estación inutilizada, a partir de una iniciativa de la peña El Nuevo Gasómetro Tandil y el periodista Osvaldo Bayer.

Alineados junto al andén, los vagones de carga parecen estar listos para volver a rodar, mientras esperan la piadosa llegada de una locomotora. Pero allí mismo, a pasos de la sala de espera y la oficina del jefe de la estación -donde todo parece marchar irremediablemente al desguace-, el arte de los tandilenses surge como una forma de resistencia. Un halo de esperanza sobrevuela el antiguo galpón elegido por Jorge Fodor, Marcelo Bondi y José Araolaza para dar vida, a fuerza de golpes de fragua, mazas, cinceles y moladoras, al Taller Municipal de Picapedreros y Escultores. La iniciativa gratuita rescata las técnicas utilizadas a principios del siglo XX por los canteristas yugoslavos, italianos y españoles para arrancar bloques de piedra maciza al relieve sinuoso de Tandil y propone aplicarlas en la creación de esculturas de granito. Las obras realizadas por los profesores y sus discípulos esperan la mirada y el veredicto del público en un vagón recuperado como sala de arte y en el Paseo de los Españoles, frente al Lago del Fuerte.

Intuyo que la misma pasión por su tierra que expresa Marcelo Bondi cuando habla de “trabajar la piedra para conocer la historia y el oficio y sumarle arte” es transmitida por Indiana Gnocchini, directora del Museo de Bellas Artes, al nombrar a cada uno de los artistas tandilenses que dejaron huellas indelebles. “El grupo Amigos del Arte, con prodigios como Guillermo Teruelo, Ernesto Valor, Antonio Rizzo, Isidro Alperte y, más recientemente, el escultor Carlos Allende -nacido en Ayacucho-, nos transmitió un legado valiosísimo a partir del paisajismo de la década del 30”, señala con gestos que denotan admiración.

“El gato gris”, de Antonio Berni, y “Barco en reparación”, pintado al óleo por Quinquela Martín, son dos de las piezas más reconocidas de la colección de 900 obras de arte contemporáneo argentino, el invalorable patrimonio exhibido junto a las muestras itinerantes. En febrero, el público se regocijó con una exposición dedicada a René Lavand. El maestro del ilusionismo había nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1928, pero muy pronto se instaló en esta ciudad y fue adoptado como hijo pródigo. Ahora, parte de las ocho salas del museo alberga una muestra temática de bicicletas de la primera mitad del siglo XX.

A media cuadra de la plaza Independencia, el recuerdo de René Lavand se hace aún más tangible en la sosegada atmósfera que se respira a toda hora en el bar Antonino. A la manera de amuleto protector, algunos clientes tomaron por costumbre sentarse en la misma mesa que tenía reservada el genial artista y observar por un instante su mirada severa, que parece interpelarlos desde las fotos históricas que recubren las paredes. Bajo el fuerte peso de la figura de Lavand subyace la más acotada fama que había ganado desde 1940 la tienda especializada en textos religiosos que atendía Antonino Pellitero. Hace quince años, la librería histórica lindante con los fondos del Palacio Municipal fue reconvertida en bar y restaurante. La versión levemente modernizada de Antonino resguarda un recorte de la pared de ladrillos y barro que sostenía el Fuerte Independencia.

Otros resabios de la posta militar establecida en el siglo XIX se aprecian en el sólido edificio de 1860 del Bodegón del Fuerte, que formaba parte del mercado que funcionó en la fortificación. Los mozos invitan a recorrer los pisos originales de baldosas pulidas que conducen hasta un aljibe, muros sostenidos por ladrillos y adobe, el cielorraso de madera y los faroles restaurados. Pero la visita guiada demanda un esfuerzo impensado después de deleitar el paladar con una porción de papas Bodegón servida con rabas, cerveza tirada y una plancheta, la parrillada surtida de la casa.

La generosa escala gastronómica en el Bodegón del Fuerte deja estragos. Como primera medida, el cuerpo reclama una pausa urgente para reponer energías en alguno de los numerosos miradores panorámicos de la ciudad. Esas plataformas naturales aparecen en los cuatro puntos cardinales, en el centro y en la periferia, gracias al relieve cambiante de la serranía. “En el Valle del Picapedrero hay que hacer trekking, escalar y atravesar un puente colgante antes de hacer equilibrio sobre el vacío en dos tramos de rappel y tirolesa, por lo cual conviene tener un buen estado físico”, había advertido sin medias tintas “Lole” Inza antes de que sus interlocutores hubieran probado el primer bocado, cuando la aventura serrana parecía un trámite sencillo.

Para no desairar la amable invitación del guía ni fracasar en el intento, oxigeno debidamente los pulmones en la bucólica atmósfera del Parque del Bicentenario y, por las dudas, vuelvo a aspirar bocanadas de aire puro en la cima del Parque Independencia -entre foto y foto que impone la llamativa arquitectura del Castillo Morisco- y en el rocoso mirador del Lago del Fuerte.

Más tarde, en el corazón del valle perforado por los picapedreros, el circuito autoguiado de 800 metros hasta el mirador del cerro Aurora -una porción del áspero territorio que frecuentaban los originarios pobladores pampas y puelches- permite aclimatarse antes de encarar los desafíos más exigentes. El sendero viborea entre espesos ramilletes de chilca, retama, rosa mosqueta y zarzamora, bordea un piletón de piedra y los cimientos de una vivienda y hace equilibrio al borde de las profundas cavas hechas a mano y a dinamita en las laderas tapizadas de granito a cielo abierto. Nada indica que la ingesta de una moras arrancadas al costado del camino sea un estímulo para dejarse impulsar por el doble cable de la tirolesa, pero el dulce sabor instalado en el paladar reconforta el ánimo.

Al día siguiente, bajo el sol a pleno y el cielo celeste sin fisuras posados sobre Tandil, el suelo de piedra parece haber obrado un milagro, tal vez el último pase realizado por la virtuosa mano de René Lavand. En la ladera de un cerro elevado al sudeste de la ciudad reverdecen las cepas de cabernet franc, sauvignon blanc, merlot, syrah y carmenere como en el más próspero de los valles cuyanos. Regadas por el agua del subsuelo y las lluvias, los racimos maduran sobre bloques de roca madre de granito. La audaz apuesta del enólogo Matías Lucas, responsable de los viñedos Don Bosco y La Elena, ya empezó a rendir frutos, a tal punto que la bodega produce entre 6 mil y 7 mil botellas de vino Cordón Blanco por año.

La extendida idea de que Tandil reserva un territorio fértil para los emprendedores más decididos convenció a Luciana López y Federico Filip de que la decisión de cambiar su ajetreada rutina de Buenos Aires por el saludable microclima de Tandil les reportaría rápidos dividendos. Tomaron nota de los productos más representativos de la ciudad y dieron forma a la tienda temática El Mundo del Dulce de Leche, donde el fin comercial va de la mano con un perfil didáctico y recreativo. Dos niños se acomodan junto a los pupitres como aplicados alumnos y se aprestan a dibujar motivos alusivos antes de estampar sus trabajos en una pared. Vacas de todos los colores, tamaños y formas decoran una pizarra.

100 escapadas de verano

Mientras tanto, los adultos se empalagan con la degustación de algunas de las 60 variedades de todo el país exhibidas en los estantes, aprenden los secretos de la elaboración, repasan con la vista la diversidad de tarros lecheros, alfajores, mieles, mermeladas, dulces de leche saborizados, sólidos, de oveja o de cabra y hasta utilizados como materia prima de jabones y cremas para el cuerpo. Una tienda de regalos señala el punto final de la visita, pero, indefectiblemente, los pasos de los turistas regresan a la mesa destinada a la cata.

Hace tres semanas, la primera fábrica y bar de cerveza artesanal de Tandil puso pie a quince cuadras del lugar soñado en el mundo que los cultores del dulce de leche encontraron en una esquina de la avenida Alvear. Sin hacer mucho ruido, la cervecería alteró la tranquila atmósfera barrial de Belgrano y 11 de Septiembre. A través d platos y bebidas sugeridos en la carta, los chefs Ricardo Cangros, Matías Yannunzio y Emilio Pardo se propusieron rendir un sencillo homenaje a los personajes destacados de Tandil, cuya fama trascendió las fronteras naturales establecidas por la serranía. Así, una hamburguesa La Torre de Tandil (dedicada a Juan Martín Del Potro) y la variedad Víctor Laplace combinan perfectamente con una ensalada Los Pernía junto a la infaltable porción de papas Tandilia, todo rebajado con una pinta de cerveza.

Emilio Pardo aprueba la elección para despedir la jornada. Sin embargo, no duda en subir la apuesta: “Aquí no se puede dejar de probar el Matrimonio Tandilero (una contundente combinación de chorizo, morcilla, papas fritas y huevo frito), maridado con cerveza roja Simple Red de malta ahumada”.

Sería una afrenta a Tandil andar cerca del cerro Centinela y pasar de largo. Por eso, prefiero refrenar la tentación y limitar la cena a un discreto homenaje a Del Potro y a la sensación refrescante que dispensa la cerveza tandilense. La última jornada esboza un calor impiadoso desde sus primeras luces, contrastado por la brisa fresca envuelta en perfumes naturales que sopla en el cerro. Una pareja de adolescentes se desliza en aerosilla hasta la cumbre del Centinela, seguida de cerca sigilosamente por una bandada de jilgueros. Las voces de alegría de los turistas se superponen con el trino persistente, hasta que los pájaros dejan de cortejar a sus huéspedes y salen disparados en vuelo rasante hasta perderse en un bosque de pinos.

El regreso hasta la base transcurre plácidamente bajo la sombra de los eucaliptos. La escalinata natural de piedras y raíces vuelve a mostrar las marcas a flor de piel que la actividad extractiva de la piedra dejó en el paisaje de Tandil y el legado de los pioneros retorna a escena en tiempo presente. El minucioso recuerdo de Luis Cerone añade una pincelada de nostalgia al último momento placentero que regala Tandil en el cerro: “Mi nono italiano Eugenio Cudicio había llegado a Olavarría desde Cividale (en Friuli) en 1905 y se instaló en Tandil en 1927. Tenía su casita en el Centinela y trabajaba como picapedrero con toda la familia, en la época en que las piedras se bajaban en lienzos al hombro y después se llevaban más abajo en carruajes. En invierno le gustaba contarnos sobre viejos tiempos, entre las paredes de adobe de su casita, la cocina a leña, el piso de tierra y el techo de arpillera, mientras la nona cortaba batata para los nietos y le agregaba manteca, sal y pimienta”.

La memoria prodigiosa de Cerone recorre una y otra vez la historia del Centinela fundida con la de su propia familia. Las brasas del asador crepitan y el recuerdo viviente de esos hombres que lidiaron con la serranía -tan rudos como entrañables- estira la charla quien sabe hasta cuándo.

Imperdibles

Cristo de las Sierras. Desde la base de este monumento de 15 metros de altura -esculpido por el artista Fernando “Tirso” Pavolini en 2014- se obtiene una vista panorámica de 360 grados de Tandil y su entorno. Se accede por un camino de ripio desprendido de la avenida Don Bosco y la entrada, abierta hasta las 19, es gratuita.

La Movediza. Una senda de 268 escalones de granito conduce hasta la cima de este cerro, de donde cayó al vacío la mole de 385 toneladas en 1912. En 2017, el lugar fue rebautizado Parque Lítico La Movediza y fue instalada una réplica de la famosa roca con la misma forma, textura y color aunque fue construida con un entramado metálico recubierto por resina y fibras sintéticas. En la base del cerro hay puestos de artesanos, una confitería y sectores arbolados ideales para hacer un picnic.

Sierra del Tigre. En uno de los sectores más agrestes de la serranía, esta reserva natural abarca afloramientos rocosos, fuentes de agua natural -como la Gruta de la Salud-, pircas y cimientos de antiguas casas de piedra, senderos en desuso de las canteras que extraían piedras, grutas naturales y diversos animales de la región, como venados, guanacos, maras, choiques, ñandúes, mulitas, perdices, zorros, patos, cisnes y flamencos. En medio de este paisaje bucólico de 120 hectáreas resalta la silueta del cerro Venado, de 389 metros de altura.

Turismo rural. Si bien la interrupción del servicio que prestaba los sábados el tren turístico de Tandil facilitaba el acceso a los pueblos rurales del partido hasta hace dos años, Gardey y Vela siguen siendo dos atractivos de primer orden para los visitantes de la ciudad. En Gardey -a 26 km de Tandil- se dedican a admirar la estación inaugurada en 1885 y después cruzan enfrente, donde funciona el almacén Vulcano, la nueva versión del boliche original del pionero Juan Gardey. La caminata sigue hasta la iglesia San Antonio, la escuela transformada en centro cultural, las ruinas de la fábrica de lácteos La Tandilera y el flamante museo Malvinas, creado por Santiago Calvo. Después de una escala en el balneario del arroyo Chapaleofú, el circuito se extiende a Vela, reconocido por la elaboración de dulce de leche artesanal y el Museo de Historia y Ciencias Naturales. Otros lugares imposibles de soslayar son el almacén y tambo ovino 4 Esquinas (en La Porteña) y la fábrica de alfajores Estaful, puesta en marcha por un grupo de vecinas en una sala de la centenaria estación de tren de Fulton, a 38 km de Tandil. La visita a este encantador pueblo, donde no falta un almacén de ramos generales ni una capilla, sería incompleta si se pasan por alto las comidas caseras, picadas y meriendas que sirven en el almacén Adela.

Cómo llegar. De Buenos Aires a Tandil son 357 kilómetros por Autopista a La Plata, ruta 2 hasta Las Armas y rutas 74 y 226; cuatro peajes, $ 190. Opción: Riccheri, Autopista a Cañuelas, ruta 3 hasta Las Flores y ruta 30; 3 peajes, $ 85.

Bus coche cama Río Paraná, El Rápido o Cóndor Estrella desde Retiro (5 hs. 30’), $ 582 ida; semicama Río Paraná, $ 464.

Combi Yago Bus desde Floresta (4 hs.), los martes y los jueves a las 14.30, $ 800 ida (0249- 156627570).

Paquete. Cinco días y cuatro noches en Semana Santa con traslado en bus de Buenos Aires a Mar del Plata y excursión de día completo en Tandil, $ 4.750 base doble o triple. Incluye almuerzo, representación del espectáculo “Jesús, el Nazareno” en el anfiteatro y un circuito guiado por al area fundacional, la plaza Independencia, el Palacio Municipal, Parque Lítico La Movediza y Monte Calvario (4325-2905 / [email protected] / www.colprimviajes.com.ar).

Dónde alojarse. Habitación doble con desayuno, wi-fi, DirecTV, caja de seguridad, gimnasio y pileta cubierta en el hotel Mulen, $ 2.600; habitación triple, $ 3.200; suite para cuatro personas, $ 4.300; cochera, $ 181,50. El hotel fue inaugurado hace un año en av. Santamarina 380 y cuenta con 60 suites de categoría, muy luminosos y con amplios ventanales y balcones orientados hacia el centro y las sierras, una terraza en el piso 11 con piscina cubierta, gimnasio y sauna, salas de reunión y de eventos corporativos y sociales, restaurante especializado en platos gourmet, barra de vinos y tragos y un programa de eventos con presentaciones de vinos de alta gama, cine, gastronomía local y eventos de polo, tenis y golf (0249- 422-1718 / 0249- 154639751 / [email protected] / www.mulentandil.com).

Cuánto cuesta. Picada Tandilera para cuatro personas en el almacén y restaurante Época de Quesos, $ 470; picada La Preferida de Teresita para cuatro personas (cuatro platos), $ 880; picada Gran Época para seis personas (seis platos), $ 1.300 (www.epocadequesos.com).

El almacén, casa histórica y restaurante Época de Quesos.

Entrada a la Reserva Natural Sierra del Tigre, $ 80; niños de hasta 10 años, gratis (www.sierradeltigretandil.org.ar).

Promo 1 (horma de queso, longaniza casera y salamines) en la quesería Granja El Calvario, $ 230; promo 2 (agrega una caja de bombones), $ 250; promo 3 (con una caja de alfajores), $ 260; promo 4 (añade dulce de leche y cerveza artesanal), $ 290 (0249- 444-3252).

Dulce de leche con chocolate en El Mundo del Dulce de Leche (medio kilo), $ 89; tarrito lechero con dulce de leche de medio kilo, $ 150; alfajores tandilenses, $ 190 la docena; licor de dulce de leche, $ 160; tableta de dulce de leche sólido Vauquita, $ 10 chica, $ 25 mediana y $ 39 grande; tableta de dulce de leche sólido con semillas de sésamo (40 gramos), $ 18 (156-2137696 / 0249- 442-8484).

Bono contribución en el Museo Municipal de Bellas Artes, $ 20 (0249- 443-2067 / [email protected]).

Papas Antonino con crema, verdeo, panceta y champignon en el bar histórico Antonino, $ 110; sandwich Antonino con salmón ahumado, palta, rúcula y mayonesa, $ 150; ensalada Antonino, $ 145 (0249- 422-1819).

Picada para dos personas (tabla de fiambres, empanadas, bruschetas y provoleta) en el restaurante Bodegón del Fuerte, $ 490; papas Bodegón con queso cheddar, panceta, pollo, pimiento asado y verdeo, $ 140 la porción chica y $ 170 la grande; Medio bife de chorizo Bodegón con salsa criolla y papas rústicas, $ 310; Copa del Fuerte (helado, dulce de leche, charlotte, frutos del bosque y almendras), $ 105; pinta de cerveza artesanal Tandilia, $ 90; media pinta, $ 60; licuado de fruta con agua, $ 85; licuado con jugo o leche, $ 90 (0249- 442-4219).

Vino cabernet franc Cordón Blanco, $ 110 a $ 130 la botella de 750 cc; vino carmenere, $ 180; vino sauvignon blanc o merlot, $ 150 (0249- 154320192 / [email protected]).

Tirolesa y puentes tibetanos en Valle del Picapedrero, $ 400; de 6 a 12 años, $ 350; rappel y escalada para mayores de 12 años, $ 600; pasar el día (picnic y trekking), $ 50; picada en El Refugio (el bar de Valle del Picapedrero), $ 150; bondiola, $ 110; vaso de limonada, $ 40; media pinta de cerveza, $ 60; papas Refugio con crema, verdeo, panceta y champignon, $ 140 (0249- 154340227 / [email protected] / www.valledelpicapedrero.com.ar).

Hamburguesa René Lavand en Cervecería Tandilia, $ 190; hamburguesa La Torred e Tandil, $ 200; hamburguesa Víctor Laplace, $ 180; hamburguesa Facundo Cabral, $ 170; ensalada Los Pernía, $ 160; pinta de cerveza, $ 90; papas Tandilia (papas fritas, cebolla, morrón, chorizo colorado y perejil), $ 120 (0249- 451-8633).

Aerosilla del cerro Centinela, $ 150; hasta 7 años, gratis; sandwich de lomo ahumado en el Salón de la Cumbre del cerro Centinela, $ 115; té de hojas (lavanda, jengibre, menta y cedrón), $ 58; wafle de dulce de leche y nuez, $ 125; de lomo ahumado, queso y ananá, $ 150; jugo de naranja y jengibre o frutos rojos o limón y menta en el parador de la base del cerro (un litro), $ 100; jugo con pulpa de frutas (ananá, durazno, mango, kiwi, pera, frutilla), $ 90; trucha arcoiris grillada a las brasas con papas rústicas a la crema de queso azul, $ 339; ensalada de hojas verdes, jamón serrano, pan casero y tomates deshidratados, $ 315; papines al romero, $ 239; tabla de salames y quesos, $ 340; bondiola de cerdo grillada con chutney y papa o batata al horno a leña, $ 318; budín de chocolate con ganache tibio de lavandas al Centinela, $ 145.

Dónde informarse. En la ciudad de Buenos Aires, Casa de la Provincia de Buenos Aires: av. Callao 237, tel. 5300-9534.

En Tandil, (0249) 443-2073/2225 / (0249) 444-8698.

[email protected] / www.turismo.tandil.gov.ar www.tandil.gob.ar / www.cybertandil.com.ar / www.todotandil.com www.comercialtandil.com.ar / www.tandil.com.ar www.tandilturistico.com / www.guiasturismotandil.com.ar / www.tandil-alojamientos.com.ar / www.vivotandil.com www.turismoruraltandil.com.ar / www.conocelaprovincia.com.ar

www.Clarin.com

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